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03/08/2025

ADAM GRANT
¿Esa sensación de entumecimiento que sientes? Hay una palabra para describirla


Adam Grant, The New York Times, 1/1/2024
Traducido por Tlaxcala


Ilustración: Cari Vander Yacht

Adam Grant (1981), colaborador de la sección de opinión del New York Times, es psicólogo organizacional en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania. Es autor de «Hidden Potential» y «Think Again», y presentador del podcast de TED «Re: Thinking».

A mediados de octubre, unos días después del ataque a Israel, una amiga me envió un mensaje de texto de una rabina. Decía que no podía apartar la vista del horror que mostraban las noticias, pero que se sentía completamente entumecida. Le costaba mucho sentir que podía ser útil de alguna manera: «¿Qué puedo hacer?».

Muchas personas se sienten igualmente derrotadas, y muchas otras están indignadas por la inacción política que se ha producido. Una colega musulmana me dijo que le horrorizaba ver tanta indiferencia ante las atrocidades y las vidas inocentes perdidas en Gaza e Israel. ¿Cómo podía alguien seguir como si nada hubiera pasado?

Una conclusión común es que a la gente simplemente no le importa. Pero la inacción no siempre es causada por la apatía. También puede ser producto de la empatía. Más específicamente, puede ser el resultado de lo que los psicólogos llaman angustia empática: sufrir por los demás mientras se siente incapaz de ayudar.

Lo sentí intensamente este otoño, cuando la violencia se intensificó en el extranjero y la ira resonó en todo USA. Me sentí impotente como maestro, sin saber cómo proteger a mis alumnos de la hostilidad y el odio. Inútil como psicólogo y escritor, encontrando palabras demasiado vacías para ofrecer alguna esperanza. Impotente como padre, buscando formas de tranquilizar a mis hijos y decirles que el mundo es un lugar seguro y que la mayoría de las personas son buenas. Pronto me encontré evitando por completo las noticias y cambiando de tema cuando se hablaba de la guerra. Comprender cómo la empatía puede inmovilizarnos de esa manera es un paso fundamental para ayudar a los demás y a nosotros mismos.

La angustia empática explica por qué muchas personas se han desconectado tras estas tragedias. Los pequeños gestos que podrían hacer parecen un ejercicio inútil. Donar a organizaciones benéficas es como una gota en el océano. Publicar en las redes sociales es como meter el dedo en un avispero. Al llegar a la conclusión de que nada de lo que hagan cambiará las cosas, empiezan a volverse indiferentes.

Los síntomas de la angustia empática se diagnosticaron originalmente en el ámbito de la salud, en enfermeras y médicos que parecían volverse insensibles al dolor de sus pacientes. Los primeros investigadores lo denominaron «fatiga por compasión» y lo describieron como «el costo del cuidado». La teoría era que ver tanto sufrimiento es una forma de trauma vicario [indirecto] que nos agota hasta que ya no tenemos suficiente energía para preocuparnos.

Pero cuando dos neurocientíficas, Olga Klimecki y Tania Singer, revisaron las pruebas, descubrieron que «fatiga por compasión» es un nombre poco apropiado. Cuidar no es costoso en sí mismo. Lo que agota a las personas no es solo presenciar el dolor de los demás, sino sentirse incapaces de aliviarlo. En momentos de angustia prolongada, la empatía es una receta para más angustia y, en algunos casos, incluso depresión. Lo que necesitamos en su lugar es compasión.

Aunque a menudo ambos  términos se utilizan indistintamente, la empatía y la compasión no son lo mismo. La empatía absorbe las emociones de los demás como si fueran propias: «Sufro por ti». La compasión centra la acción en sus emociones: «Veo que estás sufriendo y estoy aquí para ayudarte».

Es una gran diferencia. «La empatía es parcial», escribe el psicólogo Paul Bloom. Es algo que solemos reservar para nuestro propio grupo y, en ese sentido, puede incluso ser «una poderosa fuerza para la guerra y las atrocidades».

Otra diferencia es que la empatía nos hace sufrir. Los neurocientíficos pueden verlo en los escáneres cerebrales. La Dra. Klimecki, la Dra. Singer y sus colegas entrenaron a personas para que empatizaran tratando de sentir el dolor de los demás. Cuando los participantes veían a alguien sufriendo, se activaba una red neuronal que se iluminaba si ellos mismos sentían dolor. Les dolía. Y cuando las personas no pueden ayudar, escapan del dolor retirándose.

Para combatir esto, el equipo de Klimecki y Singer enseñó a sus participantes a responder con compasión en lugar de empatía, centrándose no en compartir el dolor de los demás, sino en percibir sus sentimientos y ofrecer consuelo. Se activaba una red neuronal diferente, asociada con la afiliación y la conexión social. Por eso, cada vez hay más pruebas que sugieren que la compasión es más saludable para ti y más amable con los demás que la empatía: cuando ves a otros sufrir, en lugar de hacerte sentir abrumado y retirarte, la compasión te motiva a acercarte y ayudar.

En medio de la reciente agitación en los campus universitarios, recibí un correo electrónico inesperado de una vieja amiga llamada Sarah. Consciente del impacto que esto tenía en mí y en mis alumnos, me escribió: «No hay mucho más que decir, solo quería enviarte un fuerte abrazo. Y recordarte que te quiero mucho a ti y a tu familia». Añadió: «Si alguna vez necesitas alguien con quien hablar, aquí me tienes». Me alegró mucho saber que pensaba en nosotros.

La forma más básica de compasión no es aliviar el dolor, sino reconocerlo. Cuando no podemos hacer que las personas se sientan mejor, aún así podemos marcar la diferencia haciéndoles sentir que se les ve. Y en mi investigación, he descubierto que ser útil tiene un beneficio secundario: es un antídoto contra la sensación de impotencia.

Para averiguar quién necesita tu apoyo después de que ocurra algo terrible, la psicóloga Susan Silk sugiere imaginar una diana, con las personas más cercanas al trauma en la diana y las más afectadas en los anillos exteriores.

Las víctimas de la violencia en Israel y Gaza están en el anillo central. Sus familiares directos y amigos más cercanos están en el anillo que los rodea. La comunidad local está en el siguiente anillo, seguida de personas de otras comunidades que comparten una identidad o afiliación con ellos. Una vez que hayas determinado dónde perteneces en la diana, busca apoyo de personas fuera de tu anillo y ofrécelo a las personas más cercanas al centro.

