Luis E. Sabini Fernández 25-6-2025
Las masacres ahora diarias de civiles gazatíes en los centros de ayuda humanitaria en la Franja de Gaza, que ostensiblemente ha montado el Ejército de Defensa [sic] de Israel, para desplazar los intentos de salvataje alimentario, médico, clínico, que han procurado organizar tanto la maltrecha, maltratada UNRWA como Médicos sin Fronteras y otras redes solidarias privadas, obligan a la pregunta: ¿por qué tantas masacres? ¿por qué ese desplazamiento de la asistencia desde la ONU y redes solidarias de larga data?
Aunque
nos cueste creerlo espontáneamente, los hechos revelan que el ejército israelí
tomó sobre sí la tarea “alimentaria” para
facilitar la política genocida, para ”industrializar” así mejor la muerte
programada de más y más palestinos. Hay demasiado elementos coincidentes como
para soslayar la atrocidad de esa política.
En Israel
se ha ido montando toda una estructura de servicios visuales desde los cuales
mejor mirar el espectáculo de la matanza: ciudadanos israelíes concurren ávidos
a esos emplazamientos para mirar –a distancia y con seguridad– con telescopios
de calidad, la matanza; ver los bombardeos y las demoliciones, ver, por ejemplo, volar los cuerpos con las
explosiones. Como se ha señalado, ver “morir un pueblo como quien contempla una
puesta de sol”. Algo peor, todavía: ver cómo es matado un pueblo, toda una
población.
No
sabemos qué pensó Martin Amis cuando en 2014 publicó su Zona de interés, [1]
mostrando jerarcas nazis conviviendo “idílicamente” con el infierno que habían
generado allí nomás, cerca, del otro lado de la empalizada.
El
relato fue tomado por muchos comentaristas como una condena más del universo
nazi y de ese modo fue interpretado como una reivindicación, siquiera
indirecta, del Estado de Israel, genéricamente entrevisto como “lo opuesto” a
la Alemania antisemita de los nazis.
Sin
embargo, hay un dato entregado por Amis que podría señalar otro enfoque: el
abordaje de mundos paralelos. Y cuando uno, beatífico esconde el otro,
infernal.
¿Y qué mundo
tenemos nosotros para ver mientras israelíes matan a sangre fría con balazos en
la cabeza (reiteradamente comprobados) a infantes palestinos? ¿Y cuándo se
atrae a población hambrienta a sitios con comida, y a veces, so pretexto de
mantener el orden en la fila, y a veces sin ni siquiera pretexto alguno, se
riega de balas a los hambrientos, y se suman así episodio a episodio, veintenas
de muertos, ¿cincuentenas de muertos?
¿Nos
habla Amis de nazis o de mundos paralelos? ¿Y ese mundo paralelo está lejos o
en el pasado, o está cerca, muy cerca de nosotros?
¿Y qué
nos pasa en Uruguay? La política de los tres monos sabios prosigue,
impertérrita.
Uruguay,
su expresidente, ahora futuro catedrático de alguna ciencia política, abrió en
2024 una oficina, cultural, faltaba más, en Jerusalén, mientras el gobierno
israelí proseguía tranquilamente su genocidio.
Tranquilamente
pero ya no en su ritmo pausado. Luego del 7 oct. 2023, ante el copamiento del
cuartel regional de Gaza por Hamás y el ajusticiamiento de algunos represores,
Israel se sintió como bíblicamente llamado a actuar con la furia, la violencia,
la arrogancia, de la conocida deidad que, actuando como agente
inmobiliario, les habría cedido la tierra, como bien lo sabemos mediante
documentos rigurosamente históricos, probatorios, como la Torah.
Y ese mismo
expresidente, Luis Lacalle Pou, ignoró las resoluciones de la ONU que han
procurado mantener a Jerusalén al margen de la órbita israelí (de la palestina,
ni hablar), y puso nuestro país al servicio de la estrategia “boa constrictor”
de Israel.
Poco
antes, la Universidad de la República (UDELAR) resistió una rendición
incondicional a la intervención sionista en la voz binacional de un catedrático
de universidades israelí y uruguaya. No para eliminar ese punto de vista, sino
para dar cabida a todas las voces, incluyendo a los partidarios de genocidio,
pero no ya como voz oficial de la casa de estudios. Una amplitud increíblemente
generosa, pero hasta ahora desconocida
(la UDELAR jamás patrocinó, al menos expresamente, cátedras con nazis,
partidarios de la raza blanca como raza superior, torturadores raciales al
estilo de los métodos como los de los anglos o los belgas en África, o las
técnicas de tortura a poblaciones aborígenes que han desarrollado los sionistas
en Palestina). Es una limitación a la libertad de cátedra y de expresión, pero, ¿por qué habría tenido la UDELAR que romper
esos límites, para beneficio de un sionismo cada vez más claramente brutal,
bíblico, y moramente depravado?
