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18/10/2025

Hitlerismo, trumpismo, netanyah(u)ismo, lepenismo, macronismo: un enfoque comparativo y expresionista, por Emmanuel Todd

Original francés English version
Traducido por Tlaxcala

Emil Nolde, Máscaras III, Naturaleza muerta, 1911

Las referencias a los años 1930 se multiplican. La degeneración de la democracia usamericana parece devolvernos a la de la república alemana de Weimar. Trump, por su goce en la violencia y la mentira, por el ejercicio del mal, nos lleva irremisiblemente a Hitler. En Europa, el ascenso de movimientos catalogados como de extrema derecha nos obliga a ese regreso a nuestra historia.

Sin embargo, las sociedades occidentales ya no se parecen mucho a lo que eran en los años treinta. Están envejecidas, de consumo, terciarizadas; las mujeres están emancipadas; el desarrollo personal ha reemplazado a la adhesión partidaria. ¿Qué relación con las sociedades de los años treinta: jóvenes, frugales, industriales, obreras, masculinas, afiliadas a partidos? Fue esta distancia socio-histórica la que me llevó, hasta ahora, a considerar a priori inválido el paralelo entre las “extremas derechas” del presente y las del pasado. Pero las doctrinas políticas existen, hoy como ayer, y no podemos limitarnos a postular la imposibilidad, por ejemplo, de un nazismo de ancianos, de un franquismo de consumidores, de un fascismo de mujeres emancipadas o de un LGBTismo Cruces-de-Fuego.

Ha llegado el momento de comparar las doctrinas de nuestro presente con las de los años treinta. Aquí está el esbozo de lo que podría ser el estudio comparativo de cinco fenómenos históricos: el hitlerismo, el trumpismo, el netanyah(u)ismo, el lepenismo. Añadiré, brevemente al final del recorrido, el macronismo. El extremismo centrista y europeísta que conduce a Francia al caos nos obliga a este examen. ¿Es este extremismo tan centrista como parece?

Se tratará de un enfoque impresionista, sin pretensión de exhaustividad ni siquiera de coherencia, cuyo objetivo es abrir pistas, no concluir. Fuerzo los rasgos y los colores para situar los conceptos unos en relación con otros. Exagero a propósito, para alcanzar o incluso anticipar una historia que se acelera. Una aproximación expresionista sería quizá una metáfora más apropiada.

Comencemos por la dimensión general del racismo o la xenofobia.

El rechazo de un “otro” definido como exterior a la comunidad nacional, con niveles de intensidad muy variables, es común al hitlerismo, al trumpismo y al lepenismo. En el caso del hitlerismo y del trumpismo, es la noción de racismo, explícita o implícita, la que es común. Los judíos eran considerados por el nazismo como constituyendo una raza, en el sentido biológico. Los negros, esos objetivos apenas escondidos del partido republicano trumpizado, también se definen biológicamente. En el lepenismo, en cambio, solo podemos asociar el concepto de xenofobia. Árabes o musulmanes se definen por su cultura. Una de las características de la obsesión francesa por la inmigración sigue siendo su fijación en el Islam y su incapacidad para señalar a los negros, cuya llegada masiva, sin embargo, es el elemento nuevo del proceso migratorio. La tasa de matrimonios mixtos entre mujeres negras es muy elevada en Francia; sigue siendo insignificante en USA.

Un rasgo común a los «populismos» occidentales es, por supuesto, su rechazo a la inmigración: Reform UK, los Sverigedemokraterna (Demócratas de Suecia), la AfD, Viktor Orbán en Hungría, Ley y Justicia en Polonia, Giorgia Meloni en Italia, pasan, como Trump o Le Pen, la prueba de este denominador común. ¿Basta eso para definirlos como de extrema derecha, en el sentido de que el nazismo y el fascismo eran de extrema derecha? No lo creo. Una diferencia capital opone el populismo de hoy a la extrema derecha de tipo hitleriano o mussoliniano: el nazismo y el fascismo eran expansionistas, con el objetivo de proyectar hacia fuera el poder del pueblo alemán (ario) o italiano (romano). Eran agresivos, nacionalistas, conquistadores. Se apoyaban en partidos de masas. Es difícil imaginar a los populistas actuales organizando desfiles al estilo de Núremberg. Los aperitivos saucisson-pinard  [pancho-escabio] del RN son ciertamente antimusulmanes pero, aun así, menos impresionantes que las ceremonias guerreras hitlerianas. ¿De Núremberg a Hénin-Beaumont? ¿En serio?

