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25/01/2022

KAREN GREENBERG
El siempre esquivo final de Guantánamo
¿Llegaremos a “celebrar” su XXX aniversario?

Karen J. Geenberg, TomDispatch.com, 20/01/2022
Julia Tedesco ha colaborado en las investigaciones necesarias para este artículo
.

Traducido del inglés por
Sinfo Fernández, Tlaxcala

 

Escultura de José Antonio Elvira, Guantánamo, Cuba

 Ya han pasado más de 20 años y ese símbolo estadounidense de maltrato e injusticia, la prisión de Guantánamo, en Cuba, sigue abierta. De hecho, a finales de 2021, la reportera del New York Times Carol Rosenberg, que ha cubierto ese notorio complejo penitenciario desde su primer día, informaba sobre los planes del Pentágono de construir un flamante juzgado prefabricado en esa base naval. Se pretende que sirva como segunda instalación, aún más secreta, para albergar los cuatro juicios restantes de los detenidos de la guerra contra el terrorismo, y está previsto que esté lista “en algún momento de 2023”.

¿Cerrar Guantánamo? Parece que no va a ser pronto. El coste de esa nueva construcción es de apenas 4 millones de dólares, una suma relativamente menor comparada con los 6.000 millones de dólares y pico que se han cobrado las operaciones de detención y juicios en 2019, según la estimación de un denunciante.

Cabe destacar que la noticia sobre la construcción de ese tribunal secreto coincidió con el XX aniversario del centro de detención y la administración del segundo presidente que pretende cerrar el lugar. Sus planes intentan sugerir que la estructura propuesta contribuirá realmente a ese interminable proceso de cierre del campo de prisioneros más infame del mundo. En estos momentos, Guantánamo retiene a 39 detenidos, 12 de los cuales se encuentran bajo el sistema de comisiones militares; 18 de ellos, a los que se ha mantenido durante mucho tiempo sin cargos de ningún tipo, han sido oficialmente autorizados para proceder a su liberación hacia los países elegidos que acepten acogerlos (lo que no significa que vayan a ser realmente liberados); y nueve de ellos, que tampoco han sido acusados, esperan simplemente dicha autorización.

Con dos salas en lugar de una, los juicios, a más de un año de distancia, podrían teóricamente celebrarse al mismo tiempo en lugar de hacerlo de forma secuencial. Por desgracia, es difícil imaginar que el número de salas tenga algún efecto en un resultado más rápido. Como dijo recientemente Scott Roehm, director en Washington del Centro para las Víctimas de la Tortura, al Daily Beast, “hay consenso en que las comisiones han fracasado, pero ese fracaso no ha sido por falta de salas”.

Considérese una especie de récord el hecho de que, en veinte años, solo se hayan celebrado allí dos juicios, ambos en 2008. Los dos desembocaron en condenas, una de las cuales fue posteriormente anulada y otra sigue en apelación. Este mísero récord es otro signo de la eterna realidad de Guantánamo, donde ni los pequeños retoques ni las grandes modificaciones han resultado ser más que un adorno cosmético para una situación que ha resultado irresoluble durante tres presidencias y el comienzo de una cuarta.

Últimamente existe un creciente consenso sobre la necesidad de cerrar la prisión, especialmente teniendo en cuenta la debacle final de la salida de Estados Unidos de Afganistán. Como escribió la senadora Dianne Feinstein (demócrata por Carolina) en Lawfare en el XX aniversario de ese símbolo de la injusticia estadounidense fuera del país: “Acabar con el experimento fallido de la detención en Guantánamo no será fácil. Pero ahora que la guerra de Estados Unidos en Afganistán ha terminado, es hora de cerrar las puertas de Guantánamo de una vez por todas”. Ese mismo día, en el pleno del Senado, el senador Dick Durbin (demócrata por Illinois) pidió también el cierre, ridiculizando el campo de prisioneros como “un símbolo de nuestro fracaso a la hora de hacer rendir cuentas a los terroristas y de nuestro fracaso a la hora de honrar los sacrificios de nuestro personal militar. Estos fracasos no deberían pasar a otra generación: deberían terminar con la Administración Biden”.

Pero pedir el cierre es una cosa, y cerrar esa prisión otra muy distinta.

