Davide Gallo Lassere, euronomade.info, 31-3-2023
Traducido por Fausto Giudice, Tlaxcala
Davide Gallo Lassere (1985) es un filósofo italiano que se doctoró en
Nanterre y Turín con una tesis sobre “Dinero y capitalismo. De Marx a las
monedas del común” en 2015. Es profesor de Política Internacional y responsable
de admisiones en el Instituto de la Universidad de Londres en París. Publicaciones.
FB Nosotros también vimos primero el
desarrollo capitalista y luego las luchas obreras. Esto es un error. Debemos
invertir el problema, cambiar el signo, partir del principio: y el principio es
la lucha de la clase obrera.
Mario Tronti
Desde el siglo XIX, el
internacionalismo ha sido uno de los pilares fundamentales de los movimientos
revolucionarios, ya fueran antiesclavistas, obreros, anticoloniales u otros. El
internacionalismo, como ampliación del campo de lucha más allá del
Estado-nación, es una de las tres características principales de los
movimientos comunistas, junto con la abolición de la propiedad privada y el
desmantelamiento de la forma-Estado.
Londres, 1864: fundación de la primera Internacional
Sin embargo, si se considera la
amplitud y la importancia de la historia de los movimientos inter o
transnacionales (según se desarrollen entre o más allá de las fronteras
nacionales), sorprende la riqueza del material empírico e historiográfico
frente a una cierta pobreza en la teorización [1]. De hecho, se podría afirmar que
el internacionalismo, como fenómeno histórico y político, está fundamentalmente
infrateorizado. Cabe preguntarse hasta qué punto es posible desarrollar, si no
una filosofía política, al menos una teoría social y política del
internacionalismo. O, a la inversa, ¿podemos ir más allá e imaginar que existe
una ontología y una epistemología específicas de los movimientos inter y/o
transnacionales? Y entonces, más allá de las designaciones acostumbradas, ¿qué
apelativo o apelativos son más apropiados: internacionalismo o transnacionalismo?
¿internacionalismo subnacional o transnacional (Van der Linden, 2010)? ¿Local o
global (Antentas, 2015)? ¿Fuerte o débil (Antentas, 2022)? ¿Material o
simbólico? ¿Revolucionario o burocrático? ¿Comunista o liberal? ¿obrero?
¿Feminista? ¿Antirracista? ¿Ecologista? ¿El internacionalismo es un medio o un
fin en sí mismo? Y, por supuesto, la lista podría continuar [2]...
París, 14 de julio de 1889: fundación de la segunda Internacional
Sin embargo, lo que es muy
significativo, hoy más que nunca -en un momento de gran crisis económica y
social, cuando soplan de nuevo vientos de guerra entre las potencias mundiales,
en un mundo pospandémico y sobrecalentado-, es el hecho de que la cuestión
estratégica del internacionalismo vuelva al primer plano en el seno de los
movimientos sociales y políticos: hay una conciencia creciente de que no se
pueden derrotar estas fuerzas hostiles luchando en orden disperso, cada uno por
su lado, confinados en el perímetro de nuestros Estados-nación, o permaneciendo
anclados en los territorios, promulgando exclusivamente prácticas
micropolíticas. Tenemos que ser capaces de intervenir al mismo nivel que estos
procesos, que son por definición globales y planetarios. Para ello, debemos ser
capaces de desarrollar razonamientos y prácticas que estén a la altura de los
retos que plantean la geopolítica, los mecanismos de gobernanza, el mercado
global, el cambio climático, etc. Pero en la historia de los movimientos
radicales y revolucionarios, tales razonamientos y prácticas reciben el nombre
de internacionalismo y, en menor medida, de cosmopolítica [3].
Por eso hoy parece más importante
que nunca replantearse el internacionalismo. La buena noticia es que no
partimos de cero. De hecho, la década de 2010 se ha visto salpicada por el
estallido de numerosos levantamientos y revueltas contra las consecuencias
radicalmente antisociales y antidemocráticas de las distintas crisis
(económica, política, sanitaria, climática, etc.). La mala noticia es que la
década actual y las venideras están y estarán cada vez más perturbadas por la
intensificación de los enfrentamientos geopolíticos y la profundización de las
tendencias hacia la catástrofe ecológica. Los futuros ciclos de lucha surgirán
en un mundo cada vez más perturbado por claras contradicciones y antagonismos.
