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03/03/2023

NABIL MOULINE
La Fiesta del Trono en Marruecos: breve historia de una tradición inventada

Nabil Mouline, 2015
Traducido por Fausto Giudice, Tlaxcala

 Original : MOULINE, Nabil. La Fête du trône : petite histoire d’une tradition inventée. In : Le Maroc au présent : D’une époque à l’autre, une société en mutation, p. 691-701  [en línea]. Casablanca: Centro Jacques-Berque, 2015. Disponible en línea: http://books.openedition.org/cjb/1104. ISBN : 9791092046304. DOI : https://doi.org/10.4000/books.cjb.1104

Nabil Mouline es un historiador y politólogo marroquí, becario de investigación en el CNRS (Centro Nacional francés de Investigación Científica), adscrito al Centre Jacques-Berque, Rabat. Bibliografía

Bajo un sol abrasador, varios centenares de dignatarios del majzén e invitados esperan desde hace varias horas en el patio delantero del palacio real -llamado el mishwar (lugar de deliberación y consulta)- para participar o asistir a la ceremonia principal del ‘id al-‘arsh (la Fiesta del Trono): hafl al-wala’ (la ceremonia de lealtad). Mientras cada uno intenta pasar el tiempo a su manera a la espera del fatídico momento, los guardias de seguridad y los sirvientes de palacio ocupan sus puestos con serenidad, al menos en apariencia. Sólo los encargados del protocolo real están ocupados. De repente, la tensión aumenta. Comienza a correr el rumor de que Sidna (Nuestro Señor, título informal del Rey) saldrá en breve. Comienza una carrera contrarreloj para poner a cada uno en su sitio. Los invitados por un lado y los participantes por otro. Todo se organiza en pocos minutos. La máquina está bien ensayada. Entonces las trompetas anuncian la solemne llegada del cortejo real. Las puertas del palacio se abren. Comienza el espectáculo ritual. El tiempo se suspende, por así decirlo, durante unos minutos.

Dos escuderos de palacio acompañados de varios sirvientes (mkhazniyya) llegan a la cabeza del cortejo. Les siguen varios jinetes y mozos de cuadra. Les siguen otros dos sirvientes llevando lanzas. Mientras que los sirvientes van todos vestidos con caftanes blancos y tocados con gorros rojos en forma de cono (shashiyyat al-wala’), los dos escuderos destacan por llevar turbante, espada y bastón. Un carruaje de gala cierra la marcha. En el centro de este dispositivo está, por supuesto, el soberano. Vestido de beige dorado y montado en un caballo con todos los arreos, se cobija bajo la cúpula de una enorme sombrilla. Criados, guardaespaldas, oficiales y algunos miembros de la familia real le rodean.

La procesión avanza lentamente al son de una música solemne. El Rey gira primero la cabeza hacia la derecha para saludar a la bandera de la dinastía que porta un oficial de la Guardia Real y luego la gira hacia la izquierda para saludar a los miembros del Gobierno alineados detrás de una línea blanca. La procesión llega finalmente ante una cohorte de altos funcionarios del Ministerio del Interior dispuestos en varios grupos: el ministro, los directores de la administración central, los ualíes [prefectos de región], los gobernadores y los agentes de la autoridad de cada provincia. La liturgia política propiamente dicha comienza cuando la comitiva avanza lentamente por los distintos grupos. Delante de cada uno de ellos, un sirviente declama incansablemente las siguientes réplicas:

Nuestro Señor os dice: que Dios os ayude.

Nuestro Señor os dice: que Dios os ponga en el buen camino.

Nuestro Señor te dice: que Dios esté complacido contigo.

Ualíes, prefectos y alcaides, nuestro Señor os dice: Que Dios os ponga en el buen camino y os apruebe.

Mientras los dignatarios de Interior deben postrarse tras el final de cada fórmula, un grupo de sirvientes repite una conocida antífona: “¡Que Dios conceda larga vida a nuestro señor!” En total, los altos funcionarios de Interior se postran cinco veces.

Naturalmente, esta ceremonia, que dura entre diez y veinte minutos, se retransmite en directo por la televisión nacional, al igual que las demás ceremonias conmemorativas de la Fiesta del Trono. El locutor utiliza todos los superlativos imaginables para alabar las buenas acciones del soberano y reivindicar su importancia política y religiosa. Hace especial hincapié en la bay’a: el juramento de fidelidad que vincula al soberano con sus súbditos de forma inquebrantable. Según el locutor, la bay’a representa la continuidad del Estado, la persistencia del Islam y el apego de la población a su soberano. Pero más allá de los vuelos líricos y las fórmulas prefabricadas, el discurso sigue siendo hueco y carece cruelmente de datos fácticos y ejemplos históricos. Ni siquiera los “expertos” invitados a los informativos de las distintas cadenas nacionales, en particular el Ministro de Asuntos Islámicos, son de ayuda, y con razón: estamos ante un caso típico de invención de la tradición.