15/01/2022

MARGOT WILLIAMS
Diario de Guantánamo

Margot Williams, The Intercept, 13/01/2022
Traducido del inglés por
Sinfo Fernández, Tlaxcala

 

 Banksy, Guantanamo Bay, óleo sobre lienzo, 2006

Me pasé veinte años cubriendo el régimen de detenciones secretas de EE. UU. La tortura componía siempre el subtexto.

“Estados Unidos lleva a Cuba a detenidos encapuchados y con grilletes”, declaraba el titular del Washington Post el 11 de enero de 2002. Los periodistas que lo escribieron estaban sobre el terreno en Guantánamo y en Kandahar, Afganistán. Yo estaba en Washington, en mi escritorio de la redacción del Post, donde trabajaba como investigadora. Al leer la historia, una revelación ominosa se me quedó grabada: “Los 20 prisioneros, cuyas identidades no se han hecho públicas...”

Pasaría las dos décadas siguientes aprendiendo los nombres de esos prisioneros y cubriendo la historia del complejo de detención antiterrorista no tan secreto de Estados Unidos. Comenzó como un reto de investigación: descubrir los secretos de lo que algunos han llamado el “gulag estadounidense”. Más tarde, cuando cientos de “combatientes enemigos” sin nombre fueron llevados a la remota base naval de Estados Unidos en la costa sur de Cuba, seguí la historia a través del breve auge y el largo declive del ciclo de noticias de Guantánamo. Quería saber quién estaba detenido y por qué, y cuándo terminaría la “guerra contra el terrorismo”.

Reuní cajas de archivos y hojas de cálculo con datos, creando un tesoro de investigación sobre Guantánamo mientras cambiaba de trabajo y de ciudad. Por el camino, me encontré con otros reporteros e investigadores con hábitos similares y métodos dispares, todos ellos tratando de entender lo que estaba pasando allí.

Unos 780 hombres musulmanes han estado detenidos en Guantánamo desde 2002. Más de 500 fueron liberados durante el gobierno de Bush, unos 200 bajo el mandato del presidente Barack Obama, uno por el presidente Donald Trump y uno hasta ahora por el presidente Joe Biden. Muchos han sido repatriados, mientras que otros han sido trasladados a países que negociaron con Estados Unidos para aceptarlos. Nueve murieron bajo custodia. Treinta y nueve permanecen actualmente en Guantánamo. De ellos, se ha aprobado el traslado de 18 a otros países, incluidos los cinco aprobados por la administración Biden el martes.

En 2004 el Post adjuntó mi lista de detenidos y añadió mi nombre al titular de la página 1 de un artículo titulado “Guantánamo: una celda de detención en la guerra contra el terror”. Los reporteros Scott Higham y Joe Stephens habían visitado el enclave estadounidense en Cuba mientras yo permanecía en la redacción. Me trajeron de la tienda de regalos de Guantánamo una gorra de béisbol con el logotipo del Grupo Conjunto de Operaciones de Detención, conocido como JDOG (por sus siglas en inglés).

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10/10/2021

KAREN GREENBERG
11-S: ¿Pedir perdón? ¡Ni por asomo! Sin rendir cuentas y sin pedir disculpas

Karen J. Greenberg, TomDispatch.com, 7/10/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala


Karen J. Greenberg, colaboradora habitual de TomDispatch, es directora del Centro de Seguridad Nacional de la Facultad de Derecho de la Universidad Fordham (Nueva York). Ha escrito varios libros, el último de los cuales es Subtle Tools: The Dismantling of Democracy from the War on Terror to Donald Trump  (Princeton University Press).  Julia Tedesco ha colaborado en investigaciones necesarias para este artículo. @KarenGreenberg3

El aniversario de los atentados del 11-S estuvo marcado por días de rememoraciones: por los valientes rescatistas de aquel momento, por los miles de asesinados al derrumbarse las Torres Gemelas, por los que murieron en el Pentágono, o en Shanksville, Pensilvania, por luchar contra los secuestradores del avión comercial en el que viajaban, así como por los que combatieron en las guerras interminables que fueron la respuesta de Estados Unidos a aquellos ataques de Al Qaida.

