La pregunta es pertinente. Otros, mucho antes que nosotros, se la plantearon. Otros siglos, otros pueblos, pero el mal era el mismo: la autocracia criminal que sojuzga a millones y millones de ciudadanos. Luis Casado piensa que no responder esta pregunta equivale a sacarle el culo a la jeringa...
Luis Casado, Politika, 7-9-2023
“Cuando vaciles bajo el peso del dolor, y estén ya secas las fuentes de tu llanto, piensa en el césped que brilla tras la lluvia; cuando el resplandor del día te exaspere, y llegues a desear que una noche sin aurora se abata sobre el mundo, piensa en el despertar de un niño...” (Omar Khayyam - Rubaiyat)
No me gusta llevar flores al cementerio. Mis muertos los llevo conmigo...
A estas alturas de mi vida la muerte se transformó en una cuestión filosófica, a ratos poética, con Baudelaire, quién miraba hacia el otro patio como “la única oportunidad de salvación y de libertad, así como de romper las fronteras del espacio y del tiempo” (Baudelaire y la consciencia de la muerte. Marc Eigeldinger, 1968).
Ô Mort, vieux capitaine, il est temps ! levons l'ancre !
Ce pays nous ennuie, ô Mort ! Appareillons !
...
Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, qu'importe ?
Au fond de l'Inconnu pour trouver du nouveau !
¡Oh Muerte, viejo capitán, ya es la hora! ¡Levemos el ancla!
Este país nos agobia, ¡Oh Muerte! ¡Zarpemos!
...
Sumirse al fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?
En el fondo de lo ignorado, ¡para encontrar algo nuevo!
Pero palmarla dejando detrás un florilegio de criminales, traidores, alcahuetes, oportunistas y vende patrias que gozan de la impunidad que garantizan el “modelo” y la institucionalidad legada por la dictadura no es plan.
Los objetivos anunciados por la progresía nunca fueron más allá de “la medida de lo posible”, noción erigida en principio cardinal, vital y fundacional de quienes han medrado con el cuento de la transición y de la gradualidad intrínsecamente gradual que conviene a sus propios intereses.
Chile se hunde en un lodazal social e institucional, conserva la constitución de Pinochet-Lagos y se propone empeorarla gracias a la intervención de un puñado de tinterillos neofascistas amparados en la ciencia infusa y en la bendición del sistema.
Las desigualdades sociales son extremas, peores -dicen los que saben- que durante la dictadura. La inseguridad y la precariedad crecen. La delincuencia -la grande, la del hampa- campea por sus fueros y se enseñorea con las riquezas básicas y con los servicios que alguna vez fueron públicos.
La credibilidad de la política y de los políticos se ahoga en los sucios arroyos de las aguas servidas de los albañales.
El principio de autoridad desapareció cuando un puñado de generales fanáticos al servicio de una potencia extranjera destruyó la república y la democracia. ¡¿Quienes?!
“¡Desgraciadamente, desgraciadamente, desgraciadamente, hombres cuyo deber, cuyo honor y cuya razón de ser era servir y obedecer!” (Charles De Gaulle).
Cincuenta años... ¿Y luego qué? ¿Esperamos otros 50 años?
En su día Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, se vio confrontado a una situación política inextricable, y a un ceremil de murgas políticas que buscaban ser califas en lugar del califa. La cuestión que había que resolver podía ser expresada muy sencillamente: ¿Qué hacer?