Martin Chulov, The
Guardian, 26/9/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
Martin Chulov
cubre la información sobre Oriente Medio para The Guardian desde hace dieciséis
años. En 2015 recibió el Premio Orwell de periodismo.@martinchulov
Tras diez años de
derramamiento de sangre, los aliados extranjeros intentan rehabilitar al líder
sirio
Carteles en
Damasco con imágenes de Bashar al-Asad poco antes de las elecciones
presidenciales del pasado mayo (Foto: Firas Makdesi/Reuters)
Qamishli, Siria.- Durante
casi una década fue un paria que luchaba por conseguir alguna reunión en el
extranjero o incluso por hacerse valer ante sus visitantes. En gran medida solo
en su palacio, excepto por la presencia de sus ayudantes de confianza, Bashar al-Asad presidía un Estado roto cuyos escasos amigos exigían un
precio humillante para protegerle y no temían demostrarlo.
Durante sus viajes regulares a Siria,
Vladimir Putin organizó reuniones en bases rusas, obligando a Asad a ir trás de
él en los actos. Irán impuso con demasiada facilidad su voluntad, dictando a
menudo las condiciones militares o dejando de lado al líder sirio en decisiones
que determinaban el curso de su país.
Pero con el estruendo de la guerra y la insurrección
retrocediendo y una región exhausta que intenta configurarse nuevamente tras diez
años agotadores, está surgiendo una dinámica improbable: Asad, el marginado,
está siendo muy requerido. Los enemigos que se oponían a él cuando Siria se desintegraba,
consideran cada vez más a Damasco como la clave para recomponer una región
rota. La barbarie que supuso la muerte de medio millón de personas,-las
autoridades dejaron de contar las víctimas en 2015- ya no parece ser el
obstáculo que era. Tampoco lo es el papel central de Asad en una catástrofe que
desarraigó a la mitad de la población del país e infectó el cuerpo político de
Europa y más allá.
En lugar de ser el epicentro de la desintegración de Oriente
Medio, Siria se ha convertido en un punto central de los planes para restaurar
una estabilidad posterior a la Primavera Árabe. En los últimos doce meses, los
EAU y Arabia Saudí han enviado funcionarios a la capital siria para reunirse
con sus jefes de espionaje. Egipto y Qatar también se han acercado. Jordania,
por su parte, ha implorado la ayuda de Estados Unidos para reintegrar a Siria y
ha sugerido que es el país mejor situado para ayudar.
A principios de este mes, Washington hizo una jugada propia
que se añadirá al resurgimiento de Asad. En un intento por resolver la crisis
energética de Líbano, la embajada estadounidense en Beirut anunció un plan para
enviar gas natural egipcio a través de Jordania y Siria. La propuesta dio a
Asad una participación directa en la búsqueda de una solución para el Líbano, un
giro de los acontecimientos que muchos en la capital libanesa dicen que
arrastrará de nuevo al país bajo la tutela siria.
“Como mínimo, las dos crisis económicas [Líbano y Siria]
están ahora integradas”, dijo un diplomático europeo. “Hasta ahí las soluciones
soberanas. ¿Comprende realmente Estados Unidos lo que ha hecho aquí? Todos
estos años hablando de la construcción de Estado… Y luego, al final, le devuelves
el lío a Bashar, que ha jugado un papel principal en la muerte de ambos países”.
Asad se apresuró a aceptar el acuerdo por el que Siria se
apropiaría de una parte del gas egipcio para sus propias necesidades, como hizo
cuando un camión cisterna con gasóleo iraní destinado al Líbano fue descargado
a mediados de septiembre en su puerto de Baniyas. Para celebrar la ocasión,
invitó a los ministros libaneses a la frontera, donde -según el libro de
jugadas de Putin- sus funcionarios solo mostraron la bandera siria.
“Los ministros libaneses deberían haberse levantado y
marchado”, dijo Mirna Khalifa, investigadora de Beirut. “Pero los mendigos no
pueden elegir. Y ahora nos hemos visto obligados a volver a mendigarle a Bashar”.