La Fiesta del Trono, de reciente creación (1933), es la instauración de un conjunto de prácticas rituales para crear una continuidad ficticia con el pasado e inculcar normas de comportamiento a la población, en nombre de la tradición. Los promotores de las tradiciones inventadas eligen referencias y símbolos antiguos para responder a las preocupaciones de su tiempo: legitimar de algún modo el orden existente. En su forma actual, este ritual fue creado desde cero por Hassan II. Su hijo y sucesor Mohammed VI lo ha asumido casi tal cual, mientras cumpla su función: afirmar la centralidad y supremacía de la monarquía. Esta función dista mucho del objetivo que los nacionalistas se habían fijado para el Día del Trono: simbolizar y celebrar la nación marroquí.

Nacimiento de la primera fiesta nacional

 No fue hasta veinte años después del Tratado de Fez, en 1912, cuando surgió una juventud nacionalista en los principales centros urbanos del país, especialmente Rabat, Salé, Tetuán y Fez. Influidos por las ideas europeas sobre la nación y el nacionalismo, tal y como se presentaban en las publicaciones del Mashreq, estos jóvenes pensaban en Marruecos como una unidad geográfica, política y cultural: un Estado nación. Es la primera vez que se vislumbra tan claramente una identidad intermedia entre la pertenencia local (linaje, localidad, región, etc.) y la pertenencia global (islam). Pero queda todo por hacer. Hubo que crear o adoptar una serie de conceptos, símbolos e imágenes para reforzar este proyecto y movilizar a la población en torno a él, especialmente tras los acontecimientos que siguieron a la promulgación del llamado dahir bereber en 1930.

Por razones que no están claras, los jóvenes nacionalistas decidieron centrar el ideal y la construcción ideal de la nueva nación no en el folclore, la lengua, la etnia, los valores o la historia, sino en la persona del sultán. Probablemente querían desencadenar una movilización colectiva que no rompiera demasiado con las estructuras tradicionales para no despertar las suspicacias de la Residencia General, el majzén y parte de la población. También querían aprovechar el capital simbólico de la institución sultánica para hacer llegar sus mensajes más fácilmente. Pero nada es seguro, porque este periodo de balbuceos se caracteriza por una gran improvisación, debido al modesto nivel intelectual de la mayoría de los jóvenes nacionalistas y también a su inexperiencia. El hecho es que estos jóvenes optaron por movilizar a la población en torno a la figura del sultán y no en torno a una ideología más o menos elaborada y a un proyecto político claro.

Para catalizar rápidamente la imaginación del mayor número de personas, los jóvenes nacionalistas, en particular los equipos de la revista al-Maghrib y del periódico L’Action du peuple, decidieron celebrar la llegada al poder de Mohammed V (1927-1961), considerado como el símbolo de la soberanía y la unidad nacionales. En efecto, este acontecimiento podía ser una ocasión de oro para reunir a la población en torno a sentimientos y aspiraciones comunes y propagar las “ideas” nacionalistas sin preocupar a las autoridades. Así ocurrió en Egipto, fuente inagotable de inspiración para los nacionalistas marroquíes, donde el partido al-Wafd aprovechó las celebraciones anuales del ‘id al-yulus (Día del Trono), instaurado en 1923, para organizar manifestaciones públicas de exaltación del sentimiento nacional y de denuncia de la ocupación. Ni que decir tiene que esta fiesta es de origen europeo, y más concretamente británico. Se celebró por primera vez en el siglo XVI como Accession Day (Día de acceso al trono) y fue adoptada por la mayoría de las demás monarquías del mundo con diversos grados de adaptación a los contextos locales.

En julio de 1933, Muhammad Hassar (fallecido en 1936) publicó un artículo en la revista al-Maghrib, bajo el seudónimo de al-Maghribi, titulado “Nuestro gobierno y las fiestas musulmanas”, en el que pedía tímidamente a las autoridades francesas que el 18 de noviembre, día de la entronización del sultán, fuera festivo (‘id watani). Unos meses más tarde, el periódico L’Action du peuple, dirigido por Muhammad Hassan al-Uazzani (fallecido en 1978), tomó el relevo. Entre septiembre y noviembre de 1933, el periódico publicó varios artículos en los que pedía que este día fuera "una fiesta nacional, popular y oficial de la nación y del Estado marroquíes". Proponía la creación de comités organizadores en cada ciudad y la creación de un fondo de caridad al que contribuiría toda la nación. El periódico nacionalista también sugería a los organizadores embellecer y decorar las calles, cantar el himno del Sultán, organizar reuniones en las que se recitarían discursos y poemas, y enviar telegramas de felicitación al Sultán. Para tranquilizar a los más conservadores, L’Action du peuple publica una fatwa del ulema ‘Abd al-Hafiz al-Fasi (m. 1964) en la que se afirma que este ritual y todo lo que lo acompaña -música, banderas, etc.- no son innovaciones reprochables.