Y se verán obligados a operar en este contexto cambiado. Lo que sigue, por
tanto, no son más que nueve simples tesis, elaboradas a partir de algunas
experiencias francesas y europeas, con el objetivo de poner de relieve lo que
podrían considerarse los puntos fuertes y débiles de los movimientos globales
de la década de 2010. Pretenden ser a la vez una pequeña y parcial contribución
al debate político inmanente a estos movimientos, pero también un intento
preliminar y no exhaustivo de enmarcar la cuestión del internacionalismo de una
manera original, para releer a contraluz los doscientos años de historia de las
luchas inter o transnacionales, desde las resonancias globales de 1789 hasta el
ciclo altermundialista, pasando por las fechas simbólicas de 1848, 1917 y 1968 [4].
Moscú, 1919: fundación de la tercera Internacional
Tesis 1. Ontología I: Fábrica terrestre
Las luchas sociales y políticas
están en el centro de la transición al Antropoceno. Como motores del desarrollo
capitalista, son cruciales para comprender los procesos que definen las
múltiples crisis ecológicas contemporáneas. Dicho de otro modo: la explosión de
emisiones de CO2 a la atmósfera y la progresiva destrucción de la naturaleza
están íntimamente ligadas a las luchas de clase y anticoloniales; son un “efecto
colateral” de la respuesta capitalista a los impasses inducidos por las
prácticas de resistencia y contrasujeción de los subalternos. El calentamiento
global, por ejemplo, es el resultado de los antagonismos entre grupos humanos
y, como tal, alimenta aún más las tensiones sociales, económicas y políticas.
Esta es la idea básica de parte de la historiografía ecomarxista, su
diagnóstico del presente y sus perspectivas de ruptura futura. El cambio de
temperatura en la Tierra -provocado principalmente por el uso capitalista de
combustibles fósiles- es un producto impuro de los conflictos sociopolíticos
pasados y presentes. Tanto si se adopta una visión sincrónica y global como si
se centra la atención en la Inglaterra (pre)victoriana, sigue estando claro que
la lucha de clases ocupa un lugar central. De hecho, desde mediados del siglo
XIX y en todo el mundo, la adopción de los combustibles fósiles como fuente de
energía primaria de la acumulación de capital se ha impuesto por la fuerza como
reacción al rechazo del trabajo y a la apropiación de la tierra por parte de
los trabajadores y los colonizados; es la pugnacidad de los explotados lo que
llevó al capital y a los gobiernos a introducir primero el carbón y luego el
petróleo y el gas. Como muestran admirablemente Andreas Malm (2016) y Timothy
Mitchell (2013), el paso del carbón al vapor hacia 1830 y del carbón al
petróleo hacia 1920 se entienden mejor como proyectos políticos que responden a
intereses de clase que como necesidades económicas inherentes a las duras leyes
del mercado.
Lo que quizá estos estudiosos no
destaquen lo suficiente es el hecho de que las medidas puestas en marcha por
las clases dominantes para domar el conflicto han conllevado no sólo cambios
socioenergéticos, mutaciones tecnoorganizativas y reconfiguraciones
geoespaciales, sino también una socialización más consistente de las fuerzas
productivas y una integración cada vez mayor de la naturaleza en las mallas del
capital. De este modo, la Tierra -y no sólo la sociedad- se ha convertido cada
vez más en una especie de fábrica gigante. Hoy en día, una cantidad cada vez
mayor de relaciones sociales y naturales están directa o indirectamente
subyugadas al capital. Desde la educación y la salud de la fuerza de trabajo
hasta las innumerables externalidades positivas que proporcionan gratuitamente
el medio ambiente, las plantas y los animales, hoy en día casi nada escapa a la
lógica del beneficio. Y el dominio de la producción social sobre la
reproducción natural está alterando los equilibrios de los ecosistemas hasta el
punto de amenazar las condiciones mismas de la supervivencia de las especies.