Incluso si las personas no se encuentran personalmente en la línea de fuego, los ataques dirigidos a miembros de un grupo específico pueden destruir la sensación de seguridad de toda una población. Así es como se sienten muchos musulmanes en respuesta al horrible tiroteo de tres estudiantes palestinos en Vermont. Así es como se sienten muchos judíos en medio de expresiones viles de antisemitismo. Y es lo que deja a muchas personas a su alrededor paralizadas por la angustia empática, sin saber cómo ayudar.

Si notas que alguien en tu vida parece indiferente ante un tema que te importa, vale la pena considerar qué dolor puede estar soportando. En lugar de exigirle que haga más, tal vez sea el momento de mostrarle compasión y ayudarle a encontrar compasión por sí mismo también.

Tu pequeño gesto de amabilidad no pondrá fin a la crisis en Oriente Medio, pero puede ayudar a otra persona. Y eso puede darte la fuerza para ayudar más.

Por eso escribo este artículo. No es porque sienta tu dolor. Es porque veo tu dolor, igual que otros vieron el mío y me tendieron la mano. Me ayudó.

ADAM GRANT
Cette sensation d’engourdissement que vous ressentez ? Il existe un mot pour la décrire


Adam Grant, The New York Times, 1/1/2024
Traduit par Tlaxcala


Illustration Cari Vander Yacht

Adam Grant (1981), contributeur à la rubrique Opinion du New York Times, est psychologue organisationnel à la Wharton School de l’université de Pennsylvanie. Il est l’auteur de « Hidden Potential » et « Think Again », et l’animateur du podcast TED « Re: Thinking ».

À la mi-octobre, quelques jours après l’attaque contre Israël, une amie m’a envoyé un SMS d’une rabbine. Elle disait qu’elle ne pouvait détourner les yeux des horreurs rapportées par les médias, mais qu’elle se sentait complètement engourdie. Elle avait du mal à se sentir utile, même de la plus infime manière : « Que puis-je faire ? »

Beaucoup de gens se sentent tout aussi désemparés, et beaucoup d’autres sont indignés par l’inaction politique qui s’ensuit. Une de mes collègues musulmanes s’est dite consternée par l’indifférence face aux atrocités et aux pertes de vies innocentes à Gaza et en Israël. Comment peut-on continuer à vivre comme si de rien n’était ?

Une conclusion courante est que les gens s’en moquent. Mais l’inaction n’est pas toujours causée par l’apathie. Elle peut aussi être le fruit de l’empathie. Plus précisément, elle peut résulter de ce que les psychologues appellent la « détresse empathique » : souffrir pour les autres tout en se sentant incapable d’aider.

Je l’ai ressenti intensément cet automne, alors que la violence s’intensifiait à l’étranger et que la colère résonnait à travers les USA. Impuissante en tant qu’enseignant, je ne savais pas comment protéger mes élèves de l’hostilité et de la haine. Inutile en tant que psychologue et écrivain, je trouvais les mots trop vides pour offrir un quelconque espoir. Impuissant en tant que parent, je cherchais des moyens de rassurer mes enfants en leur disant que le monde est un endroit sûr et que la plupart des gens sont bons. Très vite, j’ai fini par éviter complètement les informations et changer de sujet dès que la guerre était évoquée. Comprendre comment l’empathie peut nous paralyser ainsi est une étape essentielle pour aider les autres, mais aussi nous-mêmes.

La détresse empathique explique pourquoi de nombreuses personnes se sont désengagées à la suite de ces tragédies. Les petits gestes qu’elles pourraient faire semblent futiles. Faire un don à une association caritative revient à verser une goutte d’eau dans l’océan. Publier sur les réseaux sociaux revient à mettre les pieds dans un nid de guêpes. Ayant conclu que rien de ce qu’elles font ne changera quoi que ce soit, elles commencent à devenir indifférentes.

Les symptômes de la détresse empathique ont été initialement diagnostiqués dans le domaine de la santé, chez des infirmières et des médecins qui semblaient devenir insensibles à la douleur de leurs patients. Les premiers chercheurs ont qualifié ce phénomène de « fatigue compassionnelle » et l’ont décrit comme « le coût de l’empathie ». La théorie était que le fait d’être témoin d’autant de souffrance est une forme de traumatisme vicariant [indirect] qui nous épuise jusqu’à ce que nous n’ayons plus assez d’énergie pour nous soucier des autres.

Mais lorsque deux neuroscientifiques, Olga Klimecki et Tania Singer, ont examiné les preuves, elles ont découvert que le terme « fatigue compassionnelle » était impropre. Prendre soin des autres n’est pas coûteux en soi. Ce qui épuise les gens, ce n’est pas seulement d’être témoin de la douleur des autres, mais de se sentir incapable de la soulager. En période d’angoisse prolongée, l’empathie est source de détresse supplémentaire, voire de dépression dans certains cas. Ce dont nous avons besoin, c’est plutôt de compassion.

Bien que ces termes soient souvent utilisés de manière interchangeable, l’empathie et la compassion ne sont pas la même chose. L’empathie consiste à absorber les émotions des autres comme si elles étaient les vôtres : « Je souffre pour vous ». La compassion concentre votre action sur leurs émotions : « Je vois que vous souffrez, et je suis là pour vous ».

C’est une grande différence. « L’empathie est partiale », écrit le psychologue Paul Bloom. C’est quelque chose que nous réservons généralement à notre propre groupe, et en ce sens, elle peut même être « une force puissante pour la guerre et les atrocités ».

Une autre différence est que l’empathie nous fait souffrir. Les neuroscientifiques peuvent le voir dans les scanners cérébraux. Le Dr Klimecki, le Dr Singer et leurs collègues ont formé des personnes à faire preuve d’empathie en essayant de ressentir la douleur des autres. Lorsque les participants voyaient quelqu’un souffrir, cela activait un réseau neuronal qui s’illuminait s’ils ressentaient eux-mêmes de la douleur. Cela faisait mal. Et lorsque les gens ne peuvent pas aider, ils échappent à la douleur en se retirant.

Pour lutter contre cela, l’équipe de Klimecki et Singer a appris à ses participants à réagir avec compassion plutôt qu’avec empathie, en se concentrant non pas sur le partage de la douleur des autres, mais sur la prise en compte de leurs sentiments et le réconfort. Un autre réseau neuronal s’est activé, associé à l’affiliation et aux liens sociaux. C’est pourquoi de plus en plus de preuves suggèrent que la compassion est meilleure pour la santé et plus bienveillante envers les autres que l’empathie : lorsque vous voyez quelqu’un souffrir, au lieu de vous submerger et de vous faire battre en retraite, la compassion vous motive à tendre la main et à aider.

