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22/12/2021

MIRIYAM AOURAGH/HAMZA HAMOUCHENE
¿Por qué los relatos occidentales siguen sin entender la Primavera Árabe?

 Miriyam Aouragh y Hamza Hamouchene, Middle East Eye, 20/12/2021
Traducido del inglés por
Sinfo Fernández, Tlaxcala


(El presente artículo es una versión editada de la introducción del dossier The Arab Uprisings: A Decade of Struggles elaborado por el Transnational Institute.)

Las revueltas iniciadas en 2010 fueron algo más que antiautoritarismo y promesas incumplidas, pero los análisis dominantes tienden a limitarse a los temas orientalistas.

 Mural en la calle Mohamed Mahmud, en El Cairo, para conmemorar el aniversario del levantamiento del 25 de enero contra el régimen de Mubarak (AFP)

Los aniversarios tienen un poder simbólico, que puede ser una buena oportunidad para hacer balance de lo ocurrido y reflexionar sobre los aspectos positivos y negativos. También pueden ser momentos dinámicos en los que pensamos en cómo avanzar. 2021 constituye un momento de este tipo, ya que coincide con el X aniversario de la Primavera Árabe.

 

En 2011 una ola de levantamientos se extendió por la región de Oriente Medio y el Norte de África, en lo que se denominó la Primavera Árabe. Las revueltas sacudieron el mundo. En Túnez y Egipto prendieron unas revueltas que resultaron históricas en el norte de África y más allá, ya que la gente aplaudió el derrocamiento de los regímenes dictatoriales de Ben Ali y Mubarak y esperó cambios significativos en sus vidas.

 

Estos levantamientos, como la mayoría de las situaciones revolucionarias, liberaron una enorme energía; una sensación de renovación sin precedentes y un cambio en la conciencia política.

 

Los pueblos de la región están demasiado familiarizados con los estereotipos racistas de la falsedad simplista de que “los árabes y los musulmanes no son aptos para la democracia y son incapaces de gobernarse a sí mismos”. El dominio imperial y colonial sobre la región ha hecho que en algunos sectores se la considere como una entidad homogénea, reducida sistemáticamente a través de tropos negativos.

 

Imágenes orientalistas de conflictos y guerras, dictadores despiadados y poblaciones pasivas, terrorismo y extremismo, ricas reservas de petróleo y extensos desiertos: estas representaciones rígidas del “Otro” son un sello distintivo del tipo de violencia política y geográfica que tan bien articuló Edward Said.

 

Las revueltas echaron por tierra muchos de estos estereotipos y desmontaron numerosos mitos. Los vientos de la revolución que comenzaron a soplar en diciembre de 2010 se extendieron desde Túnez hasta Egipto, Libia, Siria, Yemen, Bahréin, Jordania, Marruecos y Omán. La experiencia emancipadora fue contagiosa, inspirando a gente de todo el mundo: a los activistas de Madrid, Londres y Nueva York, ya se llamaran a sí mismos movimiento Occupy o Indignados, todos estaban orgullosos de “caminar como un egipcio”.

 

Polarización profunda

Aunque en las últimas tres o cuatro décadas se ha intentado deslegitimar el cambio radical a través de la revolución, tras las deficiencias y derrotas de los esfuerzos de descolonización en varias partes del Sur Global, las revoluciones y levantamientos emancipadores van a proseguir.

 

Sin embargo, no podemos negar que lo que comenzó como levantamientos inspiradores contra el autoritarismo y las condiciones socioeconómicas opresivas -exigiendo pan, justicia y dignidad- se transformó en violencia y caos, en una profunda polarización, en una contrarrevolución y en una intervención extranjera. Diversos movimientos populares se vieron enfrentados a fuerzas autoritarias y contrarrevolucionarias arraigadas, empeñadas en reprimirlos. Todos se enfrentaron a la resistencia del Estado, a menudo en conjunción con el capital global y la injerencia extranjera.

 

El golpe militar en Egipto acabó restaurando una forma de dictadura mucho más despiadada y represiva. El brutal descenso a las guerras civiles en Siria, Libia y Yemen, y la serie de medidas represivas en países del Golfo como Bahréin, pusieron de manifiesto la cruel lógica de la guerra por delegación, que tanto recuerda a los esquemas coloniales conocidos en toda la región.

 

L@s tunecin@s conmemoran el aniversario de la Primavera Árabe en Túnez en 2016 (AFP)

Túnez, que parecía ser la excepción a este panorama, se encuentra ahora en una posición frágil. Y la profunda polarización (islamista frente a secularista) impuesta a las masas las ha distraído de las cuestiones socioeconómicas clave que originalmente lanzaron las revueltas.

 

Algunos comentaristas de la corriente principal han argumentado que la Primavera Árabe dio paso a un “invierno islamista”,  con la llegada al poder de fuerzas islamistas en algunos países. Otras voces progresistas han sido menos pesimistas, ofreciendo una perspectiva más matizada históricamente que considera estos acontecimientos como parte de un proceso revolucionario a largo plazo, con altibajos, períodos de radicalización y contrarrevolución.