En consecuencia, el propio internacionalismo requiere una revisión radical. Si,
en efecto, la globalización del comercio y de la producción ha constituido la
base material del internacionalismo abolicionista y obrero, y si la dimensión
global del imperialismo ha representado el escenario geopolítico del
internacionalismo anticolonial, los efectos planetarios de las crisis
ecológicas configuran a la Tierra entera como el teatro de los nuevos
enfrentamientos en curso. Este cambio de paradigma, sin embargo, no implica
simplemente una ampliación de la escala y una complejización del marco de
referencia, sino que conlleva una verdadera revolución en nuestros hábitos de
pensamiento y acción.
He aquí, pues, la primera tesis
socio-ontológica a través de la cual puede elaborarse un internacionalismo
adecuado a los retos que plantea el Antropoceno: dentro de la fábrica terrestre
-resultado a su vez de anteriores ciclos globales de luchas- no sólo hay grupos
opuestos de seres humanos que luchan entre sí, sino también seres no humanos y
seres no vivos que participan plenamente en la tragedia histórica en curso. De
hecho, la destrucción de ecosistemas, entornos, naturalezas, etc. en una parte
del mundo produce cada vez más bucles de retroalimentación impredecibles con
efectos catastróficos en regiones completamente distintas. Y los entornos y
entidades perturbados por la huella humana son cada vez menos meros fondos
inertes; su irrupción violenta en la escena política, como en el caso de la
pandemia del Covid-19, suele polarizar aún más los antagonismos, sin abrir
necesariamente escenarios halagüeños.
París, 1938: fundación de la cuarta Internacional
Tesis 2. Epistemología:
Composición socioecológica
La inclusión del otro-que-humano no
sólo en el tablero político, sino como tablero político da la vuelta a la
tortilla, y no por poco. Entre otras cosas, esta convulsión general tiene una
gran importancia para la vieja cuestión de la clase, su composición y
organización. Según una “corriente caliente” del marxismo que va desde los
escritos histórico-políticos de Marx hasta el operaísmo italiano, no hay clase
sin lucha de clases. Este supuesto atribuye una primacía ontológica a la
subjetivación política sobre las determinaciones socioeconómicas. Mario Tronti
(2013) ha relatado esta epopeya antagónica, cuyos protagonistas -trabajadores y
capital- encarnan los personajes míticos de una filosofía de la historia que
culmina en la sociedad sin clases. Si la fe en un futuro radiante ya no parece
apropiada, este enfoque relacional, dinámico y conflictivo de la realidad de
clase sigue siendo válido hoy en día. Contrariamente a cualquier visión
sociologizante y/o economicista, los operaístas nunca se han contentado con
meras descripciones empíricas destinadas a diseccionar la ubicación objetiva de
los sujetos en las estructuras sociales. Para ellos, el paso del proletariado a
la clase obrera no se produjo automáticamente sobre la base de una simple
concentración masiva de trabajadores en el seno de las grandes fábricas del
siglo XIX. Al contrario, fue el resultado de un salto totalmente político-organizativo
y autoconsciente. Para reconocer y explicar este cambio cualitativo, los operaístas
forjaron el concepto de composición de clase, que aclara las diferencias
materiales y subjetivas que caracterizan a la fuerza de trabajo y que deben
tenerse en cuenta en la cuestión de la organización.
La composición de clase, en
efecto, es la herramienta analítica y política que permitió, primero, a través
de las indagaciones obreras, distinguir diferentes subjetividades dentro de la
clase obrera (el obrero profesional, el obrero-masa) y, después, ampliar la
pertenencia a esta categoría a subjetividades que iban más allá de la forma
salarial clásicamente entendida (el ama de casa, el trabajador precario, etc.).
