Mohammad Ayatollahi Tabaar,
Foreign
Affairs, 5/8/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
La República Islámica de Irán es un Estado dividido contra sí mismo. Desde su creación en 1979, se ha definido por la tensión entre el presidente, que encabeza su gobierno electo, y el líder supremo, que dirige las instituciones estatales paralelas que encarnan los ideales islamistas revolucionarios del Irán moderno. El actual líder supremo, Alí Jamenei, fue presidente de 1981 a 1989. Durante su mandato como tal se enfrentó, en cuestiones de política, personal e ideología, con el líder supremo de entonces, Ruhollah Jomeini, el carismático clérigo que había encabezado la Revolución iraní. Tras la muerte de Jomeini, en 1989, Jamenei fue nombrado líder supremo y tuvo que batallar con una larga serie de presidentes más moderados que él.
El
presidente iraní Ebrahim Raisi en Teherán, junio 2021
(Foto:
Majid Asqaaripour/WANA/Reuters)
Según los estándares de la clase política del país, los últimos presidentes de Irán no han sido radicales. Sin embargo, a pesar de sus diferentes visiones del mundo y bases sociales, todos ellos han aplicado políticas nacionales y exteriores que el Estado paralelo ha calificado de seculares, liberales, antirrevolucionarias y subversivas. En todos los casos, Jamenei y el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), que responde directamente ante el líder supremo, actuaron de forma agresiva y a veces brutal para contener y controlar al gobierno electo. Las batallas dejaron a la burocracia gubernamental agotada y paralizada.
Con la elección del nuevo presidente de Irán, esta lucha puede haberse decidido finalmente a favor del Estado paralelo. Ebrahim Raisi, que se hizo con la presidencia en junio en unas elecciones meticulosamente diseñadas, es un fiel funcionario del sistema teocrático de Irán. Durante décadas actuó como fiscal y juez con un perfil bajo, incluidos dos años como jefe del poder judicial de Irán. A lo largo de su carrera, Raisi se hizo famoso por su supuesto papel en la ejecución sumaria de miles de presos políticos y miembros de grupos armados de izquierdas a finales de la década de 1980. Su afán por acabar con cualquier amenaza percibida para el Estado paralelo le hizo ganarse el cariño de Jamenei, y no cabe duda de que, como presidente, una de sus prioridades será reforzar el control del líder supremo sobre los organismos administrativos del gobierno electo.
El contexto en el que Raisi asumió la presidencia también exigirá una ruptura con el pasado. Irán se ha empobrecido a causa del estrangulamiento causado por las sanciones de USA y los estragos de la pandemia de la COVID-19. Las aspiraciones democráticas de la devastada clase media se están desvaneciendo y, en su lugar, está surgiendo un sentimiento colectivo de aislamiento y victimismo. La región circundante sigue siendo amenazante, lo que refuerza a quienes se presentan como guardianes de la seguridad nacional. En medio de toda esta agitación, Irán va a necesitar pronto un nuevo líder; una transición en la que el nuevo presidente está llamado a desempeñar un papel fundamental, y que podría dar lugar a su propio ascenso a la cabeza de la República Islámica.
Estos cambios prometen inaugurar una nueva era en la historia de la República Islámica. La agitación creada por un sistema dividido podría dar paso a un Irán más cohesionado y más asertivo a la hora de intentar moldear la región a su imagen. A medida que muchos de los líderes y movimientos que definieron la política iraní durante las últimas tres décadas se difuminan, una facción de líderes de derechas tiene la oportunidad de remodelar la política y la sociedad iraníes de manera que se amplíe el control del CGRI sobre la economía del país, disminuyan aún más las libertades políticas y se muestre una tolerancia limitada en cuestiones religiosas y sociales. Defenderán el nacionalismo iraní para ampliar su base popular en el país, al tiempo que se apoyarán en las ideologías chiíes y antiusamericanas a fin de proyectar su poder en la región.
Estos cambios podrían también remodelar la relación de Irán con el mundo, y en particular con USA. Con el respaldo de un CGRI seguro de sí mismo y sin miedo al sabotaje interno, el nuevo gobierno no rehuirá enfrentarse a las amenazas existenciales que percibe de USA. Aunque puede transigir en la cuestión nuclear para mitigar las crecientes crisis económicas y medioambientales en el país, el equipo de política exterior entrante dejará de lado las aspiraciones de los anteriores presidentes de un acercamiento a Occidente y, en su lugar, buscará alianzas estratégicas con China y Rusia. Su principal objetivo será Oriente Medio, donde buscará acuerdos bilaterales de seguridad y comercio con sus vecinos y redoblará sus esfuerzos para reforzar su “eje de resistencia”, una extensa red de apoderados en Iraq, Líbano, Siria, Yemen y el resto de la región.