Au milieu des récentes turbulences sur les campus universitaires, j’ai reçu un e-mail inattendu d’une vieille amie nommée Sarah. Consciente de l’impact que cela avait sur moi et mes étudiants, elle m’a écrit : « Je n’ai rien d’autre à dire, si ce n’est que je voulais t’envoyer un gros câlin. Et te rappeler que je vous aime beaucoup, vous et votre famille. » Elle a ajouté : « Si tu as besoin de quelqu’un à qui parler, je suis là. » Cela m’a réchauffé le cœur de savoir qu’elle pensait à nous.

La forme la plus élémentaire de compassion n’est pas d’apaiser la détresse, mais de la reconnaître. Lorsque nous ne pouvons pas soulager les gens, nous pouvons tout de même faire une différence en leur montrant qu’ils sont pris en considération. Et dans mes recherches, j’ai découvert qu’être utile avait un avantage secondaire : c’est un antidote au sentiment d’impuissance.

Pour déterminer qui a besoin de votre soutien après un événement terrible, la psychologue Susan Silk suggère d’imaginer une cible, avec les personnes les plus proches du traumatisme dans le centre et celles qui sont plus périphériquement touchées dans les anneaux extérieurs.

Les victimes de la violence en Israël et à Gaza se trouvent dans le cercle central. Les membres de leur famille immédiate et leurs amis les plus proches se trouvent dans le cercle qui les entoure. La communauté locale se trouve dans le cercle suivant, suivie des personnes d’autres communautés qui partagent une identité ou une affiliation avec elles. Une fois que vous avez déterminé où vous vous situez sur la cible, cherchez du soutien auprès de personnes extérieures à votre cercle et offrez-le à celles qui sont plus proches du centre.

Même si les personnes ne sont pas personnellement dans la ligne de mire, les attaques visant les membres d’un groupe spécifique peuvent briser le sentiment de sécurité de toute une population. C’est ce que ressentent de nombreux musulmans en réaction à la terrible fusillade qui a coûté la vie à trois étudiants palestiniens dans le Vermont. C’est ce que ressentent de nombreux juifs face aux expressions ignobles d’antisémitisme. Et c’est ce qui laisse beaucoup de personnes autour d’eux paralysées par la détresse empathique, ne sachant pas comment aider.

Si vous remarquez qu’une personne de votre entourage semble indifférente à une question qui vous tient à cœur, il vaut la peine de vous demander quelle souffrance elle porte en elle. Au lieu de lui demander d’en faire plus, il est peut-être temps de lui montrer de la compassion et de l’aider à trouver de la compassion pour elle-même.

Votre petit geste de gentillesse ne mettra pas fin à la crise au Moyen-Orient, mais il peut aider quelqu’un d’autre. Et cela peut vous donner la force d’aider davantage.

C’est pourquoi j’écris cet article. Ce n’est pas parce que je ressens votre douleur. C’est parce que je vois votre douleur, tout comme d’autres ont vu la mienne et m’ont tendu la main. ça m’a aidé. 

24/07/2025

JOHN CATALINOTTO
Qu’a donc perdu l’État colon israélien ?

John Catalinotto, Workers World, 23/7/2025
Traduit par Fausto Giudice, Tlaxcala



Médecins Sans Frontières est l'une des nombreuses organisations qui protestent contre les crimes de l’État paria israélien à Gaza. Genève, Suisse, 5 juin 2025

Depuis plus de 650 jours après le Déluge d’Al-Aqsa (7 octobre 2023), un changement remarquable s’est produit dans la conscience des secteurs les plus politiquement actifs de la population des USA

Les lecteurs de Workers World sont pleinement conscients des horreurs du génocide à Gaza. Ces horreurs sont rapportées de manière graphique dans des vidéos, même lorsqu’elles sont ignorées ou déformées par les médias dominants. Elles sont insoutenables et appellent à l’action pour y mettre fin.

Dans le Sud global, la conscience de la nature réactionnaire des objectifs sionistes était déjà forte. Ce qui a changé, c’est la conscience au sein des pays impérialistes d’Europe, Grande-Bretagne inclue, et aux USA. Ces évolutions sont cruciales pour la Palestine, et potentiellement pour l’humanité tout entière.

La classe dirigeante impérialiste usaméricaine a toujours considéré l’État colon israélien comme son arme la plus fiable pour imposer la domination des USA sur les ressources énergétiques de l’Asie occidentale et de l’Afrique du Nord.

Pendant les guerres de juin 1967 et de 1973 contre la Syrie et l’Égypte, et de façon continue après la chute de la monarchie en Iran, les USA ont offert un soutien militaire, économique, diplomatique et médiatique total à la machine de guerre israélienne. Le gouvernement usaméricain a également permis à des organisations prosionistes comme l’AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) d’opérer sans entrave sur le sol usaméricain.

Résultat : les dirigeants usaméricains sont parvenus à créer un soutien populaire à l’État d’Israël — jusqu’au 7 octobre 2023 et au génocide qui a suivi. Chaque jour de massacres israéliens à Gaza fait perdre un peu plus de soutien populaire à l’État sioniste aux USA.

Parmi les jeunes, de plus en plus nombreux sont devenus des militants contre le génocide peu après le 7 octobre. Initié par les jeunes ayant des racines en Asie occidentale, ce mouvement s’est étendu à bien d’autres. Ceux qui, au départ, étaient simplement horrifiés par le génocide en sont venus à soutenir la lutte héroïque du peuple palestinien pour sa libération.

(Les lecteurs doivent savoir que la direction sociale-démocrate du mouvement contre la guerre du Vietnam en juin 1967 a refusé de s’opposer à la guerre israélienne des Six jours. En 1982, des dirigeants similaires d’un immense rassemblement antinucléaire à Central Park, à New York, ont refusé de mentionner les atrocités israéliennes alors en cours au Liban. La première et seule manifestation nationale de masse ayant invité un orateur palestinien a eu lieu lors de la Marche sur le Pentagone le 3 mai 1981, où le Workers World Party a joué un rôle de premier plan.)

La jeunesse d’aujourd’hui refuse d’être complice

Les jeunes d’aujourd’hui ont rapidement compris que le gouvernement usaméricain — incluant aussi bien l’establishment démocrate et républicain que le mouvement MAGA de Trump — est également coupable du génocide à Gaza. Et ils refusent d’être complices.

