La perle du jour

 « Le public n'est plus dupe des mensonges propagandistes qui résonnent dans les médias. Ces lettres ont été écrites par un petit groupe de radicaux, manipulés par des organisations financées par des fonds étrangers dans le seul but de renverser le gouvernement de droite. Ce n'est pas une vague. Ce n'est pas un mouvement. C'est un petit groupe de retraités bruyant, anarchiste et déconnecté, dont la plupart n'ont pas servi [dans l’armée] depuis des années ». C’est ainsi que Netanyahou a réagi aux pétitions qui se succèdent en rafales, émanant de centaines et de milliers de réservistes de l’armée de l’air, du corps médical militaire, de la marine, demandant au gouvernement d’arrêter de bombarder Gaza pour épargner les Israéliens encore captifs [les fameux « otages », qui sont encore une trentaine en vie plus une trentaine à l'état de cadavres]]. Bibi, qui a 75 ans, n’a pas l’intention, quant à lui de devenir un paisible retraité, ni bruyant ni silencieux. Les pilotes signataires de la première pétition seront rayés des cadres de l’armée génocidaire, ce qui est une bonne chose.

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01/04/2025

WILL TAVLIN
Visualización casual: por qué Netflix se parece a lo que parece

Will Tavlin, n+1, n.° 49, invierno 2025
Traducido por María Piedad OssabaTlaxcala/La Pluma

Will Tavlin (1996) es un autor que vive en Brooklyn, Nueva York. @wtavlin Insta 


 

 


Hasta hace poco, ningún estudio de Hollywood había estrenado dos películas con el mismo nombre al mismo tiempo. En la mayoría de los estudios, una estrategia así sería impensable. El público podría comprar accidentalmente entradas para la película equivocada, y las consecuencias en términos de relaciones públicas serían desastrosas: críticas mordaces de los redactores de revistas especializadas; airadas llamadas de inversores que cuestionan el sentido de los negocios de los estudios; llamadas aún más airadas de agentes que exigen saber por qué se ha saboteado intencionadamente la imagen de sus clientes.

Pero Netflix no es la mayoría de los estudios. El 1° de abril de 2022, la compañía estrenó una comedia de Judd Apatow titulada The Bubble, que tiene lugar en el rodaje de una franquicia de Hollywood sobre dinosaurios que se ve obligada a ponerse en cuarentena en plena pandemia de Covid-19. Cuatro semanas después, Netflix estrenó una película de animación de Tetsurō Araki, director de las populares series de animación japonesas Death Note y Attack on Titan, sobre un mundo postapocalíptico en el que la ley de la gravedad deja de existir. La película de Araki se llamaba Bubble.


Britta Thie, More Atmosphere!, 2021, óleo sobre lienzo. 200 × 150 cm. Foto Moritz Bernoully. Cortesía de la artista.

No hubo confusión en la taquilla, ni críticas mordaces de la prensa, ni llamadas airadas. Los pocos críticos que se tomaron la molestia de escribir sobre él criticaron La burbuja de Apatow, una comedia sin humor que es más aburrida que las franquicias de éxito de las que se burla. Nadie tenía nada que decir sobre La burbuja de Araki, un telefilme que habría sido más adecuado para una franja nocturna en un canal de cable para niños. Como todos los estrenos de Netflix, Bubble y The Bubble desaparecieron tan rápido como aparecieron, convirtiéndose en fichas del extenso mosaico de contenidos de la empresa, destinadas a ser reproducidas automáticamente en portátiles cuyos dueños se habían quedado dormidos.

Durante años, Ted Sarandos, el co-présidente ejecutivo de Netflix que fue pionero en esta estrategia de distribución, fue aclamado por la prensa como un visionario. Incluso después de que el gigante del streaming experimentara dificultades en 2022, registrando una pérdida global de suscriptores por primera vez en diez años, el promotor de podcasts Scott Galloway se apresuró a defender a Sarandos en el New York Times, comparándolo a él y al cofundador de Netflix, Reed Hastings, con «A-Rod y Barry Bonds» [famosos jugadores de béisbol]. Y añadió: «No hay que apostar contra estos tipos». Galloway aparentemente había olvidado que los dos jugadores de béisbol que había nombrado habían dado positivo por productos dopantes en la cima de sus carreras. Por lo tanto, su comparación era más justa de lo que pensaba. Netflix es una empresa esteroide, hinchada por la mentira y el engaño, y que ha violado todas las reglas de Hollywood.

Durante un siglo, la gestión de un estudio de Hollywood fue sencilla. Cuantos más películas veían las personas, más dinero ganaban los estudios. Sin embargo, con Netflix, el público no paga por películas individuales. Paga una suscripción para ver todo, lo que ha permitido que se establezca un fenómeno extraño. Las películas de Netflix no tienen que cumplir con los estándares establecidos a lo largo de la historia del cine: no tienen que ser rentables, hermosas, sexis, inteligentes, divertidas, bien hechas o cualquier cosa que atraiga al público a las salas de cine. Los espectadores de Netflix ven desde casa, en el sofá, en la cama, en el transporte público y en el baño. A menudo, ni siquiera ven.

