Milena Rampoldi, 28-10-2024
La pedagogía es una de las ciencias fundamentales a la hora de cambiar el mundo que no nos gusta como es ahora. Por lo tanto, la pedagogía tiene la tarea de plantear la utopía sociopolítica que nos gustaría ver en un futuro próximo. La pedagogía debe sembrar en nuestras mentes y en las de nuestros hijos el deseo de adelantar en el tiempo esos ideales éticos, dejar de soñar con ellos y vivirlos en primera persona. Cualquier cambio en las personas y en la sociedad empieza por la educación de los niños y de la sociedad en su conjunto en el sentido de un aprendizaje permanente.
“La educación autónoma construye mundos diferentes donde quepan muchos mundos verdaderos con verdades”, mural realizado por un colectivo liderado por Gustavo Chávez Pavón, Oventic, Chiapas, México
A menudo se habla de la pedagogía de los derechos humanos. Hay que sensibilizar a los niños desde pequeños para que crezcan como personas que no discriminan ni explotan a los demás. Deben convertirse en personas que muestren empatía, se opongan a la violencia y a la guerra y trabajen activa y dinámicamente por un mundo mejor en un espíritu de paz y justicia. Deben crecer como personas tolerantes y cooperativas que apoyan a los débiles, se oponen a toda violencia en su entorno, denuncian el racismo y la discriminación, hacen campaña a favor de situaciones de partida justas y piensan de forma tolerante y abierta.
Pero para las personas
sometidas a una opresión extrema o a un genocidio, la educación en
derechos humanos no es suficiente. Porque en un entorno de completa
deshumanización, o de brutal asesinato y asfixia de todo sueño humano de
vida, ninguna pedagogía de los derechos humanos puede afianzarse,
porque eso significaría que a las personas no se les ha negado su
humanidad, como es el caso. Pues la narrativa del genocidio requiere la
deshumanización previa del enemigo. Sólo puedo matar si sé que no hay
humanos delante de mí. Sólo entonces puedo apretar el gatillo y sólo
entonces puedo matar niños en masa. Y así ocurrió en el régimen nazi. Y
vuelve a ocurrir hoy en Gaza. Las víctimas son niños que han sido
deshumanizados de antemano para poder matarlos fríamente y más allá de
cualquier consideración ética.
Por tanto, lo que
necesitamos urgentemente en un entorno de deshumanización no es una
educación en derechos humanos, sino una educación en resistencia. Y el
objetivo de esta resistencia, que es el resultado de la pedagogía de la
resistencia, es el reconocimiento renovado de la humanidad de los
deshumanizados, junto con la superación de su papel de víctimas y su
cosificación.
Lo que Theodor Adorno
dice tan bellamente, aunque con algunas restricciones etnocéntricas, se
aplica a toda la humanidad. En su ensayo de 1966 sobre el Nunca más del
campo de concentración de Auschwitz y la matanza de conciudadanos que
fueron gaseados por pertenecer a una «raza» judía y, por tanto, semita
inferior, el filósofo judío se expresaba de la siguiente manera,
refiriéndose a la educación tras este genocidio contra los judíos:
« La exigencia de que
Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal
punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder
fundamentarla. No acierto a entender que se le haya dedicado tan poca
atención hasta hoy. Fundamentarla tendría algo de monstruoso ante la
monstruosidad de lo sucedido. […] Cualquier debate sobre ideales de
educación es vano e indiferente en comparación con este: que Auschwitz
no se repita. Fue la barbarie contra la que se dirige toda educación. »
Y este paradigma de la
pedagogía de la resistencia es precisamente el hilo conductor del libro
del profesor de historia colombiano Renán Vega Cantor titulado «La educación después del genocidio de Gaza», que acabo de traducir del español al inglés y alemán.
La resistencia en ese
enclave, que simboliza el ejemplo máximo de la opresión sionista e
imperialista del Otro, no es sólo un derecho universal, sino una
obligación universal que debe venir tanto de dentro como de fuera. Los
educadores de todo el mundo están llamados a poner nombre a las
violaciones israelíes de los derechos humanos y a denunciar la
brutalidad de este genocidio. Porque ni Auschwitz ni Gaza deben
repetirse. La resistencia al aparato asesino del Estado sionista, que
pone completamente patas arriba la ética y el pensamiento religioso
judíos, sólo puede garantizarse mediante esta inversión: los niños de
Gaza no son víctimas, sino luchadores.
Este concepto fue resumido por el poeta palestino-brasileño Yasser Jamil Fayad en breves pero elocuentes palabras como sigue:
“Correr/ Bailar/ Llorar/
Abrazar/ Amar/ Sufrir/ Ayudar/Gritar/ En la vida caben muchos y muchos
verbos./ Yo Soy Simplemente palestino/ ¡Mi verbo es luchar!”
Esta es la pedagogía de
la resistencia que necesitamos en todo el mundo. Este es un paradigma de
pensamiento pedagógico que ocupará su lugar en las escuelas de todo el
mundo.
El No es un No universal contra la deshumanización de todas las personas, los judíos del pasado y los palestinos de hoy.