Une grande partie des étudiants et des jeunes juifs ont commencé, dès 2023, à protester contre les massacres de civils à Gaza. En 2025, nombre d’entre eux appelaient à la libération de la Palestine.

Le gouvernement, la police et les administrations universitaires ont réprimé les militants solidaires de la Palestine, les accusant à tort d’“ antisémitisme”. En réponse, ces mêmes militants ont commencé à se tourner contre les dirigeants de ces institutions.

À l’image de l’Afrique du Sud avant la fin légale de l’apartheid dans les années 1990, Israël est désormais considéré comme un État colonial de peuplement, un État génocidaire, un État paria. Aux USA, des manifestations quotidiennes s’élèvent contre l’État sioniste.

Au Royaume-Uni, les dirigeants sont si effrayés qu’ils ont interdit le groupe Palestine Action, connu pour ses actions directes spectaculaires, et arrêtent ses sympathisants. Palestine Action poursuit le combat. Dans les stades, les foules acclament les athlètes et artistes arborant le drapeau palestinien. En Grèce, des dockers ont refusé de charger des armes à destination d’Israël dans les ports.

Les organisations qui s’identifient à la lutte pour le socialisme doivent continuer à trouver des moyens de faire cesser la répression et d’élargir la lutte en faveur du peuple de Gaza et de la libération de la Palestine. Réussir cela, c’est porter un coup décisif à la guerre d’agression et au génocide israéliens.

Alors que nous nous engageons dans des actes de solidarité, nous devons garder cela à l’esprit : beaucoup ont transformé leur vie pour arrêter le génocide à Gaza. C’est un moment où leur militantisme peut se transformer en une conscience de la nécessité d’abolir l’impérialisme et le capitalisme, et de s’engager dans un combat pour un monde d’égalité, ouvrant ainsi la voie au socialisme et à la paix.

Commençons par construire un mouvement mondial pour soutenir la libération de la Palestine — du fleuve à la mer !

 


 

15/07/2025

ZVI BAR’EL
Les conflits sectaires permettent à Israël de “cogérer” la Syrie

Selon l’interprétation syrienne des événements, Israël prévoit d’exploiter les conflits internes dans le pays, en particulier dans le district druze, afin de s’imposer comme une « force de police » capable d’empêcher le gouvernement d’établir son contrôle sur l’ensemble du pays.

Zvi Barel, Haaretz, 15/7/2025
Traduit par Fausto GiudiceTlaxcala  

Alors qu’Israël examine attentivement les possibilités d’une normalisation – ou tout au moins d’un accord de sécurité, voire d’une simple entente – avec le nouveau gouvernement syrien, le pays du président Ahmed al-Charaa est en feu, au sens propre comme au figuré. La Syrie reste un État sans gouvernement, puisque son gouvernement central ne contrôle que 60 à 70 % de son territoire.


Al-Charaa, vu par Kamal Sharaf, Yémen

Les Israéliens ont déjà oublié le massacre des Alaouites dans le district de Lattaquié, en Syrie, en mars, qui a fait 1 700 morts. Il en va de même pour les violents affrontements qui ont opposé en avril les membres de la communauté druze et les forces gouvernementales ou les forces alliées au gouvernement. L’attaque du 22 juin contre l’église Mar Elias, qui a fait au moins 25 morts, n’a pas non plus beaucoup impressionné Israël.

Mais dimanche, une autre flambée de violence dangereuse s’est produite, qui pourrait dégénérer en un nouvel affrontement entre les Druzes et le gouvernement. Et dans ce conflit, Israël est déjà profondément impliqué.

En apparence, tout a commencé par un incident banal. Un jeune marchand de légumes druze a été victime d’un vol commis par un gang de Bédouins alors qu’il conduisait son camion de légumes sur la route principale entre Soueïda et Damas. Les vols ne sont pas rares dans le district sud de Soueïda et font depuis longtemps partie intégrante de l’« économie » de la région.

Mais cette fois-ci, le vol a dégénéré en affrontements généralisés. En réponse à cela, et après que des Bédouins ont enlevé plusieurs membres de la communauté druze, des Druzes armés ont capturé certains membres de la tribu bédouine qui vit dans la ville de Soueïda.

Les otages ont ensuite été libérés, mais les affrontements, qui ont donné lieu à des tirs de mortier, à l’utilisation de drones et de mitrailleuses, ont fait 40 morts et une centaine blessés. Depuis lors, le nombre de morts est passé à 90 et les affrontements se poursuivent au moment où nous écrivons ces lignes.

Le gouvernement syrien a rapidement annoncé lundi qu’il intervenait pour rétablir le calme et a commencé à déployer des forces de police et des chars vers le lieu des affrontements. À la suite d’informations faisant état de frappes israéliennes dans cette ville à majorité druze, le ministre syrien de la Défense a annoncé un cessez-le-feu, mettant officiellement fin à toute lutte intestine dans la région.

La réponse du régime syrien est celle que prendrait n’importe quel pays qui souhaite mettre fin aux affrontements armés et empêcher leur propagation à d’autres régions du pays. Mais à Soueïda, ville druze, la situation est pour le moins un peu plus compliquée.

Militialand

En mai, les dirigeants druzes de Soueïda ont signé un accord avec le gouvernement visant à apaiser les violences qui avaient éclaté précédemment. En vertu de cet accord, les milices druzes – qui sont plusieurs – sont censées remettre leurs armes à l’armée syrienne et, à une date ultérieure, être intégrées à celle-ci. Un accord similaire a été conclu avec les forces kurdes opérant sous l’égide des Forces démocratiques syriennes, qui contrôlent le nord du pays.

L’accord avec les Druzes stipule également que les forces de sécurité syriennes seront chargées d’assurer la sécurité sur la route principale entre Damas et Soueïda, celle-là même où le marchand de légumes a été agressé, déclenchant les derniers affrontements.

En vertu de cet accord, les forces de sécurité syriennes sont censées assurer la sécurité de l’ensemble du district. Mais ici, elles se heurtent à l’opposition de certaines milices druzes, dont les loyautés sont partagées entre les trois chefs spirituels de la communauté.

Certaines milices ont déclaré être disposées à coopérer avec l’armée. Mais l’une d’entre elles, fidèle au chef spirituel Hikmat al-Hijri, a déclaré qu’elle ne déposerait pas les armes tant qu’une armée nationale syrienne n’aurait pas été mise en place. Une autre a déclaré qu’elle ne faisait pas confiance à la promesse du gouvernement syrien de protéger les Druzes, ajoutant que si la milice finit par être intégrée à l’armée, cela ne se fera que si les forces druzes constituent une unité distincte chargée de protéger leur district d’origine.