Durante la última década, Netflix, que surgió como un destructor de tiendas de vídeo, ha desarrollado un poderoso modelo de negocio para conquistar la televisión, antes de extender su extraña y destructiva influencia al cine. Al hacerlo, ha llevado a Hollywood al borde de la insignificancia. Porque Netflix no solo sobrevive cuando nadie mira, sino que prospera.

Según Reed Hastings, la idea de Netflix se le ocurrió en 1997, cuando alquiló un VHS de Apolo 13 en Blockbuster Video. Unas semanas más tarde, descubrió la cinta debajo de una pila de papeles en su comedor. Se había olvidado de devolverla. Cuando la devolvió, Hastings se sorprendió al enterarse de que debía 40 dólares de recargo por retraso. «Me sentí tan estúpido», declaró más tarde sobre la experiencia. «Me dio vergüenza».

Hastings no fue el único. En la década de 1990, Blockbuster era criticado por sus clientes. Como descubrió la periodista Gina Keating en su libro Netflixed en 2012, las propias investigaciones de Blockbuster mostraron que los clientes generalmente tenían que ir a las tiendas cinco fines de semana seguidos para conseguir lo que querían. Las tiendas estaban repletas de películas que nadie quería y los empleados dejaban cajas de VHS vacías en las estanterías, lo que daba la impresión de que el inventario de una tienda era mayor de lo que realmente era. Lo peor eran los recargos por retraso: una devolución tardía a menudo triplicaba el precio de un alquiler en Blockbuster, y una cinta perdida podía costar hasta 200 dólares. El sistema fue muy criticado (los clientes presentaron veintitrés demandas colectivas distintas contra Blockbuster por cargos injustos por retraso), pero era escandalosamente rentable. En el año 2000, en el apogeo de la empresa, Blockbuster recaudó casi 800 millones de dólares en cargos por retraso, lo que equivale al 16 % de sus ingresos anuales. Internamente, los directivos de la empresa describían su modelo de negocio como un modelo de «gestión de la insatisfacción».

El año del incidente del Apolo 13, Hastings vendió su empresa de software Pure Atria a otra empresa de tecnología por más de 700 millones de dólares. Su experiencia en Blockbuster le hizo reflexionar. «¿Había algún otro modelo, se preguntó, para ofrecer el placer de ver películas en tu propia sala de estar sin infligir el dolor de pagar mucho cuando te olvidas de devolverlas?». Hastings y Marc Randolph, director de marketing de productos de Pure Atria, empezaron a pensar en un nuevo tipo de empresa de alquiler de películas. Se habían fijado en el éxito de Amazon en la venta de libros por Internet. ¿Por qué no hacer lo mismo con las películas?

Utilizando dos millones de dólares del dinero personal de Hastings, el dúo comenzó a probar cientos de formas de vender y alquilar DVD por correo. El modelo que Hastings y Randolph finalmente consolidaron, en 1999, era sencillo. Netflix cobraba a sus clientes una suscripción mensual fija para alquilar hasta cuatro películas a la vez. (Esta cifra se redujo rápidamente a tres). Los clientes podían quedarse con los DVD todo el tiempo que quisieran (sin cargos por retraso), pero solo podían alquilar nuevas películas después de devolver las antiguas. Este enfoque ilimitado era más práctico para los clientes que el de Blockbuster. Pero para Hastings y Randolph, la satisfacción del cliente era secundaria. El dúo intentaba resolver un problema logístico.

El catálogo de DVD de Netflix no estaba limitado por el tamaño y el espacio de las estanterías de una tienda física. Mientras que Blockbuster tenía que almacenar catorce copias de un título «grande», como A.I. de Steven Spielberg, en detrimento de otras opciones, Netflix podía almacenar A.I. y Four Times That Night de Mario Bava, así como The Three Musketeers de Richard Lester. Pero incluso con menos limitaciones de espacio, almacenar varios cientos de miles de DVD en el almacén de Netflix era ineficaz. «Reed y yo empezamos a pensar», explicaría más tarde Randolph. «Es una pena que todas estas DVD se queden aquí en un almacén sin servir para nada. Me pregunto si hay alguna forma de almacenarlas en casa de nuestros clientes. ¿Podemos dejarles que guarden los DVD? ¿Pueden guardarlos todo el tiempo que quieran?

