Affichage des articles dont le libellé est Palestina/Israel. Afficher tous les articles
Affichage des articles dont le libellé est Palestina/Israel. Afficher tous les articles

10/06/2025

ABDALJAWAD OMAR
Los gánsteres de Israel en Gaza
Una operación de contrainsurgencia en la era de la inteligencia artificial

Israel lleva mucho tiempo utilizando agentes infiltrados que se hacen pasar por palestinos para sembrar la discordia. Hoy vuelve a utilizar esta estrategia en Gaza en forma de bandas que toman el control de la ayuda humanitaria. El objetivo es fragmentar y desmembrar la sociedad palestina.

Abdaljawad Omar HamayelMondoweiss, 9-6-2025

Traducido por Fausto GiudiceTlaxcala

En la larga y dolorosa historia del enfrentamiento entre Palestina y el sionismo, pocas figuras han provocado una ruptura epistémica y afectiva tan profunda como la unidad de las fuerzas especiales secretas que se hacen pasar por palestinos. Conocidos como «unidad arabizada» o «musta'ribin», estos agentes secretos israelíes, a menudo judíos árabes, no operan como colonos visibles, sino como dobles autóctonos. Dominando el dialecto y los modales palestinos, el agente arabizado se mueve entre los palestinos como una presencia fantasmal que imita y vigila desde dentro, al tiempo que lleva a cabo operaciones sorpresa destinadas a tomar por sorpresa a sus “presas”, ya sea para detenerlas o asesinarlas. No se limita a recopilar información, sino que socava la confianza de la comunidad y la posibilidad de un reconocimiento colectivo.

De este modo, los musta’ribin no son solo una fuerza táctica, sino un modo de infiltración armada que rompe el espejo en el que se miran los palestinos. Israel desarrolló inicialmente estas unidades “árabes” para llevar a cabo operaciones rápidas en los campos palestinos, espacios urbanos densamente poblados que, de otro modo, son inaccesibles para los soldados uniformados, con muy pocas posibilidades de tomar por sorpresa a sus objetivos. Los musta'ribin fueron una respuesta a la pregunta de cómo llegar a los “objetivos” antes de que se dieran cuenta de la presencia del ejército.

Esta lógica de infiltración, que forma parte desde hace mucho tiempo de la estrategia colonial de Israel, ha resurgido hoy en día. En un vídeo reciente de las Brigadas Qassam de Hamás, una unidad palestina que colabora con el ejército israelí ha sido designada por la resistencia como musta'ribin. Al utilizar este término para referirse a los colaboradores palestinos —que normalmente se denominarían colaboradores o espías, yawasi— en lugar de a los israelíes infiltrados, Hamás ha difuminado deliberadamente la frontera entre colaborador y enemigo.

No es de extrañar que Israel encuentre entre las poblaciones ocupadas personas dispuestas a sobrevivir gracias a su aparato de dominación. Esta complicidad no es solo el resultado del agotamiento —el desgaste moral bajo un asedio implacable—, sino también de la tenue esperanza de hacerse con el poder, por marginal que sea, dentro del orden impuesto. También es producto de enredos más profundos: los incentivos silenciosos y el estímulo activo que a veces provienen de las propias filas palestinas. Este fenómeno tiene sus raíces en la contradicción histórica entre la resistencia como forma de gobierno y el gobierno como medio de encarcelamiento.

Una de las figuras más tristemente famosas entre estos nuevos mandatarios israelíes en Rafah es Yaser Abu Shabab, un antiguo preso condenado por tráfico de drogas por el Gobierno de Hamás, que dirigió a un grupo de cientos de hombres armados que saquearon los convoyes de ayuda humanitaria en Gaza durante toda la guerra. Su ascenso ilustra cómo la interacción entre la lealtad clánica, la supervivencia material, el oportunismo y el apoyo tácito de elementos dentro de la Autoridad Palestina se combinan para allanar el camino para la aparición de tales bandas. Su presencia no solo tiene como objetivo fracturar el tejido social, sino también reabrir la herida aún abierta del genocidio.

El uso que Israel hace de estas unidades de colaboradores tiene varios objetivos. En primer lugar, sirven para obstaculizar y desviar el flujo de ayuda humanitaria, convirtiéndola así en un mecanismo de control. En segundo lugar, actúan como recaudadores informales, obteniendo ingresos de la economía del sufrimiento que contribuyen a mantener, posicionándose así como intermediarios, no solo con la fuerza de ocupación, sino también con el aparato de ayuda internacional cada vez más privatizado. En tercer lugar, también se utilizan como mecanismo de desvío de fondos, explotando la desesperación para atraer a los hambrientos y a los jóvenes de Gaza. Este poder proviene de lo que se les permite ofrecer: una bolsa de comida, la promesa de acceso, una posible exclusión de las masacres. Estas ofertas no son insignificantes, sino que sirven como palancas de control, operando en la tensión entre la supervivencia de la familia individual y la resistencia colectiva (sumud) de toda la comunidad.

Al interponerse como intermediarios entre Israel y la población, permiten que las redes informales y formales de dependencia y autoridad se arraiguen y se desarrollen. Se convierten en una dirección local que sirve de mediador con Israel. En cuarto lugar, y quizás lo más insidioso, desempeñan el papel de protagonistas en una coreografía propagandística. Se difunden vídeos cuidadosamente escenificados —hombres uniformados descargando sacos de harina o gesticulando frente a filas de desplazados— para sugerir el surgimiento de un gobierno palestino alternativo, aparentemente más “pragmático” o flexible, y más dispuesto a cantar las alabanzas de Netanyahu.