En conséquence, l’armée et la police syriennes n’ont jusqu’à présent pas été en mesure d’entrer dans le district. Et selon les Druzes, elles n’ont pas non plus protégé la route principale entre Soueïda et Damas.

L’ironie, c’est que les milices, les dirigeants druzes et le gouvernement s’accordent tous à dire que le problème est dû à l’absence du gouvernement tant dans le district que sur la route principale. Le régime fait valoir, avec beaucoup de raison, que son échec est dû à l’opposition des Druzes à l’entrée de ses forces dans la région. Les Druzes, en revanche, affirment qu’il s’agit d’un échec délibéré visant à compromettre leur sécurité.

« Les causes de cette escalade sont claires et récurrentes », a déclaré dans un communiqué la milice des Hommes de la dignité, la plus importante des milices druzes, dirigée par Laith al-Balous. « Elles commencent par l’absence délibérée des forces de l’État sur l’artère vitale qui relie Damas à Soueïda et se poursuivent par les attaques répétées contre des civils sur cette route, que le gouvernement ignore depuis des mois. »

Comme lors des affrontements d’avril, les dirigeants druzes ont cette fois encore demandé à la communauté internationale d’intervenir pour « protéger la minorité druze de l’anéantissement ». Cela a ébranlé le gouvernement d’Al-Charaa, car cela le présente comme incapable de protéger ses citoyens et comme laissant les milices et les gangs sévir et attaquer les civils, parfois les Alaouites, parfois les Druzes.

Le gouvernement n’a même pas été en mesure d’empêcher l’attaque contre l’église Mar Elias, qui a été attribué à l’État islamique, mais qui pourrait avoir été perpétré par d’anciens membres mécontents de la milice d’Al-Charaa, Hayat Tahrir al-Cham. Tout cela se passe alors qu’Al-Charaa visite les capitales du monde entier, essayant de montrer qu’il contrôle totalement la situation et promettant qu’il peut protéger tous les Syriens afin de mobiliser les énormes investissements dont la Syrie aura besoin pour sa reconstruction.

Mais le problème ne s’arrête pas là. Israël s’est imposé comme un acteur clé dans le sud de la Syrie et sur le plateau du Golan syrien, non seulement en tant que partie contrôlant de vastes territoires sur lesquels il a construit des bases militaires, mais aussi en tant que garant de la sécurité de la communauté druze.

Par conséquent, lorsque les dirigeants druzes font appel à la communauté internationale, la Syrie interprète cela comme un appel à l’intervention israélienne. Et en effet, Israël est intervenu. Lundi, lorsque l’armée syrienne a tenté d’envoyer des chars dans le quartier en proie à des troubles, elle a été attaquée par des avions israéliens qui ont bloqué leur avancée.

L’explication officielle d’Israël est que l’attaque visait à empêcher les chars d’entrer dans le district. « La présence de tels véhicules dans le sud de la Syrie pourrait constituer une menace pour Israël. Les Forces de défense israéliennes ne permettront pas l’existence d’une menace militaire dans le sud de la Syrie et s’efforceront de l’empêcher. »

Selon cette explication, l’attaque de l’armée israélienne visait à empêcher la Syrie de violer la « ligne de contrôle » établie par Israël, qui fait désormais l’objet de négociations entre Israël et la Syrie.

Mais cette explication n’a pas vraiment convaincu le gouvernement syrien, qui considère cette attaque comme une violation de la souveraineté syrienne et une ingérence israélienne dans les affaires intérieures du pays. De plus, alors que les médias israéliens s’empressent de rapporter les accords et la coordination avec le gouvernement syrien ainsi que les progrès de la Syrie sur la voie de la normalisation avec Israël, l’intervention militaire israélienne montre qu’aucun accord de sécurité n’a encore été conclu.

Selon l’interprétation des événements par la Syrie, Israël prévoit d’exploiter les conflits internes dans le pays, en particulier dans le district druze, afin de s’imposer comme une « force de police » capable d’empêcher le gouvernement d’établir son contrôle sur l’ensemble du pays. Dans la pratique, le contrôle géographique du territoire syrien par Israël a ainsi fait de ce dernier un partenaire dans la gestion du pays.

La connexion turque

Cette évolution dangereuse se produit alors même que les USA s’efforcent d’aider le gouvernement d’Al-Charaa à stabiliser son pouvoir dans tout le pays.

Copains comme cochons: Ryad, 25 mai 2025

Depuis que le président Donald Trump a serré la main d’Al-Charaa. lors de sa visite en Arabie saoudite, où il a levé les sanctions contre la Syrie, ouvrant ainsi grand la porte à la coopération internationale avec le nouveau gouvernement syrien, l’ambassadeur usaméricain en Turquie et envoyé spécial en Syrie et au Liban, Tom Barrack, a exercé de fortes pressions sur les Kurdes pour qu’ils mettent en œuvre l’accord qu’ils ont signé avec Al-Charaa et rejoignent l’armée nationale.

On ne sait toujours pas comment Washington va gérer la question druze, l’implication d’Israël dans ce dossier et le territoire contrôlé par Israël. Il est toutefois important de rappeler que la Turquie est également impliquée dans toutes ces questions. Ankara est devenu le protecteur d’Al-Charaa, avec la bénédiction de Washington et de Riyad.

Al-Charaa reçu par Ilham Aliyev, Monsieur BOAI (Bons offices auprès d'Israël)

La Turquie et Israël ont mis en place un mécanisme de coordination grâce à la médiation de l’Azerbaïdjan. Samedi, Bakou a également accueilli Al-Charaa, et « en marge » de cette visite, de hauts responsables syriens, dont le ministre des Affaires étrangères Asaad al-Shibani, ont rencontré des responsables israéliens. Néanmoins, le mécanisme de coordination vise uniquement à prévenir les affrontements « involontaires » entre les Forces de défense israéliennes (FDI) et les forces turques, et non à traiter les activités des FDI dans le sud de la Syrie.

La Turquie estime qu’Israël doit se retirer de tout le territoire syrien et revenir aux lignes établies dans l’accord de séparation des forces de 1974. Elle tente actuellement de convaincre l’administration usaméricaine d’adopter cette position et de persuader Al-Charaa de subordonner tout accord avec Israël à cette condition.