Una década antes de que Airbnb convenciera a los propietarios para que convirtieran sus casas en hoteles, Netflix convenció a sus usuarios para que convirtieran las suyas en mini almacenes de Netflix. Los clientes que guardaban sus DVD durante más tiempo reducían los gastos de envío de Netflix, así como la cantidad de DVD que la empresa tenía que gestionar y almacenar. Netflix hizo un seguimiento de los grandes usuarios de su servicio —a los que internamente llamaban «cerdos»— y limitó en secreto sus entregas. No importaba que Netflix alquilara menos DVD que Blockbuster, porque la empresa seguiría cobrando su cuota mensual. La diferencia entre Blockbuster y Netflix era la siguiente: Blockbuster castigaba a sus clientes por su descuido; Netflix los recompensaba por su inconsciencia.

Netflix desarrolló su negocio dirigiéndose a las empresas que los estadounidenses odiaban, y la única empresa que los estadounidenses odiaban más que Blockbuster era su proveedor de cable local. A principios de la década de 1990, los proveedores de cable comenzaron a trabajar con las cadenas de televisión para ampliar los límites de lo que podían extorsionar a sus clientes, basándose en una rica historia de innovaciones destinadas a estafar a los espectadores, como las tarifas de los decodificadores y los contratos anuales imposibles de rescindir. Entre 1995 y 2005, los proveedores duplicaron el número de canales en el paquete de cable medio y aumentaron los precios tres veces más rápido que la inflación. En 2007, el presidente de la FCC [Comisión Federal de Comunicaciones], Kevin Martin [dimitió en 2009 tras una investigación del Congreso sobre sus prácticas poco ortodoxas, en 2018 se convirtió en el principal lobista de Facebook, NdT], escribió en una carta dirigida a grupos de defensa de los derechos que «el abonado medio de cable pagaba más de ochenta y cinco canales que no veía para obtener los dieciséis canales que veía». El paquete de cable medio costaba más de 700 dólares al año.

Hastings siempre había querido llevar a Netflix a la televisión por cable. La productora de cine Mynette Louie lo aprendió por las malas a finales de los 90. Antes de entrar en la industria cinematográfica, Louie trabajaba para una empresa de estudios de mercado especializada en empresas de Internet. Era el apogeo de la burbuja de Internet, y cada semana diferentes directores generales de empresas emergentes venían a la oficina de Louie para presentar sus empresas. Todavía recuerda el día en que Hastings vino a hablar de Netflix. «Dijo: 'No estamos en el negocio de los DVD. El único motivo por el que tenemos estos DVD es para ampliar la base de clientes para lo que queremos hacer al final, que es el streaming», me dijo Louie en una entrevista este año.

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31/03/2025

WILL TAVLIN
Visionnage casual [occasionnel, décontracté, distrait] : pourquoi Netflix a l’air qu’il a

Will Tavlin, n+1, n° 49, hiver 2025
Traduit par Fausto GiudiceTlaxcala

Will Tavlin (1996) est un auteur qui vit à Brooklyn, New York. @wtavlin Insta 


 

 


 

Jusqu’à récemment, aucun studio hollywoodien n’avait jamais sorti deux films portant le même nom en même temps. Dans la plupart des studios, une telle stratégie serait impensable. Le public pourrait accidentellement acheter des billets pour le mauvais film, et les retombées en matière de relations publiques seraient désastreuses : critiques acerbes des rédacteurs de magazines spécialisés ; appels furieux d’investisseurs remettant en question le sens des affaires des studios ; appels encore plus furieux d’agents exigeant de savoir pourquoi l’image de leurs clients était intentionnellement sabotée.

Mais Netflix n’est pas la plupart des studios. Le 1er avril 2022, la société a sorti une comédie de Judd Apatow intitulée The Bubble, qui se déroule sur le tournage d’une franchise hollywoodienne sur des dinosaures qui est contrainte de se mettre en quarantaine en pleine pandémie de Covid-19. Quatre semaines plus tard, Netflix a sorti un film d’animation de Tetsurō Araki, réalisateur des populaires séries d’animation japonaises Death Note et Attack on Titan, sur un monde post-apocalyptique dans lequel la loi de la gravité cesse d’exister. Le film d’Araki s’appelait Bubble.


Britta Thie, More Atmosphere !,  2021, huile sur toile. 200 × 150 cm. Photo Moritz Bernoully. Avec l’aimable autorisation de l’artiste.

Il n’y a pas eu de confusion au box-office, pas de critiques acerbes de la presse, pas d’appels en colère. Les quelques critiques qui ont pris la peine d’écrire à son sujet ont descendu la Bubble d’Apatow, une comédie sans humour qui est plus ennuyeuse que les franchises à succès dont elle se moque. Personne n’avait rien à dire sur Bubble d’Araki, un téléfilm qui aurait mieux convenu à une plage nocturne sur une chaîne câblée pour enfants. Comme tous les films Netflix, Bubble et The Bubble ont disparu aussi vite qu’ils étaient apparus, devenant des tuiles dans la mosaïque tentaculaire de contenus de l’entreprise, destinées à être lues automatiquement sur des ordinateurs portables dont les propriétaires se sont endormis.