El único populismo occidental que hoy pasaría al 100% la prueba del expansionismo sería el de Netanyahu. Colonias en Cisjordania, genocidio en Gaza: establecer un vínculo entre hitlerismo y netanyah(u)ismo es inevitable.

Las xenofobias francesa, británica, sueca, finlandesa, polaca, húngara, italiana son, al contrario del nazismo y el fascismo, defensivas. No nos enfrentamos a pueblos que quieren conquistar sino a pueblos que quieren seguir siendo los amos en su casa. Por eso la dimensión cultural prepondera hoy en Europa sobre la noción racial y por qué solo podemos hablar aquí de xenofobia. Esta xenofobia es conservadora, mientras que el racismo hitleriano era revolucionario porque trastornaba la organización social. La noción de nacionalismo por tanto no se aplica a los populismos europeos actuales, ni la de extrema derecha tampoco, o tendremos que introducir oxímoros como “nacionalismo moderado” y “extrema derecha moderada”. Prefiero hablar de conservadurismo popular.

Personalmente favorable a una inmigración controlada, debo admitir la legitimidad de esta xenofobia porque acepto el axioma de que un grupo humano portador de una cultura, consciente de existir como colectividad, en suma un pueblo, tiene derecho a querer seguir existiendo. Concretamente: un pueblo puede controlar sus fronteras. El nazismo, con sus soldados instalados del Atlántico al Volga para esclavizar o exterminar a otros pueblos, era algo totalmente distinto.


“Trump: El nuevo Führer… El peligroso heredero demagogo de Hitler”, un libro de 2017 del autor egipcio Taher Chalabi, a la venta en una librería de segunda mano en Túnez.

El trumpismo representa una forma mixta porque combina un elemento central defensivo, antiinmigración, con un fuerte potencial de agresión hacia el mundo exterior. No se trata estrictamente de expansionismo. Es la expansión previa del aparato militar usamericano y el papel del dólar en la depredación imperial lo que hizo posibles los actos trumpianos violentos dirigidos contra otros pueblos y naciones: Venezuela, Irán, nosotros, los pueblos sujetos de la Europa occidental, y por supuesto los árabes, con los palestinos como objetivo principal. La integración progresiva de Israel en el Imperio, a partir de 1967, hace que en 2025 ya no se pueda distinguir mucho entre trumpismo y netanyah(u)ismo. Pero Trump, más allá de sus payasadas nobelizables, es de hecho el principal culpable del genocidio en Gaza por sus largos estímulos a la violencia israelí: este hecho tan simple sitúa al trumpismo del lado del hitlerismo. Trump sigue al volante: acelerones y frenazos usamericanoss regulan la agresividad genocida de Netanyahu. Tengo suerte: en el momento en que escribo, Trump, asustado por la reacción de los países árabes al asalto israelí a Qatar, y en particular por la alianza estratégica entre Arabia Saudí y Pakistán, retrocede. Ordena a Netanyahu que se disculpe por el bombardeo en Qatar y este obedece. Trump impone a Israel un acuerdo con Hamás y Netanyahu firma. ¿Y luego? Trump es un perverso, imposible de decir.

El concepto de trumpo-netanyah(u)ismo, bastante feo lo admito, permite aprehender la cuestión judía como punto común a la crisis usamericana de 2000–2035 y a la crisis alemana de 1920–1945.

