La ampliación de los combates en Gaza solo ha empeorado la situación de Israel, y la única solución del primer ministro es adentrarse aún más en el atolladero. ■ Mientras tanto, sus ministros ya están tratando de normalizar las inevitables bajas militares y la muerte inminente de los rehenes.
Amos Harel, Haaretz, 8-8-2025
Traducido por Tlaxcala
Una bandera israelí dañada en Gaza, vista desde el lado
israelí de la frontera entre Israel y Gaza, el 7 de agosto de 2025. Foto Amir
Cohen / REUTERS
La crisis entre el primer ministro Benyamin Netanyahu y
el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel, Eyal Zamir, sobre
la siguiente fase de la guerra en la Franja de Gaza es aún peor de lo que han
informado los medios de comunicación esta semana.
Es más difícil que nunca saber qué pretende realmente
Netanyahu: en esta etapa, no solo porque mantiene abiertas todas sus opciones,
sino porque no se detendrá ante nada. Sin embargo, la tensión entre ambos es
real.
Netanyahu puede tener otros objetivos (apaciguar al ala
mesiánica de derecha de su coalición gobernante; disuadir a Hamás), pero
actualmente parece centrado en persuadir al ejército para que se prepare para
una ocupación total o casi total de Gaza.
En la madrugada del viernes, tras una reunión
maratoniana, el gabinete aprobó el plan de Netanyahu para preparar la toma de control
de la ciudad de Gaza. Zamir cree que esto sería desastroso. No es inconcebible
que se vea obligado a dimitir, o que sea destituido, debido a la disputa, lo
que provocaría numerosos terremotos secundarios en las FDI.
El conflicto entre ambos hombres se deriva directamente
del estancamiento de la guerra. A lo largo de esta guerra, la más larga de la
historia de Israel, los partidarios de Netanyahu han afirmado que está
aplicando una estrategia ordenada que ha obtenido importantes logros (Irán,
Líbano, Siria, los golpes asestados a Hamás) a pesar de los contratiempos
sufridos. Pero, en la práctica, ha sumido a Israel en graves dificultades.
Entre mayo y julio, hubo una oportunidad de alcanzar al
menos un acuerdo parcial con Hamás para la liberación de los rehenes, algo que
Netanyahu afirmaba querer. Pero su decisión de ampliar la guerra lanzando en
mayo una amplia operación terrestre, conocida como
Operación Carros de Gedeón, después de haber violado unilateralmente un alto el
fuego, no dio los resultados que él y el ejército habían esperado.
Fue entonces cuando comenzó el fiasco de la ayuda. La
Fundación Humanitaria de Gaza, con sede en USA, no cumplió los ambiciosos
objetivos que se había fijado en cuanto a la distribución de la ayuda a los
habitantes de Gaza —algo previsible desde el principio— y el fin del control de
Hamás sobre la ayuda no doblegó a la organización. Al contrario, se produjo una
nueva catástrofe humanitaria en Gaza, aún peor que las anteriores. Los
propagandistas propalestinos la amplificaron aún más mediante un aluvión de
engaños y guerra psicológica.[sic]
La imagen de Israel en el extranjero se desplomó aún más,
el gobierno usamericano ejerció presión y, hace dos semanas, Netanyahu se vio
obligado a abrir las puertas de Gaza e inundar el enclave con ayuda, en contra
de todas sus declaraciones anteriores. Sin embargo, el daño causado a la
población de Gaza fue tan grande que llevará mucho tiempo repararlo. Y ni
siquiera hablemos de la actitud de la comunidad internacional hacia Israel. Lo
que vivieron los turistas israelíes en Grecia fue solo el comienzo. El número
de advertencias sobre posibles ataques contra israelíes y judíos en el extranjero
se está disparando.
Esta semana nos hemos enterado de que el ministro de
Finanzas, Bezalel Smotrich, que hace dos meses intentó denegar la asignación de
700 millones de shekels (175 millones de euros) para garantizar los centros de
distribución de ayuda de la GHF, ahora está asignando sin pestañear otros 3000
millones de shekels al proyecto. «No me interesan los palestinos, pero sí
destruir Hamás», explicó. Y mientras tanto, los habitantes de Gaza que intentan
desesperadamente conseguir comida para sus familias en los escasos centros de
distribución siguen muriendo, por disparos o pisoteados.
A mediados de julio, antes de que estallara la crisis
alimentaria, parecía que se estaba llegando a un acuerdo parcial sobre los
rehenes. Israel hizo mucho ruido sobre la ocupación de dos corredores en la
región de Morag, en el sur de Gaza, con el fin de poder cederlos en el acuerdo.