Pendant des années, Ted Sarandos, le co-PDG de Netflix qui a été le pionnier de cette stratégie de distribution, a été salué par la presse comme un visionnaire. Même après que le géant du streaming a connu des difficultés en 2022, enregistrant une perte globale d’abonnés pour la première fois en dix ans, le promoteur de podcast Scott Galloway s’est précipité pour défendre Sarandos dans le New York Times, le comparant, ainsi que le cofondateur de Netflix Reed Hastings, à « A-Rod et Barry Bonds » [célèbres joueurs de base-ball]. Il a ajouté : « Il ne faut pas parier contre ces gars-là. » Galloway avait apparemment oublié que les deux joueurs de baseball qu’il avait nommés avaient été contrôlés positifs aux produits dopants au sommet de leur carrière. Ainsi, sa comparaison était plus juste qu’il ne le pensait. Netflix est une entreprise stéroïde, gonflée par le mensonge et la tromperie, et qui a enfreint toutes les règles d’Hollywood.

Pendant un siècle, la gestion d’un studio hollywoodien était simple. Plus les gens regardaient de films, plus les studios gagnaient d’argent. Avec Netflix, cependant, le public ne paie pas pour des films individuels. Il paie un abonnement pour tout regarder, ce qui a permis à un phénomène étrange de s’installer. Les films de Netflix n’ont pas à respecter les normes établies au cours de l’histoire du cinéma : ils n’ont pas à être rentables, beaux, sexy, intelligents, drôles, bien faits, ou tout ce qui attire le public dans les salles de cinéma. Les spectateurs de Netflix regardent depuis chez eux, sur leur canapé, dans leur lit, dans les transports en commun et aux toilettes. Souvent, ils ne regardent même pas.

Au cours de la dernière décennie, Netflix, qui a d’abord émergé comme un destructeur de magasins de vidéo, a développé un modèle commercial puissant pour conquérir la télévision, avant d’étendre son pouvoir étrange et destructeur sur le cinéma. Ce faisant, il a amené Hollywood au bord de l’insignifiance. Parce que Netflix ne se contente pas de survivre quand personne ne regarde, il prospère.

Selon Reed Hastings, l’idée de Netflix lui est venue en 1997, lorsqu’il a loué un VHS sur Apollo 13 chez Blockbuster Video. Quelques semaines plus tard, il a découvert la cassette sous une pile de papiers dans sa salle à manger. Il avait oublié de la rendre. Lorsqu’il l’a rendue, Hastings a été choqué d’apprendre qu’il devait 40 $ de frais de retard. « Je me suis senti tellement stupide », a-t-il déclaré plus tard à propos de cette expérience. « J’étais gêné. »

Hastings n’était pas le seul. Dans les années 1990, Blockbuster était décrié par ses clients. Comme l’a découvert la journaliste Gina Keating dans son livre Netflixed en 2012, les propres recherches de Blockbuster ont montré que les clients devaient généralement se rendre dans les magasins cinq week-ends de suite pour obtenir ce qu’ils voulaient. Les magasins étaient surstockés de films dont personne ne voulait et les employés laissaient des boîtes de VHS vides sur les étagères, donnant l’impression que l’inventaire d’un magasin était plus important qu’il ne l’était en réalité. Le pire, c’étaient les frais de retard : un retour en retard faisait souvent tripler le prix d’une location chez Blockbuster, et une cassette perdue pouvait coûter jusqu’à 200 dollars. Le système était largement décrié - les clients ont intenté vingt-trois recours collectifs distincts contre Blockbuster pour des frais de retard injustes - mais il était scandaleusement rentable. En 2000, lors de l’apogée de l’entreprise, Blockbuster a perçu près de 800 millions de dollars de frais de retard, soit 16 % de son chiffre d’affaires annuel. En interne, les dirigeants de l’entreprise décrivaient son modèle économique comme un modèle de « gestion de l’insatisfaction ».

L’année de l’incident d’Apollo 13, Hastings a vendu son entreprise de logiciels Pure Atria à une autre société de technologie pour plus de 700 millions de dollars. Son expérience chez Blockbuster l’a fait réfléchir. « Y avait-il un autre modèle, s’est-il demandé, pour offrir le plaisir de regarder des films dans son propre salon sans infliger la douleur de payer beaucoup quand on oublie de les rendre ? » Hastings et Marc Randolph, responsable du marketing produit chez Pure Atria, ont commencé à réfléchir à un nouveau type d’entreprise de location de films. Ils avaient remarqué le succès d’Amazon dans la vente de livres sur Internet. Pourquoi ne pas faire de même avec les films ?