Su papel no es solo sembrar el caos, sino evocar la posibilidad de otro orden. Su mera presencia alimenta la desconfianza, rompiendo las frágiles solidaridades que se forman bajo el asedio. Son, en cierto modo, los primeros en morder el anzuelo: los primeros en imaginar un futuro enclavado en el aparato de exterminio. Pero lo que se les ofrece no es la vida, solo su imitación: una supervivencia controlada en un paisaje diseñado para eliminar la presencia de los palestinos y también la necesidad de su presencia. Y, como muchos fenómenos colaboracionistas de este tipo, ocultan su brutal traición a su pueblo tras consignas como “fuerzas populares”, el nombre que Abu Shabab utiliza para referirse a su banda de saqueadores.

Pero aquí está el quid de la cuestión: si bien estos grupos pueden ser tácticamente útiles para Israel —prácticos para desviar la ayuda, disciplinar el hambre y desestabilizar la ya frágil cohesión del tejido social de Gaza—, su utilidad sigue siendo fundamentalmente limitada. No son actores estratégicos en el sentido transformador del término. Su geografía es limitada, su influencia parasitaria y su existencia está totalmente ligada a la sombra protectora del poder israelí. Son criminales convertidos en colaboradores, muchos de los cuales escaparon de las cárceles palestinas al comienzo de la guerra, otros son antiguos empleados de la Autoridad Palestina en Cisjordania y algunos afirman tener vínculos con el Estado Islámico. Viven literalmente de la guerra: de los convoyes de ayuda que saquean, de las armas que se les entregan selectivamente y de la indulgencia del ejército israelí. Mafias sin dignidad.

Pero lo que más le importa a Israel no es su éxito, sino el espectáculo que ofrecen. Lo importante no es que ganen Gaza —nadie, ni siquiera sus patrocinadores, imagina que puedan lograrlo—, sino que sirvan como demostración viviente de la infiltración. Se convierten en símbolos de fractura, transmitiendo la idea de que la sociedad palestina en Gaza es penetrable, divisible y corruptible. Esto demuestra que la resistencia tiene su contrapartida. Su verdadera función no es gobernar, sino rondar la frontera entre la oposición y la colaboración. Difunden la duda para hacer sospechosa la idea misma de una voluntad colectiva de resistencia.

En este sentido, la milicia colaboradora es menos un activo militar que una herramienta narrativa, un actor en el esfuerzo continuo de Israel por presentar la desintegración palestina como endógena, inevitable y, tal vez, a ojos de los sionistas, “merecida”. Sin embargo, su condición social borrosa —su exclusión del imaginario comunitario— marca su incapacidad para integrarse en el cuerpo social palestino, a diferencia de las mafias tradicionales, que a menudo se arraigan en la solidaridad familiar, vecinal o de clase. Por el contrario, estos colaboradores existen en una zona de soberanía negativa: temidos, pero no respetados; conocidos, pero no reivindicados; presentes, pero renegados. Se asemejan más a una tecnología colonial de fragmentación: bandas sin lealtad y mafias sin dignidad.

Esta tecnología de fragmentación tampoco es nueva. Israel cultiva desde hace mucho tiempo alianzas con actores locales para gestionar y perturbar la cohesión palestina. El reciente auge de las bandas en las comunidades palestinas de Israel es un ejemplo de ello. La convergencia del apoyo tácito de Israel, en particular de los servicios de inteligencia, junto con el fracaso deliberado de las fuerzas policiales y los cambios económicos más amplios, han dado lugar a nuevas estructuras de delincuencia organizada más arraigadas.

Estas bandas no son simples subproductos de la decadencia social, sino síntomas de un desorden orquestado, cultivado y tolerado en la medida en que sustituyen la acción colectiva y redirigen la violencia hacia el interior, incluso entre aquellos a quienes Israel presenta como sus propios ciudadanos, y los utiliza gustosamente como herramientas de propaganda para decir: “Mirad, tenemos árabes paseando por la playa. Por lo tanto, no somos racistas”. Lo mismo ocurre con la Autoridad Palestina en Cisjordania, que representa hoy en día la forma más avanzada de esta cultura política de tipo pandillero. Al canibalizar el aparato paraestatal, la Autoridad Palestina no solo gobierna a la sombra de Israel, sino que también instrumentaliza la historia nacionalista. Redibuja las fronteras de la lealtad y la traición, del amigo y el enemigo, para ocultar sus disposiciones mafiosas.

Pero quizá esto sea lo más importante en el contexto de Gaza: al igual que el humanitarismo y el genocidio obsceno, al igual que la alegría y la fiesta de los soldados israelíes cuando matan a palestinos y destruyen sus casas, ahora todo queda al descubierto. Es una guerra sin velos. Sin sábanas, sin velos, sin anteojeras ideológicas. La forma social de esta colaboración, su brutal irrupción en la esfera pública, revela algo fundamental sobre la naturaleza de esta guerra. No solo es genocida, es obscena y desvergonzada, y no exige nada al mundo salvo pasividad.

Lo que estamos presenciando no es solo una campaña militar, sino el escenario del colapso, no de Gaza, sino de las anteojeras ideológicas, los discursos y las reivindicaciones morales de un mundo que ya no es capaz de justificarse. Una banda en Gaza refleja las numerosas bandas que nos gobiernan.

NdT

La banda de Abu Shabab se presenta en los medios de comunicación en línea en dos formas y con dos “logotipos”: “Fuerzas Populares” y “جهاز مكافحة الإرهاب Yihaz mukafahat al’irhab”, «Servicio o Agencia de Lucha contra el Terrorismo» (imagen 1). Este segundo logotipo es una copia exacta del del Jihaz mukafahat al’irhab yemení, con sede en Adén y dirigido por el general Chalal Ali Shaye, un torturador con un pedigrí cargado al servicio de la coalición saudí-emiratí (imagen 2). Este servicio se inspira a su vez en la Oficina de Lucha contra el Terrorismo creada en Irak por los invasores yanquis y dirigida actualmente por el general Karim Abud Al-Tamimi (imágenes 3 y 4). En resumen, una repetición adaptada al Mashreq en la era de la inteligencia artificial de la famosa operación Oiseau bleu [Pájaro Azul]* lanzada por los servicios franceses en la Argelia de 1956 y condenada, al igual que esta, a un fracaso estrepitoso.

