Dra. Lyna Al Tabal, Rai Al Youm, 1-8-2025
Traducido por Tlaxcala
Francia ha decidido finalmente reconocer al Estado de
Palestina.
En el mes en que caen las hojas y florecen las mentiras a
orillas del Sena, Francia concede por fin un reconocimiento —tímido, tardío,
con siete décadas de retraso...
Y Gran Bretaña, la misma que cedió una tierra que no le
pertenecía, decide a su vez hacer un gesto... Pero la resolución 67/19,
adoptada por 138 países en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2012,
ya había concedido a Palestina el estatus de «Estado observador no miembro», al
igual que el Vaticano. Sobre esta base, Palestina pudo adherirse a
organizaciones y tratados internacionales, como la Corte Penal Internacional o
la UNESCO.
De acuerdo, ustedes, los europeos, son 450 millones. Su
economía pesa 20 billones de dólares. Brilláis en las bolsas, domináis los
mercados... Pero decidme: ¿pueden vuestros gobiernos pesar, aunque sea un kilo
de justicia? ¿Un puñado de dignidad? ¿Un reconocimiento con setenta años de
retraso? ¿Esa es vuestra oferta? ¿A eso llamáis un gesto? No le dais nada a
Palestina. Nada. ¿Es eso todo lo que tenéis para ofrecer? ¿De verdad?
¿Este reconocimiento va a detener un tanque? ¿Va a
calentar la cama fría de una madre asesinada? ¿Va a devolver la vida a un niño?
No.
Sí, Europa ama a Palestina... pero desde lejos. Como se
ama una causa perdida, un mito oriental, un poema de Mahmud Darwish enmarcado
en la pared de un salón parisino.
Y ustedes lo
saben: Israel se tragará este reconocimiento como se traga Cisjordania, a
mordiscos.
Basta de discursos. El mundo no necesita otra
declaración. Solo necesita que dejen de armar al asesino.
Este reconocimiento es una caricatura. Lo que Palestina
necesita es que se ponga fin a esta complicidad. La ONU condena a Israel todos
los días. ¿Qué ha cambiado? Gaza se muere de hambre, sufre genocidio, crímenes,
miseria... Tres colores predominan: el gris de las ruinas, el rojo de la sangre
y el dorado brillante del desastre, el de los mercados que prosperan sobre los
escombros. No hace falta hacer más declaraciones. Guarden sus gestos
«valientes».
Jeffrey Sachs no es un revolucionario. Es un experto, un hombre que simplemente dice la verdad: «Dejen de suministrar armas a Israel y la guerra terminará».
La solución comienza con una palabra: responsabilidad. La
de Israel, pero también la de todos aquellos que lo apoyan. Imponer sanciones
es lo mínimo. ¿Su primer ministro está acusado? Entonces que lo lleven a La
Haya, esposado, y que comiencen los juicios, si es que aún creen en esa
palabra: paz.
La única medida que tiene sentido en esta región: el
desarme de Israel.
Pero, ¿qué puede hacer Europa frente a las grandes
potencias que dictan su ley e imponen su voluntad? La administración Trump ni
siquiera se ha molestado en ocultar su imperialismo: «Haremos lo que queramos,
ustedes no valen nada», ha proclamado.
Todo esto no es más que la consecuencia lógica de una
elección: la del mundo occidental, que ha preferido la unipolaridad a la
justicia.
No perdamos el tiempo hoy culpando a Abu Mazen
(presidente de la [In]Autoridad Palestina)... Es inútil disparar a un carro
fúnebre: la Historia acabará juzgándolo.
Y, por favor, dejad de gritar «¿Dónde están los árabes?»,
esa pregunta ya no tiene sentido. Es una pregunta estúpida.
Los árabes, amigo mío, han desaparecido...
Solo quedamos tú, yo y un puñado de creyentes, de
soñadores, que se pueden contar con los dedos de una mano.
Han desaparecido, como desaparecen las especies antiguas.