Las relaciones entre USA e Irán serán transaccionales y girarán en torno a preocupaciones de seguridad inmediatas. La tentadora promesa de un acercamiento más amplio ya no encontrará terreno fértil en Teherán. La ventana de oportunidad para un “gran acuerdo” entre los dos países probablemente se ha cerrado.
Nacido en la lucha
El orden político que inauguró Jomeini en 1979 surgió de la lucha. La destitución del sha, el dictador que había gobernado Irán desde 1941, fue un asunto relativamente pacífico, pero la contienda entre los islamistas y sus rivales fue sangrienta y prolongada. Los acólitos de Jomeini lucharon por el poder contra el clero tradicional, los nacionalistas y los marxistas. La toma de la embajada de USA en 1979 por parte de estudiantes leales a Jomeini consolidó el control del poder por parte de los islamistas, al igual que la guerra que Irán libró contra su vecino Iraq entre 1980 y 1988, que contribuyó a la expansión de su fuerza paramilitar, el CGRI, como contrapeso al ejército iraní entrenado anteriormente por USA.
Las fuerzas islamistas vencedoras establecieron instituciones paralelas que denominan colectivamente nezam, o “el sistema”, destinadas a neutralizar cualquier amenaza del Estado laico. Sin embargo, Irán no tardó en encontrar fisuras: entre el líder supremo y el presidente, entre los comandantes del CGRI y el ejército, y entre los juristas religiosos del Consejo de Guardianes (el órgano que tiene poder de veto sobre la legislación) y los miembros del parlamento. Las fisuras se profundizaron tras la muerte de Jomeini, cuando el ala conservadora de los islamistas tomó el relevo y apartó del poder a sus hermanos de izquierdas. La facción gobernante no tardó en dividirse entre el Estado paralelo y el gobierno, encabezados por el nuevo líder supremo y el presidente, respectivamente.
El líder supremo es constitucionalmente el máximo responsable de la toma de decisiones en Irán, pero el presidente y la burocracia gubernamental pueden aprovechar ocasionalmente el sentimiento popular para ganarle la partida. Las elecciones han puesto de relieve cuestiones polarizadoras como los derechos civiles, los códigos de vestimenta obligatorios, la corrupción y las relaciones con USA, estimulando movimientos sociales y protestas que el Estado paralelo no puede ignorar. Las elecciones presidenciales de 1997 dieron lugar a un formidable movimiento reformista cuyas aspiraciones “democrático-religiosas” alteraron incluso el léxico del líder supremo.
Pero en el caso de los últimos presidentes de Irán, los esfuerzos por aprovechar el sentimiento popular para impulsar reformas suelen acabar en frustración y fracaso. Como candidatos, todos los hombres que han ocupado la presidencia de Irán durante las últimas tres décadas -Akbar Hashemi Rafsanyani, Mohammad Jatamí, Mahmud Ahmadineyad y Hassan Rohani- prometieron trazar un rumbo independiente y abrir el país al mundo. Sin embargo, una vez en el cargo, se quedaron inevitablemente cortos, limitados por la activa oposición del líder supremo. Todos estos hombres también comenzaron sus carreras como fervientes leales al Estado paralelo y ayudaron, de hecho, a construir los cimientos de la República Islámica.
Rafsanyani fue quien hizo el primer intento de debilitar el Estado paralelo. Él mismo fue uno de los fundadores del establecimiento teocrático, así como un apoyo decisivo para el nombramiento de Jamenei como líder supremo. Pero como presidente de Irán de 1989 a 1997, Rafsanyani intentó sacar al país de su fase revolucionaria y reconstruir su fracturada economía reforzando los lazos con USA y Europa. Al poco tiempo se vio inmerso en una lucha de poder con Jamenei, ya que intentaba subsumir el CGRI en el ejército o, al menos, reducirlo a una pequeña división de élite. Su objetivo era centralizar la toma de decisiones dentro del gobierno y evitar que los intereses del Estado paralelo determinaran la seguridad nacional.