Los
silencios de Uruguay duelen. Han dolido mucho. Como cuando el ejército israelí
abordó al estilo pirata a la Flotilla de la Libertad del año 2010 (que
procuraban restañar mínimamente las enormes sangrías provocadas en Gaza y su
población, con la invasión genocida de 2008-2009, con su tendal de miles de
muertos y demoliciones masivas), y los militares israelíes asesinaron a varios
tripulantes que cumplían con el deber de defender su navegación sin armas de
fuego ni cuchillos, apenas con palos (los invasores, después de copar el navío
y asesinar a parte de su tripulación robaron además, al mejor estilo lumpen, a
los pasajeros calcetines y relojes, como denunció en su momento Henning
Mankell, que participaba del intento solidario).
Pero
tales silencios han sido persistentes. En 2017, cuando ya el infierno en Gaza venía
arrasando a la sociedad desde 2006, mediante la decisión del “carnicero” Ariel
Sharon, conocido genocida de los campamentos palestinos de Sabra y Shatila– de “hacerles la vida imposible” a los
gazatíes, una visita de PIT/CNT del Uruguay encontró “todo bien” en Israel, no para judíos lo cual no sería
novedad, sino para los palestinos. “Cualquier país que se precie de democrático
dirime las cosas como lo hace Israel”, llegó a decir uno de sus deslumbrados
visitantes.
En
2024, el periódico del aparato mundial sionista enlacejudío escribió: “Yamandú
Orsi, que ganó por un estrecho margen una segunda vuelta electoral el domingo,
se destaca en al menos un aspecto: nunca ha atacado a Israel.” Pésimo planteo,
porque la pregunta tendría que ser si Israel ha atacado algo y en tal caso, si
corresponde criticarlo, ignorarlo o alabarlo.
Poco
antes, no bien se avizoró que el a la sazón intendente de Canelones, Yamandú Orsi,
podía ser presidente del país, el aparato de hasbará de
Israel se puso en marcha y Ana Jerozolimski fue la encargada de guiar al
ilustre en visita oficial a Israel en setiembre de 2023.
En su
visita, Orsi creyó ver una convivencia –pacífica, normal– entre palestinos e
israelíes que la información habitual no le había entregado. El Potemkin
israelí[2] no necesitó
montarle un tinglado especialmente, porque todo Israel es una puesta en escena.
Orsi, que se sepa, no visitó Cisjordania y menos aún Gaza; nos preguntamos qué
palestinos habrá divisado en su visita oficial.
Ya
investido presidente, Orsi junto a expresidentes uruguayos, Luis Lacalle Pou y
Julio María Sanguinetti, fueron objeto de otra operación de Public Relations. Esta vez, de la
fundación argentina Ana Frank, la misma que ha erigido una “escultura” luctuosa
en la capital federal argentina, en una plazoleta sobre la av. Olazábal.
Yamandú
Orsi, una vez más, aceptó la invitación que, como la de su visita a Israel,
sirve para realzar facetas edificantes de Israel en el mismo momento en que
Israel está asesinando fríamente en Gaza, y cada vez más en Cisjordania y
Jerusalén, la mayor cantidad de vidas humanas que se recuerde en las últimas
décadas.
En
otras palabras, otra operación de lavado de imagen (justo cuando las cotas del
exterminio alcanzan niveles insoportables, aun comparados con los habidos en
Sudán y Sudán del Sur (otro invento geopolítico de Israel) o en Myanmar. Está
clara la voluntad ¿política? de no juzgar la conducta de Israel, racista,
supremacista, fríamente genocida.
Hay
interesados en sustraer a Israel de responsabilidades, pese a que la brutal
franqueza de Netanyahu les juegue en contra.
Si
Israel ataca sin previo aviso a Irán, se lo designa como “ataque preventivo” o
como “guerra entre Israel e Irán”.
