La cuestión de la responsabilidad no se refiere a quiénes somos, sino a lo que hacemos y a nuestra capacidad para corregirlo. Los israelíes pueden inspirarse en el psicoanálisis e intentar dar el primer paso para cultivar la compasión.
Amos Prywes, Haaretz,
7/8/2025
Traducido
por Tlaxcala
Amos Prywes es un psicólogo clínico israelí, autor de De Freud al porno (Pardes, 2025, en hebreo).
La pregunta anterior no me la enviaron, sino que la
formularon en una reciente protesta en Israel contra la guerra en Gaza. He
decidido abordarla aquí porque me pareció que se cernía sobre muchas de las
preguntas que nos han enviado. Es difícil ignorar esta pregunta, aunque sea
casi imposible responderla.
Tenemos que ser honestos y decir que la respuesta
sencilla podría ser «porque sí». La realidad es que, junto a las noticias deprimentes y las imágenes impactantes, seguimos dedicándonos sin reservas al drama de
nuestras vidas personales. Besamos a nuestros hijos, nos molesta el chovinismo
de la versión israelí de «Gran Hermano» y discutimos por dinero. Así que, si
dejamos de lado la santurronería, ¿quizá hayamos seguido como siempre?
Imágenes de Mohammed Y. M. Al-Yaqoubi/Anadolu/AFP photoshopeadas por Nadav Gazit
La verdad es que, incluso si pensamos que es así, la guerra
moldea aspectos de nuestra autoimagen y nuestra percepción de la realidad de
diversas maneras sutiles. Entonces, ¿qué significa vivir cuando nos enfrentamos
a tales acusaciones?
Por supuesto, cada persona reacciona de manera diferente.
Algunos niegan que haya nada de qué sentirse culpable, otros están de acuerdo
con estas acusaciones y otros se sitúan en un término medio, como «Es terrible
lo que el gobierno al que no voté está haciendo en Gaza».
Independientemente de cómo nos posicionemos con respecto
al sentimiento de culpa, nuestra respuesta casi siempre se basa en un
compromiso emocional circular que no cambia realmente. Por lo general, la culpa
nos lleva a obsesionarnos con la pregunta narcisista «¿Soy malo?» y a entablar
un diálogo con una figura paterna imaginaria que nos reprende.
En este sentido, existe una conexión fundamental entre la
culpa y la autovictimización. Las personas culpables siempre se enfrentan a
fuerzas superiores a ellas mismas y se menosprecian en su presencia.
En una de sus conferencias sobre psicoanálisis, Freud comparó la conciencia culpable con una persona que es reprendida
por romper un caldero que le habían confiado para que lo guardara. La persona
se defiende con una especie de bucle lógico destinado a confundir, del tipo:
«Nunca tomé prestado un caldero, estaba roto cuando lo recibí y no tenía ningún
daño cuando lo devolví». Esta falacia se conoce como «lógica del caldero».
La sociedad israelí también se enreda cuando dice que «no
hay hambre en Gaza, Hamás es responsable del hambre, todos allí son terroristas
y no tenemos más remedio que ser crueles».
Una mirada a la sociedad israelí actual revela que casi
todos, a nuestra manera, nos atrincheramos en una mentalidad de víctima, ya sea
que nos veamos a nosotros mismos como víctimas del gobierno, del poder
judicial, del antisemitismo global o del fanatismo religioso. Es un bucle
paralizante del que es muy difícil escapar. En este sentido, el silencio ante lo que está sucediendo en Gaza no es solo un fracaso moral, sino también un patrón mental, una forma de
no sentir y de no saber.
Entonces, ¿qué hacer? Ante la culpa, el psicoanálisis
propone la responsabilidad. Propone mirar a la persona que tenemos delante y
reconocer el poder que tenemos para actuar hacia ella, aunque sea limitado.
Dado que la culpabilidad se ocupa de cuestiones de
identidad («¿Soy bueno o malo?»), ofrece muy poco margen para la acción
creativa. La culpa esboza un mundo de categorías rígidas, que divide a los
seres humanos en villanos absolutos y víctimas eternas.
Al mismo tiempo, fomenta una obsesión por los detalles y
las definiciones de los pecados: ¿Es hambre o hambruna? ¿Crisis humanitaria,
desastre o genocidio? La persona culpable se sumerge en este debate pedante y
la ira queda atrapada en él.
A diferencia de la culpabilidad, la cuestión de la
responsabilidad no se refiere a quiénes somos, sino a lo que hacemos, a lo que
tenemos delante y a nuestra capacidad para corregirlo. A partir de ahí,
facilita acciones complejas como cultivar la compasión, reconocer y admitir los
errores y recalcular la ruta. Es una pequeña diferencia, pero tal vez sea un
punto de partida.