Jamenei frustró ese plan y rechazó una propuesta de enmienda constitucional que habría permitido que Rafsanyani se presentara para un tercer mandato consecutivo. Pero cuando Rafsanyani dejó su cargo en 1997, no salió de la escena política; la competencia entre él y Jamenei introdujo, en cambio, un elemento de volatilidad en la política electoral iraní que duró un cuarto de siglo.
Jatamí debió su asombrosa victoria electoral de 1997 en parte a Rafsanyani, que utilizó su control sobre la maquinaria política para apoyar al improbable candidato reformista. La plataforma progresista de Jatamí atrajo a los jóvenes descontentos, a las mujeres y a una clase media que había crecido gracias a las reformas económicas de Rafsanyani. Como presidente, Jatamí presidió un breve momento de liberalización: surgieron cientos de nuevos medios de comunicación, y los intelectuales expusieron ideas sobre el pluralismo religioso que amenazaban el monopolio del líder supremo sobre la verdad divina. Jamenei y el CGRI actuaron agresivamente para frustrar la agenda reformista de Jatamí y evitar cualquier acercamiento a USA deteniendo a cientos de periodistas, intelectuales y estudiantes.
Tras esta represión, el Estado paralelo parecía estar a punto de ganar su lucha de poder con el gobierno. Ahmadineyad hizo una campaña populista en las elecciones de 2005 y derrotó a Rafsanyani, al que retrató como símbolo de un sistema corrupto. A lo largo de la presidencia de Ahmadineyad, el CGRI penetró en las instituciones del Estado, aceleró el programa nuclear del país y aprovechó el aislamiento internacional de Irán bajo las sanciones para reforzar sus propias actividades económicas. Cuando millones de iraníes protestaron contra la impugnada reelección de Ahmadineyad en 2009, el CGRI aplastó violentamente las manifestaciones. El Estado paralelo encarceló a muchos líderes reformistas y puso a muchos otros bajo arresto domiciliario. Entre los muertos y detenidos había hijos y familiares de altos cargos conservadores. Por un momento, incluso el Estado paralelo se resquebrajó: Los comandantes del CGRI tuvieron que viajar por todo el país para informar a los miembros de las bases y a otras figuras conservadoras y justificar su uso excesivo de la violencia contra los manifestantes.
Pero incluso Ahmadineyad acabó chocando con Jamenei y el CGRI. En su segundo mandato abandonó su postura antiusamericana en favor de los acercamientos a Washington, y sustituyó su anterior retórica islamista por llamamientos al nacionalismo persa. Acusó al CGRI y a las agencias de inteligencia de introducir y sacar de Irán productos de lujo como cigarrillos y artículos de maquillaje para mujeres (y otros bienes) disfrazados de bienes sensibles. En un esfuerzo por eludir al propio estamento religioso que le había llevado al poder, insinuó que disfrutaba de algún tipo de conexión con el “imán oculto”, una figura mesiánica venerada por los chiíes.
Después de ocho años yendo de verso suelto como presidente, los iraníes empezaron a apoyar a los reformistas que prometían una vuelta a la normalidad. Rafsanyani fue descalificado para presentarse a las elecciones de 2013 por el Consejo de Guardianes, encargado de evaluar si los candidatos guardan lealtad al líder supremo, por lo que recabó el apoyo de su protegido, Rohani, antiguo asesor de seguridad nacional y negociador nuclear de Rafsanyani y Jatamí. Rohani hizo campaña con una ambiciosa plataforma, prometiendo defender a los ciudadanos contra el militarismo del CGRI y el extremismo religioso que restringía la vida cotidiana de los ciudadanos, conseguir la liberación de los líderes reformistas del arresto domiciliario y mejorar la economía resolviendo el estancamiento nuclear. Vinculó el crecimiento económico a las negociaciones nucleares al declarar: “Es bueno tener centrifugadoras funcionando, pero la vida de la gente también tiene que funcionar; nuestras fábricas también tienen que funcionar”.
