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26/01/2024

ÁLVARO ENRIGUE
El descubrimiento de Europa por los nativos americanos
Reseña del libro “On Savage Shores”, de Caroline Dodds Pennock

Álvaro Enrigue (Guadalajara, Jalisco, 1969) es un escritor y profesor mexicano. Vive en Nueva York y enseña en la Universidad de Hofstra. Es autor de cinco novelas, tres colecciones de cuentos y un ensayo. Bibliografía


Un nuevo libro examina la vida de los cientos de miles de nativos americanos que fueron traídos a Europa o viajaron por ella en el siglo XVI, una historia que se sitúa en el corazón del inicio de la globalización.



Libro reseñado
On Savage Shores: How Indigenous Americans Discovered Europe (En costas salvajes: cómo los nativos americanos descubrieron Europa)
de Caroline Dodds Pennock
Weidenfeld & Nicolson (UK)
Knopf (USA)
302 p.
Tapa dura £16.82
Rústica £10.11


El pueblito “brasileño” de Ruán, extracto del libro festivo titulado “Esta es la deducción del suntuoso orden de agradables espectáculos y magníficos teatros erigidos y exhibidos por los ciudadanos de Rouen, ciudad metropolitana del país de Normandía; A su sagrada maestad el Rey muy cristiano de Francia, Enrique segundo, su sobrano señor, y a la muy ilustre Dama, señora Catalina de Médicis, La Reina su esposa [...]”. Fuente : INHA

En 1560, Paquiquineo, un joven kiskiack o paspahegh de la región de la bahía de Chesapeake [noreste de los actuales USA, NdT], fue invitado a bordo de un barco español que exploraba la costa de Norteamérica. El capitán del barco pensó que Paquiquineo, hijo de un jefe, sería útil a las fuerzas españolas cuando decidieran conquistar la región, así que lo secuestró y se lo llevó a Madrid. Paquiquineo aprendió rápidamente el idioma y demostró ser un político astuto. Cuando se entrevistó con el rey Felipe II, le explicó que no quería mediar con España ni adoptar su religión.

Para la Corona española, la realeza era la realeza, independientemente del origen étnico. Felipe respetó los deseos de Paquiquineo y, en 1562, ordenó que un barco con destino a Nueva España -actual México- lo llevara a bordo, en el entendimiento de que el pasajero sería conducido a lo que hoy es la costa atlántica media de USA en caso de que un barco se dirigiera al norte.

Tras llegar a Ciudad de México, Paquiquineo cayó gravemente enfermo y pidió ser bautizado, por si acaso. Se le dio el nombre cristiano de Luis de Velasco en honor del virrey de Nueva España. Como aristócrata, tenía derecho al título de “don”, que utilizó durante varios años.

Paquiquineo convaleció en el monasterio dominico. Tras su recuperación, fray Pedro de Feria, el disputado superior de la orden en Nueva España, decidió retenerlo allí más o menos a la fuerza, con la esperanza de obtener una ventaja sobre los franciscanos, ya que ambos grupos de frailes se disputaban el control religioso de las tierras no conquistadas del norte (el conflicto entre ambas órdenes se prolongó durante cuatro años, hasta que el rey Felipe lo resolvió confiando a los jesuitas la autoridad espiritual sobre la patria de Paquiquineo).

Durante su larga estancia en Ciudad de México (la antigua Tenochtitlan), Paquiquineo aprendió náhuatl, la lengua de los mexicas, nombre correcto del pueblo conocido posteriormente como aztecas, y adquirió conocimientos suficientes para comprender los tumultuosos tiempos políticos que atravesaba la ciudad. En 1521, tras su rendición, el emperador Cuauhtémoc había aceptado una capitulación -de la que no se conserva copia- por la que los mexicas quedarían exentos de impuestos si permanecían en Tenochtitlan, si la administración imperial seguía funcionando y si se construía allí una ciudad española, en lugar de disolver la capital derrotada, como era costumbre en Mesoamérica. En la década de 1560, la Corona española rompió el pacto, desencadenando una rebelión que se saldó con la brutal represión de la población local y el castigo de sus líderes. Paquiquineo vio todo esto y tomó nota en silencio.

Tras pasar cuatro años en Cuba, Paquiquineo fue enviado en misión jesuita a Virginia en 1570 como traductor oficial. Se estableció pacíficamente una ciudad española cerca de lo que hoy es el río James. Tras la partida de los barcos que transportaban a los misioneros, Paquiquineo encabezó una rebelión en la que murieron todos los europeos menos uno y la ciudad fue arrasada. Cuando Felipe II se enteró de la noticia, canceló todas las exploraciones futuras de lo que hoy es la costa este USA. Si incluso el converso católico Don Luis de Velasco podía actuar de forma tan traicionera y brutal, significaba que una ocupación exitosa costaría demasiadas vidas españolas.

La medievalista española Carmen Benito-Vessels ha descrito la historia de Paquiquineo -recientemente relatada en Fifth Sun: A New History of the Aztecs (2019), de Camilla Townsend- como la de un personaje histórico que busca desesperadamente un novelista. Tiene razón, e incluso se podría argumentar que si los primeros presidentes de Estados Unidos no fueron católicos hispanohablantes fue, en gran medida, porque los británicos acabaron beneficiándose del pensamiento estratégico y el valiente comportamiento de Paquiquineo.

