Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
El lenguaje es política y la política es poder. Por eso, el mal uso del lenguaje es especialmente inquietante, sobre todo cuando son los inocentes y los vulnerables quienes pagan el precio.
Las guerras en Siria, Libia, Afganistán y otros países de Oriente Medio, Asia y África de los últimos años han dado lugar a una de las mayores catástrofes humanitarias, una tragedia como posiblemente no se haya visto desde la Segunda Guerra Mundial. En lugar de desarrollar una estrategia global unificada que sitúe el bienestar de los refugiados de estos conflictos como una prioridad absoluta, muchos países los han ignorado por completo, los han culpado de su propia miseria y, en ocasiones, los han tratado como si fueran criminales y forajidos.
Un grupo de personas rodea a la “Pequeña Amal”, una marioneta gigante que representa a una niña refugiada siria a su llegada, con una bandera de la Unión Europea, al Consejo de Europa en Estrasburgo, al este de Francia, el 30 de septiembre de 2021, como parte de la iniciativa “La Marcha”. [Foto: Frederick Florin/AFP VÍA Getty Images]
Pero no siempre fue así. Al comienzo de la guerra de Siria, el apoyo a los refugiados sirios se consideraba una llamada moral que era defendida por países de todo el mundo, desde Oriente Medio hasta Europa e incluso más allá. Aunque a menudo la retórica no se correspondía con la acción, ayudar a los refugiados se consideraba, en teoría, una postura política contra el gobierno sirio.
La lección a extraer aquí es que los afganos que huyen de su país devastado por la guerra y ocupado por Estados Unidos eran de poca utilidad política para sus potenciales países de acogida. En cuanto Afganistán cayó en manos de los talibanes y Estados Unidos, junto con sus aliados de la OTAN, se vio obligado a abandonar el país, el lenguaje cambió inmediatamente, porque entonces los refugiados servían para un propósito político.
Por ejemplo, la ministra italiana del Interior, Luciana Lamorgese, fue una de las primeras en defender la necesidad del apoyo europeo a los refugiados afganos. El 8 de octubre dijo en un “Foro de la Unión Europea para la protección de los afganos” que Italia trabajaría con sus aliados para garantizar que los afganos que huyen puedan llegar a Italia a través de terceros países.
La hipocresía puede palparse claramente aquí. Italia, al igual que otros países europeos, ha hecho todo lo posible para impedir que los refugiados lleguen a sus costas. Sus políticas han incluido impedir que los barcos de refugiados varados en el mar Mediterráneo lleguen a las aguas territoriales italianas; ha optado por la financiación y el establecimiento de campos de refugiados en Libia -descritos a menudo como “campos de concentración”- para acoger a los refugiados que son “atrapados” intentando alcanzar Europa; y, por último, ha procesado a trabajadores humanitarios italianos [y de otros países] e incluso a funcionarios electos que se atrevieron a echar una mano a los refugiados.
La última víctima de la campaña de las autoridades italianas para reprimir a los refugiados y solicitantes de asilo ha sido Domenico Lucano, exalcalde de Riace, en la sureña región italiana de Calabria, condenado por el tribunal italiano de Locri a 13 años y dos meses de prisión por “irregularidades en la gestión de los solicitantes de asilo”. El veredicto incluye también una multa de 500.000 euros para que devuelva los fondos recibidos de la UE y del gobierno italiano.
¿Cuáles son esas “irregularidades”?
“Muchos inmigrantes en Riace han obtenido trabajos municipales mientras Lucano era alcalde. Los edificios abandonados de la zona habían sido restaurados con fondos europeos para dar alojamiento a los inmigrantes”, informó Euronews.
La decisión ha gustado especialmente al Partido de la Liga, de extrema derecha. El jefe de la Liga, Matteo Salvini, fue ministro del Interior de Italia entre 2018 y 19. Durante su mandato, muchos le habían culpado correctamente de la escandalosa política antiinmigrantes de Italia. Naturalmente, la noticia de la condena de Lucano fue bien recibida por la Liga y Salvini.
Sin embargo, desde que la nueva ministra del Interior de Italia, Lamorgese, asumió el cargo lo único que ha cambiado ha sido la retórica. Es cierto que el lenguaje antirefugiados es mucho menos populista y ciertamente menos racista; especialmente si se compara con el lenguaje ofensivo de Salvini en el pasado. Pero las políticas poco amistosas hacia los refugiados han seguido vigentes.
A los refugiados desesperados que cruzan a Europa por miles, les importa muy poco si las políticas de Italia las diseña Lamorgese o Salvini. Lo que les importa es su capacidad para llegar a costas más seguras. Lamentablemente, muchos de ellos no lo consiguen.
Un inquietante informe, publicado por la Comisión Europea el 30 de septiembre, mostraba el asombroso impacto de la hostilidad política de Europa hacia los refugiados. Más de 20.000 migrantes han muerto ahogados al intentar cruzar el Mediterráneo en su camino hacia Europa.
“Desde principios de 2021, un total de 1.369 migrantes han muerto en el Mediterráneo”, indicaba también el informe. De hecho, muchos de ellos murieron durante el frenesí internacional promovido por Occidente para “salvar” a los afganos de los talibanes.
Dado que los refugiados afganos representan una parte considerable de los refugiados de todo el mundo, especialmente de los que intentan cruzar a Europa, es seguro asumir que muchos de los que han perecido en el Mediterráneo también eran afganos. Pero, ¿por qué Europa acoge a algunos afganos y deja morir a otros?
El lenguaje político no se acuña al azar. Hay una razón por la que llamamos “refugiados” a los que huyen en busca de seguridad, o bien “inmigrantes ilegales”, “extranjeros ilegales”, “indocumentados”, “disidentes”, etc. De hecho, el último término, “disidentes”, es el más político de todos. En Estados Unidos, por ejemplo, los cubanos que huyen de su país son casi siempre “disidentes” políticos, ya que la propia frase representa una acusación directa al gobierno comunista cubano. Los haitianos, en cambio, no son “disidentes” políticos. Apenas llegan a ser “refugiados”, ya que a menudo se les presenta como “extranjeros ilegales”.
Este tipo de lenguaje se utiliza por los medios de comunicación y por los políticos como algo natural. El mismo refugiado que huye puede cambiar de estatus más de una vez mientras dura su huida. Antes los sirios eran acogidos por miles. Ahora, se les percibe como una carga política para sus países de acogida. Los afganos son valorados o devaluados dependiendo de quién esté al mando del país. Los que huían o escapaban de la ocupación estadounidense rara vez eran bienvenidos; los que escapan del gobierno talibán son percibidos como héroes necesitados de solidaridad.
Sin embargo, mientras nos ocupamos de manipular el lenguaje, hay miles de personas que están varadas en el mar y cientos de miles que languidecen en campos de refugiados [concentración] en todo el mundo. Solo se les acoge si sirven de capital político. De lo contrario, siguen siendo un “problema” al que hay que hacer frente, con violencia si es necesario.
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