Con Rafsanyani y los reformistas detrás, Rohani fue elegido presidente en 2013 y reelegido en 2017. Los tecnócratas volvieron a los altos cargos y reanudaron las negociaciones nucleares que habían iniciado una década antes con Jatamí, pero esta vez no solo hablaron con las potencias europeas, sino también directamente con USA. Conversaciones nucleares preliminares entre Irán y USA habían comenzado en secreto en Omán, con la bendición de Jamenei, unos meses antes de la elección de Rohani. Pero el nuevo equipo utilizó su mandato popular para presionar al líder supremo a fin de que se mostrara más flexible en las negociaciones de lo que le hubiera gustado. Después de dos años, los negociadores de Rohani concluyeron un acuerdo con seis potencias mundiales, el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés), que ofrecía a Irán cierto alivio de las sanciones a cambio de que aceptara permitir las inspecciones de sus instalaciones nucleares y limitar su enriquecimiento de uranio, al menos durante un tiempo.
Secretos filtrados
El Estado paralelo contraatacó duramente para amortiguar la euforia con que se recibió el acuerdo nuclear de 2015. Al hacer esto, proporcionó pruebas gráficas de las luchas internas del Estado iraní. En abril de ese año se filtró de forma anónima a los medios de comunicación un archivo de audio de tres horas de duración que formaba parte de una historia oral clasificada encargada por una rama de la oficina del presidente. En él se puede escuchar al ministro de Asuntos Exteriores, Mohammad Javad Zarif, declarando sin tapujos que la política exterior de Irán había estado siempre al servicio del CGRI.
Esta filtración confirma que el gobierno de Rohani consideraba el programa nuclear iraní como un proyecto del CGRI que no era enteramente de interés para el Estado. En la conversación grabada, Zarif dice que les dijo a Jatamí y a Rohani que “un grupo [presumiblemente el CGRI] ha arrojado el país a un pozo, y ese pozo es un pozo nuclear”.
Zarif acusa incluso al CGRI de colaborar con Rusia para sabotear sus esfuerzos diplomáticos sobre la cuestión nuclear. Los rusos temían que un acuerdo de no proliferación pudiera acercar a Irán a USA. Según Zarif, inmediatamente después de que se anunciara el JCPOA, el presidente ruso Vladimir Putin se reunió con Qasem Soleimani, el comandante de la Fuerza Quds del CGRI, para discutir sobre el conflicto sirio. Los misiles y aviones rusos comenzaron entonces a volar intencionadamente por una ruta más larga a través de los cielos iraníes para atacar a las fuerzas que luchaban contra el régimen de Bashar al-Asad en Siria. Zarif da a entender que Putin pretendía encerrar a Irán en una colaboración con Rusia en una batalla regional como vía para mantener el conflicto entre Teherán y Washington.
En el audio filtrado, Zarif dice a gritos que el Estado paralelo pasó los seis meses anteriores a la entrada en vigor del acuerdo nuclear intentando sabotearlo. El lanzamiento de un misil con la inscripción “Israel debe ser aniquilado”, los asuntos con Rusia y los siguientes eventos regionales, como el asalto a la embajada saudí [en Teherán], la incautación de barcos usamericanos, todo ello se hizo para impedir la aplicación del JCPOA”, dice en la cinta.
En los años posteriores a la adopción del JCPOA, Zarif se vio metido en una lucha constante para reparar los daños causados por el CGRI a su cuidadosa diplomacia. Soleimani le contó a Zarif muy poco sobre sus planes. Por ejemplo, en enero de 2016, las sanciones de USA a la aerolínea insignia de Irán, Iran Air, se relajaron como parte del acuerdo nuclear. Pero cinco meses más tarde, Zarif se enteró por el secretario de Estado usamericano, John Kerry, de que Iran Air no sólo había reanudado el uso de vuelos putativamente civiles para canalizar armas a Hizbolá en Siria, la acción que le había valido la sanción en primer lugar, sino que también había multiplicado por seis esos vuelos por orden directa de Soleimani.
Los vuelos pusieron en peligro la envejecida flota de Iran Air y provocaron nuevas sanciones. Zarif resume con furia el punto de vista del CGRI sobre el asunto: si utilizar Iran Air para este fin confería una ventaja del 2% sobre otras alternativas, “aunque costara el 200% a la diplomacia del país, valía la pena utilizarla”. (La aceptación del riesgo y la voluntad de Soleimani de provocar a USA puede haber contribuido a su propia desaparición; a principios de 2020, fue atacado y asesinado en Bagdad por un dron armado usamericano).
Zarif se lamenta de que su popularidad entre los iraníes haya caído del 88% al 60% en los años posteriores a la conclusión del JCPOA. Mientras tanto, la aprobación de Soleimani saltó al 90% gracias a su representación heroica en los medios de comunicación respaldados por el CGRI.
