Oto Higuita,
1/5/2023
El triunfo del gobierno del cambio y potencia de la
vida, de las “calles
y las plazas”, marcó un quiebre histórico en la línea de
continuidad de los gobiernos tradicionales de la burguesía. Por primera vez en
la historia republicana es elegido un presidente que, por un lado, representa
un amplio movimiento popular y de ciudadanías libres, y por el otro, no
proviene de los partidos políticos liberal y conservador, partidos con los que
ha sido gobernada Colombia por una sola clase, la oligarquía.
El gobierno de la esperanza, como lo llaman, con un
amplio apoyo popular, ha empezado a navegar en las aguas turbulentas y
contaminadas de la política colombiana, como todo el mundo sabe. Completa 8
meses tratando de aprobar un programa
de reformas urgentes que pide a gritos la sociedad de los
y las excluidas socialmente; reformas que sin ser las más radicales y estar
ajustadas a la Constitución, encuentran una férrea oposición y la preparación
de un golpe por la clase que históricamente ha devenido en una narco
oligarquía.
Oposición carente de escrúpulos y respeto por las
formas y las normas, que viene haciendo uso de diferentes estrategias para
desgastarlo y crear las condiciones para dar un golpe (blando) contra el primer
gobierno que busca reformar al Estado corrupto, criminal y al servicio de las
mafias y devolverle su carácter de Estado Social de Derecho como lo establece
la Constitución.
Nadie que conozca y haya estudiado el desarrollo
y los cambios radicales que ha sufrido el Estado colombiano en las últimas
cinco décadas, puede negar la condición de Estado fallido que arrastra la
nación. Un Estado al servicio de una minoría que lo ha capturado y se ha
enriquecido de los bienes públicos, el presupuesto nacional, la feria de cargos
públicos, los grandes negocios y contratos que han monopolizado para sus
círculos oligarcas, sus clientes, sus sirvientes y sus lacayos.
Esa concentración desmesurada de la riqueza en
Colombia en pocas manos, ha dejado sin derechos constitucionales a una mayoría
que sufre la exclusión, la violencia estatal cuando protesta, el exterminio
sistemático, además de la pobreza masiva, el desempleo, la carencia de servicios
básicos, el acceso de calidad a la salud, la educación, la cultura y la
vivienda digna.
Sin duda los que se oponen radicalmente al gobierno
del cambio son los factores reales de poder encabezados por las fuerzas
políticas derrotadas, dentro y fuera del país
(la injerencia e intereses del imperialismo norteamericano), como el gran
capital, la banca privada, instituciones claves como la Fiscalía, Procuraduría,
ejército y policía, el paramilitarismo y la paraestatal contrainsurgente que
sigue asesinando sistemática líderes sociales, el alto clero y los monstruosos
medios de comunicación corporativos. Mientras, el gobierno del cambio sólo
cuenta con el triunfo electoral y una importante mayoría de pueblo
movilizado.
De ahí que el nuevo gabinete nombrado por el
presidente Petro plantee preguntas de fondo sobre lo que tendrá que enfrentar
en adelante, aparte del argumento de que lo que se busca es “un pacto social”
con todas las fuerzas políticas, principalmente con las que se oponen
radicalmente a su mandato, lo sabotean y buscan darle un golpe
de Estado, como lo advierte el jesuita Javier Giraldo,
reconocido defensor de DD.HH. en Colombia. Así que si lo que busca el gobierno
es romper el cerco en el que lo tiene cercado la oligarquía, haciendo uso de
todas las formas y medios de lucha política, lo único garantizado es que
vendrán más ataques de los que poco sabemos cómo, qué ni cuándo vendrán.
Por eso hay que estar extremadamente alertas, el
movimiento popular, las ciudadanías libres y el pueblo movilizado para
recuperar inmediatamente las calles y volver a la lucha popular y
extraparlamentaria, tal y como se hizo durante el paro nacional del #28A del
2021, que pronto se convirtió en el más temido estallido social en Colombia en
décadas.
Los perfiles de los
nuevos integrantes del gabinete se
caracterizan por tener hojas de vida académicas intachables, experiencia y
especialización en temas afines a los cargos que fueron nombrados, pero sobre
todo la mayoría hace parte del círculo de confianza del presidente, por haber
trabajado ya antes con él en la alcaldía de Bogotá o durante su período de
senador. Pero también está la cuota de los conversos provenientes de partidos
tradicionales como el min interior, un liberal, ex senador (Luis Fernando
Velasco) que ha estado en las toldas disidentes de ese partido tradicional
desde hace unos años; un ministro de TIC (Mauricio Lizcano) hijo de un corrupto
líder político liberal de Caldas, heredero de una tradición politiquera
mayúscula; hasta un ministro de Salud (Guillermo Alfonso Jaramillo) de
profesión médico, cirujano cardiopediatra y ex gobernador del Tolima durante el
gobierno de Virgilio Barco.
