Luis Casado, 24/12/2021 
"Los bancos centrales
    frente al temor de la inflación". He
    ahí los titulares de la prensa mundial. Ahora bien, dice Luis Casado,
    haríamos bien enterándonos de qué es la inflación. Porque en el
    tema hay de dulce y de agraz. Y nos pueden pasar otro gol de media cancha. 
 Familia pobre: Es aquella que dado su ingreso y el porcentaje de éste que destina a alimentación no logra satisfacer esta necesidad. El ingreso familiar per-cápita se ubica entre el valor de una y dos canastas de alimentos.
Familia
    indigente: Es aquella que aunque gastara la totalidad de su ingreso en
    alimentación, no logra satisfacer esta necesidad. El ingreso familiar
    per-cápita es inferior al valor de una canasta de alimentos.
 (Glosario
    económico. UC. Chile) 
Santiago, otoño de 2021. Foto Tamara Merino (Bloomberg) 
La prensa
    financiera internacional, comenzando por el Wall Street Journal de Rupert
    Murdoch, se inquieta de las señales que indican que el viejo demonio de
    la inflación está despertando de un largo sueño.
    
Los bancos
    centrales (BC) tienen un mandato que suele reducirse a la lucha contra
    la inflación, y durante las últimas décadas –por razones que no
    le deben nada a los BC– ésta había desaparecido del mapa. Temiendo la
    deflación, flagelo aun peor, los BC se auto-fijaron un ‘objetivo de
    tasa de inflación anual’ del 2%, basados mayormente en el juicio
    del alquimista suizo Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von
    Hohenheim, más conocido como Paracelso (1493-1541), quien inventó eso
    de: un poquito de veneno no mata.
    Ahora bien,
    ¿Por qué 2%? Buena pregunta a la cual cabe responder: ¿Porqué no?
    En economía no
    hay ‘constantes universales’ invariantes en el espacio-tiempo, como las de
    Planck, de Boltzmann o de Avogadro. Las nociones arbitrarias, por el
    contrario, abundan. Su sustento científico es el conocido Principio de
    L’Oréal: Porque yo lo valgo.
    La precisión no
    forma parte del mundo de la economía: a ningún economista se le ocurriría
    definir la velocidad de la luz como la distancia que recorre en el vacío
    durante el tiempo que determinan 9.192.631.770 oscilaciones de un átomo de
    cesio. Contar las oscilaciones, una por una, para estar seguros del
    cálculo…. aún menos.
    La economía usa
    y abusa de los constructos, creaciones puras del pensamiento
    cuya existencia depende de la mente de un economista por muy chiflado que
    sea.
    La pobreza, por
    ejemplo, es un constructo. Cada cual define la pobreza, o el umbral de
    pobreza, como le viene en gana. En Chile por ejemplo, definieron una
    Canasta básica de alimentos:
    
Tiene un valor
    de $19.103 [19€] para la zona urbana y $14.720 [14€] para la zona rural (Octubre del
    2000). Esto significa que si una familia tiene un ingreso per cápita
    inferior al valor de una canasta básica, la familia es considerada
    indigente. Si el ingreso per cápita se encuentra entre el valor de una y
    dos canastas, la familia es considerada pobre. Si el ingreso per cápita es
    superior al valor de dos canastas básicas de alimentos, la familia es
    considerada no pobre.
    ¿No es bella la
    ciencia económica?
    Con la inflación ocurre
    más o menos lo mismo. Antes de calcularla, admitiendo que eso sea posible,
    es necesario definirla. Ahí se lía el tema:
    Inflación:
    Proceso económico provocado por el desequilibrio existente entre la
    producción y la demanda; causa una subida continuada de los precios de la
    mayor parte de los productos y servicios, y una pérdida del valor del
    dinero para poder adquirirlos o hacer uso de ellos.