Un cuento de dos torres, por Rafat Alkhateeb, Jordania

 Para algunos, el recuerdo de ese horrible día incluye sacudir la cabeza por los errores que este país cometió en la forma de responder ante el mismo, errores con los que vivimos hasta este mismo momento.

Entre los personajes más prominentes que sacudieron la cabeza por los errores cometidos tras el 11-S, y por no haberlos corregido, estaba la de Jane Harman, demócrata por California, que entonces formaba parte de la Cámara de Representantes. Pero se uniría a todos los miembros del Congreso, menos a una -la también representante de California Barbara Lee- para votar a favor de la notablemente confusa Autorización para el Uso de la Fuerza, o AUMF (por sus siglas en inglés), que allanó el camino para la invasión de Afganistán y tantas otras cosas. De hecho, sirvió para poner al Congreso en el congelador a partir de entonces, permitiendo que el presidente pasara por encima de él para decidir durante años a quién atacar y dónde, siempre y cuando justificara lo que hiciera aludiendo a un término claramente impreciso: el terrorismo.  Así, Harman también votaría a favor de la Ley Patriot, que más tarde se utilizaría para poner en marcha políticas de vigilancia masiva sin orden judicial, y luego, un año después, a favor de la invasión de Iraq por parte de la administración Bush (basada en la mentira de que el gobernante iraquí Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva).

Pero, con motivo del XX aniversario de los atentados, Harman ofreció un mensaje diferente, que no podría haber sido más apropiado o, en general, más raro en este país: un mensaje impregnado de arrepentimiento. “Fuimos más allá del uso, cuidadosamente diseñado y autorizado por el Congreso, de la fuerza militar”, escribió arrepentida, refiriéndose a la autorización de 2001 para usar la fuerza contra Al Qaida y Osama bin Laden. Harman también criticó la decisión de ir a la guerra contra Iraq en base a una “inteligencia selectiva”; el uso eterno de los ataques con aviones no tripulados en guerras interminables; así como la creación de una prisión de injusticia en la Bahía de Guantánamo, Cuba, y de los sitios negros de la CIA en todo el mundo, destinados torturar a los prisioneros de la guerra contra el terrorismo. El resultado, concluyó, fue crear “más enemigos de los que destruimos”.

11/09/2021

Folter: Was Guantánamo aus ihnen machte

 

Im Kampf gegen den Terror sollte Mister X den Gefangenen Mohamedou Slahi brechen. Er folterte ihn – und ging selbst daran kaputt. Nun haben die beiden wieder miteinander gesprochen.

Bastian Berbner und John Goetz, DIE ZEIT Nr. 36/2021, 2.9. 2021

Mister X (links) folterte immer nachts. Mohamedou Slahi war der Gefangene 760 – der wichtigste Häftling im Lager. © Balazs Gardi für DIE ZEIT (links); Daouda Corera für DIE ZEIT (rechts)

Der Mann, der sich in Guantánamo "Mister X" nannte, trug, wenn er folterte, eine Sturmmaske und eine verspiegelte Sonnenbrille. Der Mensch, den er quälte, sollte sein Gesicht nicht sehen. Jetzt, 17 Jahre später, steht Mister X in seiner Garage in Irgendwo, Amerika, an einer Töpferscheibe. Ein Mann mit Glatze und ergrauendem Bart, am Nacken tätowiert. Seine Hände, groß und stark, formen einen graubraunen Klumpen Ton. Das Töpfchen wird nicht besonders schön werden, das sieht man schon. Er sagt, so sei das mit seiner Kunst, er fühle sich eher zu Hässlichem hingezogen.

Mister X hat lange überlegt, ob er Journalisten empfangen und darüber reden will, was damals geschah. Es wäre das erste Mal, dass sich ein Folterer aus Guantánamo öffentlich zu seinen Taten äußert. Dem Treffen an diesem Tag im Oktober 2020 sind zahlreiche Mails vorausgegangen. Jetzt endlich sind wir bei ihm. Ein Interview von mehreren Stunden liegt schon hinter uns, in dem Mister X uns von seiner grausamen Arbeit berichtet hat. Wir haben ihm erzählt, dass auch der Mann, den er damals malträtierte, gern mit ihm sprechen würde. Mister X hat geantwortet, einerseits habe er ein solches Gespräch 17 Jahre lang herbeigesehnt – andererseits habe er es 17 Jahre lang gefürchtet. Er hat um eine halbe Stunde Bedenkzeit gebeten. Beim Töpfern könne er gut denken.