Sin duda, haber entregado en bandeja de plata la
cabeza de la ministra de Salud Carolina Corcho a la derecha que sabotea
las reformas urgentes que necesita el país, es más de la vieja estrategia de un
paso adelante y dos atrás, con la idea de generar condiciones para una nueva
alianza de clases o pacto social buscando un aliado que, tal vez, no está en el
parlamento sino en las calles y campos.
Este viraje en el timón de mando sin un norte claro es
producto, seguramente, del acorralamiento en que está el gobierno tratando de
impulsar con urgencia una reforma amplia y profunda que, por la necesidad de
crear acuerdos con la oposición para que sea aprobada, ya anda coja.
Aquí es válida la pregunta: cuál es la diferencia
entre el nuevo gabinete y el anterior? Da la impresión que es más formal que de
fondo. El pacto social que propone el gobierno hoy no lo define un remezón del
gabinete, esa nueva alianza de clases que se propone la define en concreto una
relación de fuerzas que, bajo las condiciones actuales, está por fuera del
parlamento burgués. Parlamento que por las mayorías frágiles e inciertas a las
que está expuesto, no ofrece garantías reales para formar un gobierno sólido y
cohesionado que genere el tan anhelado cambio.
Con este timonazo el presidente Gustavo Petro se
distancia del sujeto político, único factor real de poder, entre otros, que
puede romper el estado de inercia y estancamiento del proceso en que está
sumida Colombia. Tal vez está convencido que es desde el parlamento por más
desgastado e ilegítimo que esté, que se debe seguir insistiendo en buscar una
mayoría relativa en favor de la reforma, así dicha alianza de clases no sea en
realidad garantía para lograrla, y por el contrario, sea una estrategia más
para seguir debilitándolo.
No es poniéndole distinta guasca al mismo perro que se
lograrán los cambios. Esa alianza de clases siempre dependerá de la suma de
todos los factores reales de poder, y las concretas y existentes, con excepción
del factor pueblo y movimiento popular movilizado, no están del lado del cambio
sino del continuismo oligarca que solo busca poner fin al nuevo gobierno, así
éste cuente con la legitimidad de los votos que lo eligieron, pero no la
mayoría parlamentaria suficiente para derrotar a las fuerzas que han gobernado
Colombia con la política de la muerte.
Está, además, por verse si se cumple el pronóstico de
algunos cuadros de la oligarquía, que han sostenido que Petro es el mejor
bombero que hay en Colombia para apagar el volcán en ebullición que es la
sociedad colombiana. Eso sólo será posible si la paciencia de la gente aguanta
y no revienta en cualquier momento, ante un hecho inesperado o conscientemente
provocado.
Ya algunos sectores juveniles, sobre todo el
estudiantil, empiezan a descreer de un gobierno que ha hecho cambios pero que
los ha dejado solos y olvidado (excepto las deudas con ICETEX y la promesa de
más universidades y financiación), un gobierno que sin duda ha tomado
decisiones que favorecen a sectores populares (el bono o renta para los 3
millones de mujeres cabeza de familia), ha entregado bienes confiscados a la
mafia a familias víctimas de desplazamiento y expropiación, que ha demostrado
decisión y resultados en la lucha contra el narcotráfico, pero que sigue sin
cumplir con otros temas importantes del programa de cambio.
Siguen en la cárcel decenas de jóvenes que estuvieron
en el estallido social del #28A del 2021. Es solo un ejemplo de que el
descontento en los sectores que ayudaron a generar el cambio desde la lucha
popular y extraparlamentaria, aumenta y empieza a dudar de la capacidad de
maniobra y decisión de un gobierno que se muestra débil y se distancia de los
sectores y del movimiento social. La llamada paz total avanza con grandes
tropiezos, mientras continúa el exterminio diario de líderes sociales. Y el
tema de tierras para cumplir el incumplido acuerdo de paz con las ex FARC,
sigue empantanado porque la derecha está atrincherada, armada y empecinada en
impedir que haya una verdadera reforma agraria en Colombia, mientras el
gobierno va avanza como una tortuga, la derecha paramilitar y terrateniente lo
hace desbocada.
Después del triunfo colosal e histórico, parece como
si hubiéramos quedados anestesiados por la creencia de que todo se iba a
solucionar con un nuevo gobierno para el cambio y para la vida; cuando lo que
se ha visto es que ejercer gobernanza desde un Estado descompuesto y un
parlamento ilegítimo que, además, representa mayoritariamente los intereses de
una clase sanguinaria, es, sencillamente, más de lo mismo.