 


*Al comienzo de la guerra de Argelia, en otoño de 1956, los servicios secretos franceses, siguiendo órdenes del gobernador general Jacques Soustelle («Hay que hacer algo con respecto al bereberismo»), crearon en Kabilia la «Fuerza K», reclutando a miembros de la confederación tribal de los Iflissen Lebhar, especializada en la fabricación de armas blancas y famosa por su revuelta contra el poder otomano en el siglo XVIII. Pasó a la historia con el nombre de operación « Pájaro azul » y consistía en la creación de un maquis [foco guerrillero] falso destinado a desacreditar al FLN. Pero la operación se volvió contra sus iniciadores: los hombres reclutados y armados por los servicios franceses eran en realidad auténticos “rebeldes”. Al igual que los ocupantes franceses intentaron apoyarse en los bereberes como auxiliares de la contrainsurgencia, los sionistas siempre han intentado utilizar como cipayos a beduinos, drusos o circasianos.

09/06/2025

JEAN-PIERRE FILIU
Una banda de saqueadores al servicio de Israel en Gaza

Profesor universitario en Sciences Po, París
Traducido por Tlaxcala

En lugar de favorecer una alternativa palestina a Hamás [sic, NdT] en la Franja de Gaza, el ejército israelí prefiere apoyar y armar a la milicia de un conocido gánster, responsable de numerosos saqueos de ayuda humanitaria, según cuenta el historiador Jean-Pierre Filiu en su crónica.

El Gobierno israelí y su ejército creyeron durante mucho tiempo que lo sabían todo sobre Gaza, gracias a la vigilancia permanente ejercida por los drones y a la interceptación, a veces sistemática, de las comunicaciones locales. Estaban convencidos de que así podrían compensar la ausencia de cualquier enlace con la población de Gaza, provocada por su política de «tierra quemada» durante la retirada del ejército y los colonos en 2005.

Esta falta de colaboradores palestinos no había hecho más que acentuarse a lo largo de los dieciséis años de bloqueo impuesto por Israel a partir de 2007, tras la toma del control del enclave palestino por Hamás [vencedor de las elecciones legislativas de 2006, NdT].

Sin embargo, la omnipotencia tecnológica de Israel no le ha librado del trauma de la masacre del 7 de octubre de 2023. Pero ni siquiera un choque de tal magnitud ha convencido al ejército israelí de cambiar su enfoque en Gaza, donde el uso sistemático de la inteligencia artificial, en lugar de la inteligencia humana, ha tenido consecuencias devastadoras para la población civil.

La apuesta israelí por los saqueadores

La forma más segura de expulsar a Hamás de la Franja de Gaza sería oponerle una alternativa palestina creíble [sic, NdT], una opción que, sin embargo, Benjamín Netanyahu rechaza categóricamente. El primer ministro israelí teme que el regreso a Gaza de la Autoridad Palestina de Ramala [¿esa sería la «alternativa palestina creíble»?, NdT] reavive la «solución de dos Estados», cuando él se opone con uñas y dientes a cualquier perspectiva de una entidad palestina digna de ese nombre, aunque sea desmilitarizada.

El ejército israelí ha apostado por algunos clanes de Gaza, con la esperanza de que estas estructuras tradicionales puedan contrarrestar a Hamás. Pero se olvidaba que estas redes de solidaridad se habían visto profundamente debilitadas por los continuos desplazamientos impuestos a la población y que eran incapaces de coaligarse para hacer frente al movimiento islamista en todo el enclave.

El ejército israelí recurrió entonces a una franja del crimen organizado que podía operar cerca de sus posiciones, con la esperanza de convertirla en una milicia de cipayos locales. El jefe de lo que hay que llamar una banda es Yaser Abu Shabab, un delincuente reincidente repudiado por su clan de Rafah y sediento de venganza contra Hamás, que lo encarceló por tráfico de drogas [y mató a su hermano y nueve de sus hombres en noviembre de 2024, NdT].

Puede reclutar a un centenar de delincuentes de su calaña, también ellos en ruptura con sus familias, algunos fugados de prisión gracias a los ataques israelíes. Debido a esta banda, armada por Israel, el 40 % de la ayuda humanitaria, ya de por sí insuficiente, fue saqueada durante el mes de octubre de 2024, poco después de su entrada en la Franja de Gaza.

Los responsables israelíes esperan así, por un lado, reforzar a Abu Shabab, que aprovecha la ayuda desviada para reclutar nuevos milicianos, y, por otro, desacreditar a las Naciones Unidas, con el fin de sustituirlas como distribuidor directo de una ayuda humanitaria que se ha convertido en un instrumento de control de una población agotada.

Una dimensión de la guerra inhumanitaria

Durante mi estancia de más de un mes en la Franja de Gaza, pude documentar, no lejos de mi lugar de residencia, dos saqueos de convoyes por parte de la banda de Abu Shabab, apoyada por el ejército israelí.

En la noche del 22 al 23 de diciembre de 2024, un ataque israelí mata primero a dos responsables de la seguridad de un convoy de 66 camiones de las Naciones Unidas, y luego un tercio de estos camiones de ayuda son robados en una emboscada en la que seis guardias son asesinados por drones israelíes.

En las primeras horas del 4 de enero de 2025, esta vez son 50 de los 74 camiones los que son saqueados tras los combates, que se saldan con once muertos (cinco muertos por los drones israelíes y seis en los tiroteos entre palestinos). El secretario general adjunto de la Organización de las Naciones Unidas denuncia la voluntad israelí de «hacer peligroso proteger los convoyes de ayuda, cuando se pueden saquear sin peligro». Hamás toma entonces medidas contra los saqueadores, o aquellos a quienes designa como tales, lo que provoca un espectacular aumento de la violencia entre palestinos hasta la tregua del 19 de enero.