La postura pro-Israel radical del trumpismo oculta, a mi juicio, un antisemitismo visceral y vicioso: la identificación de todos los judíos con el netanyah(u)ismo, fenómeno históricamente monstruoso, chancro en la historia judía, solo conducirá a renovar la concepción nazi de un pueblo judío monstruoso. Hablo aquí de antisemitismo 2.0.

Soy consciente de que pocos lectores me seguirán en este punto. Pero no hago más que hablar aquí como un vulgar profeta del Antiguo Testamento. “No fuimos elegidos para estar del lado de los poderosos. La historia no cesa de tendernos esta trampa”. ¿Cuántas veces los judíos se creyeron salvados por los fuertes, por los poderosos, por el poder, por un imperio, incluso designados por un privilegio — el éxito financiero, la importancia intelectual, la importancia en el partido bolchevique — para ser finalmente arrojados como alimento a pueblos furiosos… Me sangra el corazón al ver a tantos judíos franceses, que hoy se creen con la sartén por el mango, justificar la política de Netanyahu. Pero son las mandíbulas de una trampa las que se están abriendo. Por gracia de Trump, todo el planeta se vuelve antisemita. Los judíos usamericanoss, cuya mayoría rechaza la línea Netanyahu, son más sabios y más justos. Pero, ya, los judíos hostiles a Netanyahu, académicos o no, son sospechados por el poder de ser antisemitas. La perversidad reina. El trumpismo reina.

¿Cuándo se cerrará la trampa? Algún día, inevitablemente, las naciones cristianas harán las paces con 1.600 millones de musulmanes. Entonces los judíos serán abandonados por sus fans y, ahora solos, arrojados como alimento a otros pueblos furiosos.

Las tierras prometidas se suceden, los desastres las siguen. “Anochecer”, el relato temprano de Isaac Asimov, ese gran autor usamericano de ciencia ficción, me parece una metáfora de la larga sucesión de dramas que constituye la historia judía: dentro de una civilización poderosa, un resto de profecía anuncia una misteriosa catástrofe… llega, sorprendente… la civilización se derrumba… luego, lentamente, renace, florece… un resto de profecía anuncia una misteriosa catástrofe… llega, sorprendente…

En verdad, el mero regreso de la obsesión judía al corazón de Occidente valida la hipótesis de una continuidad amenazante entre el pasado y el presente.

Protestantismo zombi y nazismo, protestantismo cero y trumpismo

La crisis económica de 1929 fue un factor decisivo, muy conocido, de la hitlerización de Alemania. Seis millones de desempleados hicieron que la sociedad alemana escapara a cualquier fuerza de recuerdo ideológico. La liquidación del desempleo por Hitler en unos meses selló el destino del liberalismo.

El contexto religioso del ascenso del nazismo, igualmente importante, es menos familiar: entre 1870 y 1930 la fe protestante se desvaneció en Alemania, primero en el mundo obrero, luego en las clases medias y altas. Las regiones católicas resistieron. En 1932 y 1933, el mapa del voto nazi pudo por tanto reproducir, con una exactitud fascinante, el del luteranismo. El protestantismo no creía en la igualdad de los hombres. Había los elegidos, designados como tales por el Eterno antes incluso de su nacimiento, y los condenados. Una vez desaparecida la creencia protestante metafísica, lo que quedó fue la histerización por miedo al vacío de su contenido desigual, con los judíos, los eslavos y tantos otros como los condenados. En USA, el protestantismo de origen calvinista se dirigió contra los negros. El pueblo calvinista, fijado en la Biblia, se identificaba con los hebreos, lo que limitó el antisemitismo usamericano de los años treinta y puso a los judíos a salvo. En fin… a salvo hasta la reciente emergencia de la fijación evangélica sobre el Estado de Israel.