De este modo, el concepto de clase dejó de ser una especie de paspartú político
y discursivo para convertirse en un verdadero campo de batalla, atravesado por
intereses materiales y perspectivas políticas no siempre conciliables. Si una
actualización de la analítica de la composición de clase parece hoy más
indispensable que nunca para comprender la multiplicación de las relaciones
laborales y su interpenetración con las opresiones de género y raciales, ya no
puede limitarse a los procesos de explotación y resistencia interhumanos. En
los años siguientes, académicos y activistas fueron más allá de los análisis
tradicionales de la composición técnica y política (relaciones de los
trabajadores con las máquinas y las técnicas, y procesos de subjetivación
política), y empezaron a hablar de composición social y espacial, para integrar
las esferas de la reproducción social y la pertenencia territorial en la matriz
composicionista. Esta innovación fue importante para pensar formas de
solidaridad transnacional entre quienes viven y se oponen a lógicas de
dominación de distinto tipo y a gran distancia un@s de otr@s. Hoy, sin embargo,
es necesario ir un paso más allá. En efecto, como han ilustrado tan eficazmente
Léna Balaud y Antoine Chopot (2021) a través de una enorme variedad de casos, no
somos los únicos que practicamos la política de las revueltas terrestres.
Por consiguiente, del mismo modo que el capital ha aprendido progresivamente a
valorizar en términos monetarios no sólo la fuerza de trabajo, sino también las
relaciones sociales más allá del lugar de trabajo y una miríada de elementos de
la naturaleza humana y extrahumana, del mismo modo debemos aprender a valorizar
políticamente no sólo nuestras singularidades colectivas, sino también la
activación de poderes desprovistos de intencionalidad y cuya movilización no
siempre produce efectos emancipadores.
Esto nos lleva a la segunda
tesis: a partir de ahora, cualquier internacionalismo coherente y eficaz debe
presentarse necesariamente como una cosmopolítica, basada en una comprensión
ampliada de la agencia política o, como dice Paul Guillibert (2021), del
“proletariado vivo”. Esta ruptura fundamental implica no sólo anclar la
política a la ecología y la terrenalidad, sino también reconocer el núcleo
híbrido de cualquier coalición, mucho más allá de lo que la interseccionalidad
de las luchas ha sido capaz de concebir y practicar, con su articulación y
sincronización de las interdependencias de clase, género y raza. En
consecuencia, la subjetividad y la identidad de los colectivos implicados
tendrán que permitirse una remodelación de raíz, ya que cualquier alianza de
este tipo implica un replanteamiento drástico del antropocentrismo que ha
caracterizado la política internacionalista y la cosmovisión histórico-natural
de muchos movimientos sociales hasta la fecha. Tal es el enigma a resolver de
la composición de clase socioecológica.
Tesis 3. Geopolítica: (Crítica de los) dualismos
En el siglo XX, la lucha de
clases se elevó al nivel de un enfrentamiento geopolítico: primero con la
transformación soviética en 1917 de la guerra mundial interimperialista en una
guerra civil revolucionaria, después con las intervenciones occidental y japonesa
en 1918 en la guerra civil rusa, y finalmente con la fundación en 1919 de la
Tercera Internacional, o Internacional Comunista. Esta situación de guerra de
clases global, a pesar de numerosos retrocesos y puntos de inflexión,
cristalizó en la Guerra Fría, con la consolidación de las dos macrozonas en
pugna y el posterior intento del movimiento de los no alineados de escapar a
esta rígida bipartición del planeta. La configuración actual es en muchos
aspectos drásticamente diferente, especialmente en lo que respecta a los temas
del dualismo y la catástrofe. En efecto, con la perspectiva de una guerra
nuclear siempre presente, la segunda mitad del siglo XX supuso la división del
mundo en dos campos geopolíticos y la asignación de continentes y naciones a uno
u otro. En cambio, el desorden mundial surgido tras el 11-S y el fin de la
llamada pax americana ya no enfrenta a un bloque dirigido por los
capitalistas liberales con otro alternativo, bajo cuya égida se supone que
florecen fuerzas radical-progresistas o incluso revolucionarias. Por el
momento, cuanto más nos adentramos en el Antropoceno, menos vemos en el
horizonte grandes espacios capaces de catalizar procesos emancipatorios
a gran escala. Treinta y cinco años después de la caída del Telón de Acero, el
mundo se ha vuelto ciertamente menos unipolar, pero el lento declive de la
hegemonía occidental ha ido de la mano de un escenario geopolítico cada vez más
inestable, caótico y peligroso, en el que los pretendientes a una redefinición
de las estructuras de poder se muestran cada vez más asertivos. De hecho, el
parón en el desarme va ahora acompañado de una loca pugna por los preciados
recursos y salidas comerciales, así como por el poder blando y duro,
oscureciendo las perspectivas de transición hacia un modelo socioeconómico
ecológicamente sostenible en el que las relaciones geopolíticas de poder estén
más equilibradas.