Un camión de transporte de ayuda humanitaria para la Franja de Gaza en la zona de descarga del puesto fronterizo de Kerem Shalom, en el lado israelí de la frontera, el jueves 22 de mayo de 2025. LEO CORREA/AP

La banda de Abu Shabab, desestabilizada por esta suspensión de las hostilidades, se reactivó con el bloqueo hermético del enclave por parte del ejército israelí el 2 de marzo y la reanudación de los bombardeos masivos y las operaciones terrestres dos semanas más tarde. Los invasores están ahora decididos a deshacerse de las Naciones Unidas y de las organizaciones humanitarias, que en ocasiones son blanco de ataques directos.

Abu Shabab  se jacta en las redes sociales presentándose como «la voz de un pueblo cansado del caos, el terrorismo y la división». Sus milicianos se integran en el dispositivo en el que el ejército israelí delega en mercenarios usamericanos la distribución, en condiciones indignas, de una ayuda mínima. Se trata de una guerra inhumanitaria, marcada por una militarización sin precedentes de la ayuda humanitaria y por la banalización de los tratos inhumanos, con varios asesinatos ya cometidos en torno a estos centros de «ayuda inhumanitaria».

En el propio Israel, la polémica crece desde que un exministro de Defensa [Avigdor Lieberman] acusó a Benjamín Netanyahu de «dar armas al grupo de criminales y matones» de Abu Shabab, que incluso estaría «cercano al Estado Islámico».

Esto se llama la política cuando peor.

Una grabación presentada como “la primera declaración pública de Yaser Abu Shabab, jefe de las Fuerzas Populares”, difundida el 8 de junio en medios de comunicación online por llamados “expertos en asuntos árabes” israelíes.

Léase también

ABDALJAWAD OMAR
Los gánsteres de Israel en Gaza
Una operación de contrainsurgencia en la era de la inteligencia artificial

08/06/2025

LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ
Panorama… planetario y foco en Gaza

  Luis E. Sabini Fernández  5-6-2025

Hay una sensación, un desasosiego como cuando uno está cerca del mar y ve venir una tormenta; el cielo oscureciéndose, la brisa cediendo a vientos con rachas hasta desde diversos ángulos, el cielo encapotándose…

Así estamos viendo el panorama político, ya no (sólo) local sino generalizado.

(por supuesto que no tenemos ni la menor idea si tal acontece en Mongolia, en Costa Rica o en Hungría, pero es una situación que trasciende de todos modos nuestras particularidades)

Donald Trump ha sido, a mi ver, definido con acierto como el monarca que está cada  vez más desnudo (y algunos vamos intuyendo quiénes le han tejido el costoso traje invisible).

¿Cómo es posible que ante la selva que tanto rodea al (único) jardín de la no tan casta Europa, sea precisamente Europa la que bata los tambores de guerra? Desasosiego.

¿Y que tengamos algún otro monarca, surgido de elecciones democráticas, que consulte a su perro, muerto? Desasosiego.

¿Y que la teocracia judía (de la cual se desmarcan algunos, pocos, judíos) lleve adelante, −brutalidad y franqueza, inopinadamente entrelazadas− un genocidio “en vivo y en directo”?

¿Y que Ucrania, aparezca cada vez más claramente como el “chirolita” de servicios secretos israelo-británico-estadounidenses?

Tales políticas, recurrentes desde poderes dictatoriales, generalmente se escamoteaban, se “calafateaban”.

Pero parece que hemos entrado en zona ideológica, psíquica, sin calafateos.

Podríamos alegrarnos, hasta enorgullecernos del lenguaje directo, sin tapujos, pero resulta que tales sinceramientos se llevan adelante con descaro para reclamar aun mayor brutalidad, eliminación de barreras para desplegar sevicias, descaro para ejercer un despotismo sangriento  y resulta el “adecuado” para ajustar poblaciones a una voluntad omnímoda.

El excelente Francisco Claramunt viene revelando esos procederes en sus notas sobre el genocidio palestino y particularmente gazatí en Brecha.[1] En su última nota desenvuelve la trama de exportación de armas de control y muerte, de Israel y sus pingües ganancias.

Pero no es seguramente la ganancia su principal aporte. Porque el poder que da dichos despliegues es todavía más significativo.

El tratamiento que Israel dispensa a palestinos, adueñándose de sus tierras  –un proceso que lleva un siglo–, despierta el interés de muchas constelaciones de poder, igualmente deseosas de reafirmar sus reales en tierras mal habidas.

El “caballito de batalla” de las exitosas exportaciones mílitaropoliciales de Israel se caracteriza por un santo y seña que usan sus exportadores: ‘testeadas y probadas en combate’.

Y ése es el “aporte” israelí, el invento de Israel; el de un enemigo (y el consiguiente combate).

Porque cuando el sionismo inicia el despojo por apropiación del territorio palestino, encontrará resistencia. Social. Pero no militar ni política. Pero Israel irá reconfigurando la resistencia como escenario de combate, inventa un adversario, mejor dicho un enemigo ideológico y político a quien trata como enemigo de guerra.

Es una tarea militar bastante fácil; los trata como enemigos en tanto las poblaciones refractarias a gatas si tienen una escopeta cazadora para enfrentarlos. Los resultados en número de “bajas” lo ilustran: los huelguistas durante la huelga general insurreccional de 1936 pagarán su levantamiento contra la ocupación sionista con miles de muertos; en 1948, los campesinos serán expulsados de sus tierras y labrantíos y de sus viviendas (los pelotones sionistas acabarán con unas 500 o 600 aldeas palestinas) y tras matar a refractarios (miles) expulsarán a varios cientos de miles de palestinos de su hábitat milenario. En enfrentamientos posteriores de vecinos embravecidos contra el ejército israelí,  como en las intifadas, incluso de guerrilleros palestinos en los ’60 armados a guerra, mueren centenares de palestinos (hombres, mujeres, niños) por cada soldado israelí caído “en acción”.