Utilisant 2 millions de dollars de l’argent personnel de Hastings, le duo a commencé à tester des centaines de façons de vendre et de louer des DVD par courrier. Le modèle que Hastings et Randolph ont finalement consolidé, en 1999, était simple. Netflix facturait à ses clients un abonnement mensuel fixe pour louer jusqu’à quatre films à la fois. (Ce nombre a rapidement été réduit à trois.) Les clients pouvaient garder les DVD aussi longtemps qu’ils le souhaitaient (plus de frais de retard), mais ne pouvaient louer de nouveaux films qu’après avoir renvoyé les anciens. Cette approche illimitée était plus pratique pour les clients que celle de Blockbuster. Mais pour Hastings et Randolph, la satisfaction du client était secondaire. Le duo essayait de résoudre un problème logistique.

Le catalogue de DVD de Netflix n’était pas limité par la taille et l’espace d’étagère d’un magasin physique. Alors que Blockbuster devait peut-être stocker quatorze exemplaires d’un « grand » titre, comme A.I. de Steven Spielberg, au détriment d’autres options, Netflix pouvait stocker A.I. et Four Times That Night de Mario Bava ainsi que The Three Musketeers de Richard Lester. Mais même avec moins de contraintes d’espace, stocker plusieurs centaines de milliers de DVD dans l’entrepôt de Netflix était inefficace. « Reed et moi avons commencé à réfléchir », expliquera plus tard Randolph. « C’est un peu dommage que tous ces DVD restent ici dans un entrepôt sans servir à rien. Je me demande s’il y a un moyen de les stocker chez nos clients ? Pouvons-nous les laisser garder les DVD ? Peuvent-ils les garder aussi longtemps qu’ils le souhaitent ? »

Une décennie avant qu’Airbnb ne persuade les propriétaires de transformer leurs maisons en hôtels, Netflix a convaincu ses utilisateurs de transformer les leurs en mini entrepôts Netflix. Les clients qui conservaient leurs DVD plus longtemps réduisaient les frais d’expédition de Netflix, ainsi que le nombre de DVD que l’entreprise devait gérer et stocker. Netflix a suivi les gros utilisateurs de son service - en les qualifiant en interne de « porcs » - et a secrètement limité leurs livraisons. Peu importait que Netflix loue moins de DVD que Blockbuster, car l’entreprise continuerait à percevoir ses frais mensuels. La différence entre Blockbuster et Netflix était la suivante : Blockbuster punissait ses clients pour leur étourderie ; Netflix les récompensait pour leur inconscience.

02/05/2023

LESLIE CAMHI
La carrière oubliée et frustrée de Hedy Lamarr comme inventrice en temps de guerre

Leslie Camhi, The New Yorker, 3/12/2017
Traduit par Fausto Giudice, Tlaxcala

La Dre Leslie Camhi est une essayiste et journaliste culturelle new-yorkaise qui écrit pour le New York Times, Vogue et d'autres publications. Elle contribue fréquemment à des monographies d'artistes et à des catalogues de musées. Elle a traduit en anglais le roman de Violaine Huisman, Fugitive parce que reine, sous le titre The Book of Mother, en lice pour l'International Booker Prize 2022. @CamhiLeslie

Hedy Lamarr, légende de l'écran hollywoodien, était née Hedwig Kiesler, fille unique de parents juifs riches et assimilés à Vienne, le 9 novembre 1914. Elle grandit en s'imprégnant de la vie culturelle brillante et de la sophistication décadente de la ville. À dix-huit ans, elle devient célèbre pour avoir crevé l'écran nue et simulant un orgasme - une première au cinéma!- dans le film Extase, de 1933, qui a été condamné par le pape et interdit par Hitler (bien que pour des raisons différentes). Quatre ans plus tard, elle se réfugie à Londres, fuyant à la fois la montée de l'antisémitisme et le premier de ses six mariages, avec un magnat autrichien des munitions allié aux nazis. Là, un agent de cinéma l’emmène dans un hôtel pour rencontrer “un petit homme”, comme elle l'a dit plus tard, Louis B. Mayer, le patron de la Metro Goldwyn Mayer. Peu de temps après, elle débarque d'un paquebot à New York sous les flashs des photographes, avec un nouveau nom et un contrat de studio de cinq cents dollars par semaine. Mais le tournant le plus surprenant de sa vie déjà mouvementée - sa carrière d'inventrice - n'a pas encore commencé.

Dans le documentaire "Bombshell", la réalisatrice Alexandra Dean dresse le portrait d'une femme brillante qui a souffert de la fixation du monde sur son célèbre visage. Photo Bombshell : The Hedy Lamarr Story

Le passe-temps favori de Lamarr consiste à démonter des objets, à bricoler et, une fois la Seconde Guerre mondiale commencée, à imaginer des idées pour aider la cause des Alliés. Travaillant dans son laboratoire à domicile ou dans sa caravane sur le plateau de tournage, elle crée de nouveaux modèles pour rationaliser les avions de son petit ami Howard Hughes. Son invention la plus importante, pour laquelle elle a obtenu un brevet, bien qu'elle n'en ait jamais tiré profit, a été créée en collaboration avec le compositeur d'avant-garde George Antheil, avec qui elle a mis au point une forme codée de communication radio pour guider en toute sécurité les torpilles alliées jusqu'à leur cible. Le “saut de fréquence”, comme elle l'a appelé, est aujourd'hui largement utilisé dans les technologies de communication sans fil, du GPS au Bluetooth et à la Wi-Fi.