Así que no preguntes más dónde están.
Todo esto ha sucedido porque el mundo occidental ha
decidido encaminarse hacia un imperio único, que no se le parece y no lo
respeta. Europa podría haber impedido esta guerra o atenuado su violencia...
¡pero ha preferido enamorarse!
Europa se parece a una anciana, con un sombrero de plumas
de pavo real de colores, que cree que USA la ama... Está cegada por su amor por
USA. Desde finales de los años 90, Europa no ha adoptado una política exterior
independiente, salvo una política de hostilidad hacia Rusia... Rusia es para
ella una pesadilla soviética, cuando debería haber sido un socio comercial,
pero ha decidido ser la amante infeliz de Washington.
Ursula von der Leyen, portavoz oficial del imperio yanqui
en la Comisión Europea, ¡es una mujer ridícula! Saben, por supuesto, que son
los responsables usamericanos quienes dirigen Europa, pero siguen fingiendo
creer que Bruselas es la capital europea.
Sin embargo, saben
que es Washington quien manda...
Y, a pesar de todo, sonríen ondeando con orgullo la
bandera europea.
No hay seguridad para Ucrania, ni para Europa, ni
siquiera para los sueños de sus hijos, en esta aventura yanqui sin sentido a la
que se han sumado y de la que se han convertido en líderes.
Son cómplices de un millón de muertos. Sí, han
participado a sabiendas en esta matanza en Ucrania.
Solo han sembrado la muerte. ¿Y qué ha cambiado? Nada.
Volvamos a la posición usamericana. Trump, fiel a sí
mismo, amenaza: «Estados Unidos entrará en Ucrania para acabar con esto».
Y Putin, también fiel a sí mismo, se echa a reír:
«Déjenlo hablar... Siempre hace lo contrario de lo que dice».
En Palestina, la situación es muy clara, ¡Mike Huckabee
dice que no hay solución posible en Palestina!
USA ha abandonado su política en el Mashreq y se la ha
confiado a Benyamin Netanyahu... Es el lobby israelí el que domina la política usamericana.
¡Es una broma!
En 1996, en pleno apogeo de las conversaciones de paz,
mientras israelíes y palestinos se sentaban en las salas de negociación, se
daban la mano en Madrid, negociaban en Oslo y colocaban las banderas palestinas
junto a las de las Naciones Unidas, y mientras Yasser Arafat modificaba el
pacto con la esperanza de conseguir un Estado, Netanyahu y sus asesores
sionistas usamericanos preparaban un plan para sustituir la solución de dos
Estados por una «solución por la fuerza»: rodear Siria, atacar Irak y asfixiar
a los palestinos. Y golpear cualquier alianza que se formara para apoyar a
Palestina, incluidos Hezbolá y Hamás. A esta solución la llamaron «A Clean
Break » (Una ruptura total), porque habían decidido romper definitivamente e
imponer su realidad.
Sobre la base de este documento, USA ha librado siete
guerras en cinco años. El general Wesley Clark ejecutaba las instrucciones de
la oficina política israelí. Pueden escuchar al general Wesley Clark en
Internet, él habla de este tema. Era el comandante en jefe de la OTAN en
1999... Por cierto, estas son las guerras de Netanyahu: eliminar los restos de
los aliados soviéticos, desmantelar el sistema de cada Estado, de cada alianza
y organización hostil a Israel, y sembrar el caos en la región.
Y cada vez que estallaba una guerra, Netanyahu esbozaba
la misma sonrisa, la de un hombre que enciende un cigarrillo al primer signo de
depresión. Durante treinta años, ha repetido incansablemente su visión: solo
habrá un Estado, Israel.
«Y cualquier voz contraria será aplastada, no por nosotros directamente, sino por nuestros amigos estadounidenses», decía. Esa es, en general, la política de USA en el Mashreq, aún hoy.