Der Mann, der gern mit ihm sprechen möchte, heißt Mohamedou Ould Slahi und galt im Sommer 2003 als wichtigster Gefangener im Lager Guantánamo Bay. Von den knapp 800 Häftlingen dort wurde, nach allem, was bekannt ist, niemand so heftig gefoltert wie er.

Es gibt Ereignisse, die bestimmen eine Biografie. Die entfalten, auch wenn sie gemessen an der Lebenszeit gar nicht so lange andauern, in diesem Fall knapp acht Wochen, eine Kraft, die alles Davor in Vergessenheit geraten lassen und alles Danach in ihren Bann ziehen.

Damals, im Sommer 2003, war Mister X Mitte dreißig und Verhörer in der amerikanischen Armee. Er gehörte zum sogenannten Special Projects Team, dessen Aufgabe es war, Slahi zu brechen. Der Häftling hatte bisher hartnäckig geschwiegen, die Geheimdienste waren aber überzeugt, dass er wichtige Informationen besaß. Vielleicht sogar solche, die den nächsten Großanschlag verhindern oder zu Osama bin Laden führen könnten, der damals der meistgesuchte Terrorist der Welt war: der Anführer von Al-Kaida, der Hauptverantwortliche der Anschläge vom 11. September 2001.

Die Mission des Teams war es, das Böse zu besiegen. Um das zu erreichen, setzte es ihm ein anderes Böses entgegen.

Mister X folterte immer nachts. Mit jeder Nacht, die Slahis Schweigen andauerte, probierte er eine neue Grausamkeit aus. Er sagt, Folter sei letztlich ein kreativer Prozess. Wenn man Mister X zuhört, wie er schildert, was er getan hat, kann einem der Atem stocken, und manchmal scheint es Mister X beim Erzählen selbst so zu gehen. Dann schüttelt er den Kopf. Hält inne. Fährt sich durch den Bart. Kämpft Tränen zurück. Er sagt: "Mann, ich kann das selbst nicht glauben."

So wie er spricht, hat man nicht den Eindruck, dass das alles lange her ist. Tatsächlich ist es auch gar nicht zu Ende. Mister X sagt, es gebe kaum einen Tag, an dem er nicht über Slahi nachdenke oder an dem dieser ihn nicht im Traum heimsuche. Slahi war der Fall seines Lebens, im schlimmsten aller Sinne. 

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03/09/2021

SAMUEL MOYN
La tragédie de Michael Ratner et la nôtre, ou comment la Guerre contre le terrorisme a été « humanisée » pour devenir éternelle

Samuel Moyn, The New York Review of Books, 1/9/2021
Traduit par
Fausto Giudice, Tlaxcala

Samuel Moyn (né en 1972) est titulaire de la chaire Henry R. Luce de jurisprudence à la faculté de droit de Yale et professeur d'histoire à l'université de Yale. Il a notamment publié The Last Utopia : Human Rights in History (2010), Christian Human Rights (2015), Not Enough : Human Rights in an Unequal World (2018), et Humane : How the United States Abandoned Peace and Reinvented War (2021). Il a écrit pour la Boston Review, la Chronicle of Higher Education, Dissent, The Nation, The New Republic, le New York Times et le Wall Street Journal. @samuelmoyn

La carrière de cet avocat vétéran du combat pour les droits constitutionnels montre comment les humanitaires US ont fini par aseptiser la guerre contre le terrorisme au lieu de s'y opposer.

 Michael Ratner après avoir déposé une plainte devant un tribunal allemand contre l'armée usaméricaine pour les mauvais traitements infligés aux prisonniers à Abou Ghraïb, Berlin, 30 novembre 2004. Photo Sean Gallup/Getty Images

Peu après le 11 septembre 2001, le président George W. Bush a annoncé une nouvelle politique exigée par un nouveau type de guerre. Les terroristes présumés d'Al-Qaïda seraient jugés par des commissions militaires offrant peu de protections aux accusés ; les tribunaux ordinaires avec les garanties et protections habituelles seraient hors d'atteinte. Les détenus devront être "traités humainement", selon le décret, et les procès devront être "complets et équitables". Mais aucune règle de traitement des accusés "terroristes" reflétant les normes internationales n'a été spécifiée.