En la Francia católica (en la Cuenca parisina y en la fachada mediterránea particularmente), el hundimiento de la fe y de la práctica hizo, a partir de 1730, mutar la igualdad de posibilidades de acceso al paraíso (obtenida por el bautismo, que lava el pecado original) en igualdad de ciudadanos y en emancipación de los judíos. La idea republicana del hombre universal reemplazó a la del cristiano católico universal (katholikos significa universal en griego). Un programa totalmente distinto al nazismo pero que había representado, mucho antes que él, el primer reemplazo masivo de una religión por una ideología. En la Francia revolucionaria como en la Alemania nazi, sin embargo, el potencial de encuadramiento social y moral de la religión había sobrevivido a la creencia: el individuo seguía siendo miembro de su nación, de su clase, portador de una ética del trabajo y del sentimiento de obligaciones hacia los miembros del grupo. La capacidad de acción colectiva era fuerte, tal vez multiplicada. Esto es lo que llamo estadio zombi de la religión. El nazismo correspondía a ese estadio zombi, de ahí, desgraciadamente, su eficacia económica y militar.

Podría completar esta explicación religiosa de la ideología con una explicación de la propia religión, influenciada por las estructuras familiares subyacentes, desiguales en Alemania e igualitarias en la Cuenca parisina. Pero aquí basta con una continuidad del protestantismo al nazismo y del catolicismo a la Revolución francesa.

Encontramos protestantismo en el trumpismo. Encontramos entonces la desigualdad asociada a la negrofobia. Ya no estamos, sin embargo, en el estadio zombi de la religión sino en su estadio cero. La moral común ha desaparecido. La eficacia social ha desaparecido. El individuo flota, particularmente en esa USAmérica de estructura familiar nuclear absoluta, individualista y sin una regla de herencia bien definida. Por tanto, hay que esperar otra cosa como ideología trumpista: la desigualdad sigue, pero menos estabilidad en el delirio, oscilaciones brutales que no provienen fundamentalmente del cerebro de un presidente vulgar y vicioso sino de la propia sociedad. La capacidad de acción colectiva, económica y militar es, por suerte para nosotros, muy disminuida.

Observemos en el caso del trumpismo la aparición de formas pseudo-religiosas nihilistas que incluyen una reinterpretación obscena de la Biblia, como una glorificación de los ricos. Claramente más débil que el nazismo en la dimensión del racismo, el trumpismo va más lejos en la inmoralidad económica.

El nazismo era simplemente y explícitamente anticristiano. El trumpismo se quiere religioso pero a la manera de un culto satánico, por la inversión de valores. El mal es el bien, la injusticia es la justicia. Hitler no fue más que el Führer, guía del pueblo alemán hacia su martirio; Trump no es Satanás pero sospecho que para sus fans satanistas su gorra roja es la del Anticristo.

En el caso del lepenismo, no hay herencia protestante desigual. He ahí el verdadero misterio del Rassemblement National: xenófobo, nació en suelo católico. Peor aún, sus primeras zonas de fuerza, en la fachada mediterránea y en la Cuenca parisina, fueron las de la Revolución: igualitarias en lo familiar y descristianizadas desde el siglo XVIII. ¿Entonces? ¿Es el Rassemblement National desigual? ¿Igualitario? Misterio para nosotros, el RN probablemente lo sea también para sí mismo. Su rechazo del otro resulta de un igualitarismo perverso que exige una rápida asimilación de los inmigrantes más que sentirlos como diferentes en esencia. Sobre todo, el RN, fuertemente determinado por el rechazo a los inmigrantes, e incluso a sus hijos, no deja de ser constantemente recordado a la tradición igualitaria francesa porque sus electores odian a los ultrarricos, a los poderosos, en suma a nuestras élites imbéciles, y no solo a los inmigrantes. Por eso la unión de las derechas tiene dificultades para concretarse en Francia. De una forma u otra, la unión de oligarcas y pueblo (blanco) contra el extranjero no plantea problemas ni en USA, ni en Reino Unido, ni en Escandinavia, donde las fuerzas populares conservadoras y las de la derecha clásica se entienden con facilidad. En Francia, la coalición de ricos y pobres contra el extranjero se escabulle.

