Luis E. Sabini
Fernández, 18-1-2023
El strip-tease se ha acentuado.
Hace
pocos meses todavía, el presidente del estado considerado primus inter non pares, Joe
Biden, entendía sensato no abastecer directamente de armas a Ucrania porque ese
aporte y su aplicación podían fácilmente abrir el grifo de la guerra, entonces
sí abierta de Rusia con la OTAN (o más bien de la OTAN con Rusia).
Ahora
la OTAN ha aprobado enviar armamentos de diversos tipos y calibres, como, por
ejemplo, tanques de última generación, por 40 mil millones de dólares, y una
partida todavía superior para avituallamiento de bienes sociales, civiles, a
Ucrania.
La
acometida otánica no se hace sin fisuras. En Alemania existe para algunos la
convicción que, tal vez por sus coincidencias “energéticas” con Rusia, le ha
tocado el papel del “pato de la boda”, descoyuntando de manera incisiva su
complejo industrial, por décadas el motor de la UE.
Pero
no se trata sólo de tales aspectos económico-materiales. Alemania, tras la
pesadilla nazi, quedó entrampada en un complejo de culpa no del todo correcto
ni justo, puesto que el origen del nazismo no fue una expresión alemana, como
tantos aliadófilos quisieron hacernos creer, sino una reacción frente a la “Paz
de Versalles” (a su vez, una estratagema de la “Raposa” europea para quitar de
en medio una competencia que se presentaba muy seria). Como consecuencia, la
Alemania de la segunda posguerra fijó una conducta antimilitarista,
antiguerrerista, antiintervencionista.
Las
rencillas, purgas y designaciones que se acaban de suceder en Alemania 2023
obedecen a los roces y diferencias ante esos dos factores que persiguen a
Alemania “como su esqueleto y su sombra”.
¿Qué
significa este reaprovisionamiento ahora con armas y bagajes a granel? Queda ya
casi prístino que la OTAN es la que está en guerra con Rusia. Aunque se trata,
como se ven tantas ahora (¿más que otrora?) de una guerra proxy.
Y si
ya está tan desenfadado el comportamiento otanesco, ¿qué va a pasar con el
ruso?
Rusia,
crecientemente hostigada por el eje anglo-israelo-norteamericano a través de su
representante o emisario regional, la OTAN, no supo/pudo encarar ese atroz
hostigamiento que se focalizó en lo que el ideólogo estadounidense de extrema
derecha Samuel P. Huntington definió como víctima propiciatoria.
Huntington,
analizando el mundo postsoviético vislumbraba dos estados medianos, muy
aprovechables para afianzar “Occidente” (su militancia prooccidental era tan descarada
como para que en un pretendido ensayo sociológico; The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order
tenga un capítulo titulado, por ejemplo “Occidente y el resto”).
En
ese abordaje del mundo postsoviético que una vez más, como en los ’40, sus
cofrades se disponen a deglutir (a fines de los ’40 se les cortó la digestión
por la irrupción geopolítica de la URSS), Huntington toma como ejemplos de
naciones “escindidas” a Turquía y a Ucrania, sitios en el mundo postsoviético
por donde las fuerzas occidentales pueden abrir brechas en fortalezas ajenas (y
enemigas).
Tras
el colapso soviético en la década de los ’90, Rusia pervive. Aun perdiendo la
corte de estados vasallos de Europa oriental (y un poco más, también en Asia) y
los aditamentos que mantuvieran en pie a la URSS durante siete décadas; su fe
ideológica y el “centralismo
democrático” (curiosa definición socialista del verticalismo policíaco-militar)−
retiene, gracias a su enorme extensión, población y armamento nuclear, una
serie de elementos claves que impiden el pleno poderío mundializado de EE.UU. y
el eje que, otra vez desde los ’90, procura controlar el mundo.
Esto
ha significado que el eje triple ya mencionado busca por donde penetrar la
“fortaleza” rusa.
Y
siguiendo la visión del mencionado Huntington, Ucrania, la fracturada Ucrania,
constituye un verdadero bocato di
cardinale.
Entiendo
imposible soslayar que Robert Kagan, figura clave del proyecto neoimperial ya
citado (n. 2) es pareja de Victoria Nuland, la emisaria estadounidense que
llega a Ucrania hacia 2014 para generar el desequilibrio necesario para la
consecución de tales planes. Munida de miles de millones de dólares, será clave,
por ejemplo, en la instalación de una cadena de laboratorios diseñados para el biowarfare (vale decir, la guerra a
través de la acción de laboratorios de ingeniería genética).
Justo
entonces se produce un cambio de presidentes en Ucrania y el impulso de
agrupamientos de extrema derecha y a la vez profundamente antirrusos.
Preparando el terreno para un enfrentamiento cada vez más violento. Episodio de
Maidan (decenas de muertos y piedra de toque para que población rusófona en
Ucrania y la misma Rusia modificaran su actuación. Crimea declara su independencia
respecto de Ucrania y posterior incorporación a Rusia (algo vital desde el
punto de vista militar para Rusia en el Mar Negro). Rusófonos empiezan a estar muy
hostigados por la Ucrania “independiente”, más bien pro-occidental, desde 2014
(con el abandono forzado del presidente Yanukovich más bien prorruso). Lugansk
y Donetsk, dos municipios o provincias rusófonas proclaman su rebeldía
institucional y armada contra las autoridades ucranianas.
La
OTAN logró “estirar la cuerda” de modo tal que se le rompiera a Putin en las
manos. Tras por lo menos 8 años de agresión, logra establecer claramente un
agresor en el “teatro de operaciones”, que resulta, sin duda, Putin.
¿Cómo
se logra ese reparto de roles? Porque la OTAN y el eje triple que la dirige
tiene éxito en tocar sensibilidades del régimen ruso y lo va a llevar a sacar a
luz su propia modalidad de poder: Rusia no soporta el maltrato y la presión y
opta por aplicar “un puñetazo en la mesa” que ya vio no era de negociaciones. Como
hiciera en Osetia, en Chechenia. Craso error. Zelenski, versátil actor, cumple
aquí la función de “pez diablo” para que el oso sufra una pequeña hemorragia; al
fondo de la escena, están las pirañas.
Introduce
su planta en un territorio preparado como celada. La OTAN interviene
rápidamente. Tanto debilitando al concierto asistencial europeo (quitándole a
Alemania la provisión de energía rusa) como otorgando todo tipo de asistencia a
Ucrania. Inicialmente, para la defensa; luego, poco a poco, para el ataque.
El
lenguaje figurado tiene sus límites; y la realidad mucho más; lo futuro es no
solo desconocido sino incognoscible.
Notas
[1] Editado por Simon & Schuster, N.Y., 1996.
[2] Un eje con varios planos: en primer lugar la Santísima Trinidad del Reino Unido, Israel y EE.UU.; en segundo lugar el de la red Echelon, compuesta por el acuerdo anglófono (pero de raza blanca) de 1948; EE.UU., Canadá, Reino Unido, Australia, Nueva Zelandia, también llamado de “Los cinco ojos”, y en tercer lugar volver, una vez más tras el derrumbe soviético, al diseño preciso de la craneoteca pentagonal, The Project for the New American Century. Setiembre, 2000. Entre sus principales redactores: William Kristol, Robert, Donald y Fred Kagan, Gary Schmitt, Paul Wolfowitz, Dov Zakheim.
[3] Ucrania, también llamada “Rusia pequeña”, con su capital Kiev cuna de la unificación rusa (de la Rusia Grande o mayor, hoy simplemente llamada Rusia), mantuvo cuando el colapso soviético, armas nucleares, junto con Rusia. Sin embargo, con o por acuerdo de “las grandes potencias”, EE.UU. y Rusia, en 1996, Ucrania fue desnuclearizada. Con compromisos recíprocos de “los grandes” de preservar su independencia. Algo que debe haber hecho sonreír a Huntington, que había profetizado la fractura tres años antes.
[4] Lo que hasta la década de los ’70 se denominaba en EE.UU. test tube war, que otorgaba enorme poder al desarrollo químico, de venenos para uso militar, con los avances en ingeniería genética habilitando la creación, mejor dicho la construcción de “quimeras”, entes vivos transgénicos, los afiebrados militares norteamericanos y sus acólitos han llegado así al desarrollo de laboratorios que directamente califican de biowarfare (guerra biológica) y los han diseminado por todos los continentes.