La marine usaméricaine n'a pas utilisé l'invention de guerre de Hedy Lamarr pendant la Seconde Guerre mondiale. Le système de communication secret était destiné à empêcher le brouillage du signal entre un navire et une torpille. Photos originales avec l'aimable autorisation de hedylamarr.com et YouTube. Montage de Matt Fratus/Coffee or Die Magazine.


Dans Bombshell : The Hedy Lamarr Story [fr. Hedy Lamarr, star et inventeuse de génie], un nouveau documentaire d'Alexandra Dean, des spécialistes du cinéma et des historiens de la technologie, ainsi que la famille, les amis et les biographes de Hedy Lamarr, dressent le portrait d'une femme brillante anéantie par la fixation du monde sur son célèbre visage. Ce portrait est rendu encore plus net et plus poignant par l'inclusion, par Alexandra Dean, d'enregistrements audio récemment découverts de Hedy Lamarr lorsqu’elle était une septuagénaire recluse, tour à tour accro et charmante. « Je pense qu'Hedy a eu son plus grand pouvoir lorsqu'elle était adolescente - je ne pense pas que l'on puisse battre le pouvoir d'entrer dans une pièce et de voir les gens perdre leur souffle à votre vue », a déclaré Dean lors d'une projection spéciale de “Bombshell” réservée aux femmes, parrainée par le New York Hall of Science et organisée dans les bureaux de Two Sigma, un fonds spéculatif de haute technologie, à Manhattan. « Mais elle ne savait pas quoi faire de ce pouvoir. Et lorsque, enfin, elle a réussi à faire quelque chose d'incroyable pour essayer de changer le monde, elle n'a reçu que peu ou pas de reconnaissance pour cel »". C'est cette frustration, a dit Mme Dean, qui semble trouver le plus d'écho auprès des femmes qu'elle a rencontrées lors des projections dans tout le pays. « Et si notre arc de pouvoir, en tant que femmes, était différent de ce que nous pensons qu'il est ? a-t-elle demandé. Nous devons en parler, pleurer, crier un peu pour changer les choses ».

Lors d'une “réception de réseautage” organisée après la projection, Jeanne M. Sullivan, qui se décrit comme une “capital-risqueuse de longue date”, discutait avec Anna Ewing, l'ancienne directrice de l'information du Nasdaq. Mme Sullivan m'a dit qu'elle s'identifiait à la tendance de Mme Lamarr à disséquer les choses. « Vous savez, ces tests qui disent aux gens comment vous êtes, et vous devez choisir entre démonter une horloge et escalader une montagne ? », m'a-t-elle demandé. « J'ai toujours été du genre à démonter une horloge. Après ce film, j'ai envie de rentrer chez moi ce soir et d'inventer quelque chose ». Daria Shifrina, une élève de terminale de la Stuyvesant High School qui travaille comme “explicatrice” au Hall of Science, et Satbir Multani, une ancienne explicatrice qui dirige aujourd'hui le laboratoire de conception du musée, ont toutes deux déclaré que la lutte de Mme Lamarr pour la reconnaissance leur rappelait leurs propres familles immigrées. Marcia Bueno, née en Équateur et qui supervise aujourd'hui le programme Career Ladder [Échelle de carrière] du musée, est du même avis. Les hauts gradés de l'armée ont ignoré l'invention de Lamarr et ont dit à la star, qui n'était pas encore citoyenne usaméricaine, qu'elle ferait mieux de vendre des obligations de guerre, ce qu'elle a fait. Mais, à un moment de la guerre, le gouvernement usaméricain a saisi son brevet en tant que propriété d'un “étranger ennemi”. « J'ai bien aimé quand elle a dit : j'étais assez américaine pour vendre des obligations de guerre, mais que j'étais une étrangère quand il s'agissait de mon invention ! », constate Bueno.

Plus tard dans la soirée, Dean me parlait d'un nouveau film sur lequel elle travaille et qui retrace l'histoire de six femmes inventrices, dont deux scientifiques qui ont mis au point la technologie révolutionnaire d'édition de gènes CRISPR, lorsqu'une femme plus âgée s'est approchée de nous. Une femme plus âgée s'est approchée de nous : « C'était très douloureux de faire ce film ? » La réalisatrice a répondu par la négative avant de s’éloigner, mais la femme, Bernice Grafstein, âgée de quatre-vingt-huit ans et titulaire de la chaire Vincent et Brooke Astor en neurosciences à la faculté de médecine de Weill Cornell, est restée pour me parler. Sa spécialité, à l'époque où elle menait des recherches révolutionnaires, était la régénération des nerfs. « Lorsque j'ai été la première femme présidente de la Société des neurosciences, dans les années 1980, environ 30 % des membres étaient des femmes », se souvient-elle. « Malheureusement, les chiffres les plus importants se trouvent toujours dans les premiers stades, les post-docs, ils s'amenuisent au fur et à mesure que l'on gravit les échelons ».