A lo largo de su mandato, Rohani estuvo inmerso en una guerra con el Estado paralelo, al igual que sus predecesores. En la década de 1980, Rohani ayudó a que el CGRI pasara de ser una pequeña organización de voluntarios a convertirse en un ejército de pleno derecho, con fuerzas terrestres, navales y aéreas. Tres décadas más tarde, acusó públicamente al CGRI de injerencia desmedida. En una conferencia sobre la lucha contra la corrupción celebrada en 2014 con los jefes del poder judicial y del parlamento, demostró su frustración por las actividades no militares del CGRI. Sin nombrar explícitamente al CGRI, declaró: “Si se reúnen en un único lugar las armas, el dinero, los periódicos y la propaganda, puede asegurarse que allí habrá corrupción”.
Deus ex machina
Esta conocida lucha entre el gobierno electo de Irán, bajo el mando de Rohani, y sus instituciones estatales paralelas, bajo el mando de Jamenei, podría haber terminado de forma tan poco concluyente como los enfrentamientos anteriores. Pero un impulso desde el exterior -en concreto, la elección de Donald Trump como presidente de USA en 2016- inclinó la balanza decisivamente hacia el Estado paralelo. El gobierno de Rohani había asegurado a los iraníes que sería imposible que USA derogara unilateralmente el acuerdo nuclear, porque era un acuerdo internacional negociado entre seis potencias mundiales y refrendado además por el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero el CGRI hizo una apuesta diferente, ya que no confiaba ni en las promesas de USA ni en los acuerdos internacionales. Nada más ganar Trump la presidencia, las empresas del CGRI hicieron cola en el banco central de Irán, en su Ministerio de Petróleo y en otros organismos estatales para pujar por contratos que permitieran eludir las probables sanciones financieras y energéticas de USA.
Cuando Trump se retiró formalmente del acuerdo en mayo de 2018, estos “especuladores de las sanciones” estaban preparados para hacerse con el sector financiero de Irán. Debido a la reimposición de las sanciones de USA, Irán ahora tenía que depender de la red del CGRI para eludir las redes bancarias internacionales para vender su petróleo y llevar los ingresos de esas venta al país. Según el antiguo director del banco central iraní, Abdolnaser Hemmati, la toma de control de estas transacciones financieras por parte del CGRI se tradujo en el equivalente a una comisión del 20% de cada transferencia realizada por el gobierno. Las políticas de USA habían empoderado muy eficientemente al CGRI para que profundizara su influencia económica.
La administración Trump negó la existencia de divisiones políticas significativas dentro de la República Islámica. Adoptó una política de “máxima presión”, diseñada para reducir las exportaciones de petróleo de Irán a cero y estrangular su economía. Dentro de la Casa Blanca no había acuerdo sobre el final del juego. Mientras que el objetivo de Trump era obligar a Irán a negociar un nuevo acuerdo, su entonces secretario de Estado, Mike Pompeo, y su asesor de seguridad nacional en ese momento, John Bolton, impulsaban el cambio de régimen. Independientemente de su objetivo final, el nuevo enfoque no perdonó ni siquiera a los funcionarios iraníes que se oponían al CGRI desde dentro: la administración Trump sancionó a Zarif en julio de 2019.
La insistencia de la administración Trump en que la élite de Irán era monolítica se convirtió en algo así como una profecía autocumplida: Las acciones de Trump empujaron la política iraní en una dirección aún más extrema. Bajo la amenaza existencial de una política de sanciones draconianas por parte de USA, las divisiones internas disminuyeron. Las políticas de la Casa Blanca ayudaron a forjar un amplio acuerdo entre las élites iraníes de que la única manera de proteger los intereses nacionales del país era fortalecer el régimen, lo que permitió al CGRI presentarse, por primera vez en su existencia, como el campeón del nacionalismo iraní.
El CGRI había estado afirmando durante mucho tiempo que sus avanzados misiles balísticos y su red de apoderados en todo Oriente Medio protegían la integridad territorial de Irán. En 2019, después de que quedara claro que la política de “paciencia estratégica” de Irán para mantener el JCPOA no estaba dando resultados, el CGRI entró en acción para establecer la disuasión contra una mayor presión de USA. Comenzó a realizar ataques descarados, lanzando un ataque sorprendente y preciso con drones contra una instalación de procesamiento de petróleo en Arabia Saudí y derribó un dron usamericano sobre el Golfo Pérsico. En enero de 2020, el CGRI lanzó misiles balísticos contra las fuerzas usamericanas en Iraq en respuesta al asesinato de Soleimani. Estas operaciones también sirvieron para silenciar a los opositores al CGRI dentro del Estado y la sociedad.