¿Cómo se explica que judíos despojados hasta de sus vidas a comienzos de la década del ’40 en Alemania, Polonia, países bálticos, etcétera, escasísimos años después, no más de los que se cuentan con una sola mano,  hayan despojado a palestinos de sus tierras, sus enseres, sus viviendas con mobiliario, ropa y vajilla (hasta las tazas de té humeantes, de casas precipitadamente abandonadas ante la amenazante requisa sionista)?

No se trató exactamente de la misma gente. Muchos de los despojados por el nazismo se refugiaron en EE.UU. Y muchos de los judíos sionistas que iban ocupando Palestina y desplazando palestinos no venían de los shtetl saqueados de Rusia y Europa oriental ni del terror nazi; a menudo provenían de Inglaterra y de otros países europeos occidentales, y de países americanos (EE.UU., Argentina).[2]

Tan enojosa comparación no se sostiene, entonces, por la diversidad de destinos particulares, a veces familiares.

¿Refugiados o colonizadores?

Lo que acabamos de reseñar es en el nivel de los destinos personales. Pero además, porque al “destino judío”  se le solapó la cuestión colonial. La colonización propiamente dicha: adueñarse del territorio de un “otro”.

Cuestión que para colonialistas es inexistente. Irrelevante. Porque referirnos a  la cuestión colonial abriría la puerta a los derechos de los colonizados. Y para el colonialismo, el derecho es por antonomasia el derecho de los colonizadores. No hay otro.

¿De qué otro derecho, pues, se puede hablar? Porque el derecho colonial se elabora y se plasma como el derecho de los colonizadores.

Con el mismo fundamento con el que se han elaborado en la ONU de 1945 los derechos humanos. El senador estadounidense de AIPAC, Lindsey Graham, lo explica, mejor dicho lo desnudará el 21 nov. 2024: “El Estatuto de Roma no se aplica a Israel, ni a EE.UU., ni a Francia, ni a Alemania, ni a Gran Bretaña,  porque no fue concebido para actuar sobre nosotros.”

Veamos el estatuto: el Estatuto del Roma de la Corte Penal Internacional, establecido desde la ONU en 1998 y con complementos en 1999 y 2002 tiene presente “que, en este siglo, millones de niños, mujeres y hombres han sido víctimas de atrocidades”, y “que los crímenes más graves de trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto no deben quedar sin castigo”, […y] decididos, a los efectos de la consecución de esos fines y en interés de las generaciones presentes y futuras, a establecer una Corte Penal Internacional de carácter permanente, independiente  […].” “La Corte […] estará facultada para ejercer su jurisdicción sobre personas respecto de los crímenes más graves de trascendencia internacional.”

¿Aparece en algún pasaje que estas disposiciones son para magrebíes, salvadoreños, portugueses o tunecinos y no para ingleses, israelíes, estadounidenses o franceses?

Viene bien confrontar las excepciones autoasignadas por los poderosos del planeta  con  el capítulo 6 del estatuto de la CPI que versa sobre lo genocida:

“Artículo 6

”Genocidio

”A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por “genocidio” cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal:

”a) Matanza de miembros del grupo;

”b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;

”c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de

acarrear su destrucción física, total o parcial;

”d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo;

”e) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.”

¡Los cinco elementos constituyentes de un genocidio están cumplidos hasta con exceso por Israel en Palestina y particularmente en la Franja de Gaza!

Y nos preguntamos de dónde podría provenir una exoneración a Israel al estilo del que pretende el senador  auspiciado por AIPAC para ciertos ciudadanos del mundo de primera categoría.

No hemos podido dar con tan peculiares razones; tal vez sea nuestra ceguera…

No hay más remedio que concluir, siguiendo los criterios de la CPI, que todo lo actuado por el “ejército más moral del mundo” cumple acabadamente con lo que es un genocidio.

Tal vez a caballo de semejante excepcionalidad “grahamiana”, Israel se permite  propagar sus productos de guerra, doblegamiento  y tortura como “testeados y probados en combate”. Ya vimos que lo de combate suena a falso porque  convierte en guerra lo que es sencilla y brutalmente una ocupación militar (no existen dos ejércitos enfrentados).

Israel arma “los escenarios de combate”. Juega a la guerra con muchos “enemigos”. Muchísimos. Toda una población. En realidad, esa población victimada, con ancianos, mujeres, niños y bebes ha sido, es, apenas el punching ball del ejército israelí.

Claramunt repasa el enorme éxito que esa propaganda, ese testeo de armas israelíes tiene entre compradores: indudablemente, porque les quieren dar un uso análogo….



Un momento de la “colonización”: fabricando mutilados

Hasta octubre 2023, además del despojo, de sembrar la muerte, de sacar administrativamente a pobladores de la sociedad y mantenerlos detenidos, aislados, a veces durante décadas, Israel tuvo una política deliberada de mutilación, lo que hizo que éstas cobraran un papel importante. Mostrando una lógica colonial de mutilación, restringiendo las posibilidades de que el pueblo palestino se cure de sus heridas, ya que palestinos y palestinas pierden un ojo, una pierna, les queda de por vida un  tobillo deshecho […]

A octubre de 2023, cuando el copamiento palestino del cuartel local israelí en Gaza y la toma de rehenes, Gaza contaba con 440.000 personas discapacitadas, según Danila Zizi, directora de Handicap international para Palestina; es decir 21% de la población total. Escuchó bien. Uno de cada cinco… Desde el 8 de octubre 2023, se contaba en un mes cerca de 100.000 personas heridas de donde se puede deducir que una gran parte de ellas serán desde entonces discapacitadas (muertos adultos e infantes al margen).

