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01/05/2024

REINALDO SPITALETTA
Primero de mayo y los Mártires de Chicago

Reinaldo Spitaletta, 30-4-2024

Cada primero de mayo en el orbe, excepto en unos contados países, como Estados Unidos, revive el universal grito de “¡proletarios del mundo, uníos!”, como parte de una conmemoración de enconadas gestas de los trabajadores. Tras la revolución industrial, cuando emergió una clase social como la de los obreros, se presentaron luchas por la dignidad y, en especial, por la conquista de jornadas racionales de trabajo, que en el siglo XIX, en Europa y EE.UU., parecía una dictadura patronal de nueva esclavitud.

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Se oyen de estos estados pompas y maravillas. Se dice que un albañil gana tres pesos al día, sin contar con que apenas trabaja seis meses al año (…). Se dice por los filósofos amables, y por los caballeros que saben griego y latín, que no hay obrero mejor vestido y calzado que el americano, y que esta es Jauja, y que hacen muy mal en enojarse, en vez de estar agradecidos a su eximia fortuna.

¡Ah! Así como los jueces debieran vivir un mes como penados en los presidios y cárceles para conocer las causas reales y hondas del crimen y dictar sentencias justas, así los que deseen hablar con juicio sobre la condición de los obreros deben apearse a ellos, y conocer de cerca su miseria.

José Martí, La Nación, Buenos Aires, febrero de 1887

El Primero de Mayo, como fiesta ecuménica del proletariado, también se recuerda, como lo advirtió hace tiempos José Martí, que los derechos no se mendigan, no se piden. Se arrebatan. Se conquistan. Y esto es lo que fue acaeciendo en diversas faenas, muchas de ellas sangrientas y con acentuada represión oficial, por llegar a tener turnos laborales de ocho horas, frente hasta las dieciocho que se venían dando, como un modo de descarada explotación de la mano de obra, en los países que desarrollaban el sistema capitalista.

El ascenso de las contiendas obreras en Europa y en especial en Estados Unidos alcanzó una de sus máximas cotas en mayo de 1886, cuando en Chicago, se organizaron masivas manifestaciones y movimientos huelguísticos, que son reprimidos por la policía, y, a su vez, para debilitarlos, los dueños de fábricas se valían de esquiroles. Desde antes, en el país del norte, se venían presentando alzamientos y huelgas en distintas ciudades, como Nueva York, Boston, Baltimore, Detroit y otras. Pero es en el año mencionado cuando los ánimos obreros se sublevaron y hubo contra ellos una feroz respuesta oficial y de los patronos.

En las demostraciones de protesta de los trabajadores se agitaba la consigna del Manifiesto Comunista, de Marx y Engels: “Proletarios del mundo entero, ¡uníos! No tenéis nada que perder, excepto vuestras cadenas. ¡Y tenéis todo que ganar!”, tal como lo recuerda Howard Zinn, en su libro La otra historia de los Estados Unidos. En la primavera de 1886 ya había crecido el fervoroso movimiento en favor de la jornada de ocho horas (que hacía parte de la lucha por los tres ochos: ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho para la educación), y se exhortaba a las huelgas nacionales en los lugares donde se negara esta reivindicación.

El 1 de mayo de 1886, cerca de 400.000 trabajadores iniciaron una huelga en Chicago, con movilizaciones multitudinarias que se prolongaron durante los días siguientes. La represión era brutal. El 4 de mayo, en la plaza Haymarket, estalló una bomba, la policía respondió, hubo decenas de muertos, heridos, detenidos. Se apresaron varios líderes anarquistas, como una manera de escarmentar a los demás trabajadores e intimidarlos. Adolph Fischer, Augusto Spies, Albert Parsons, George Engel, Louis Lingg, Michael Schwab, Samuel Fielden y Oscar Neebe, fueron los señalados. En un juicio amañado, a los cuatro primeros se les condenó a muerte. Los ahorcaron al año siguiente.

A los otros se les sentenció a prisión perpetua. Lingg prefirió suicidarse con un taco de dinamita en la boca antes que “padecer la justicia del sistema”. Todos ellos son conocidos en la historia como los Mártires de Chicago, y en su honor, en 1889, en París, en la Conferencia Internacional de Trabajadores, se decidió conmemorar el primero de mayo como el Día de la Clase Obrera y de los Trabajadores, en memoria de los sacrificados en las lides por la conquista de las ocho horas.

El Primero de Mayo, también denominado el día más luminoso del mundo, es una conmemoración universal de las luchas de los trabajadores, una posibilidad para ahondar en la historia de aquellas disputas en las que, además, murieron centenares de obreros aquí y allá, en heroicas faenas reivindicativas por el establecimiento legal de las ocho horas de trabajo.

En Colombia hubo de pasar un tiempo para el ejercicio de esta conmemoración. Las empresas, aliadas con la Iglesia y con la complacencia oficial, realizaban misas campales, paseos, bazares y otras maniobras distractoras para borrar o desviar la memoria, mantener la explotación y evitar cualquier intento organizativo de sus obreros. Se recuerda que en 1919, y a propósito del ascenso de las luchas de distintos trabajadores, como los ferroviarios, los del río Magdalena y otros, se aprobó en el país el derecho a huelga, que lo estrenaron, meses después, las cuatrocientas señoritas de la Fábrica de Tejidos de Bello, dirigidas por Betsabé Espinal.

En Colombia, y como un influjo paradigmático de las batallas obreras en Europa y EE. UU. por los tres ochos, estallaron movimientos de reivindicación proletaria, como la mencionada “huelga de señoritas”, y alzamientos sindicales posteriores, que conquistaron derechos, los cuales, con la injerencia de Washington, el neoliberalismo, reformas antiobreras, las líneas trazadas por organismos como el FMI, el Banco Mundial y otros, se han venido desmontando.

Los Mártires de Chicago, en cuya memoria se realiza la fiesta universal de los trabajadores, reviven cada primero de mayo. Y la utopía sigue vigente: “proletarios de todos los países, uníos”.