Los altos cargos de Defensa se mostraban cautelosamente optimistas, como si el
alto el fuego inicial de 60 días que se estaba negociando fuera a dar lugar
esta vez a un plan más amplio para poner fin a la guerra. Pero Hamás no tardó
en comprender las nuevas circunstancias y, desde entonces, no ha mostrado
ningún signo de flexibilidad en las negociaciones. Incluso añadió dos
exigencias: la liberación de los miembros capturados de su fuerza de élite
Nukhba, responsable de la masacre del 7 de octubre, y el aplazamiento de la
liberación del último rehén hasta que haya comenzado la reconstrucción de Gaza.
Empezó a insistir en la necesidad de reconstruir Gaza, en parte para señalar su
intención de seguir formando parte del Gobierno del territorio.
Estas exigencias enfurecieron tanto a Netanyahu como al
presidente Trump, y llevaron las negociaciones a un punto muerto. En la
práctica, toda la guerra está estancada. Las negociaciones se han suspendido,
los negociadores israelíes han sido retirados de Qatar y los combates en Gaza
están más estancados que nunca debido a la crisis humanitaria y a la falta de
una decisión sobre el futuro del ejército. Por utilizar una analogía deportiva,
Netanyahu prefiere ir por la banda que por el centro. No busca una victoria
rápida. Quiere dejar abiertas tantas alternativas como sea posible y ganar
tiempo, evitando al mismo tiempo cualquier amenaza a su coalición
gubernamental.
La falta de avances abre la puerta a una crisis con los
altos mandos del ejército israelí que implique debilitar al ejército y abusar
del jefe del Estado Mayor. Al igual que la «ciudad humanitaria» de Rafah, que
nunca se materializó, o el plan de emigración de Gaza, que hasta ahora no ha
llegado a ninguna parte, una crisis de este tipo da a los medios de
comunicación un nuevo tema del que hablar. La tensa espera de reuniones
decisivas y las filtraciones distraen un poco la atención de los fracasos del gobierno:
la prolongación de una guerra sin objetivos, los gritos de las familias de los
rehenes, el escandaloso proyecto de ley para legalizar la exención del servicio
militar de los ultraortodoxos y la mala actuación de los ministros. Mientras
tanto, el tiempo pasa y el gobierno sobrevive.
Una guerra perpetua también podría ayudar a Netanyahu a
alcanzar su segundo objetivo: asegurar su victoria en las próximas elecciones,
aunque todas las encuestas pronostican su derrota. Esto se lograría socavando
sistemáticamente el proceso democrático bajo el pretexto de la guerra y sus
necesidades.
Zamir tampoco tiene buenas soluciones para la crisis que
se ha creado. La ofensiva terrestre de mayo no logró su objetivo y, en opinión
de Zamir, eso se debe a que el gobierno no aprovechó sus logros para la
diplomacia. Ahora, al carecer de capacidad para obligar a Hamás a firmar un
acuerdo, Israel está improvisando soluciones alternativas. Zamir ha aprovechado
el respiro en los combates para reducir las tropas en Gaza. El ejército también
ha tomado medidas para reducir la carga de los reservistas este año y ha puesto
fin a su política de prolongar automáticamente el servicio de los soldados
reclutas mediante órdenes de movilización de emergencia.
Normalización del abandono
El enfrentamiento con Netanyahu se intensificó tras un
reportaje del veterano periodista Nahum Barnea publicado el viernes pasado en
el periódico de gran tirada Yedioth Ahronoth. Barnea escribió que Zamir
estaba considerando la posibilidad de dimitir si los responsables políticos le
obligaban a conquistar toda la Franja de Gaza. La oficina del primer ministro,
siguiendo su costumbre, intentó presionar al jefe del Estado Mayor para que se
desvinculase del informe, pero Zamir se negó, aunque el titular inequívoco del
artículo aparentemente le sorprendió en cierta medida.
Las razones de la frustración de Zamir son comprensibles:
el gabinete de seguridad casi nunca se reúne (en su lugar, hay reuniones de los
jefes de las facciones del Knesset, un foro desprovisto de autoridad legal);
las reuniones personales entre Zamir y el primer ministro son escasas y
esporádicas; y la guerra se está librando al estilo salami, sin que se haya
establecido una política clara.
Mientras tanto, la familia Netanyahu ha lanzado una
ofensiva contra Zamir. Mientras el padre alza la voz en los pasillos, el hijo y
la madre actúan según sus métodos: a través de las redes sociales y
filtraciones a los medios de comunicación. Yair Netanyahu tuiteó acusaciones
infundadas contra el jefe de Estado mayor, en el sentido de que estaba
planeando un golpe militar, y se desvinculó de la responsabilidad de su padre
por el nombramiento de Zamir (de hecho, el primer ministro declaró con orgullo
en la ceremonia de nombramiento en marzo que era la tercera vez que quería a
Zamir para el cargo).