La discapacidad no es un efecto conectado con la masacre, sino una finalidad de la política colonial.[3] Claro que, con las masacres también aumentan las mutilaciones y por consiguiente los discapacitados.

Test de ignorancia supina

Cuando alguien no sabe nada de esta tragedia, ni de derechos humanos y se ve precisado a referirse a palestinos, Gaza, Israel, se aferra a dos puntos y se siente a salvo: 1) es-una-guerra (desatada aviesamente el 7 de octubre de 2023; tal vez en cielo sereno, en el mejor-de-los-mundos), y 2) tenemos que lidiar con “la-red-terrorista-Hamás”.

Ni es una guerra, ni hubo nunca dos ejércitos. Es una colonización mediante despojo.

Y Hamás no es terrorista como se puede decir del ISIS, de la Mano guatemalteca o del Irgún sionista.

Hamás se forjó para asistir a palestinos en estado de necesidad, abrigos, alimentos  y preservarles su integridad cultural (que para Hamás es religiosa). Muchas acciones de Hamás fueron no sólo no violentas sino decididamente pacíficas, como las Marchas por la Tierra (2019 y 2020) que fueron liquidadas por Israel con  saña y un saldo de centenares de tullidos y muertos.[4]

Pero no son pacifistas. Son islámicos e invocan la “guerra santa”. Y como fieles de un monoteísmo absoluto (y absolutista) –al igual que los monoteísmos verticalistas judío y cristiano–, admiten violencia y hasta la pueden glorificar. Pero hasta desde la misma ONU se reconoce que contra el colonialismo que auspicia el proyecto israelí, la violencia es legítima.

Se dice que Hamás ha sido promovido, financiado por el Estado sionista. No habría que descartarlo. Israel ha usado, como todo poder establecido, unas resistencias contra otras para quedar mejor librado (de ambas). En algún momento, Israel puede haber facilitado a islámicos para torcerles el brazo a palestinos laicos liderados por Arafat; en algún otro momento puede haberse servido de la Autoridad Nacional Palestina para desplazar la oposición menos domesticable de Hamás.

Pero tales avatares no desmienten el afán emancipatorio de los palestinos despojados y cada vez más matados a mansalva.

Y tampoco borra el nervio motor de esta situación, que tan concisamente presenta Francesca Albanese: el genocidio en curso es “consecuencia de la condición excepcional y la prolongada impunidad que se le ha concedido a Israel.”

 Notas

[1]  Véase p. ej., “Gaza un genocidio de exportación”, 30 mayo 2025.

[2]  Hay testimonios de judíos que no pudieron trivializar “el cambiazo” de víctima a usufructuario.  Al menos, les costó psicológicamente: tal el caso de la familia judía Peled, del antiguo Yishuv. Pero fueron extrema minoría al momento de adueñarse de Palestina.

[4]   Expresión del desprecio absoluto por todo prójimo que rige los pasos de la dirección israelí.

06/06/2025

HAARETZ
La pandilla de Yaser Abu Shabab, cipayos de Israel en Gaza

El análisis de imágenes de satélite y vídeos muestra que la milicia de Abu Shabab opera cerca de Rafah, a lo largo de la principal carretera norte-sur de Gaza. Sus miembros armados mantienen puestos de control y distribuyen ayuda, mientras que el Gobierno de Netanyahu es acusado por Lieberman de armar a milicias afiliadas al ISIS. 

Miembros de la milicia de Abu Shabab distribuyen ayuda al este de Rafah, como muestran los vídeos que han compartido en Facebook esta semana.

Traducido por Tlaxcala

Imágenes de satélite y vídeos publicados en las últimas semanas muestran que una nueva milicia armada palestina ha ampliado su presencia en el sur de Gaza, operando dentro de una zona bajo el control directo de las Fuerzas de Defensa de Israel. El mes pasado, Haaretz reveló las actividades de un grupo que se autodenomina «Servicio Antiterrorista» y que opera en el este de Rafah. El grupo estaría dirigido por Yaser Abu Shabab, un habitante de Rafah procedente de una familia beduina, conocido en la zona por su implicación en actividades delictivas y el saqueo de ayuda humanitaria a finales del año pasado.

Fuentes de Gaza afirman que el grupo está compuesto por un centenar de hombres armados que operan con la aprobación tácita de las FDI. Cuando fue interrogado la semana pasada, un portavoz de las FDI se negó a responder a estas afirmaciones.

La milicia de Abu Shabab opera al este de la ciudad destruida de Rafah, entre las carreteras Morag y Philadelphi. Foto Planet Labs PBC

En las últimas semanas, Abu Shabab ha lanzado dos páginas de Facebook en las que publica mensajes contra Hamás y la Autoridad Palestina, al tiempo que promueve los esfuerzos de su milicia para garantizar la seguridad y distribuir ayuda a la población civil.

Los vídeos difundidos en estas páginas muestran a sus combatientes con nuevos uniformes, cascos y chalecos con insignias en las que aparece la bandera palestina. Abu Shabab también ha compartido el artículo original de Haaretz en su grupo.

Algunos vídeos muestran a la milicia deteniendo e inspeccionando convoyes de la Cruz Roja y de la ONU, vigilando la carretera de Salah al-Din, la principal vía norte-sur de Gaza, y realizando ejercicios de entrenamiento armado.

Yaser Abu Shabab junto a un camión que transporta cientos de sacos de harina distribuidos a los habitantes, en un vídeo que publicó en su cuenta de Facebook esta semana.

En un vídeo publicado esta semana, Abu Shabab afirma que las cuatro personas fueron asesinadas mientras limpiaban casas en Rafah para preparar el regreso de los desplazados. El vídeo también describía a los fallecidos como antiguos agentes de seguridad o empleados de la Autoridad Palestina.