No subestimemos, sin embargo, la violencia potencial de una xenofobia de esencia universalista. Puede muy bien convertirse en racismo. Si un hombre piensa a priori que los hombres son iguales en todas partes y se encuentra frente a hombres portadores de costumbres distintas, puede perfectamente concluir que no son hombres.

El RN es el producto de un catolicismo cero, como la Revolución lo fue de un catolicismo zombi. Por eso no dará a luz a ningún proyecto colectivo. Remito el examen detallado del RN y de su relación con el futuro a un próximo texto, ni impresionista ni expresionista, que dedicaré por entero a la lógica interna y a la dinámica del caos francés.

Psiquiatría de las clases medias superiores

Llego ahora a una diferencia capital, que debería ser evidente para todos y recordada por los comentaristas políticos que nos remiten sin cesar a 1930 con su vocabulario. Comprender la dimensión religiosa, o posreligiosa, del hitlerismo, del trumpismo o del lepenismo, presuponía conocimientos históricos que no se pueden exigir a los politólogos de plató. Por el contrario, podemos exigirles que sepan situar socialmente las ideologías del pasado y del presente, que dejen de acercarlas sin cesar bajo el término de extrema derecha. La diferencia entre pasado y presente es aquí muy clara.

El nazismo y los movimientos de extrema derecha de antes de la guerra encontraban su epicentro social en las clases medias y particularmente medias superiores, amenazadas por el movimiento obrero, socialdemócrata o comunista. Estas clases medias estaban febriles, muy ocupadas en encerrar a sus mujeres y perseguir a los homosexuales. Hoy, los movimientos llamados de extrema derecha encuentran, por el contrario, su epicentro en los ámbitos populares, particularmente en un mundo obrero empobrecido, conmocionado o destruido por la globalización económica, amenazado por la inmigración. Las clases medias de hoy, ampliamente definidas por la educación superior e ingresos elevados, están poco o nada afectadas por la “extrema derecha”. Están particularmente inmunes.

Por eso prefiero hablar de conservadurismo popular más que de extrema derecha. Su anclaje en el grupo de los dominados explica el carácter defensivo del conservadurismo popular. Su elector no se imagina conquistador de Europa o del mundo si piensa su propia vida como una supervivencia.

El verdadero error intelectual sería quedarse ahí. Continuemos avanzando, incluso revertimos la problemática de la asociación entre ideología y clase. Hemos comparado las ideologías del presente con las del pasado, comparemos ahora las clases del presente con las del pasado.

Algunas clases medias europeas del período de entreguerras enloquecieron. El mundo obrero fue más razonable. ¿Pero las clases medias de hoy, particularmente medias superiores, son razonables? ¿Son pacíficas? ¿Cuáles son sus sueños?

Están locas. La construcción de una Europa posnacional es un proyecto de un alucinado cuando se conoce la diversidad del continente. Ha conducido a la expansión de la Unión Europea, remendada e inestable, en el antiguo espacio soviético. La UE es ahora rusófoba, belicista, con una agresividad renovada por su derrota económica frente a Rusia. La UE intenta arrastrar a los pueblos británico, francés, alemán y tantos otros a una guerra real. ¡Pero qué guerra extraña sería aquella en la que las élites occidentales hubieran adoptado el sueño hitleriano de destruir a Rusia!

La comparación por clases sociales nos permite, por tanto, una avance intelectual mayor. El europeísmo, y por tanto el macronismo, caen, por su agresividad exterior, del lado del nacionalismo, del lado de la extrema derecha de antes de la guerra. Si añadimos las entorsis a la libertad de información y a la expresión del sufragio popular, cada vez más masivas y sistemáticas en el espacio de la UE, nos acercamos aún más a la noción de extrema derecha. Fundada como asociación de democracias liberales, Europa muta en un espacio de extrema derecha. Sí, la comparación con los años treinta es útil, indispensable incluso.