Sara Netanyahu fue citada diciendo que había advertido a
su marido que no nombrara a Zamir, porque no sería capaz de soportar la presión
de los medios de comunicación. Como en una república bananera, la prensa
informó de que Netanyahu padre quería a Zamir, pero que la madre y el hijo
presionaron para que se nombrara al general David Zini, que entretanto ha sido
nombrado jefe del servicio de seguridad Shin Bet, una decisión peligrosa.
Esta semana, corresponsales diplomáticos y militares
recibieron filtraciones detalladas —de una forma que plantea dudas sobre la
seriedad de la discusión— sobre los planes que exige Netanyahu: la conquista de
la ciudad de Gaza y los campos de refugiados en el centro de la Franja. Se
trata de dos de los tres enclaves en los que las FDI han obligado a la
población palestina a refugiarse y donde se encuentran los rehenes israelíes
(el tercero es la zona de Mauasi, en la costa sur de la Franja).
Altos mandos del ejército israelí advirtieron de que esto
requeriría una operación terrestre de varios meses y acciones para peinar la
zona y purgarla de terroristas, lo que podría llevar hasta dos años. La
operación requeriría entre cuatro y seis divisiones, lo que supondría un número
astronómico de días adicionales de servicio de reserva. Y la intención es
seguir empujando a la población por la fuerza hacia la sección sur de la
Franja, mientras se intenta obligarla a emigrar.
Zamir, por el contrario, propuso rodear los enclaves
actuales, ejercer presión militar sobre ellos desde el exterior e intentar
desgastar a Hamás, sin poner en peligro la vida de los rehenes. Tampoco parece
una solución ganadora.
Trump, al parecer, ha dado luz verde a Netanyahu para
ampliar la operación en Gaza, siempre que las fuerzas actúen con rapidez, sin
permanecer allí innecesariamente.
Al mismo tiempo, obligó al primer ministro a permitir la
entrada de la ayuda. Por el momento, Netanyahu, con el respaldo de Trump, está
luchando por una operación a gran escala, a pesar de los riesgos. También está
comprando ideas irresponsables que se expresan en su entorno: que después de
ocupar la ciudad de Gaza, sería posible gestionar la distribución de alimentos
allí a través de los clanes locales.
Aún así, hay una salida: si el primer ministro evita
presentar un calendario rígido, siempre es posible falsear el ritmo de
ejecución y esperar que, mientras tanto, surja otra solución con la ayuda de la
amenaza militar.
Los servidores del primer ministro, los ministros y los
diputados, están ocupados normalizando la guerra y preparando el terreno para
que la opinión pública acepte abandonar a los rehenes a la muerte. Se empieza
afirmando que los civiles secuestrados en sus casas y en el festival de música
Nova son en realidad «prisioneros de guerra», soldados capturados que deben
esperar a que termine la guerra, en una fecha desconocida en el futuro, para
ser devueltos, y se termina silenciando a las familias de los rehenes en el
Knesset.
Zamir tiene una clara ventaja: el ejército sigue
respaldándolo. La mayoría absoluta de los oficiales cree en él y en sus
consideraciones. Netanyahu, cuyos partidarios barajan hipótesis de destitución
y sustitución, deberá tenerlo en cuenta. La combinación del peligro para la
vida de los soldados y los rehenes, junto con la confrontación pública entre el
primer ministro y el jefe del Estado Mayor, podría inclinar la opinión pública
en contra de Netanyahu.
Si Zamir hace lo que hizo Eli Geva en la guerra del
Líbano de 1982 —como comandante de la 211ª Brigada Blindada, dimitió del
ejército en protesta por la guerra—, entraremos en territorio desconocido. Es
probable que esto provoque un mayor rechazo al servicio, especialmente entre
las unidades de reserva, y que finalmente surja un nuevo movimiento de las
Cuatro Madres, eficaz y más vociferante, como el que surgió en 1997 contra la
guerra del Líbano.
El verdadero estado del ejército, que lleva 22 meses luchando en Gaza, se puede deducir de una publicación de un mayor de la reserva, comandante de una unidad que maneja maquinaria pesada. «En las últimas tres semanas he experimentado de cerca la profundidad del problema», escribió. «La falta de organización, la incertidumbre y la ausencia de un objetivo operativo claro son sentimientos que se repiten en todos los ámbitos... El resultado sobre el terreno: las fuerzas se mueven sin contexto, sin continuidad y sin un objetivo claro. Las tropas de combate también lo sienten, no solo por la carga, sino por una sensación de total desprecio operativo».
Cuando las cosas se dicen con claridad, y no a través de fuentes anónimas, los medios de comunicación se ven obligados a informarlas de manera directa. Pero la mayoría de las veces se dedican a difuminar los acontecimientos de Gaza bajo una espesa capa de patriotismo, camaradería guerrera y edulcoramiento.