Durante décadas, el Estado paralelo había temido que la sociedad iraní se uniera al gobierno electo para dominarlo. El Estado paralelo había actuado, de forma ágil y a menudo violenta, para evitar esa posibilidad. Ahora podía imaginar un nuevo futuro, en el que tanto la sociedad iraní como el gobierno se unieran detrás del Estado paralelo, haciendo del líder supremo y del CGRI los vehículos de sus aspiraciones.
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de Ebrahim Raisi celebran su victoria electoral en Teherán, junio 2021
(Foto: WANA News Agency/Reuters)
Conquistando terreno
Para las elecciones de este año, el panorama político y social de Irán se había transformado. Rafsanyani, que había sido durante décadas una fuerza poderosa en la política de élite, había muerto repentinamente en 2017 de un ataque al corazón. Jatamí sigue prácticamente bajo arresto domiciliario y el gobierno prohíbe a los medios de comunicación iraníes que le mencionen o publiquen su fotografía. Ahmadineyad sigue siendo un crítico abierto: antiguos asesores han descrito en los medios de comunicación iraníes que se imagina a sí mismo como un Boris Yeltsin iraní, destinado a cabalgar las protestas masivas hasta el poder para salvar la nación. Pero la facción de Ahmadineyad se ha visto purgada de todas las instituciones importantes.
El bloque reformista fue el mayor perdedor de la campaña de 2021, durante la cual sus envejecidos dirigentes no lograron presentar un frente unido ni un plan de acción coherente. El movimiento había movilizado en su día suficiente apoyo público para impulsar a Jatamí a la presidencia y formar posteriormente una parte crucial de la coalición que respaldaba a Rohani. Ahora, sin embargo, pareció estar fuera de juego. La tasa de inflación en Irán se disparó hasta el 40% después de que Trump se retirara del JCPOA, y el país se está hundiendo en la pobreza. Según la Organización de Seguridad Social de Irán, la tasa de pobreza absoluta se duplicó en solo dos años, pasando del 15% en 2017 al 30% en 2019. Los esfuerzos de los grupos de estudiantes y las organizaciones de mujeres por organizar protestas contra la represión política y las violaciones de los derechos humanos han disminuido y han sido sustituidos por disturbios violentos improvisados motivados por quejas económicas, escasez de agua y cortes de electricidad. El airado eslogan de los alborotadores –“Reformistas, conservadores, se os ha acabado el tiempo”- indica que ven a los reformistas como cómplices de su miseria.
En el pasado, los reformistas triunfaron en las elecciones polarizando el panorama político. Jatamí se presentó con una plataforma de promoción de la sociedad civil y la democracia, y Rohani prometió la resolución de la cuestión nuclear y la mejora de los vínculos con USA. En Irán, estos temas se consideran una cuestión polémica, y su invocación transformó las campañas de estos candidatos en movimientos sociales, aumentando así la participación de los votantes, especialmente entre las mujeres y los jóvenes. Esa estrategia condenó, en 2017, la primera candidatura de Raisi a la presidencia cuando perdió estrepitosamente frente a Rohani.
Sin embargo, en las elecciones de este año, Jamenei y el CGRI encontraron poca resistencia en su camino para coreografiar la victoria de Raisi. El Consejo de Guardianes descalificó a todos los candidatos que podrían haber animado al electorado, excluyendo no sólo a todos los reformistas y a Ahmadineyad, sino también a Ali Lariyani, un expresidente del parlamento y negociador nuclear relativamente moderado. El único candidato moderado que quedaba en juego era el jefe del banco central de Rohani, Hemmati.
Al final, los partidarios de los reformistas se dividieron en tres bandos: los que boicotearon las elecciones, los que votaron en blanco y los que votaron a Hemmati. La participación fue del 49%, la más baja de la historia de la República Islámica en unas elecciones presidenciales. En Teherán, bastión reformista, sólo participó el 26% de los votantes. Según las cifras oficiales, Raisi obtuvo el 62% de los votos y Hemmati sólo el 8%.