Número 12 del periódico "L'Action du Peuple", en el que Mohammed Hassan El Uazzani hace un llamamiento a sus compatriotas para que celebren la Fiesta del Trono (18 de noviembre de 1933).

Las autoridades francesas siguen muy de cerca esta dinámica. En efecto, temen las consecuencias políticas que podría tener esta empresa de movilización colectiva. Han intentado obstaculizar o incluso prohibir su organización. Pero ante el entusiasmo de los jóvenes y la aquiescencia de los notables, finalmente ceden. La primera celebración de la Fiesta del Trono, cuyo nombre aún no estaba claro (Día de la Adhesión, Día del Sultán, Fiesta Nacional) tuvo lugar en Rabat, Salé, Marrakech y Fez. Varias calles de las medinas se adornaron con banderas y la gente se reunió en cafés o casas notables para escuchar música, poemas y discursos mientras tomaban té y comían pasteles. La mayoría de las reuniones terminaron con invocaciones a Marruecos y vítores al Sultán, a excepción de Salé, que también organizó un espectáculo de fuegos artificiales. Por último, jóvenes y notables aprovecharon la ocasión para enviar telegramas de felicitación a Mohammed V.

01/01/2022

FREDERIC WEHREY
Marruecos: Las múltiples repercusiones de la rebelión del Rif (1921-1926)

Frederic Wehrey (bio), The New York Review of Books, 18/12/2021
Traducido del inglés por
S. Seguí, Tlaxcala

La revuelta bereber de la década de 1920, que fue un movimiento anticolonial que sirvió de modelo para los que le siguieron, sigue resonando a lo largo de un siglo de historia.

 

El grabado representa a al-Jattabi a caballo liderando a los rebeldes del Rif contra las fuerzas españolas, Marruecos, años 20; Apic/Getty Images

Una noche del pasado mes de octubre, tomé un autobús en Rabat, la capital marroquí, para un trayecto nocturno hasta la costa mediterránea. Tras unas horas, nos adentramos en las montañas del Rif, con el vehículo gimiendo y balanceándose en las curvas cerradas. El Rif, una cadena montañosa relativamente reciente, geológicamente más joven que las cumbres más conocidas del Atlas y menos grandiosa que éstas, se eleva abruptamente desde el mar en su parte norte, pero cae en suaves escarpaduras hacia el sur.

El paisaje resultaba premonitorio en la penumbra de la luna: elevados macizos alfombrados de monte bajo, bosquecillos de cedros y abetos, y profundos barrancos amurallados por peñascos de piedra caliza. No era difícil entender cómo, hace cien años, este terreno infundía temor en los corazones de los jóvenes reclutas de España, país que gobernaba el norte de Marruecos como protectorado, al enfrentarse a una feroz insurgencia de los indígenas amazig, también conocidos como bereberes.

“La peor guerra, en el peor momento, en el peor lugar del mundo”, escribió un periodista español sobre el conflicto de cinco años conocido como la Guerra del Rif.

Los combates comenzaron a principios de junio de 1921, cuando tribus rifeñas tendieron una emboscada a un pequeño contingente de fuerzas españolas en un afloramiento rocoso de la franja norte del Rif conocido como Monte Ubarrán. En retrospectiva, este enfrentamiento no fue más que la primera escaramuza de una batalla mucho más importante y, desde el punto de vista español, catastrófica, que tuvo lugar un mes más tarde en el cercano pueblo de Annual y sus alrededores. El “desastre de Annual”, como se conoce hoy en día en España, supuso la muerte de al menos 13.000 soldados españoles a manos de sólo 3.000 rifeños. A lo largo de dieciocho días, los combatientes asediaron a unos soldados españoles y tropas nativas mal entrenados, situados en puestos avanzados protegidos con sacos de arena, privándoles de provisiones y agua -algunos soldados llegaron a beber su orina- y reduciéndolos con disparos o armas blancas mientras las tropas españolas se retiraban a toda prisa hacia el enclave español de Melilla. El comandante de campo español, general Manuel Fernández Silvestre, conocido por su imprudencia, pereció en la refriega, posiblemente por suicidio. Sus restos nunca se encontraron.

 

El campamento español de Annual tras su captura por los rifeños, Marruecos, 21 de julio de 1921. Foto12/UIG vía Getty Images

Sin embargo, el rey de Marruecos, Mohamed VI, parece reacio a insistir en el asunto con el gobierno español por temor a que empeoren las tensiones diplomáticas entre ambos países, tensiones relacionadas con otros asuntos bilaterales, como la migración africana y marroquí a los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, en el norte de Marruecos, y el deseo del gobierno marroquí de asegurarse el apoyo de España a su posición en el conflicto del Sahara Occidental. Sin embargo, hay otra razón para la vacilación del monarca, y es una razón más cercana a “palacio”. El significado mismo de la Guerra del Rif y sus implicaciones para la identidad nacional y la construcción del Estado dentro del reino son asuntos controvertidos y profundamente sensibles en Marruecos.