Nabil Mouline, 2015
Traducido por Fausto Giudice, Tlaxcala
Original : MOULINE, Nabil. La Fête du trône : petite
histoire d’une tradition inventée. In : Le Maroc au présent : D’une
époque à l’autre, une société en mutation, p. 691-701 [en línea]. Casablanca: Centro
Jacques-Berque, 2015. Disponible en línea: http://books.openedition.org/cjb/1104. ISBN : 9791092046304. DOI : https://doi.org/10.4000/books.cjb.1104
Nabil Mouline es un historiador y politólogo marroquí, becario de investigación en el
CNRS (Centro Nacional francés de
Investigación Científica), adscrito al Centre Jacques-Berque, Rabat. Bibliografía
Bajo un sol abrasador, varios
centenares de dignatarios del majzén e invitados esperan desde hace varias
horas en el patio delantero del palacio real -llamado el mishwar (lugar
de deliberación y consulta)- para participar o asistir a la ceremonia principal
del ‘id al-‘arsh (la Fiesta del Trono): hafl al-wala’ (la
ceremonia de lealtad). Mientras cada uno intenta pasar el tiempo a su manera a
la espera del fatídico momento, los guardias de seguridad y los sirvientes de
palacio ocupan sus puestos con serenidad, al menos en apariencia. Sólo los
encargados del protocolo real están ocupados. De repente, la tensión aumenta.
Comienza a correr el rumor de que Sidna (Nuestro Señor, título informal del
Rey) saldrá en breve. Comienza una carrera contrarreloj para poner a cada uno
en su sitio. Los invitados por un lado y los participantes por otro. Todo se
organiza en pocos minutos. La máquina está bien ensayada. Entonces las
trompetas anuncian la solemne llegada del cortejo real. Las puertas del palacio
se abren. Comienza el espectáculo ritual. El tiempo se suspende, por así
decirlo, durante unos minutos.
Dos escuderos de palacio
acompañados de varios sirvientes (mkhazniyya) llegan a la cabeza del
cortejo. Les siguen varios jinetes y mozos de cuadra. Les siguen otros dos
sirvientes llevando lanzas. Mientras que los sirvientes van todos vestidos con
caftanes blancos y tocados con gorros rojos en forma de cono (shashiyyat
al-wala’), los dos escuderos destacan por llevar turbante, espada y bastón.
Un carruaje de gala cierra la marcha. En el centro de este dispositivo está,
por supuesto, el soberano. Vestido de beige dorado y montado en un caballo con
todos los arreos, se cobija bajo la cúpula de una enorme sombrilla. Criados,
guardaespaldas, oficiales y algunos miembros de la familia real le rodean.
La procesión avanza lentamente al
son de una música solemne. El Rey gira primero la cabeza hacia la derecha para
saludar a la bandera de la dinastía que porta un oficial de la Guardia Real y
luego la gira hacia la izquierda para saludar a los miembros del Gobierno
alineados detrás de una línea blanca. La procesión llega finalmente ante una
cohorte de altos funcionarios del Ministerio del Interior dispuestos en varios
grupos: el ministro, los directores de la administración central, los ualíes [prefectos
de región], los gobernadores y los agentes de la autoridad de cada
provincia. La liturgia política propiamente dicha comienza cuando la comitiva
avanza lentamente por los distintos grupos. Delante de cada uno de ellos, un
sirviente declama incansablemente las siguientes réplicas:
Nuestro Señor os dice: que Dios
os ayude.
Nuestro Señor os dice: que Dios
os ponga en el buen camino.
Nuestro Señor te dice: que Dios
esté complacido contigo.
Ualíes, prefectos y alcaides,
nuestro Señor os dice: Que Dios os ponga en el buen camino y os apruebe.
Mientras los dignatarios de
Interior deben postrarse tras el final de cada fórmula, un grupo de sirvientes
repite una conocida antífona: “¡Que Dios conceda larga vida a nuestro señor!”
En total, los altos funcionarios de Interior se postran cinco veces.
Naturalmente, esta ceremonia, que
dura entre diez y veinte minutos, se retransmite en directo por la televisión
nacional, al igual que las demás ceremonias conmemorativas de la Fiesta del
Trono. El locutor utiliza todos los superlativos imaginables para alabar las
buenas acciones del soberano y reivindicar su importancia política y religiosa.
Hace especial hincapié en la bay’a: el juramento de fidelidad que
vincula al soberano con sus súbditos de forma inquebrantable. Según el locutor,
la bay’a representa la continuidad del Estado, la persistencia del Islam
y el apego de la población a su soberano. Pero más allá de los vuelos líricos y
las fórmulas prefabricadas, el discurso sigue siendo hueco y carece cruelmente
de datos fácticos y ejemplos históricos. Ni siquiera los “expertos” invitados a
los informativos de las distintas cadenas nacionales, en particular el Ministro
de Asuntos Islámicos, son de ayuda, y con razón: estamos ante un caso típico de
invención de la tradición.
La Fiesta del Trono, de reciente
creación (1933), es la instauración de un conjunto de prácticas rituales para
crear una continuidad ficticia con el pasado e inculcar normas de
comportamiento a la población, en nombre de la tradición. Los promotores de las
tradiciones inventadas eligen referencias y símbolos antiguos para responder a
las preocupaciones de su tiempo: legitimar de algún modo el orden existente. En
su forma actual, este ritual fue creado desde cero por Hassan II. Su hijo y
sucesor Mohammed VI lo ha asumido casi tal cual, mientras cumpla su función:
afirmar la centralidad y supremacía de la monarquía. Esta función dista mucho
del objetivo que los nacionalistas se habían fijado para el Día del Trono:
simbolizar y celebrar la nación marroquí.