La campaña de la línea dura tuvo éxito no sólo por la represión, sino también por haber robado una página del manual de estrategias de sus oponentes. Raisi tiene una formación casi exclusiva en la judicatura teocrática, pero como candidato presidencial hizo hincapié en la seguridad y la prosperidad más que en la religión y la ideología. Se presentó con una plataforma dedicada a la construcción de un “Irán fuerte”, prometiendo atajar la corrupción del gobierno y neutralizar el efecto de las sanciones replicando la autosuficiencia del CGRI en la industria de la defensa también en ámbitos no militares. Cuando hizo campaña en bazares, fábricas y el mercado de valores de Teherán, los medios de comunicación afiliados al CGRI le mostraron hablando con trabajadores y tecnócratas sobre la reapertura de empresas en quiebra y la reactivación de la economía.
Raisi no sólo se hizo pasar por un tecnócrata centrista, sino que también se apropió del discurso laico de los reformistas. Prometió luchar contra la violencia doméstica y se comprometió a disuadir a la tan despreciada policía de la moral de acosar a los ciudadanos de a pie, animándolos a perseguir la corrupción económica y burocrática. Las imágenes publicadas por su campaña sugieren que entre sus partidarios hay mujeres que no siguen el estricto código de vestimenta oficial.
Otros partidarios de la línea dura han adoptado un tono similar. En un debate entre reformistas y partidarios de la línea dura celebrado en la aplicación de chat Clubhouse durante la campaña, Masud Dehnamaki, un conocido líder de milicias y vigilantes que desde la década de 1990 ha atacado físicamente a intelectuales, estudiantes y gente corriente por su comportamiento “no islámico”, ridiculizó a los reformistas por centrarse en las restricciones sociales. En un momento revelador, dijo que el velo obligatorio ya no era una preocupación seria para el régimen.
Raisi ha dicho también en repetidas ocasiones que aboga por el compromiso con el mundo. Esto representa un cambio significativo respecto al enfoque de confrontación adoptado tradicionalmente por los partidarios de la línea dura. También ha dejado claro que no se opone al acuerdo nuclear como tal, sino a los aspectos específicos del acuerdo que permitieron que USA lo violara con impunidad. El cambio más drástico se ha producido entre los partidarios de la línea dura de Raisi, que se oponían rotundamente al JCPOA hasta unas semanas antes de que comenzara su campaña, pero que desde entonces han dado un giro de 180 grados, prometiendo el cumplimiento del acuerdo. Mojtaba Zonnur, un alto miembro del parlamento, se dirigió en una ocasión a un grupo de conservadores y prendió fuego a una copia del JCPOA después de que Trump se retirara del acuerdo. Tras criticar el JCPOA durante años, ahora respalda la adhesión de Raisi al mismo, siempre y cuando USA cumpla con sus obligaciones.
El Estado paralelo como Estado unitario
En esta ocasión, los que anticipan una repetición del conocido conflicto entre el presidente y el líder supremo pueden verse decepcionados. La inminente transición al próximo líder supremo se cernirá sobre la presidencia de Raisi. Hay poca información sobre la salud del líder de 82 años, salvo una muy publicitada operación de próstata en 2014. Pero se espera que la decisión de sustituir a Jamenei tenga que tomarse durante el mandato del nuevo presidente.
Las fuerzas que han pergeñado la victoria de Raisi están purgando las más altas esferas de la República Islámica para facilitar este proceso de sucesión. Si él mismo no es nombrado sucesor de Jamenei, Raisi desempeñará un papel clave en la determinación de quién lo será. Por tanto, es poco probable que pase su presidencia desafiando al actual ocupante del cargo más alto de la nación.
Raisi es simplemente parte de un proyecto político más amplio que Jamenei está llevando a cabo en sus últimos años. El nuevo presidente puede moderar tácticamente sus posiciones, pero cualquier cambio político real se producirá en estrecha coordinación con el líder supremo. El Estado paralelo está ampliando su base social más allá de los islamistas a los nacionalistas no religiosos, en un intento de cooptar la creciente influencia de quienes desprecian la imposición oficial y selectiva de la ley islámica. Muchas mujeres con velo se han unido a la campaña contra el velo, ya que consideran que el código de vestimenta es divisivo y genera resentimiento hacia ellas en la calle. La apropiación selectiva y reversible por parte de Raisi de las agendas social y de política exterior de los reformistas está diseñada para socavar aún más su capacidad de volver a la escena política en este momento crítico de la historia iraní.