 

 

13/07/2025

HANIF ABDURRAQIB
Zohran Mamdani et Mahmoud Khalil sont dans le coup
L'islamophobie ? Mieux vaut en rire, ensemble

Hanif Abdurraqib, The New Yorker, 13/7/2025

Traduit par Fausto GiudiceTlaxcala


Hanif Abdurraqib (né en 1983) est un poète, essayiste et critique culturel usaméricain de Columbus, Ohio.


De gauche à droite, Ramy Youssef, Zohran Mamdani et Mahmoud Khalil sur scène au Beacon Theatre, à New York, le 28 juin

Je dis parfois que je me considère comme un musulman d’équipe junior. Que cela soit pris comme une blague ou comme une invitation à me réprimander (verbalement ou non, avec amour ou non) dépend entièrement des autres musulmans présents dans la pièce. Mais bon, je le dis haut et fort : je prends le ramadan très au sérieux, plus sérieusement que tout autre chose. Au fond de moi, je suis resté un enfant soumis à une routine rigoureuse. Je ne bois pas, je ne fume pas et je ne consomme pas de drogues, même si je suppose que cela a moins à voir avec ma relation à l’islam qu’avec mon ancien engagement à être un athlète de haut niveau et, lorsque cela a échoué, avec le plaisir que j’ai pris à flirter avec une fille punk qui ne buvait pas et ne fumait pas. Et puis, lorsque cela a échoué, je me suis retrouvé trop anxieux à l’idée que mes excentricités déjà brillantes pourraient devenir encore plus étranges si je m’abandonnais à l’ivresse, quelle qu’elle soit. En d’autres termes, je n’ai pas confiance en mon propre cerveau, mais j’ai confiance en autre chose. Je me sens le plus musulman lorsque je suis stupéfait par un moment de clarté au sein de mes propres contradictions. Au-delà des déconnexions qui peuvent exister dans ma pratique religieuse, je me sens toujours profondément lié à l’ummah – le corps, la communauté – et aux responsabilités que cette connexion implique. Un hadith que j’aime beaucoup et qui sous-tend bon nombre de mes actions dit que « les croyants, dans leur gentillesse, leur compassion et leur sympathie mutuelles, sont comme un seul corps. Quand l’un des membres souffre, tout le corps réagit par l’éveil et la fièvre ».

Le hadith dit que, grâce à notre foi, le corps est un, et que par conséquent, ta souffrance est inextricablement liée à ma souffrance. Lorsqu’une personne âgée très chère à ma communauté, après des années de maladie, ne reconnaissait plus son propre corps et avait beaucoup de mal à reconnaître son esprit, elle et moi avons prié ensemble, assis sur deux chaises, car elle avait décidé que, si elle était à peine capable de bouger, ses mouvements devaient être dirigés vers Dieu. C’est dans ces moments-là, lorsque je ressens la distance entre la facilité de ma vie et la douleur dans la vie des autres, que je me sens à la fois le plus et le moins musulman. Dans la distance entre le fait de tenir mon téléphone portable dans une pièce sombre et de regarder les images qu’il contient : un bébé affamé à Gaza, un enfant tiré des décombres, les ruines d’un hôpital spécialisé dans le cancer. Dans la distance entre ces ruines et ma maison. Dans la distance entre l’impossibilité de m’endormir et le luxe d’avoir un lit dans lequel je ne parviens pas à trouver le sommeil.

J’ai discuté avec mes amis musulmans de la forme particulière d’islamophobie et de sentiment anti-arabe qui a récemment émergé – ou réémergé, selon le point de vue – aux USA. À New York, Zohran Mamdani, qui vient de remporter une victoire étonnante lors des primaires démocrates pour la course à la mairie, devra très certainement, pendant les mois précédant l’élection générale, répondre à plusieurs reprises aux mêmes questions sur son antisémitisme et sur ses projets pour assurer la sécurité des New-Yorkais juifs (qu’il a détaillés longuement). Mais il n’existe aucun cadre permettant d’engager une discussion parallèle sur les craintes ou la sécurité des New-Yorkais musulmans. Avant les primaires, un comité d’action politique pro-Cuomo a préparé un mailing qui semblait épaissir et allonger la barbe de Mamdani, et pourtant Andrew Cuomo n’a pas été interrogé à plusieurs reprises sur la manière dont il comptait assurer la sécurité des musulmans ou sur le dialogue qu’il entretenait avec les dirigeants musulmans. Je ne dis pas nécessairement qu’il faille faire pression sur les adversaires de Mamdani pour qu’ils répondent à ces questions, mais simplement qu’il n’existe même pas de terrain propice à un tel débat. C’est comme si une partie entière de la population restait invisible jusqu’à ce qu’elle soit crainte.

J’ai tendance à trouver l’islamophobie peu spectaculaire. Cela ne signifie pas pour autant que je ne la trouve pas insidieuse et grave. Je l’imagine simplement, comme d’autres préjugés, comme une sorte de bruit de fond omniprésent dans la psyché usaméricaine, parfois plus faible, puis devenant cacophonique au moindre réglage du volume. Ce bruit de fond est une raison non négligeable pour laquelle je peux, depuis mon téléphone dans ma chambre, voir une école détruite à Gaza et savoir que la plupart des personnes puissantes dans le monde ne seront pas émues. Pourtant, mes amis et moi, en particulier ceux qui étaient adolescents ou plus âgés au moment du 11 septembre, avons été déconcertés par l’islamophobie actuelle, qui semble particulièrement vintage et directe, sans être édulcorée par une rhétorique obscurissante ou visant à servir un objectif plus large. Au moment des primaires démocrates, l’actrice Debra Messing a affirmé sur Instagram que Mamdani « célébrait le 11 septembre ». La théoricienne du complot d’extrême droite Laura Loomer a publié sur X que Mamdani voulait instaurer à la fois la charia et le communisme à New York.

Parfois, cette panique anti-musulmane est drôle, ou plutôt, son absurdité finit par devenir comique, ou alors j’en ris avec des amis qui comprennent bien les dommages matériels causés par cette agitation médiatique. Nous rions parce que, si nous devons vivre cela, nous estimons avoir le droit de rire, unis dans ce rire. Le soir des primaires démocrates, une discussion de groupe entre musulmans s’est rapidement remplie d’exemples de la panique excessive qui régnait sur Internet, et nous avons ri de la rapidité avec laquelle cette panique a été suivie par des musulmans, également en ligne, qui se moquaient de cette panique. (« Préparez-vous à prier 5 fois par jour à New York », a posté un utilisateur de X.) Dans mon rire, je pouvais presque sentir tous les membres du groupe de discussion rire dans différents coins du monde. Si le corps est un dans la souffrance, il doit aussi être un dans le plaisir.