Nacimiento de la primera fiesta
nacional
No fue hasta veinte años después del Tratado
de Fez, en 1912, cuando surgió una juventud nacionalista en los principales
centros urbanos del país, especialmente Rabat, Salé, Tetuán y Fez. Influidos
por las ideas europeas sobre la nación y el nacionalismo, tal y como se
presentaban en las publicaciones del Mashreq, estos jóvenes pensaban en
Marruecos como una unidad geográfica, política y cultural: un Estado nación. Es
la primera vez que se vislumbra tan claramente una identidad intermedia entre
la pertenencia local (linaje, localidad, región, etc.) y la pertenencia global
(islam). Pero queda todo por hacer. Hubo que crear o adoptar una serie de
conceptos, símbolos e imágenes para reforzar este proyecto y movilizar a la
población en torno a él, especialmente tras los acontecimientos que siguieron a
la promulgación del llamado dahir bereber en 1930.
Por razones que no están claras,
los jóvenes nacionalistas decidieron centrar el ideal y la construcción ideal
de la nueva nación no en el folclore, la lengua, la etnia, los valores o la
historia, sino en la persona del sultán. Probablemente querían desencadenar una
movilización colectiva que no rompiera demasiado con las estructuras
tradicionales para no despertar las suspicacias de la Residencia General, el
majzén y parte de la población. También querían aprovechar el capital simbólico
de la institución sultánica para hacer llegar sus mensajes más fácilmente. Pero
nada es seguro, porque este periodo de balbuceos se caracteriza por una gran
improvisación, debido al modesto nivel intelectual de la mayoría de los jóvenes
nacionalistas y también a su inexperiencia. El hecho es que estos jóvenes
optaron por movilizar a la población en torno a la figura del sultán y no en
torno a una ideología más o menos elaborada y a un proyecto político claro.
Para catalizar rápidamente la
imaginación del mayor número de personas, los jóvenes nacionalistas, en
particular los equipos de la revista al-Maghrib y del periódico L’Action
du peuple, decidieron celebrar la llegada al poder de Mohammed V
(1927-1961), considerado como el símbolo de la soberanía y la unidad
nacionales. En efecto, este acontecimiento podía ser una ocasión de oro para
reunir a la población en torno a sentimientos y aspiraciones comunes y propagar
las “ideas” nacionalistas sin preocupar a las autoridades. Así ocurrió en
Egipto, fuente inagotable de inspiración para los nacionalistas marroquíes,
donde el partido al-Wafd aprovechó las celebraciones anuales del ‘id al-yulus
(Día del Trono), instaurado en 1923, para organizar manifestaciones públicas de
exaltación del sentimiento nacional y de denuncia de la ocupación. Ni que decir
tiene que esta fiesta es de origen europeo, y más concretamente británico. Se
celebró por primera vez en el siglo XVI como Accession Day (Día de acceso al trono)
y fue adoptada por la mayoría de las demás monarquías del mundo con diversos
grados de adaptación a los contextos locales.
En julio de 1933, Muhammad Hassar (fallecido en
1936) publicó un artículo en la revista al-Maghrib, bajo el seudónimo de
al-Maghribi, titulado “Nuestro gobierno y las fiestas musulmanas”, en el que
pedía tímidamente a las autoridades francesas que el 18 de noviembre, día de la
entronización del sultán, fuera festivo (‘id watani). Unos meses más tarde, el
periódico L’Action du peuple, dirigido por Muhammad Hassan al-Uazzani
(fallecido en 1978), tomó el relevo. Entre septiembre y noviembre de 1933, el
periódico publicó varios artículos en los que pedía que este día fuera
"una fiesta nacional, popular y oficial de la nación y del Estado
marroquíes". Proponía la creación de comités organizadores en cada ciudad
y la creación de un fondo de caridad al que contribuiría toda la nación. El
periódico nacionalista también sugería a los organizadores embellecer y decorar
las calles, cantar el himno del Sultán, organizar reuniones en las que se recitarían
discursos y poemas, y enviar telegramas de felicitación al Sultán. Para
tranquilizar a los más conservadores, L’Action du peuple publica una
fatwa del ulema ‘Abd al-Hafiz al-Fasi (m. 1964) en la que se afirma que este
ritual y todo lo que lo acompaña -música, banderas, etc.- no son innovaciones reprochables.
Número
12 del periódico "L'Action du Peuple", en el que Mohammed Hassan El Uazzani
hace un llamamiento a sus compatriotas para que celebren la Fiesta del Trono
(18 de noviembre de 1933).
Las autoridades francesas siguen
muy de cerca esta dinámica. En efecto, temen las consecuencias políticas que
podría tener esta empresa de movilización colectiva. Han intentado obstaculizar
o incluso prohibir su organización. Pero ante el entusiasmo de los jóvenes y la
aquiescencia de los notables, finalmente ceden. La primera celebración de la
Fiesta del Trono, cuyo nombre aún no estaba claro (Día de la Adhesión, Día del
Sultán, Fiesta Nacional) tuvo lugar en Rabat, Salé, Marrakech y Fez. Varias
calles de las medinas se adornaron con banderas y la gente se reunió en cafés o
casas notables para escuchar música, poemas y discursos mientras tomaban té y
comían pasteles. La mayoría de las reuniones terminaron con invocaciones a
Marruecos y vítores al Sultán, a excepción de Salé, que también organizó un
espectáculo de fuegos artificiales. Por último, jóvenes y notables aprovecharon
la ocasión para enviar telegramas de felicitación a Mohammed V.