El martes, Abu Shabab publicó otro vídeo en el que se veía a sus fuerzas instalando un campamento de tiendas de campaña y descargando alimentos de un camión. El mensaje que lo acompañaba decía que «las fuerzas populares han regresado a Rafah Este bajo la legitimidad palestina, bajo el mando del comandante Yaser Abu Shabab».

Se invitó a los palestinos desplazados a unirse al campamento para recibir comida, refugio y protección. Se facilitaron números de teléfono para coordinarse. El vídeo también muestra la distribución de cientos de sacos de harina y paquetes de alimentos.

Uno de los principales miembros de la milicia de Abu Shabab, con un rifle M16 recortado, junto al personal de la Cruz Roja al este de Rafah, hace dos semanas.

Haaretz ha identificado la ubicación del campamento de tiendas de campaña en imágenes de satélite de Planet Labs, que muestran 16 tiendas en construcción en una zona controlada durante mucho tiempo directamente por las FDI, entre las carreteras este-oeste Morag y Philadelphi, a unos cinco kilómetros al noreste del paso fronterizo de Kerem Shalom.

Los esfuerzos previos de periodistas palestinos y activistas en línea para geolocalizar los vídeos de la milicia de Abu Shabab confirmaron que también habían sido filmados en esa misma zona (marcada en rojo en el mapa de arriba).

Los mapas de la ONU de finales de 2023 designaban la zona como «peligrosa» debido a los frecuentes saqueos de los convoyes de ayuda. En una entrevista concedida al Washington Post, Abu Shabab admitió haber saqueado parte de la ayuda para alimentar a las familias locales.

Las FDI se negaron a comentar la actividad de la milicia en Gaza y remitieron a Haaretz al Shin Bet, que también se negó a responder.

El miércoles, el diputado israelí Avigdor Lieberman, exministro de Defensa, afirmó que Israel había suministrado armas a bandas criminales de Gaza afiliadas al ISIS.

En una entrevista concedida a la emisora de radio Kan Bet, Lieberman declaró: «Israel ha entregado rifles de asalto y armas ligeras a familias de delincuentes de Gaza por orden de Netanyahu. Dudo que esto haya pasado por el gabinete de seguridad. Nadie puede garantizar que estas armas no se volverán contra Israel».

Desde el comienzo de la guerra, varios informes sugieren que Netanyahu y altos funcionarios del ejército israelí han considerado la posibilidad de confiar la gestión local de la Franja de Gaza a grandes clanes o familias para contrarrestar a Hamás.

En respuesta a las acusaciones de Lieberman, la oficina de Netanyahu declaró: «Israel se esfuerza por derrotar a Hamás por diversos medios, tal y como han recomendado todos los responsables de seguridad».

Las páginas de Yasser Abu Shabab, que se presenta como «Comandante en jefe de las Fuerzas Populares», creadas en Facebook/Meta con una pequeña dosis de inteligencia artificial

La página "privada":

https://www.facebook.com/profile.php?id=61575907420429

La página "oficial": 


https://www.facebook.com/Popularforces2024

02/05/2025

AHMED HELOU
He perdido a 160 miembros de mi familia en Gaza, pero no he perdido la esperanza
Palabras de un combatiente palestino por la paz

A los quince años, me uní a Hamas, lancé piedras, cosí banderas palestinas y pasé siete meses en prisión. Aquí está lo que cambió mi perspectiva sobre los israelíes y me motiva a construir puentes sobre ríos de sangre.

Ahmed Helou, Haaretz , 29/4/2025
Traducido por Fausto GiudiceTlaxcala

Ahmed Helou, palestino de El Ariha/Jericó, es un activista dela organización Combatientes por la Paz, que celebró la vigésima ceremonia anual conjunta de conmemoración israelí-palestina el 29 de abril, en asociación con el Círculo de Padres – Foro de Familias (palestinas e israelíes afectadas por la violencia).

 

Palestinos inspeccionan el lugar de un ataque israelí a una casa, en Jan Yunis en el sur de la Franja de Gaza. Foto: Hatem Khaled / Reuters

Escribo estas palabras desde el dolor más profundo que un ser humano puede soportar. En el último año, he perdido 160 miembros de mi familia extendida: hombres, mujeres y niños. Todos ellos eran civiles. Todos estaban desarmados. Fueron asesinados en ataques aéreos y tiroteos durante la guerra en Gaza. En cuestión de minutos, generaciones enteras de la familia Helou fueron borradas: tías, tíos, primos, sobrinas y sobrinos, todos asesinados en sus hogares.


Sus cuerpos fueron encontrados entre los escombros, a veces todavía sosteniéndose entre ellos, a veces esparcidos. Algunos no fueron identificados durante días. Nuestra familia, una vez unida alrededor de una mesa en las festividades, se ha convertido en una lista de nombres entre los muertos. 160 miembros de la familia. 160 vidas. 160 futuros que nunca existirán.

Mi dolor no tiene fondo. A veces se siente tan difícil como simplemente respirar. Pero incluso desde ese lugar, el lugar donde todo parece perdido, elijo levantarme y decir: no debemos rendirnos. No debemos sucumbir al odio, a la pérdida, a la venganza. Ahora más que nunca, llamo a ambos pueblos, israelí y palestino, a elegir un camino diferente. Un camino no de sangre, sino de vida. No de venganza, sino de esperanza.

Soy un palestino de Jericó. Aunque nací allí, mis raíces se hunden profundamente en Gaza y Beersheba . Mis abuelos nacieron en Gaza y se mudaron a Beersheba a principios del siglo XX para hacer crecer sus negocios. Mis padres también nacieron y crecieron en Beersheba . Durante la guerra de 1948, intentaron regresar a Gaza, pero en cambio huyeron a Jericó, esperando que su proximidad a la frontera jordana les proporcionara una ruta de escape si las cosas empeoraban. En 1967, tuvieron que huir de nuevo, esta vez a Jordania, donde fueron testigos de más violencia y más muerte.