    Si esta
    definición te parece idiota, no te alarmes, hay peores:
    La inflación,
    en economía, es el aumento generalizado y sostenido de los precios de los
    bienes y servicios existentes en el mercado durante un período de tiempo,
    generalmente un año. Cuando el nivel general de precios sube, con cada
    unidad de moneda se adquieren menos bienes y servicios.
    Así, la inflación es
    un proceso que causa la subida de los precios. Tú, beocio en la materia,
    piensas que la subida de los precios ES la inflación… Así pues,
    la inflación provoca el aumento de algunos precios, o de
    todos los precios (eso es según…), una subida continuada o bien durante un
    período de tiempo (eso también es según…), cuidando, dice la segunda
    definición, que se trate de “bienes y servicios existentes en el mercado”
    visto que los que aun no existen no cuentan. Unos linces: estos tíos son
    unos linces.
    Lo mejor de
    todo viene al final: la inflación produce “una pérdida del
    valor del dinero” o, –facilitando las cosas para no entrar en profundidades
    abisales–, una reducción de su poder adquisitivo.
    El tema se lía,
    ya se dijo (plagio a Daniel Pizarro). No sabes a qué punto.
    Pregunta: ¿es
    el precio de los productos el que aumenta, o el poder adquisitivo del
    dinero el que baja? ¿O ambos? Te dejo reflexionar sobre el tema algunos
    minutos. ¡Suerte! La moneda es, por decirlo de algún modo, el metro patrón.
    No puedes usar la moneda para evaluar la moneda. De tal modo que el ‘valor’
    de la moneda se determina con relación a los productos que puede comprar,
    productos cuyo valor se mide con la moneda… (si te has mareado tómate un
    anticinetósico…).
    ¿Qué provoca
    la inflación? “el desequilibrio existente entre la producción y
    la demanda.” Ergo, la solución es fácil: hacer lo que el Gosudárstvenny
    Komitet po Planírovaniyu en la URSS: planificar la producción de un lado y
    la demanda del otro, para que haya equilibrio (el éxito del Gosplan es de
    todos conocido). Mas esto hiede a lo que los juristas llaman contradictio
    in terminis.
    Todo el
    entarimado neoliberal –el liure mercao– reposa en el
    fascinante modelo de la oferta, que le permite a cada cual producir
    libremente cualquier vaina, cómo, cuanto y cuando quiera, asumiendo
    que la oferta crea la demanda. Esta última “Ley” se la debemos
    a mi compatriota Jean-Baptiste Say (1767-1832), y es conocida como la Loi
    des Débouchés, Ley de los Mercados o Ley de Say, según la cual no puede
    haber desequilibrio.
    “En economía la
    Ley de Say es un principio atribuido a Jean-Baptiste Say que indica que la
    demanda está determinada por la producción, y que solo produciendo se puede
    generar demanda: Cuantos más bienes se produzcan, más bienes existirán que
    constituirán a su vez demanda para otros bienes.”
    Visto lo cual…
    ¿el desequilibrio –o sea la inflación– viene de dónde, papi?
    (habrás notado
    de paso que el ecolálico discurso sobre el crecimiento procede en línea
    directa de las geniales ideas de Jean-Baptiste Say…).
    Durante la
    Revolución Francesa Say fue un girondino, o sea un negociante, una suerte
    de emprendedor busca-fortuna, en fin, un ‘progresista’, cualidad que le
    vale ser enseñado en los cenáculos de la economía hasta el día de hoy (si
    compras azúcar Beghin-Say, consumes un producto heredado de su familia).
    En su Tratado
    de Economía Política (1803) Say expuso lo que ya he contado. Para
    Say el dinero no tiene ningún impacto en el nivel de producción, lo que
    para el ‘desequilibrio’ que supuestamente genera la inflación es
    mortal. Para Say la moneda es solo un velo tras el cual se
    ocultan las transacciones. El aumento del volumen de moneda en circulación,
    superior a lo estrictamente necesario para asegurar el intercambio de
    bienes y servicios, no influye en la economía: se limita a generar inflación.
