Allison Kaplan Sommer, Haaretz, 30/7/2024
Traducido por Fausto Giudice, Tlaxcala
La semana pasada, Benjamín Netanyahu se mostró confiado ante una sesión conjunta del Congreso de USA y declaró que la guerra de Israel contra Hamás en Gaza, y contra otros proxies iraníes en otros frentes, “no es un choque de civilizaciones. Es un choque entre barbarie y civilización”.
“Para que triunfen las fuerzas de la civilización”, entonó enfáticamente el primer ministro, “Estados Unidos e Israel deben permanecer unidos”, provocando que su público saltara de sus asientos extasiado.
Pero cualquiera que observara las acciones de la turba israelí que el lunes invadió violentamente la base militar de Beit Lid y el centro de detención de Sde Teiman vio un comportamiento mucho más cercano a la barbarie que a la civilización.
El airado grupo de infiltrados que atravesó las puertas de lo que se supone que son instalaciones militares seguras incluía no sólo a legisladores, sino también a ministros del gobierno. Exigían la puesta en libertad de nueve reservistas que habían sido detenidos -no arrestados- en el marco de una investigación sobre presuntos malos tratos a un prisionero palestino.
“Los heroicos combatientes no deben ser tocados”, gritaban. Los reservistas que prestaban servicio en Sde Teiman habían sido detenidos para ser interrogados por la Policía Militar por orden de la máxima autoridad legal del ejército, el general de división Yifat Tomer-Yerushalmi.
Se sospecha que los soldados cometieron abusos con agravantes y sodomía forzada contra el detenido, después de que éste fuera hospitalizado con lo que al parecer son graves lesiones en una parte íntima del cuerpo, lo que indica una horrible violación. El presunto comportamiento abusivo de los soldados a los que los manifestantes exigían tan airadamente que “no se les tocara” fue, de hecho, una barbaridad. También está en consonancia con las denuncias de abusos en Sde Teiman de las que se viene informando en medios como Haaretz desde hace meses.
El trato horripilante al enemigo en tiempos de guerra, incluidos los abusos sexuales extremos, no es algo inaudito, ni siquiera en USA, el país que Netanyahu calificó de “gran ciudadela de la democracia”. Quienes vivieron el escándalo de Abu Ghraib en 2004, cuando se difundieron a los medios de comunicación fotografías de los terribles malos tratos infligidos a prisioneros iraquíes, nunca olvidarán las imágenes de violencia física y humillación (por las que finalmente fueron condenados 12 soldados).
En aquel momento, algunos destacados políticos usamericanos trataron de presentar a los infractores como matones. Pero nadie que ocupara un cargo de poder o responsabilidad sostuvo que los soldados no debían ser objeto de investigación -y luego de enjuiciamiento- por sus presuntos actos delictivos. Y, desde luego, ninguno encabezó un levantamiento popular contra los fiscales militares que se ocupaban de los casos.