Un samedi soir récent, lors d’un spectacle à guichets fermés au Beacon Theatre, à New York, le comédien Ramy Youssef arpentait la scène tandis que de petits cercles lumineux dansaient sur une vague de rideaux rouges derrière lui. Youssef est en quelque sorte un pont entre plusieurs modes d’identité musulmane. Au cours de ses trois saisons, sa série télévisée, “Ramy, a été saluée pour avoir redéfini la représentation de la vie musulmane, en abordant les thèmes de la foi, de la famille, de la lignée et de l’échec. Cela lui a valu un public musulman enthousiaste, dont beaucoup étaient présents dans la salle du Beacon, comme en témoignait le bruit qui a éclaté, puis s’est prolongé, lorsque l’on a demandé, au début, combien de musulmans se trouvaient dans l’assistance. Mahmoud Khalil, diplômé de Columbia et militant propalestinien récemment libéré de détention par l’ICE, était au premier rang. À sa droite se trouvait sa femme, Noor Abdalla. À sa gauche, Zohran Mamdani.

C’était un vrai plaisir d’apercevoir Khalil en proie à un fou rire. Il riait comme si chaque rire était un récipient physique qui sortait précipitamment de son corps, ou un secret qu’il avait gardé si longtemps qu’il avait fini par s’échapper. Le corps de Khalil se secouait quand il riait : son rire était plus un événement cinétique qu’acoustique. Il se balançait, tremblait légèrement et souriait largement. À côté, Mamdani riait aussi, un peu plus fort ; son rire semblait moins être un secret longtemps gardé qu’une idée qu’il avait hâte de partager. La plupart des spectateurs ne savaient pas que les deux hommes étaient dans la salle et, de ce fait, ils ont manqué le petit miracle de les voir partager leur joie devant la scène qui se déroulait devant eux.

Lorsque Khalil a été arrêté par l’ICE, début mars, il est devenu le premier cas très médiatisé de détention par l’administration Trump d’étudiants titulaires d’un visa ou d’une carte verte ayant participé à des manifestations propalestiniennes. Tout au long de sa détention, qui a duré plus de cent jours, Khalil a rédigé des tribunes libres dans son carnet de prison, puis les a dictées par téléphone. Dans l’un de ces articles, écrit après la naissance de son fils, il décrit le chagrin insondable d’avoir été contraint de manquer la naissance de son premier enfant. Mais il met également en avant ses principes politiques fondamentaux, continuant à placer la Palestine au centre de ses préoccupations. Il ne considère pas sa détention comme une raison de renoncer à ses convictions, mais comme une occasion de les défendre fermement et publiquement.

Si vous ne faites pas attention, et si vous n’êtes pas à l’écoute de votre propre humanité et de celle des autres, vous pouvez être tenté de confondre les personnes avec des symboles. Il est facile d’associer un prisonnier politique à ses opinions politiques ou aux horreurs de sa détention, et de ne rien voir d’autre. Le gouvernement a cherché à faire de Mahmoud Khalil un exemple, afin de montrer aux autres ce qui arrive quand on défend ouvertement les droits du peuple palestinien. À bien des égards, c’est ainsi que l’État déforme la perspective même des personnes les mieux intentionnées : si ce que vous comprenez de Khalil, c’est qu’il a souffert, et que vous croyez que sa souffrance est injuste, et que votre cœur souffre pour lui, cette douleur peut l’emporter sur votre capacité à le comprendre autrement. Une telle myopie n’est pas malveillante, mais elle réduit une vie entière à une fraction de celle-ci. J’aime le hadith sur le corps collectif, car il ne parle pas seulement de la douleur, mais aussi du partage de toute la gamme des sentiments humains. Je ne suis pas poussé à agir uniquement parce que des gens ont souffert ou souffrent encore ; je suis poussé à agir parce que je suis profondément conscient de chaque parcelle d’humanité dont la souffrance prive les gens.

J’ai rencontré Khalil et Mamdani dans les coulisses. Au début, Khalil semblait à la fois ravi et submergé par l’émotion. Mais après la ruée initiale des photographes, le calme s’est installé autour de lui et dans la pièce. Dans cette atmosphère sereine, Khalil semblait observateur, ouvert et bien plus intéressé par les autres qu’ils ne pouvaient l’être par lui. Lorsque nous avons trouvé un coin isolé, Khalil a voulu parler de poésie, des merveilles de la paternité, de ce qui l’attendait dans les mois à venir, outre l’épuisement lié à son procès contre l’administration Trump.

Abdalla m’a dit que son mari apprenait à porter leur bébé, et ce qui m’est immédiatement venu à l’esprit, c’est que Khalil, qui a trente ans, est encore si jeune. Si on le laissait tranquille, il consacrerait tout son temps à découvrir le monde de la paternité et la vie après ses études supérieures. Il n’a pas demandé à devenir un symbole, même s’il a su le devenir avec grâce et attention. C’était merveilleusement surréaliste d’être en coulisses, dans un spectacle d’humour, à boire un café avec lui. J’étais tellement reconnaissant de sa présence que tout ce que j’ai pu dire, pendant ce premier moment de calme, c’était : « Je suis heureux que tu sois là. Je suis heureux qu’ils n’aient pas pu te prendre complètement à nous. »

Khalil et Mamdani ne s’étaient jamais rencontrés auparavant, mais je les ai vus engager une conversation fluide et souvent drôle. C’était fascinant de voir deux figures emblématiques de la victoire musulmane se rencontrer : l’un chargé de réinventer une ville, l’autre de faire de sa liberté quelque chose qui le dépasse. Mamdani était vêtu d’un costume sombre et d’une cravate à motifs, comme il le fait souvent pendant la campagne électorale. Il a évoqué la recrudescence des menaces de mort qu’il avait reçues depuis sa victoire aux primaires et la façon dont il avait dû changer ses habitudes depuis qu’il était désormais sous protection rapprochée. J’ai pensé à la tournée promotionnelle de mon livre qui avait occupé une grande partie de l’année écoulée. À mesure que les foules grossissaient, les menaces contre ma vie se multipliaient, et je devais parfois faire appel à des agents de sécurité pour surveiller la file d’attente lors des séances de dédicaces ou pour m’escorter jusqu’à mon hôtel. J’envoyais des SMS à mon groupe de discussion musulman, disant en substance : « Je me sens plus musulman que jamais quand quelqu’un veut ma mort », et nous riions. Ce n’est peut-être pas drôle si vous n’êtes pas l’un des nôtres.

