John Clamp, Maqshosh, 10/6/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
John Clamp es editor de la página web Maqshosh, dedicada a los refugiados
La cultura política en Europa se ha hundido por debajo de la Línea Plimsoll. El Parlamento de Dinamarca, el Folketinget, fue el primero en ratificar la Convención de las Naciones Unidas sobre el Estatuto de los Refugiados y Apátridas. El 3 de junio de este año aprobó otra ley destinada a deslocalizar a los solicitantes de asilo. Incluso los políticos socialdemócratas están controlando su moralidad en la puerta.
Los ministros daneses de “Integración” y Desarrollo Internacional, Mattias Tesfaye y Flemming Møller Mortensen, viajaron a Ruanda en abril y firmaron un “memorando de entendimiento” con protocolos secretos como en la época colonial. Habiendo ya despojado a los refugiados sirios de sus permisos para quedarse, su abdicación de responsabilidad es una política claramente establecida.
La Dinamarca liberal y humana está planeando barrer a sus solicitantes de asilo bajo la alfombra polvorienta de África. Los políticos daneses se ven a sí mismos abriendo valientemente el camino que la Unión Europea debería seguir si quiere evitar futuros FUBAR*, como el aumento de la migración de 2015-2016.
En Europa, los líderes asumen con arrogancia que nunca habrá otra guerra europea; que el problema a largo plazo es la entrada, más que la salida, de refugiados. Ni siquiera pueden recordar la década de 1990.
Al igual que el mantra “No vengáis” de Kamala Harris (un mantra que su escritor de discursos debería haber guardado para el dormitorio), la retórica actual sobre el asilo se puede resumir en un simple imperativo: “Iros al infierno”. El objetivo de la nueva política de Dinamarca, dice el diputado socialdemócrata Rasmus Stoklund, es diseñar un escenario en función del cual “dejen de ir a Dinamarca”. Más tarde reformuló esto en un lenguaje fluido y ambiguo como cambiar “la estructura de incentivos”.
Para los solicitantes de asilo, la “deslocalización” es un infierno. La falta de supervisión y los entornos jurídicos diferenciados abren una miríada de vectores de abuso y corrupción, sin mencionar la depredación y la enfermedad. El ACNUR “se opone firmemente” a cualquier “plan para trasladar por la fuerza a los solicitantes de asilo a otros países y socavar los principios de la protección internacional a los refugiados”.
Los políticos no quieren comprender la realidad de que los futuros flujos migratorios son impredecibles y que los Estados deberían mostrar tanta solidaridad como puedan en un mundo tan reducido como el nuestro. En su pusilanimidad, creen que no pueden vender empatía a los votantes (alerta de spoiler: podrían hacerlo si fueran inteligentes). Deberían ser bien conscientes de que la vieja forma de hacer las cosas ya no está bien. Occidente no puede limitarse simplemente a “deslocalizar” todos sus problemas para siempre. Ya envía la mitad de su basura y todas sus guerras a Estados que no pueden pagar la tarifa de entrada requerida para lograr el respeto básico en la comunidad internacional.
Al final, lo que se ha perdido, junto con los recuerdos personales de la guerra, es la compasión inmanente de los políticos por las masas pobres y apiñadas que se conmemoran en la Estatua de la Libertad del puerto de Nueva York, cuando la guerra europea era una realidad. En el caso de Tesfaye, la arrogancia se siente de forma muy extraña. Su padre era un refugiado etíope.
(*) Nota de la T.:
FUBAR: jerga, siglas en inglés de “fucked up beyond all recognition”, que significaría estar bien jodido, inmerso en situaciones bien jodidas.
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