Ce que Grafstein a trouvé le plus émouvant dans le film, c'est une situation que tout·e scientifique - et même toute personne créative - rencontre un jour ou l'autre. « Elle avait cette chose, ce brevet, et elle s'est heurtée à un mur », dit Grafstein. « Elle n'arrivait pas à franchir ce mur. Je ne pense pas que ce soit parce qu'elle était une femme. Je pense que c'est parce qu'elle n'avait pas le contexte pour le développer ». Bien qu'on lui demande parfois d'être la mentore de jeunes femmes qui espèrent faire carrière dans les sciences, Mme Grafstein admet qu'elle ne se sent pas tout à fait compétente pour le faire. « Ma carrière a été tellement différente de tout ce qu'elles sont susceptibles de vivre que je ne sais pas quoi leur dire », dit-elle. « J'avais une chose qu’elles n'ont pas, à savoir une grande visibilité. Lorsque j'entrais dans une réunion, j'étais la fille. The Girl. Tout le monde savait qui j'étais, instantanément ». Elle rit. « C'était donc un bon début ».


 
 

 
 

 


Tombe d'honneur au Cimetière central de Vienne (ses cendres ont été dispersées dans les bois de la capitale autrichienne). Un parc Hedy Lamarr avec un musée/café interactif sur le toit d'un grand magasin KaDeWe en construction ouvrira sur la Mariahhilfer-Strasse en novembre 2024

26/09/2022

RAMZY BAROUD
D’Exodus à Marvel : brève histoire de la justification des crimes de guerre israéliens par Hollywood

Ramzy Baroud, Middle East Monitor, 24/9/2022
Traduit par
Fausto Giudice, Tlaxcala

L'introduction d'une agente du Mossad israélien comme personnage du prochain film de Marvel dépasse les bornes, même du point de vue des normes morales médiocres d'Hollywood. Cependant, la super-héroïne israélienne, Sabra, doit être comprise dans le contexte de la progression logique de l'israélisation d'Hollywood, un phénomène étonnamment nouveau.

Sabra est un personnage relativement ancien, datant du comic Marvel The Incredible Hulk en 1980. Le 10 septembre, cependant, il a été annoncé que le personnage israélien serait inclus dans un prochain film de Marvel, Captain America : New World Order.

                                                 La nouvelle Sabra de Marvel...

  ...sera interprétée par l’actrice israélienne Shira Haas (Shtisel, Unorthodox) dans le film prévu pour 2024

Comme on pouvait s’y attendre, de nombreux militants pro-palestiniens aux USA et dans le monde sont furax. C'est une chose d'introduire un personnage israélien ordinaire dans le seul but de normaliser Israël, un État d'apartheid implacable, aux yeux du jeune public impressionnable de Marvel. Mais il est beaucoup plus sinistre de normaliser une agence de renseignement d'État, le Mossad, connue pour ses nombreux assassinats sanglants, sabotages et tortures.

En ajoutant Sabra à son casting de super-héros, Marvel Studios a montré son mépris total pour la campagne massive menée par des millions de fans à travers le monde qui, en 2017, ont protesté contre l'inclusion de l'ancienne soldate israélienne Gal Gadot en tant que Wonder Woman de Marvel. Gadot est une fervente partisane du gouvernement et de l'armée israéliens.

En réponse à cette info, beaucoup de personnes ont souligné à juste titre le parti pris inhérent à Hollywood, à commencer par le film Exodus d'Otto Preminger dans les années 1960, avec Paul Newman comme acteur principal. Le film fournissait une justification pseudo-historique de la colonisation de la Palestine par les sionistes. Depuis, Israël a été élevé, célébré et inclus dans un contexte toujours positif par Hollywood, tandis que les musulmans, les Arabes et les Palestiniens continuent d'être vilipendés.

Bien qu'Israël ait été représenté de manière positive par des cinéastes hollywoodiens, les Israéliens eux-mêmes ont été assez marginaux dans le processus de création de contenu. Jusqu'à récemment, la construction israélienne était principalement fabriquée pour le compte d'Israël, et non par Israël lui-même. « Les choses ont commencé à changer en 1997 », a écrit Brian Schaefer dans Moment Magazine. C'est alors que la division du divertissement de la Fédération de Los Angeles et l'Agence juive ont lancé le projet, la Master Class, qui : « Pendant près de 15 ans... a amené d'innombrables acteurs, réalisateurs, producteurs, agents, gestionnaires et cadres supérieurs des studios et des réseaux en Israël, en introduisant beaucoup d'entre eux dans le pays pour la première fois, et a enseigné aux Israéliens comment présenter leurs projets. »

L'endoctrinement des acteurs et cinéastes usaméricains à travers ces visites et l'introduction de nombreux acteurs et cinéastes israéliens à Hollywood ont donné des dividendes, conduisant à un changement majeur dans le récit sur Israël. Au lieu de simplement communiquer Israël à des publics usaméricains et internationaux en utilisant des références à la victimisation historique, à l'association positive ou même à l'humour, les Israéliens ont commencé à faire valoir leur cause directement à Hollywood. Et, à la différence du caractère bordélique des messages passés – bon Israël, méchants Arabes – les nouveaux messages sont beaucoup plus sophistiqués, adaptés autour d'idées spécifiques et conçus en pleine conscience de la politique de chaque époque.