    Esto parece más
    sensato. Veamos. Si la producción global es de 100 unidades, y se emiten
    100 unidades monetarias, cada unidad monetaria representará una unidad de
    producción. Si el BC emite 1.000 unidades monetarias… cada una de ellas
    representará solo 1/10 de una unidad de producción. Aritmética simple,
    segundo año de escuela primaria o doctorado en economía.
    De ahí se
    agarraron los ‘monetaristas’ para inventar la pomada wirasacha que liquida
    la inflación: restringir ‘la oferta de moneda’, o el crédito
    que es lo mismo, reduciendo por ende la demanda. Por eso los BC aumentan
    las tasas de interés. Claro como el agua de roca.
    ¿Claro?
    Aumentar las tasas de interés equivale a aumentar el precio del dinero… o
    sea la definición misma de inflación. Para luchar contra
    la inflación los BC generan inflación.
    Cualquier economista te lo explica en 40 segundos cronometrados, pasándose
    los cimientos del neoliberalismo por las amígdalas del sur, ¡pobre
    Jean-Baptiste Say!
    Que por años y
    años los BC hayan hecho exactamente lo contrario de lo que predican, que la
    FED y el BCE hayan mantenido las tasas de interés en 0% desde hace décadas,
    que ambos BC hayan emitido billones y billones de dólares y euros sin
    respaldo durante lustros sin que haya aparecido ni siquiera el principio
    del comienzo del inicio de las premisas que conducen a un indicio de lo que
    llaman inflación… hubiese intrigado a Jean-Baptiste Say. ¿A ti
    no?
    Lo cierto es
    que para medir lo que no pueden definir, los economistas inventaron la
    noción de ‘tasa de inflación’. Luego, definieron la herramienta
    para medirla: un grupo de productos que supone representar el consumo tipo
    de los hogares. Otro constructo. Pero hay un detallito:
    En el siglo
    XVIII el marqués de Condorcet (1743-1794) postuló que no existe una función
    de elección colectiva indiscutible que permita la traducción de las
    preferencias individuales en preferencias sociales. Luego, Kenneth Arrow
    (1921-2017), ‘premio Nobel de economía 1972’, aportó la prueba matemática
    en lo que conocemos como el Teorema de Imposibilidad de Arrow.
    Arrow mostró
    que no existe absolutamente ningún sistema que asegure la coherencia de las
    preferencias, fuera de aquel en que la función de elección colectiva
    coincide con la elección de un único individuo, llamado dictador.
    De modo que
    para medir la ‘tasa de inflación’, noción inventada, los
    economistas utilizan un instrumento inventado: el IPC, o índice de precios
    al consumidor. ¿Consumidor de qué? En Chile calculan la evolución del
    precio de una ‘canasta básica’, llena de productos que harían vomitar a una
    famélica familia hambreada del Sahel.
    Qué quieres… no
    me gusta la nutella, no fumo, vomito los hot-dogs, el sucedáneo de café me
    la suda, el pollo plástico y el jurel en conserva me producen erisipela, el
    queso ‘tipo’ Gauda [variante chilena del Gouda neerlandés, NdE] y aun el Gauda original me son septicémicos, etc. En
    cuanto al vino, bebo poco, evito el silbido de pitón y
    habría que ponerme si no un Don Melchor de Concha y Toro,
    al menos un Lapostolle Cuvée Alexandre de Colchagua.
    Algún enterao
    te dirá que la ‘canasta básica’ NO, que hay otro grupo de productos y
    servicios más apañado, que incluye coches Lamborghini, vacaciones en la
    Riviera italiana, el Beluga a la cuchara, algunas noches en el Georges V en
    París, filete Angus, langosta a voluntad y dos o tres menudencias más, para
    el caso es lo mismo: no existe una función de elección colectiva
    indiscutible que permita la traducción de las preferencias individuales en
    preferencias sociales.
    De modo que
    para saber qué es y cómo medir la inflación habrá que
    volver más tarde. Paciencia.