"Bon, c'est foutu", a fait remarquer Joseph Margulies, avocat des droits civils, à sa femme Sandra Babcock, défenseure public qui s'intéresse de près aux droits humains dans le monde, alors qu'ils étaient assis à la table de leur cuisine de Minneapolis et lisaient le journal pendant le petit déjeuner. L'annonce de Bush semblait être une tentative transparente de créer une deuxième voie de justice pour les terroristes, une voie qui ne nécessiterait pas les garanties familières de la procédure pénale, ni même les règles de guerre prescrites par les Conventions de Genève de 1949.

"Nous devrions appeler Michael Ratner", a répondu Sandra.

Ils l'ont fait. Ratner, un ancien étudiant militant anti-guerre de l'époque du Vietnam, avait passé toute sa carrière au Center for Constitutional Rights (CCR), où il s'était fait connaître comme un plaideur de premier plan. En 2001, il était le président du groupe ; pour beaucoup, il était en fait le Center for Constitutional Rights. Ratner considérait sans équivoque que le décret de Bush "sonnait le glas de la démocratie dans ce pays" et s'est jeté dans l'action.

Trois ans plus tard, le défi juridique désespéré que Ratner a mené contre le système des commissions militaires semble porter ses fruits. Déjà, Shafiq Rasul, un citoyen britannique que les USAméricains avaient raflé en Afghanistan en 2001 et interné à Guantánamo Bay, à Cuba, avait été libéré, sans être jugé, et était rentré chez lui. Mais d'autres plaignants sont restés dans l'affaire Rasul contre Bush que Ratner avait portée. Se prononçant sur cette affaire quelques mois après le départ de Rasul, la Cour suprême a estimé que les tribunaux fédéraux pouvaient exercer leur pouvoir de délivrer des ordonnances d'habeas corpus, et ainsi contrôler la détention des terroristes accusés détenus indéfiniment. Providentiellement pour le procès de Ratner, quelques jours seulement après que la Cour suprême eut entendu les arguments oraux dans cette affaire, des photos scandaleuses de mauvais traitements infligés à des prisonniers par les forces usaméricaines dans la prison d'Abou Ghraïb  en Irak ont été divulguées. Il ne fait aucun doute que cela a eu une incidence sur la décision de la Cour.

Malgré la vision initiale apocalyptique de Ratner sur l'ordre de Bush, cette victoire et quelques autres ont contribué à dissiper les inquiétudes selon lesquelles la soi-disant guerre contre le terrorisme allait être menée dans un "état d'exception" sans contrainte ni légitimation juridique. Le même juge qui a écrit Rasul, le regretté John Paul Stevens, a suivi en 2006 avec une opinion qui a fait date dans l'affaire Hamdan contre Rumsfeld, qui a clarifié qu'à tout le moins l'article 3 commun des Conventions de Genève s'appliquait à la guerre contre le terrorisme. Et comme cet article exige que les détenus soient jugés par "un tribunal régulièrement constitué, offrant toutes les garanties judiciaires reconnues comme indispensables par les peuples civilisés", les commissions militaires que Bush avait prévues depuis 2001 étaient inadéquates. Cette décision impliquait que toute lutte globale que les USA souhaitaient mener contre le terrorisme devait être conduite dans le cadre du droit international applicable, car la légitimité de la guerre en dépendait.

