Tigrillo L. Anudo, 16-6-2025
El atentado al senador Miguel Uribe Turbay es otra acción más del plan sedicioso para desestabilizar el gobierno de Gustavo Petro. La oposición se vale de ese hecho para reagrupar sus bases sociales, para seguir expeliendo veneno y odio contra la democracia y el progresismo, para precipitar una crisis generalizada (dar la sensación de caos), un clima de “ingobernabilidad”, una crisis institucional con posibilidades de un golpe de Estado, finalmente conquistar el triunfo electoral en 2026.
El ala más oscura del poder político-empresarial-narco planea y ejecuta el crimen. Las otras alas o sectores se encargan de utilizar el impacto emocional que produce para capitalizarlo en propaganda sucia y nuevas acciones que buscan configurar un país con descontrol administrativo.
“La
marcha del silencio” fue otra acción derivada del atentado, la misma que se
convirtió en una grotesca manifestación electoral. No hubo silencio para
rechazar la violencia y apoyar con respeto a una vida que se debate en una UCI.
Al contrario, hubo apología a la violencia con arengas, insultos, expresiones
de intolerancia.
La
oposición no hace política responsable. Al carecer de argumentación racional
sólida para ofrecer al electorado, acude a explotar la emocionalidad de las
personas y a las estrategias de sedición. ¿Qué más irán a hacer? Pues más de lo
mismo. El riesgo de esta forma de hacer política es que recurran a acciones más
mezquinas y peligrosas.
Sólo
piensan en un fin: recuperar el control del Estado para volver a saquear el
presupuesto público. Y en ese camino, el fin justifica los medios. Si hay que
sacrificar alfiles de sus propias filas políticas, pues lo seguirán haciendo. Y
si hay que volver a producir un baño de sangre con elementos de las filas
contrarias, pues tampoco lo dudarán. No habrá líneas rojas ni acatamiento a
cualquier norma decente.
El
aparato criminal que domina a Colombia tiene tentáculos transnacionales. El
plan sedicioso de la oposición política cuenta hasta con la colaboración del secretario
de Estado de los Estados Unidos, además de otros brazos asociados al
narcotráfico, las esmeraldas y la venta de armas, que se sienten golpeados con
todas las toneladas de polvo blanco que le han sido confiscadas.
El
momento que vive Colombia es el de una radicalización de la lucha entre el bien
y el mal. Puede sonar maniqueo, pero así es. Es más que una lucha política de
clases, es más que una batalla entre la concepción neoliberal despojadora de
derechos y la concepción de un eficaz Estado Social de Derecho. El momento
actual es el de una confrontación ética, estética y cultural. Se oponen los
valores sagrados de la vida, la preservación de la naturaleza, la paz, la
justicia social y todos los derechos derivados de ésta, contra los disvalores
del “todo vale”, “resolvamos los conflictos con balines”, “maten al sicario de
Miguel Uribe”, “la consulta popular es ilegal”, “la paz total es un fracaso”,
“expulsar al guerrillero del Palacio”.
Claro que
es una lucha entre el pueblo empobrecido y explotado contra grupos de poder que
se enriquecen cada vez con la plusvalía y los recursos que arrebatan a las
mayorías trabajadoras. Es la lucha del bien común contra el mal de minorías
saqueadoras. No se trata de izquierda o derecha, ni de Petro o Uribe, sino del
buen vivir de los colombianos asaltados en sus derechos.
¿Qué más
irán a hacer? Cualquier locura se puede esperar de una oposición fanática, de
una Delincuencia Política Organizada, de todas esas fuerzas reaccionarias
nucleadas en torno al propósito de sacar del gobierno a los “comunistas” para
volver a detentar el poder.
El mundo
delira con guerras, asesinatos políticos, genocidios, confabulaciones, codicias
sin límites. Colombia delira con lo mismo.
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