Crecí escuchando estas historias de miedo, de huida, de personas asesinadas ante sus ojos. Estaba lleno de ira. Quería venganza. A los diez años, durante la guerra de Israel en 1982 en Líbano, arrastraba neumáticos a la calle para las manifestaciones. Creía que tenía que luchar. A los quince años, me uní al movimiento local de Hamas. Lanzaba piedras. Cosía banderas palestinas, que eran ilegales en ese momento, sabiendo que eso podría llevarme a la prisión. Y así fue. En 1992, fui condenado a siete meses en prisión militar israelí como detenido político.

Pero la prisión también trajo algo más: un encuentro inesperado con personas que tenían diferentes visiones del futuro. Durante mi condena, comenzó el proceso de paz de Oslo. Cuando mis padres me visitaron, me hablaron de un nuevo acuerdo de paz con Israel, sobre dos estados, y que ahora era legal ondear la bandera palestina. Plantó una pequeña semilla de algo que no me había permitido considerar: una posibilidad.

Después de mi liberación, me centré en reconstruir mi comunidad. Ayudé a lanzar un grupo juvenil en Jericó. Hice trabajo voluntario en escuelas, hospitales y hogares de ancianos. Tomé un curso de primeros auxilios y me convertí en voluntario de ambulancia con la Media Luna Roja Palestina.


El humo se eleva desde Gaza tras un ataque aéreo, visto desde el lado israelí de la frontera. Foto Amir Cohen / Reuters

Durante los enfrentamientos en Jerusalén Este en 1996, proporcioné asistencia médica a palestinos heridos. Un día, corrí a ayudar a un hombre inconsciente y descubrí que era mi amigo cercano Firas. Mientras lo llevaba hacia la ambulancia, fui disparado en la espalda por un soldado israelí. Me colapsé. En el camino al hospital, escuché al médico decirle al paramédico que dejara de resucitar al otro herido en la ambulancia, mi amigo. Él había muerto.

Cuando regresé a Jericó, pregunté por Firas. Mi hermano me llevó al cementerio. Había cuatro tumbas: una para Firas, un estudiante de derecho de 21 años; una para un chico de 17 años; una para un oficial de policía palestino. Pregunté sobre la cuarta tumba. “Esa era para ti”, dijo mi hermano. “Pensamos que ibas a morir”. Sobreviví, pero la bala aún está alojada cerca de mi columna vertebral hoy.

Años después, en 2004, un amigo me invitó a un taller con israelíes. Estaba furioso. “¿Cómo pueden pedirme que me reúna con el enemigo?” grité. “¿Con aquellos que mataron a mi gente, robaron mi tierra, me convirtieron en refugiado, me encarcelaron?” Fui, pero juré que no hablaría. El primer día, permanecí en silencio. El segundo, empecé a hablar. En el tercero, compartí un café con ellos. Para el cuarto, estaba preguntando con incredulidad: “¿Realmente son judíos? ¿Realmente son israelíes?” Hasta entonces, solo había conocido a judíos como soldados. Nunca había hablado con civiles y nunca había discutido derechos, futuros o paz.

Seguí asistiendo a talleres, eventualmente viajando a Alemania para un seminario con israelíes y palestinos. En 2006, fui invitado a conocer a Combatientes por la Paz en Jericó. No estaba listo. Pero seguí aprendiendo, seguí preguntando, seguí conociendo. En 2013, me pidieron que hablara en la ceremonia conjunta del Día de Recuerdo. Acepté. Desde entonces, he sido un miembro comprometido, involucrado en la resistencia no violenta y la protesta pacífica contra la ocupación.


Palestinos desplazados por la ofensiva aérea y terrestre israelí sobre la Franja de Gaza caminan por un campamento improvisado de tiendas de campaña en la ciudad de Gaza. Foto Jehad Alshrafi, AP

Para cuando cumplí treinta años, me casé con Hiba, quien también es originaria de Gaza. Durante muchos años, no hemos podido visitar a su familia. Durante más de ocho años antes de que comenzara la guerra, nuestros cuatro hijos no obtuvieron permisos para visitar a sus abuelos en Gaza. Y desde el 7 de octubre, hemos perdido a más de 160 parientes en Gaza. Pero sé que la cooperación internacional y la no violencia son las únicas maneras de poner fin a la ocupación y lograr la paz.

Debido a todo lo que he vivido, sé: los extremistas de ambos lados quieren que odiemos, que temamos, que perdamos la esperanza. Quieren que creamos que no hay alternativa a la guerra, que un pueblo solo puede sobrevivir destruyendo al otro. Me niego a aceptar eso. Me niego a dejar que esta narrativa gane.

La paz no es debilidad. Es la fuerza para elegir el camino más difícil, para escuchar el dolor del otro, para reconocer su sufrimiento y construir puentes sobre ríos de sangre. Es el coraje de enfrentarse a aquellos que se benefician de la guerra interminable y decir: ¡basta ya!

En Israel, a menudo escucho: “No hay socio para la paz”. Pero eso no es cierto. Estamos aquí: palestinos que creemos en la igualdad, la coexistencia y la justicia para ambos pueblos. Somos pocos, pero estamos determinados. Determinados a vivir, no a morir. A construir, no a destruir. Incluso después de haberlo perdido todo.

Elijo dedicar mi vida a la paz y a una lucha no violenta contra la injusticia, la ocupación y el extremismo, tanto el nuestro como el suyo. Este es el único camino que queda: un futuro compartido, construido sobre el reconocimiento mutuo y la creencia de que la paz todavía es posible.

He perdido a mis seres queridos, pero no mi esperanza. La paz no es un eslogan. Es la única manera de vivir.