En su visita a Washington en agosto, el rey Abdullah de
Jordania planteó a los miembros del Congreso la necesidad de volver a
comprometerse con Asad. El plan parecía dirigido a restaurar el papel de
Jordania como intermediario bajo la administración de Biden, y a descargarse de
la carga financiera del enorme número de sirios que aún se encuentran en suelo
jordano, muchos de ellos refugiados.
“Jordania podría liderar un compromiso inicial con el
régimen para garantizar el compromiso antes de que se inicien contactos más
amplios”, decía una nota informativa preparada por Abdullah.
Vladimir
Putin saluda a Bashar al-Asad en un encuentro en Moscú celebrado a primeros de
septiembre. (Foto: Mikhael Klimentyev/Sputnik/EPA)
Malik
al-Abdeh, un observador de Siria cercano a la oposición siria, dijo: “Lo que
sucede es que el régimen está desesperado por conseguir acabar con las
sanciones de Estados Unidos y la UE y restablecer las relaciones diplomáticas
con los países árabes y Occidente. El rey Abdullah parece estar poniendo esto
sobre la mesa y diciendo “vamos a dárselo a Asad a cambio de un cambio limitado
de comportamiento”.
“Asad no
entablará una relación transaccional como se describe en el documento. Lo que
probablemente hará es explotar los canales que se le ofrecen para socavar
cualquier influencia que tengan los Estados árabes y occidentales”.
Hay otra
dinámica que ha contribuido a atraer a Asad de nuevo al redil: el ascenso del
heredero al trono de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, y la modernización que
está intentando del Reino -alejándose de un rígido régimen teológico en el que
los clérigos compiten con los gobernantes por el poder, para convertirse en un Estado
policial nacionalista árabe- del tipo que Sadam Husein y Muamar Gadafi habrían
reconocido instintivamente.
Un
influyente asesor de un líder regional dice que Asad se siente envalentonado
por la nueva atención que se le está prestando. “Los saudíes han enviado a su
jefe de espionaje y los emiratíes quieren hacer negocios con él. Y ahora los
estadounidenses y los jordanos. Se ha vuelto imposible tratar con él. Ha insistido
en que no va a comprometer en absoluto a Siria, y que todos los estadounidenses
tienen que abandonar Deir Ezzor. Incluso ha estado exigiendo voz y voto sobre
el lugar al que deben retirarse”.
En la ciudad
nororiental siria de Qamishli, donde los kurdos del país dominan los asuntos
locales, el constante resurgimiento de Asad no ha pasado desapercibido. Aquí se
le considera más un pírrico vencedor de una guerra de desgaste que un
estratega; su supervivencia se debe al papel histórico de Siria en la región y
a la forma en que su difunto padre, Hafez al-Asad, construyó el Estado moderno.
“Hafez se
aseguró de que, si una rama de su régimen caía, se produjeran terremotos en
otros lugares. Eso es lo que ha ocurrido”, dijo Ako Abdullah, un técnico de
comunicaciones. “Las consecuencias fueron demasiado graves para todos y la
gente perdió la paciencia”.
Otro sirio de
Qamishli, un comerciante que está contra Asad y que se refirió a sí mismo como
Abu Laiz, dijo que el mundo estaba empezando a olvidar la década de destrucción
de Siria. “Se marcharon de Afganistán, y ahora de nosotros”, dijo. “Pronto
Bashar volverá a la ONU y se levantarán las sanciones. Volverá a controlar el
Líbano. La historia debería enseñarnos algo”.
Toby Cadman,
un abogado británico que trabaja en procesos por crímenes de guerra y que se ha
centrado en Siria, advirtió contra el reencuentro con Asad. “No es un régimen
con el que debamos considerar restablecer relaciones diplomáticas. El reciente
acercamiento de los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Jordania y Qatar es
algo “que debemos abordar con gran preocupación".
“No puede
haber paz, estabilidad ni reconciliación sin un proceso orientado a la justicia
y la rendición de cuentas. Le hemos fallado al pueblo sirio durante la última
década. No tapemos las grietas de la inestabilidad y la injusticia con un
último acto de abandono”.
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