Khalil a déclaré qu’il avait lui aussi été inondé de menaces, et que celles-ci avaient augmenté de manière exponentielle depuis sa libération. Il a ajouté qu’il essayait surtout d’ignorer les menaces et d’être prudent lorsqu’il sortait. Après cela, un bref silence s’est installé entre nous trois, un moment de reconnaissance partagée des difficultés de rester en vie. Pour certaines personnes, Khalil et Mamdani offrent, de manière différente mais non sans rapport, des récits essentiels de résistance, une série de cordes auxquelles tant de personnes s’accrochent pour survivre à des moments où la survie semble impossible.

Dans le calme, je me suis surpris à réfléchir à nouveau à la distance qui sépare deux hommes musulmans qui vivent deux victoires distinctes, mais qui sont confrontés à des préoccupations similaires. J’ai pensé à la distance entre ceux qui veulent votre mort et ceux qui veulent votre départ, votre disparition par l’expulsion ou une forme plus banale de silence. Il n’y a peut-être pas autant de distance entre ces deux groupes que nous le souhaiterions, surtout si leurs membres sont bruyants, ont du pouvoir et n’ont pas peur de fantasmer publiquement sur la violence physique. La distance entre ces deux populations se réduit encore davantage lorsque quelqu’un semble partir, puis a le culot de revenir – être rejeté comme un perdant, puis remporter une primaire, ou être emprisonné pour avoir tenu des propos propalestiniens et, une fois libéré, prendre la parole en faveur de la Palestine dès que l’occasion se présente.

Une fois ce moment passé, Mamdani sourit, passa son bras autour des épaules de Khalil et dit : « J’aimerais pouvoir t’emmener partout avec moi. » Et nous avons ri tous les trois, même si cette plaisanterie avait un goût amer. Un rire teinté de tristesse reste un rire.

Il y a un autre hadith que j’aime beaucoup. Dans celui-ci, un prophète qui prononce un sermon dit : « Le paradis et l’enfer m’ont été montrés, et je n’ai jamais vu autant de bien et de mal qu’aujourd’hui. Si vous saviez ce que je sais, vous ririez peu et pleureriez souvent. »

Ces jours-ci, je ne parle et ne pense qu’à la dissonance cognitive nécessaire pour évoluer dans le monde. J’ai de plus en plus de mal à démêler mes multiples personnalités pour pouvoir avancer dans mon voyage. Toutes mes personnalités pleurent souvent. J’essaie de faire preuve de grâce. Je dis à mes amis que je ne comprends plus comment on peut passer les jours, les mois, sans reconnaître les horreurs qui nous entourent. J’imagine ce que cela doit être de pouvoir éteindre les parties du monde qui vous perturbent. Cela doit donner l’impression d’exister dans un univers animé qui obéit aux lois de la physique des dessins animés : vous tombez d’une hauteur inconcevable et, en atterrissant, un nuage de poussière s’élève du sol, mais vous vous secouez et continuez à avancer.

Je me convaincs que je ris encore suffisamment. Tous ceux que j’aime aimeraient voir la fin des guerres, aimeraient empêcher que des gens soient enlevés dans la rue et expulsés, mais certains jours, nous ne pouvons pas manifester, car il fait tellement chaud dehors que c’est dangereux. Il fait dangereusement chaud dehors, en partie à cause des conséquences climatiques des guerres ; elles ne s’arrêtent pas et ne se sont pas arrêtées depuis aussi longtemps que nous sommes en vie. La mosquée de mon quartier a reçu des menaces l’année dernière, alors les membres de la communauté ont mis leur argent en commun pour engager des agents de sécurité. L’un des anciens a plaisanté en disant que tant que la mosquée était vide, quelqu’un pouvait se sentir libre de la brûler, cela nous donnerait une bonne excuse pour enfin la rénover. Nous avons ri. Je me sens le plus musulman lorsque les autres pensent que la blague est à la charge de mon peuple, mais mon peuple survit, et donc la blague n’est en fait pas du tout à notre charge.

À la fin du spectacle de Youssef, il arpentait la scène dans le silence quasi total qui avait suivi les applaudissements enthousiastes. Puis il a commencé à parler de deux choses qui lui avaient redonné espoir cette semaine-là. J’ai remarqué un couple devant moi qui murmurait « Zohran ? ». Puis il est apparu sur scène, saluant la foule debout qui l’acclamait. Il a brièvement évoqué sa vision d’un New York différent, où les gens pourraient défendre les droits des Palestiniens sans craindre d’être persécutés. Youssef a ensuite présenté Khalil, qui a reçu une ovation encore plus forte et plus bruyante. Il a souri largement et a levé le poing, un geste que beaucoup dans le public ont imité.

Vers la fin de son bref discours, Khalil a regardé Mamdani comme s’ils étaient seuls dans la pièce et lui a dit : « Je suis enthousiaste à l’idée d’élever mon fils dans une ville dont tu seras le maire. » Ce fut un moment saisissant, l’un de ces moments où, si vous écoutiez attentivement, vous pouviez entendre un souffle collectif avant qu’une nouvelle vague d’applaudissements n’éclate. Les gens se dirigeaient vers les sorties, certains essuyant leurs larmes. J’ai aperçu une amie et nous nous sommes embrassés. Elle m’a dit : « Je ne m’étais pas rendue compte que je pleurais, mais maintenant je ne peux plus m’arrêter. »

Aussi beau que fût ce souvenir, ce qui m’est resté en tête, c’est la dernière blague de la soirée, lorsque Khalil a déclaré qu’il était honoré d’être aux côtés de Mamdani, « un homme si intègre que l’ICE ne l’a pas encore arrêté ». Il a marqué une pause, puis, avec un timing parfait, il a ajouté : « On voit bien qu’ils y pensent ». Mamdani a ri. Youssef a ri. J’ai ri dans mon siège. C’était une blague classique, faite par quelqu’un qui avait été arraché du hall de son immeuble par des agents de l’ICE, une blague affectueusement adressée à un candidat à la mairie qui a été menacé d’expulsion par le président et d’autres dirigeants politiques. La blague était drôle à cause de ce que certains d’entre nous dans la salle savaient et à cause de ce que la personne qui la racontait avait vécu. La blague était drôle parce que, même si certains d’entre nous dans la salle pleuraient souvent, notre rire surpassait ce que nous savons du monde, pendant quelques secondes à la fois.