10/05/2021

¿Podrá cerrarse Guantánamo alguna vez?
Cómo lidiar con la cuestión de la prisión perpetua de las guerras sin fin de USA

Karen J. Greenberg, TomDispatch, 4/5/2021
Traducido del inglés por
Sinfo Fernández

Introducción de Tom Engelhardt

En 2006 me pareció algo bastante obvio. Incluyendo los “sitios negros” de la CIA por todo el mundo (donde los prisioneros de la guerra contra el terrorismo eran retenidos y torturados regularmente), las prisiones militares usamericanas (como la espantosa Abu Ghraib en Iraq, que acababa de ser vaciada) y los enormes campos militares de prisioneros llamados Bucca y Cropper (que seguían en uso), así como las prisiones militares en Afganistán y el ya infame centro de detención en la Bahía de Guantánamo, Cuba, USA tenía entonces, según mis cálculos, al menos 15.000 presos, la mayoría “de ellos retenidos... fuera de la vista de cualquier sistema de justicia, fuera del alcance de jueces o jurados”. En otras palabras, como dije en aquel momento, la administración Bush había establecido costa afuera su propio “triángulo de las Bermudas de injusticia” fuera del alcance de cualquier concepción del derecho usamericano. Era, dicho sin rodeos, un mini-gulag totalmente usamericano, plagado de actos grotescos, cuya “joya de la corona” extraterritorial era, por supuesto, Guantánamo.

Como escribí entonces:

“Cualquiera que sea la discusión, cualquier tema que parezca estar afectando a Washington o a la nación, sea lo que sea que estén viendo por televisión o leyendo en los periódicos,  la construcción, ampliación, expansión y consolidación continuos de un nuevo sistema global de encarcelamiento en otros lugares -que no guarda relación alguna con ningún sistema penal que los usamericanos hayan imaginado previamente- prosigue sin descanso, sin controles ni ajuste por parte del Congreso o los tribunales, sin que la Republica tenga efecto alguno, aunque se halle inequívocamente bajo la bandera ‘que representa’”

Seis años después, en 2012, llegó a TomDispatch Karen Greenberg, directora del Centro de Seguridad Nacional de Fordham Law, que para entonces había escrito un libro sombrío e impresionante sobre los primeros días de ese campo de prisioneros en la bahía de Guantánamo. Enseguida empezó a relatar las prácticas de tortura globales de USA y cómo, por ejemplo, los “no harás” con los que Barack Obama había entrado en la Oficina Oval, incluido el no mantendrás Guantánamo abierto, lamentablemente se habían convertido en “harás”. Aun así, si nos hubieran preguntado a alguno de nosotros, casi una década después, si esa joya de la corona en Cuba todavía estaría abierta, lo habríamos dudado. Y, sin embargo, aquí estamos, en mayo de 2021, en los primeros meses de la cuarta administración desde su creación y ahí sigue abierto. Con eso en mente, resultaba demasiado obvio y conveniente, en el momento en que el presidente Biden comenzaba a lidiar con la guerra interminable contra el terrorismo de este país, pedirle a Greenberg que considerara, una vez más, la cuestión del cierre de la prisión del infierno, y confiar en que no nos sobreviva a todos. Tom.

Escultura de José Antonio Elvira, Guantánamo, Cuba

El problema de Guantánamo parece no acabarse nunca.

Hace doce años tenía otras expectativas. Contemplé la idea de un proyecto de escritura que sin duda formaría parte de mi futuro: un relato de los últimos 100 días de Guantánamo. Esperaba narrar, al revés, los episodios de un libro que acababa de publicar: The Least Worst Place: Guantánamo’s First 100 Days, sobre -el título es demasiado obvio- los primeros días en esa lúgubre prisión en ultramar. Esos días se iniciaron el 11 de enero de 2002, cuando los primeros prisioneros encapuchados de la guerra usamericana contra el terror fueron sacados de un avión en esa base militar usamericana en la isla de Cuba.

No hace falta decir que no he llegado a escribir ese libro. Lamentablemente, en el transcurso de los años, pocas señales aparecieron por el horizonte que auspiciaran el cierre inminente de esa prisión militar usamericana. Semanas antes de que se publicara mi libro en febrero de 2009, el presidente Barack Obama prometió, de hecho, cerrar Guantánamo al final de su primer año en la Casa Blanca. Esa esperanza comenzó a desmoronarse con notable rapidez. Al final de su presidencia, su administración había logrado liberar a 197 de los prisioneros recluidos allí sin cargos (muchos, incluido Mohamedou Ould Slahi, cuya historia aborda la película “El mauritano”, también habían sido torturados), pero quedaban 41, incluidos los cinco hombres acusados, aunque sin someterlos a juicio, de planear los ataques del 11 de septiembre. Hasta el día de hoy, allí permanecen 40.