Encontramos en el grandioso proyecto europeísta una dimensión psicopatológica ya observable en el hitlerismo: la paranoia. La paranoia europeísta se concentra en Rusia. La de los nazis hacía de la amenaza judía una prioridad, sin por ello descuidar el bolchevismo ruso (el llamado judeo-bolchevismo).

Hoy como ayer podemos por tanto analizar una psicopatología de las clases dirigentes europeas. La secuencia extraña iniciada por la elección de Trump, con la voluntad del presidente inestable de dialogar con Putin, nos permitió seguir en directo la salida de la realidad de nuestros dirigentes. Resumamos nuestro proceso delirante. Comenzó hacia 2014, antes, durante y después de Maidán, ese golpe de Estado que desintegró Ucrania, golpe teledirigido por estrategas usamericanos y alemanes. El resto ahora:

  • 2014–2022: Provocar a Rusia que había advertido que no toleraría la anexión de Ucrania por la Unión Europea y la OTAN.
    Se hizo. Putin invadió Ucrania.
  • 2022–2025: Perder la guerra económica que resultó para nosotros.
    Se hizo. Nuestras sociedades implosionan.
  • 2022–2025: Perder la guerra en el sentido estricto librada por nosotros por el régimen de Kiev.
    Está en curso.

El desplazamiento de los gobiernos europeos hacia una realidad paralela comienza en 2025.

  • Saquemos de nuestra derrota la idea de que finalmente podemos imponer nuestra voluntad e instalar nuestras tropas en Ucrania, para anexionar a la UE lo que quede. Pero ¿cómo no pensar en Hitler encerrado en su búnker en 1945, dando órdenes a ejércitos que ya no existen?

Hoy tenemos en Europa que lidiar con locos, o más bien con una locura colectiva que ha abrazado en masa a individuos de los ámbitos sociales dominantes. Solo en Francia, miles de periodistas, políticos, académicos, empresarios, altos funcionarios, participan en la alucinación colectiva de una Rusia que querría conquistar Europa (paranoia). Tal o cual individuo no podría ser considerado personalmente responsable. Estamos ante una dinámica psíquica colectiva.

Estoy convencido de que la disminución del individuo nacida del estado cero de la religión explica el nacimiento de estos bancos de peces rusófobos.

Como expliqué en Les Luttes de classes en France au XXIème siècle, la desaparición de las creencias colectivas — creencias religiosas y luego creencias ideológicas del estado religioso zombi — condujo a un hundimiento del superyó humano. A diferencia de los militantes de la liberación del yo, no defino el superyó como solo o incluso principalmente represivo. El superyó, como ideal del yo, ancla en la persona valores morales y sociales positivos. Las nociones de honor, coraje, justicia, honestidad encuentran su origen y su fuerza en el superyó. Si se debilita, se debilitan. Si desaparece, desaparecen. El hombre no ha sido al final liberado por el fin de la religión y de las ideologías sino, por el contrario, disminuido. Son hombres y mujeres muy bien educados pero moral e intelectualmente encogidos por el estado cero de la religión los que, en masa, son portadores de la patología rusófoba.

Los antisemitas nazis tenían una constitución psíquica totalmente distinta. La muerte de Dios, para hablar como Nietzsche, les había lanzado a la búsqueda de un Führer pero no estaban en déficit de superyó y seguían siendo capaces de acción colectiva. Las trágicas prestaciones del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial dan testimonio de ello. ¿Quién se atrevería hoy a imaginar a nuestras clases medias superiores corriendo hacia la muerte, a la cabeza de sus pueblos, hacia Kiev y Járkov? Nuestra guerra en Ucrania es para reír, producto de la emancipación del yo, hija del desarrollo personal. Solo morirán ucranianos y rusos.

A menos que…

Los intercambios termonucleares pueden prescindir de héroes.