Esta política no comenzó con Trump, ni con Biden, y no
fue inventada por Clinton, Bush u Obama. Es el aburrido juego de la política usamericana:
si no estás con nosotros, estás contra nosotros, y si estás contra nosotros,
espera a que tu régimen se derrumbe desde dentro. ¿No es esta la realidad
cotidiana de la política yanqui? Desde la Segunda Guerra Mundial, USA no ha
dejado de intervenir directamente en los asuntos de los demás, bajo el pretexto
de un discurso falaz sobre la democracia. Entre 1945 y 1989, provocaron setenta
cambios de régimen. Acusaron a los soviéticos de querer conquistar el mundo y
luego utilizaron ese pretexto para conquistarlo ellos mismos...
Nuestro destino ya está trazado, escrito en blanco y
negro para los próximos cien años... Pero tenemos la manía de sorprenderlos, de
sabotear sus planes más funestos. Creían que Gaza se rendiría en un mes. Habían
cavado nuestras tumbas, montado tiendas de campaña en el Sinaí y redibujado los
mapas de la región.
¡Qué ilusión tan grotesca! Creían que Gaza no era más que
un detalle molesto que se podría barrer en unas semanas. Pero cada masacre ha
dado lugar a un nuevo misil: del Qasam al Yasin, luego al Badr-3; del Ayyash
250 al R160, hasta el Al-Quds y el Asif al-Ghadab.
¡Qué impotencia! ¿Han olvidado que Gaza desafía incluso
las leyes de la física? Todo lo que se lanza contra ella... acaba rebotando.
Apostaron por la colonización de Cisjordania, y ganaron
esa apuesta.
Creyeron que una victoria militar significaría el fin del
conflicto. Pero Gaza se lo recuerda a cada instante: no es una batalla, es una
existencia.
¿Qué victoria se puede reivindicar cuando la estabilidad
de un ejército depende de una caja de Prozac? Un Estado que solo se mantiene en
pie gracias a los antidepresivos no es un Estado: es un paciente.
No es un consejo, sino una advertencia, fría y clara,
procedente de un enemigo que no os quiere... pero que ni siquiera desea vuestra
muerte. Simplemente les dice: vayan a casa.
Cuanto más amplían las fronteras del Gran Israel, más
corren hacia el muro de la nada.
Porque cuanto más se acercan a ese sueño imperial, más se
vacía de sentido.
Puede que hayan ganado algunas batallas, pero están
desperdiciando lo esencial: el tiempo.
Y la Historia nunca olvida la arrogancia.
Cuanto más se expanden, más vulnerables se vuelven.
Cuanto más avanzan, más se agotan. Miren a Ben Gvir: un ministro de pacotilla,
vociferando como un simple de mente: «¡Enviad bombas, no ayuda a Gaza!».
Él cree que la historia se escribe gritando. Piensa que
los misiles sustituyen a la memoria.
Pero la guerra no solo se gana en el terreno. Se gana —o
se pierde— en los libros, en las conciencias, en el rastro que dejáis.
Y la historia, mis enemigos, no se dicta con un megáfono.
Se recuerda. Y os clasificará —a vosotros, a vuestras bombas, a vuestros
bufones— en el margen rojo de la vergüenza eterna.
Decidme cómo. Decidme, por el amor de Dios, ¿cómo puede
un Estado pretender la victoria cuando ya ha perdido la historia?
Porque un día, pronto, todo el mundo leerá que Israel fue
un Estado fascista, un régimen de apartheid que arrasó ciudades, aniquiló
pueblos, derrocó gobiernos para sobrevivir... y luego se derrumbó, asfixiado
por su propio odio.
Y esa historia no la escribe Tel Aviv. La escribe Gaza.
Gaza la escribe con sus cohetes, con su sangre, con una
voluntad que ni las bombas ni los tanques pueden quebrantar.
La leerán dentro de unos años. Y sus hijos la leerán en
sus libros de texto.
Y ese día, los mirarán... y se avergonzarán.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire