Jorge Majfud, Escritos Críticos, 22-11-2022
Ponencia en el VII Congreso Interoceánico de Estudios Latinoamericanos. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. 17 de noviembre de 2022
La necesidad real de un pensamiento latinoamericano propio continúa siendo una vieja utopía, no porque no haya materia pensante en nuestro continente sino porque todas las formas propias fueron reprimidas y demonizadas desde el año 1492. Desde entonces, el continente ha pasado de mano en mano hasta nuestros días, en que la ideología dominante y neocolonial del mercado asfixia cualquier alternativa, bajo el antiguo y efectivo recurso de la demonización, pagada por las corporaciones financieras y propagadas por los medios que la sirven y por los fanáticos que la sufren.
Aunque en proporciones diversas, el poder ha estado siempre en manos de una minoría. Si consideramos como progreso social la distribución equitativa de poder en una sociedad, podemos ver que, por lo menos en los últimos quinientos años en Occidente, todos los progresos políticos, sociales y económicos han sido consecuencia de otras minorías alejadas del poder. Estas minorías fueron criminalizadas, demonizadas, desacreditadas y sufrieron amenazas, ejecuciones, matanzas o, simplemente, el silencio de las mayorías cómplices del poder. Así, mientras estas minorías criticaban y resistían la brutalidad del sistema esclavista, no pocos negros, indios, mujeres y pobres enseñaban a otros negros, indios, mujeres y pobres a ser buenos negros, indios, mujeres y pobres.
Ahora, no sin paradoja, los islamófobos están llevando a Occidente al mismo proceso que produjeron las potencias occidentales en el mundo persa-árabe, transformando países seculares y socialistas en paradigmas del fanatismo religioso (“El lento suicidio de Occidente”, 2002). La teocratización de la política actual no se reduce a presumir de que Dios vota a nuestro partido político y nos ayuda a ganar campeonatos de fútbol, sino al entrenamiento cultural (producto de una adoctrinación que comienza en la infancia) por la cual el mayor mérito intelectual es tener fe a cualquier precio. Si bien esto es incuestionable dentro de cualquier religión, pierde sentido cuando esos mismos individuos salen de sus tempos y confunden su religión con su ideología y su iglesia con su país.