Indudablemente
hay intentos de desvíos de la responsabilidad. Véase esta joyita: “La
demonización de Israel no llevará a la solución del conflicto en Oriente Medio,
la comunidad internacional debe centrarse primero en destruir la grave causa de
esta guerra que es el terror y luego promover un diálogo genuino y no en
perpetuar una narrativa que ignora las complejidades del conflicto.”[3]
Obsérvese
el tono doctoral del párrafo. El quid, nos dice, es el terror. Podríamos estar
de acuerdo. Fue el terror sionista decisivo para instaurar Israel. Asesinando
ya no a contrincantes sino hasta mediadores que procuraban otorgar derechos a
palestinos y sionistas, como el mediador oficial de la ONU, Folke Bernadotte, o
incluso a judíos que dialogaban con árabes musulmanes, como Jakob de Haan. Lo
que veo cada vez más claramente es que Israel ejerce “el terror”: colonos
sionistas serruchando olivos palestinos centenarios, guardias israelíes tirando
en sus incursiones a todo lo que se mueve, buscadores inalámbricos previamente
diseñados como explosivos detonados como castigo al Líbano por el que son
matados varios portadores y centenares quedan heridos, y el país aterrorizado. Pero
Galperin no se refiere a esos terrores,
bien concretos; no elige el ejercicio despótico de terror que emplea Israel a
diario con población palestina desarmada; habla sólo de cierto terror que vino
después, como respuesta. Tendría que aprender a leer historia.
Y
aprender a leer también psicología. Que “los malos” tienen bastante acotados
sus alcances y que, en cambio, el mal que producen muchos buenos, incluso
excelentes, es mucho más devastador. Porque el malo, entrevisto, descubierto
pierde capacidad de daño, pero el bueno, el excelente, siempre contará con una
claque de convencidos (o sobornados o mentalmente reducidos) que le facilitará proseguir
su tarea devastadora, aunque “con las mejores intenciones”.
Si criticamos,
por ejemplo, “el terror” ya hemos resuelto las claves políticas del momento;
apenas acotamos “el grupo terrorista Hamás” o el estado terrorista de Irán y
entonces, queda por demostrar lo que creemos ya demostrado.
Seguramente,
el Ejército de Defensa de Israel, o el Mossad, o el Shin Bet encontrarán o fabricarán
tales pistas. Porque las pruebas existen de antemano. Y si hay que hacerlas, se
hacen. A los inmensos conglomerados de poder no los guía la búsqueda de verdad sino
la expansión de la verdad ya configurada de antemano. Los centros de poder
optan por la versión que se aviene a la imagen que valoramos: bebitos
horneados, mujeres desventradas, árabes que juegan a la pelota, festivamente,
con senos femeninos arrancados de cuajo, palestinas falsarias que muestran
heridas, horribles, como si se las hubiese hecho la fuerza pública israelí
cuando se las han pintarrajeado ellas mismas.
Según
Israel los palestinos se dañan a sí mismos o a sus imágenes. Falta nomás el
detalle de cómo han logrado derribar tantos edificios. Con qué explosivos ¡Cómo
han desmantelado más de cien hospitales!…
¡Cómo a
israelíes no se les cae la cara de vergüenza! ¡Cuánto supremacismo, cuánto
ombliguismo, cuánta soberbia racista se les ha inculcado para que se la crean!
Porque
Israel no carga sus responsabilidades. De atrocidades. Y cuando una decena de
militares femeninas, coquetamente mejoran su aspecto para sacarse una selfie delante de toda una zona urbana
de edificios altos en la ciudad de Gaza, destruida por bombardeos (con
población atrapada y muerta entre sus escombros), lo que prevalece en la foto
es el carácter risueño de “las chicas”, su frescura, y la ajenidad total ante
lo que ellas y el resto de Israel ha hecho con esa población, con esa ciudad,
con ese territorio. Las hermosas jovencitas son totalmente inocentes. Y si no
inocentes, ajenas.
Los del
ejército ocupante se sienten tan exentos de culpa que pueden tratar muy mal a ¿quiénes?
A los muy malos; porque con los despreciados no necesitamos expresar compasión,
solidaridad, ni vergüenza ante niños hambreados, baleados; ni ante la falta de
agua (aunque le hayamos cortado el suministro nosotros mismos), ni por la
restricción de alimentos que le hemos impuesto hace ya casi veinte años, cuando
votaron mal, contra nosotros…[4]
Desde la ONU, hace tiempo, se ha generado un monstruo político, psicológico, ético. Se lo percibe cada vez más claramente. Lo que es más arduo es reconocer a sus progenitores.
Notas
[1] Llevada al
cine por Jonathan Glazer, británico, en 2023.
[2] Grigori Potemkin fue un ministro de la zarina (de sangre
teutónica) Catalina II (reinó de 1762 a 1796) a quien, para impresionar con su
gestión, le mostraba fachadas de pueblos inexistentes, que mandó levantar a
cierta distancia de los caminos por los que se desplazaba la zarina, ofreciendo
un desarrollo, un poblamiento falsos.
[3] Javier
Galperin, Cartago Delenda Est, El País, Mtvdeo., 31/5/2025.
[4] La Franja
de Gaza es considerada uno de los primeros sitios en que la humanidad
desarrolló agricultura. Eso, que debería ser un “tesoro de la humanidad”, ha
sido contaminado adrede por Israel para debilitar su capacidad alimentaria.
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