La exacerbación de las tensiones
interimperialistas en un mundo cada vez más multipolar, lejos de apoyar la
formación de movimientos de resistencia/alternativos, puede no sólo reforzar
las tensiones autoritarias de los capitalismos occidentales, sino acentuar aún
más las tendencias belicosas y militaristas destinadas a redibujar las líneas
de fractura geopolíticas de principios del siglo XXI. En semejante coyuntura
mundial, es evidente que la (antigua) superpotencia usamericana y sus aliados
ya no detentan el monopolio de la iniciativa a través de sus ejércitos
militares (OTAN) y financieros (FMI): China y Rusia, así como numerosos otros
países y actores no estatales, se sustraen cada vez más a los dictados
occidentales, alimentando tendencias centrífugas que no conducirán
necesariamente a una mejora de las condiciones de vida de las clases
subalternas o de la habitabilidad del planeta. Por el contrario, los
antagonismos geopolíticos en curso incitan cada vez a más Estados y empresas a
la apropiación desenfrenada de materias primas y combustibles fósiles, al cruce
de fronteras y a la invasión de espacios dentro y fuera de sus fronteras nacionales.
Desde este punto de vista, no sólo las fronteras del capital y de la soberanía
de los Estados se han alejado de la estrecha relación que mantenían durante la
era moderna, sino que las repercusiones negativas de tales operaciones
extractivas ya no afectan, como en el imperialismo tradicional, principalmente
a las poblaciones locales, sino que tienen un impacto inmediato a escala
planetaria. De hecho, las guerras actuales, incluso más que las del pasado,
manifiestan una dimensión geoecológica, de la que las luchas antimineras de los
pueblos indígenas constituyen a menudo el frente más avanzado. Aunque en su
secular historia anticolonial no se han representado a sí mismas como
ecológicas en sí mismas, adquieren un nuevo significado precisamente a la luz del
calentamiento global.
Tercera tesis, por tanto: hoy el
internacionalismo, en su dimensión constitutivamente antiimperialista, no puede
sino teñirse de verde, puesto que en el Antropoceno la invasión de espacios y
territorios ya no tiene lugar sólo manu militari, con medios anfibios y
aéreos, sino que se realiza de forma mucho más insidiosa, ramificada y
persistente a través de la contaminación de suelos, mares y cielos y de la
devastación multiescalar de los equilibrios ecosistémicos. Este marco requiere al
menos dos aclaraciones: 1. el abandono definitivo de la vieja lógica campista
según la cual el enemigo de mi enemigo es mi amigo; de hecho, tenemos múltiples
enemigos en guerra entre nosotros, dentro y fuera de las fronteras de los
Estados-nación en los que vivimos y más allá de sus respectivas esferas de
influencia geopolítica; 2. la necesidad de vincular las luchas territoriales
contra el extractivismo, dondequiera que tengan lugar (América del Norte o del
Sur, China o Rusia, Europa u Oceanía, África u Oriente Medio), a las de los
migrantes climáticos y por la justicia medioambiental y climática. Pero esta
triangulación virtuosa sólo puede realizarse a escala transnacional, mucho más
allá de las fronteras de la llamada Nueva Guerra Fría.
29
países africanos y asiáticos independientes y observadores de varios
movimientos de liberación de las colonias participaron en la Conferencia de Bandung
(Indonesia) en 1955. En la foto el Mufti de Palestina Hay Amin Al Husaini con el
Primer ministro chino Chu en Lai, que acababa de salir indemne del primer
atentado aéreo de la historia.
Tesis 4. Geografía: composición
espacial y circulación transnacional