A pesar de su buen comienzo, esta maniobra de alto riesgo podría desmoronarse rápidamente. Raisi y su equipo de jóvenes tecnócratas de derechas tendrán que utilizar el patrocinio del Estado para cooptar a las resentidas élites, en particular la facción de conservadores marginados. También deberán atender las necesidades de la población empobrecida, una parte de la cual apoyó a Raisi por sus promesas económicas.
En política exterior, Raisi intentará dar un giro a las fallidas aspiraciones globalistas de sus predecesores. Los anteriores presidentes llegaron a creer que la mejor manera de forjar un Irán seguro era convertir al país en una parte próspera de la economía mundial. Por el contrario, Raisi cree que solo un Irán fuerte con una influencia regional indiscutible puede disuadir a las fuerzas externas y lograr la prosperidad económica. Por lo tanto, se espera que mejore las capacidades militares del CGRI para contrarrestar la presión de USA. Eso significa reforzar la red de apoderados del Cuerpo en Iraq, Líbano, Yemen y otros lugares, todo ello al servicio de la protección del Estado paralelo original de Irán.
La nueva administración profundizará también los lazos económicos y de seguridad de Irán tanto con China como con Rusia. Putin emitió una de las primeras y más firmes felicitaciones al nuevo presidente, expresando su confianza en que la elección de Raisi conduzca a un “mayor desarrollo de la cooperación bilateral constructiva entre nuestros países”. Teherán firmó también recientemente una asociación comercial y militar de 25 años con Pekín, aplazada inicialmente en 2016 porque Irán esperaba mejorar los lazos con USA y Europa.
Paradójicamente, la eliminación de cualquier posible acercamiento a USA ha aportado coherencia a la política exterior de Irán. Ahora existe un consenso general en todo el espectro político de Irán de que la relación hostil de su país con USA persistirá indefinidamente. En consecuencia, las facciones rivales de Irán ya no están obsesionadas con las ramificaciones internas de la mejora de los vínculos con Washington. Esto significa que ni el éxito del JCPOA ni su fracaso pueden alterar drásticamente el equilibrio de poder interno. Esta nueva dinámica ha reducido la probabilidad de sabotaje interno en caso de que se logre un avance diplomático, pero también ha endurecido la posición negociadora de Irán en las negociaciones en curso.
Raisi necesita un éxito diplomático en el frente nuclear para poder abordar todo un mar de problemas internos. Pero, a diferencia de Rohani, no está apostando su fortuna política en ello. Su equipo de política exterior de línea dura percibe a USA como un país ideológicamente comprometido con la destrucción de la República Islámica. Su hipótesis es que Washington intentará incumplir cualquier acuerdo, ya sea de forma contundente, como hizo Trump, o de forma sutil, como hizo la administración Obama, al no eliminar debidamente las sanciones financieras a Irán. Por lo tanto, las fuerzas políticas que impulsaron a Raisi a la presidencia están preparando medidas de represalia paso a paso en caso de que un JCPOA recuperado se tambalee. También se han comprometido a preservar la infraestructura nuclear de Irán, para mantener la opción de armar el programa rápidamente si el acuerdo se desmorona. Al mismo tiempo, la firma de un nuevo acuerdo nuclear podría crear inadvertidamente una región más inflamable: Teherán teme que esto dé vía libre a USA para perseguir su influencia regional, y a los enemigos de Teherán les preocupa que proporcione a Irán más recursos para reforzar a sus apoderados y su programa de misiles.
El dilema de seguridad
resultante parece dispuesto a intensificar las tensiones entre Irán y USA. Los
dos países ya están inmersos en un conflicto de bajo nivel, pero continuo, en
Iraq, donde las fuerzas usamericanas y las milicias proiraníes se enfrentan
esporádicamente. Aunque Raisi ha mantenido la posibilidad de entablar
conversaciones con las potencias regionales para rebajar las tensiones, el
emergente liderazgo unificado de Irán se ve a sí mismo en una posición en la
que todos salen ganando. Confía en su ejército y sabe desde hace tiempo cómo
sacar provecho de los conflictos y ampliar sus aliados no estatales. Gracias a
la nueva transformación política interna, también puede hacer compromisos
tácticos con sus adversarios sin el riesgo de exacerbar las divisiones
internas. Al iniciarse una nueva era de la República Islámica, Irán y USA van
rumbo a la colisión.
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