9 de octubre de 2025

13/03/2022

LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ
Disputas geopolíticas, alianza ruso germánica, OTAN e invasión à Ucrania

 Luis E. Sabini Fernàndez, 11-3-2022

La invasión de Rusia a Ucrania en este mes de marzo 2022 ha desatado una serie de mecanismos mentales, ideológicos, entre los que no somos protagonistas de semejante situación.

Enumerando: deshistorización sistemática, movida del tablero geopolítico, pensamiento doble (dejemos a un lado el maniqueísmo, por intelectualmente penoso), campañas contra el intervencionismo y un largo etcétera.

 

Personas con antorchas y banderas nacionalistas del partido político ultranacionalista de extrema derecha Svoboda durante un mitin de varios partidos nacionalistas para conmemorar el 112 cumpleaños de Stepan Bandera, en Kiev, Ucrania, en enero de 2021 FOTO: SERGEY DOLZHENKO EFE

DESHISTORIZACIÓN SISTEMÁTICA

El 99 % de los análisis, abordajes, se remonta a lo sumo hasta 2014… al cambio de mano de la península de Crimea, la proclamación de las repúblicas rusoparlantes de Lugansk y Donetsk en la zona del Donbass. Ignorar todo el período soviético (1919-1991) es de una superficialidad o imposible de adoptar.

En tiempos zaristas, con un imperio ensanchándose (en Europa hacia el oeste y en Asia hacia el este), se hablaba de la Madre Rus, o Gran Rus, la Pequeña Rus  o Ucrania y la Rusia Blanca (Bielorrusia). La primera capital imperial fue entonces Kiev.

Hay entonces un denominador común, lo ruso, que es mucho más intenso que el habitual entre naciones distintas o diferenciadas.

A principios del Siglo XX, diversas expresiones políticas ucranianas resistieron el avance bolchevique. Un país muy campesino. Difícil compatibilizar esa realidad campesina y el proyecto proletarista.  Por eso, cuando el nazismo inicia su invasión a la Unión Soviética, en muchas partes de Ucrania no fueron resistidos sino al contrario bienvenidos (allí podría estar el origen histórico de cierta afinidad con la extrema derecha racista en sectores de la población ucraniana).

¿Por qué los nazis podían contar con aliados entre eslavos, siendo su racismo purificador tan hostil ante “razas humanas inferiores” (como suponían la de eslavos)?

El estalinismo produjo estragos en la población, campesina ucraniana. Holodomor. Se estima que millones de ucranianos morían literalmente de hambre mientras los comisarios soviéticos requisaban hasta la última taza de harina, para mayor gloria del proletariado, es decir de ellos mismos y su claque bolchevique.

Saqueados, hambreados, asesinados (si presentaban resistencia a perder su única vaca o la reserva de alimentos para el invierno), los ucranianos sobrevivientes recibieron a los nazis como “salvadores”.

Los nazis, en plena expansión –todavía no habían llegado a Stalingrado y comenzado el principio del fin− pudieron incluso denunciar las fosas colectivas que descubrieron a su paso, que no eran las que ellos todavía no habían empezado a hacer sino las que habían dejado los bolcheviques a su paso con la implantación de la  “colectivización forzosa” de 1929 y las hambrunas de la década del ’30 que constituyeron su herencia, ésa también forzosa.

De esa época viene, sin duda, cierta afinidad de población ucraniana con Lado Derecho, Maidan, Destacamento Azov, con el nazismo o cierto racismo étnico.

Porque en Ucrania se repite lo que ha pasado en tantas y tan diversas sociedades: ante las injusticias más flagrantes, hirientes, surge una rebeldía. Incluso una rebelión. Si ese movimiento, psíquico, de una población, que generalmente encarna en una ideología o política justiciera, igualitarista, de rechazo frontal a los privilegios; lo que se califica generalmente de izquierda, falla, porque se revela lo opuesto a lo que predica, entonces, una próxima oleada de insatisfacción profunda, un nuevo movimiento de rechazo social, no vendrá por el lado del igualitarismo, del democratismo, desde la izquierda, sino desde sus opuestos; movimientos autoritarios, radicales, sí,  pero verticalistas, racistas.

