Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
Martin Chulov cubre la información sobre Oriente Medio para The Guardian desde hace dieciséis años. En 2015 recibió el Premio Orwell de periodismo.@martinchulov
Tras diez años de derramamiento de sangre, los aliados extranjeros intentan rehabilitar al líder sirio
Carteles en Damasco con imágenes de Bashar al-Asad poco antes de las elecciones presidenciales del pasado mayo (Foto: Firas Makdesi/Reuters)
Qamishli, Siria.- Durante
casi una década fue un paria que luchaba por conseguir alguna reunión en el
extranjero o incluso por hacerse valer ante sus visitantes. En gran medida solo
en su palacio, excepto por la presencia de sus ayudantes de confianza, Bashar al-Asad presidía un Estado roto cuyos escasos amigos exigían un
precio humillante para protegerle y no temían demostrarlo.
Durante sus viajes regulares a Siria,
Vladimir Putin organizó reuniones en bases rusas, obligando a Asad a ir trás de
él en los actos. Irán impuso con demasiada facilidad su voluntad, dictando a
menudo las condiciones militares o dejando de lado al líder sirio en decisiones
que determinaban el curso de su país.
Pero con el estruendo de la guerra y la insurrección
retrocediendo y una región exhausta que intenta configurarse nuevamente tras diez
años agotadores, está surgiendo una dinámica improbable: Asad, el marginado,
está siendo muy requerido. Los enemigos que se oponían a él cuando Siria se desintegraba,
consideran cada vez más a Damasco como la clave para recomponer una región
rota. La barbarie que supuso la muerte de medio millón de personas,-las
autoridades dejaron de contar las víctimas en 2015- ya no parece ser el
obstáculo que era. Tampoco lo es el papel central de Asad en una catástrofe que
desarraigó a la mitad de la población del país e infectó el cuerpo político de
Europa y más allá.