Adam Grant, The New York Times, 1/1/2024
Traducido por Tlaxcala
Adam Grant (1981), colaborador de la sección de opinión del New York Times, es psicólogo organizacional en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania. Es autor de «Hidden Potential» y «Think Again», y presentador del podcast de TED «Re: Thinking».
A mediados de octubre, unos días después del ataque a
Israel, una amiga me envió un mensaje de texto de una rabina. Decía que no
podía apartar la vista del horror que mostraban las noticias, pero que se
sentía completamente entumecida. Le costaba mucho sentir que podía ser útil de
alguna manera: «¿Qué puedo hacer?».
Muchas personas se sienten igualmente derrotadas, y
muchas otras están indignadas por la inacción política que se ha producido. Una
colega musulmana me dijo que le horrorizaba ver tanta indiferencia ante las
atrocidades y las vidas inocentes perdidas en Gaza e Israel. ¿Cómo podía
alguien seguir como si nada hubiera pasado?
Una conclusión común es que a la gente simplemente no le
importa. Pero la inacción no siempre es causada por la apatía. También puede
ser producto de la empatía. Más específicamente, puede ser el resultado de lo
que los psicólogos llaman angustia empática: sufrir por los demás mientras se siente incapaz de
ayudar.
Lo sentí intensamente este otoño, cuando la violencia se
intensificó en el extranjero y la ira resonó en todo USA. Me sentí impotente
como maestro, sin saber cómo proteger a mis alumnos de la hostilidad y el odio.
Inútil como psicólogo y escritor, encontrando palabras demasiado vacías para
ofrecer alguna esperanza. Impotente como padre, buscando formas de tranquilizar
a mis hijos y decirles que el mundo es un lugar seguro y que la mayoría de las
personas son buenas. Pronto me encontré evitando por completo las noticias y
cambiando de tema cuando se hablaba de la guerra. Comprender cómo la empatía
puede inmovilizarnos de esa manera es un paso fundamental para ayudar a los
demás y a nosotros mismos.
La angustia empática explica por qué muchas personas se
han desconectado tras estas tragedias. Los pequeños gestos que podrían hacer
parecen un ejercicio inútil. Donar a organizaciones benéficas es como una gota
en el océano. Publicar en las redes sociales es como meter el dedo en un
avispero. Al llegar a la conclusión de que nada de lo que hagan cambiará las
cosas, empiezan a volverse indiferentes.
Los síntomas de la angustia empática se diagnosticaron
originalmente en el ámbito de la salud, en enfermeras y médicos que parecían
volverse insensibles al dolor de sus pacientes. Los primeros investigadores lo denominaron
«fatiga por compasión» y lo describieron como
«el costo del cuidado». La teoría era que ver tanto sufrimiento es una forma de
trauma vicario [indirecto] que nos agota hasta que ya no tenemos suficiente
energía para preocuparnos.
Pero cuando dos neurocientíficas, Olga Klimecki y Tania
Singer, revisaron las pruebas, descubrieron que
«fatiga por compasión» es un nombre poco apropiado. Cuidar no es costoso en sí
mismo. Lo que agota a las personas no es solo presenciar el dolor de los demás,
sino sentirse incapaces de aliviarlo. En momentos de angustia prolongada, la
empatía es una receta para más angustia y, en algunos casos, incluso depresión. Lo que
necesitamos en su lugar es compasión.
Aunque a menudo ambos términos se utilizan indistintamente, la empatía y la compasión no son lo mismo. La empatía absorbe las emociones de los demás como si fueran propias: «Sufro por ti». La compasión centra la acción en sus emociones: «Veo que estás sufriendo y estoy aquí para ayudarte».
Es una gran diferencia. «La empatía es parcial», escribe el
psicólogo Paul Bloom. Es algo que solemos
reservar para nuestro propio grupo y, en ese sentido, puede incluso ser «una poderosa
fuerza para la guerra y las atrocidades».
Otra diferencia es que la empatía nos hace sufrir. Los
neurocientíficos pueden verlo en los escáneres cerebrales. La Dra. Klimecki, la
Dra. Singer y sus colegas entrenaron a personas
para que empatizaran tratando de sentir el dolor de los demás. Cuando los
participantes veían a alguien sufriendo, se activaba una red neuronal que se
iluminaba si ellos mismos sentían dolor. Les dolía. Y cuando las personas no
pueden ayudar, escapan del dolor
retirándose.
Para combatir esto, el equipo de Klimecki y Singer enseñó a sus
participantes a responder con compasión en lugar de empatía, centrándose no en
compartir el dolor de los demás, sino en percibir sus sentimientos y ofrecer
consuelo. Se activaba una red neuronal diferente, asociada con la afiliación y
la conexión social. Por eso, cada vez hay más pruebas que sugieren que la
compasión es más saludable para ti y más amable con los demás que la empatía: cuando ves a otros sufrir, en lugar de
hacerte sentir abrumado y retirarte, la compasión te motiva a acercarte y
ayudar.
En medio de la reciente agitación en los campus
universitarios, recibí un correo electrónico inesperado de una vieja amiga
llamada Sarah. Consciente del impacto que esto tenía en mí y en mis alumnos, me
escribió: «No hay mucho más que decir, solo quería enviarte un fuerte abrazo. Y
recordarte que te quiero mucho a ti y a tu familia». Añadió: «Si alguna vez
necesitas alguien con quien hablar, aquí me tienes». Me alegró mucho saber que
pensaba en nosotros.
La forma más básica de compasión no es aliviar el dolor,
sino reconocerlo. Cuando no podemos hacer que las personas se sientan mejor, aún así podemos
marcar la diferencia haciéndoles sentir que se les ve. Y en mi investigación, he
descubierto que ser útil tiene un beneficio secundario:
es un antídoto contra la sensación de impotencia.
Para averiguar quién necesita tu apoyo después de que
ocurra algo terrible, la psicóloga Susan Silk sugiere imaginar
una diana, con las personas más cercanas al trauma en la diana y las más
afectadas en los anillos exteriores.
Las víctimas de la violencia en Israel y Gaza están en el
anillo central. Sus familiares directos y amigos más cercanos están en el
anillo que los rodea. La comunidad local está en el siguiente anillo, seguida
de personas de otras comunidades que comparten una identidad o afiliación con
ellos. Una vez que hayas determinado dónde perteneces en la diana, busca apoyo de
personas fuera de tu anillo y ofrécelo a las personas más cercanas al centro.
Incluso si las personas no se encuentran personalmente en
la línea de fuego, los ataques dirigidos a miembros de un grupo específico
pueden destruir la
sensación de seguridad de toda una población. Así es como se sienten muchos
musulmanes en respuesta al horrible tiroteo de tres estudiantes palestinos en
Vermont. Así es como se sienten muchos judíos en medio de expresiones viles de
antisemitismo. Y es lo que deja a muchas personas a su alrededor paralizadas
por la angustia empática, sin saber cómo ayudar.
Si notas que alguien en tu vida parece indiferente ante
un tema que te importa, vale la pena considerar qué dolor puede estar
soportando. En lugar de exigirle que haga más, tal vez sea el momento de
mostrarle compasión y ayudarle a encontrar compasión por sí mismo también.
Tu pequeño gesto de amabilidad no pondrá fin a la crisis
en Oriente Medio, pero puede ayudar a otra persona. Y eso puede darte la fuerza
para ayudar más.
Por eso escribo este artículo. No es porque sienta tu
dolor. Es porque veo tu dolor, igual que otros vieron el mío y me tendieron la
mano. Me
ayudó.
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