La prédica socialista derivó en la URSS, pero también en Ucrania, a la velocidad del rayo, en “almacenes para bolcheviques” que convertían a estos últimos en los únicos que podían comer regularmente, dada la brutal crisis alimentaria que produjo la propia implantación del “nuevo orden” sumada a la escasez ya tradicional de alimentos que castigaba antes a las capas más desguarnecidas. Y esto significó inmediatamente que los más rápidos, los más oportunistas, también se hicieran bolcheviques trastornando el sentido originario, las aspiraciones iniciales.

Esa historia “interna” de la URSS hay que integrarla, secuencialmente, con la segunda posguerra. De allí, sale EE.UU. como poder omnímodo. Sin embargo, en un primer momento se habla de otro triunfador, también: la URSS. El sistema cuatripartito que se estableció entonces, y se corporizó en la ocupación de Alemania por 4 sectores: EE.UU., Rusia, el Reino Unido y Francia. El R.U., un poco a su pesar (pero no demasiado; reconocía una estirpe) concedía el puesto de mando a su vástago y sucesor; EE. UU.

Francia, en cambio, defendió un europeísmo que resultò inconducente porque Europa había entrado en una dependencia, hasta hoy irreversible, de EE.UU.

La URSS figura entonces como una de las dos superpotencias (durante la mayor parte) del s XX. Convertida en potencia nuclear, la URSS asignará a dos de sus repúblicas constituyentes el armamento nuclear: Rusia y Ucrania.

Con el colapso soviético y el consiguiente ascenso a superpotencia única de EE.UU., todo el andamiaje “internacional” que EE.UU. creara a su servicio, la ONU, como en su momento la Sociedad de las Naciones quiso ser la caja de resonancia de la pax britannica (1919-1946), tuvo a su vez un socio principal inesperado; la URSS.

La ONU (California, 1945, sin fecha de vencimiento por ahora) tuvo así un Consejo de Seguridad o Ejecutivo con aquellos ganadores del teatro europeo; EE.UU., Rusia, Reino Unido y Francia) más China, que era la gran presencia del Este en la flamante red internacional.

China era entonces algo muy distinto a la actual, porque gobernaba un régimen occidentalista, anticomunista. Pero en 1949, ese gobierno pierde el control del 99 % del territorio y queda reducido a la isla de Taiwan e islotes adyacentes, y los “Cuatro Grandes” no tienen más remedio que zurcir el tablero mundial, dejando a Taiwan como China nacionalista fuera del Consejo de Seguridad, incorporando a la cúspide a  la República Popular China, convertido ese Consejo así en quinteto (décadas más tarde, Taiwan, la República de China) será expulsada de la ONU, sumándose así a las naciones parias no reconocidas en la ONU (y siendo entre ellas –la nación saharaui, el Tibet, los abjasios− la de mayor tamaño poblacional, con sus más de 20 millones de habitantes).

Ahora bien, el tablero mundial, zurcido, se vuelve a rasgar con el colapso soviético. Y entonces, aparece una Ucrania independiente (formalmente libre de todo poder extranjero). “Granero de Europa”. Una tierra fertilísima, de las mejores de Europa, 40 millones de habitantes, potencia regional. El ideólogo del eje anglonorteamericano, Samuel Huntington, en sus planes para mantener esa supremacía, señalará a Ucrania (y otras naciones de porte mediano-grande, como Turquía) como naciones “partibles”, fracturables. En el caso ucraniano, el período soviético hizo de esa tierra un oeste favorable a Europa y un este más ligado a Rusia. Pero esta fractura viene de antes de la misma URSS por cuanto a grandes rasgos esas mismas configuraciones caracterizaron los asentamientos católicos al oeste y los ortodoxos, al este.

Sin tener en cuenta esa historia, “nuestro” presente es incomprensible.