Le film de Steven Spielberg Munich (2005) est sorti dans le contexte culturel de l'invasion usaméricaine de l'Irak dans le cadre de la soi-disant « guerre contre le terrorisme » de Washington, où les droits humains ont été violés à l'échelle mondiale. Munich était un récit "historique" sélectif des choix soi-disant difficiles qu'Israël, à savoir le Mossad, devait faire pour mener sa propre “guerre contre le terrorisme”. C'était l'époque où Tel-Aviv soulignait inlassablement son affinité avec Washington, maintenant que les deux pays étaient prétendument victimes des « extrémistes islamiques ».

À la différence de Munich, la populaire série télévisée Homeland n'était pas seulement un argumentaire pro-israélien qui justifiait les guerres et la violence israéliennes. La série elle-même, l'une des émissions islamophobes les plus racistes à la télévision, était entièrement calquée sur la série israélienne HaTufim. L'écrivain et réalisateur de la série israélienne, Gideon Raff, a été intégré dans la version usaméricaine, servant de producteur exécutif.

Le changement de propriétaire du récit peut sembler superficiel – car la propagande pro-israélienne d'Hollywood est remplacée par la propagande israélienne organique. Néanmoins, cela n’est pas le cas.

L'agenda pro-israélien du passé – la romantisation qui a suivi la création d'Israël en 1948 – n'a pas duré longtemps. La défaite des armées arabes par Israël en 1967 – grâce au soutien militaire massif des USA à Tel-Aviv – a remplacé l'image d'Israël naissant et vulnérable par celle de l'armée israélienne courageuse, capable de vaincre plusieurs armées ennemies à la fois. C'est alors que les soldats israéliens ont visité les collèges et les écoles usaméricaines, parlant de leur héroïsme sur le champ de bataille. L'invasion israélienne du Liban et les massacres qui ont suivi, comme ceux de Sabra et de Shatila, ont forcé à repenser les choses.

Tout au long des années 1980 et 1990, Israël a largement existé à Hollywood comme un exutoire comique, à partir de spectacles comme Friends, Frasier et, plus récemment, The Big Bang Theory. Les références à Israël sont souvent suivies de rires – un moyen intelligent et efficace de lier Israël à des associations positives et heureuses.

La « guerre contre le terrorisme », à partir de 2001, associée à la création du projet Master Class, a permis à Israël de revenir dans l'univers hollywoodien, non pas comme une référence occasionnelle, mais comme un élément de base, avec des séries israéliennes ou des productions conjointes USA-Israël, définissant un tout nouveau genre : celui des choix difficiles à faire pour lutter contre le terrorisme et finalement sauver le monde.

L'exploitation des femmes israéliennes sur les couvertures de magazines, par exemple, Maxim, était un tout autre business louche, visant un public différent. Les filles à moitié nues de l'armée israélienne ont réussi, dans l'esprit de beaucoup, à justifier la guerre par des images sexuelles. Ce genre est devenu particulièrement populaire après les guerres sanglantes d'Israël contre Gaza, qui ont fait des milliers de morts.

L'influence croissante d'Israël sur les films Marvel est une combinaison de tous ces éléments : la sexualisation de la femme soi-disant forte et autonomisée, la normalisation de ceux qui commettent des crimes israéliens – Gadot, la soldate, Sabra, l'agente du Mossad – et l'injection directe des priorités israéliennes dans la réalité usaméricaine quotidienne.

Il y a un côté positif à cela. Pendant des décennies, Israël s'est caché derrière de fausses notions historiques romantisées, faisant valoir son point de vue auprès des USaméricains et d'autres publics occidentaux, souvent indirectement. Les guerres à Gaza, la croissance exponentielle du mouvement palestinien de boycott et la prolifération des médias sociaux ont cependant forcé Israël à se cacher.

Le nouvel Israël hollywoodien est maintenant un guerrier, souvent contraint de faire des choix moraux difficiles, mais il est, comme son homologue usaméricain, en fin de compte une force pour le bien. La capacité d'Israël à maintenir cette image dépendra de plusieurs facteurs, notamment de la capacité des communautés propalestiniennes à contrer cette supercherie et cette hasbara [propagande, NdT].