En On Savage Shores: How Indigenous Americans Discovered Europe (En costas salvajes: cómo los nativos americanos descubrieron Europa), la historiadora inglesa Caroline Dodds Pennock no se detiene en los relatos existentes sobre la vida de Paquiquineo, quizá porque ya es conocido por quienes están familiarizados con la historia de Norteamérica a principios de la Edad Moderna. Sin embargo, lo sigue hasta los archivos españoles, donde encuentra listas de sus gastos durante su estancia en la corte de Madrid: ropa fina europea, cortes de pelo, entradas para el teatro e incluso limosnas para los pobres (como se le consideraba diplomático, tenía obligaciones sociales). Según el Tratado de Tordesillas de 1494, era súbdito del Rey de España, y las nuevas leyes de 1542 le colocaron bajo la protección directa del Rey -aunque ciertamente él no lo sabía cuando fue capturado-, por lo que fue la Corona española la que pagó todas sus facturas.

Leyendo el libro de Dodds Pennock, descubrimos que la experiencia de Paquiquineo no es única. Su caso es bien conocido porque dejó huellas en los archivos, pero cientos de miles de otros indígenas viajaron a Europa durante el siglo XVI. Sus vidas y aportaciones son esenciales para entender los inicios de la globalización, que, para bien o para mal, contribuyó a crear el mundo moderno.

La inmensa mayoría de los nativos americanos en Europa habían sido llevados allá como esclavos. Aunque las nuevas leyes establecían inequívocamente que los “naturales”, como se llamaba a las personas procedentes de América, no podían ser esclavizados, Dodds Pennock consideró creíble la estimación de que sólo en España había 650.000 esclavos americanos. Muchos de estos cautivos murieron en la servidumbre, pero algunos emprendieron acciones legales y obtuvieron no sólo su libertad, sino también billetes de vuelta y una compensación por el trabajo realizado contra su voluntad.

Otros fueron a Europa como abogados, artistas o esposos y se establecieron en las cortes reales, religiosas y legales. Representantes de naciones indígenas cruzaron el Atlántico con frailes como Bartolomé de las Casas, que estuvo a su lado para denunciar los abusos cometidos por los europeos durante la ocupación de tierras indígenas. Muchos ayudaron a negociar el proceso de colonización y a defender a sus comunidades ante los tribunales. Especialistas culturales vinieron a enseñar a los europeos: mientras que puede ser intuitivo plantar un tomate y hacer una salsa con él, es menos obvio hacer chocolate con las habas de cacao. Hombres y mujeres -acróbatas, músicos, adiestradores de animales- han hecho alarde de sus espectaculares habilidades y se han quedado en Europa simplemente porque nadie les llevó a casa una vez terminada la gira. Se casaron, tuvieron hijos y fueron enterrados en cementerios donde aún no se les conmemora como primeros agentes de la globalización.

Durante unos quinientos años, hemos estudiado los intercambios culturales y comerciales del Atlántico como una tubería a través de la cual Europa enviaba personas a América y América enviaba mercancías de vuelta. En el exhaustivo estudio de Dodds Pennock, esta idea, como tantas otras sobre este periodo, se revela como una fantasía eurocéntrica. Debemos invertir nuestra concepción del encuentro para considerar que las migraciones y los vínculos transatlánticos, escribe, “no sólo se extienden hacia oeste, sino que también se originan allí”.

Los pueblos nativos de América crearon sus propios espacios, primero en las cortes europeas, luego en las cocinas, comedores, salones, calles y reservas genéticas de los países en los que desembarcaron. En las ciudades extremeñas de España vivían miembros de la familia real inca, y en las ciudades de la costa atlántica de Francia y Portugal había barrios enteros de brasileños. Además de adaptarse al cambio, estos emigrantes también modificaron los lugares que los acogieron, aunque la recepción de los recién llegados fuera, entonces como ahora, reticente, cuando no abiertamente hostil. Los europeos colonizaron brutalmente América, pero a cambio el imaginario europeo fue colonizado, primero con exposiciones itinerantes de las maravillas americanas y luego con la convivencia real con los cuerpos americanos.

 La “alegre entrada” de Enrique II y Catalina de Médicis en Ruán el 1° de octubre de 1550. A la izquierda, el pueblito de los indios Tupinambá. Miniatura, escuela francesa, siglo XVI. Biblioteca municipal de Ruán. Foto Josse / Leemage / AFP

 Detalle del poblado indio en la miniatura

En 1550, en la ciudad portuaria de Ruán (Francia), se organizó un gigantesco espectáculo en honor de la “alegre entrada” -la visita- de la pareja real formada por Enrique II y Catalina de Médicis. Entre los espectáculos presentados para el disfrute de los monarcas mientras navegaban por el Sena había simulacros de batallas navales, duelos de gladiadores, representaciones de acontecimientos célebres de la historia de Francia y una representación de la vida tal y como se imaginaba en lo que hoy es la bahía de Río de Janeiro, con cincuenta hombres, mujeres y niños tupinambá desnudos que habían sido traídos por la fuerza en la ciudad, así como 250 marineros franceses que habían visitado Brasil y representaban el papel de nativos.

Los organizadores de estas fiestas construyeron una réplica de una aldea tupinambá -que no se parecía en nada a la real- y pintaron de rojo los troncos de los árboles para asemejarlos al palo brasil, la primera mercancía enviada a Europa desde la región. También soltaron loros, titíes y monos para añadir sonido al espectáculo, que culminó con el ataque e incendio de una aldea enemiga, pero no, como muchos espectadores probablemente habían imaginado o esperado, con un festín de carne humana.