Gid'on Lev ןועדג בל, Haaretz, 7/11/2020
Traducido pr Sinfo Fernández
Idealista y codicioso, ilustrado y racista, amante
de la humanidad y egoísta: Eduard Douwes Dekker, alias Multatuli, generó uno de
los escritos anticolonialistas más audaces jamás escritos.

Eduard Douwes Dekker, también
conocido como Multatuli. En su calidad de funcionario, y más tarde en sus
escritos, luchó contra la explotación y opresión de la Compañía Holandesa de
las Indias Orientales. Foto: Csar Mitkiewicz
A finales del siglo pasado, y del milenio, The
New York Times preguntó a varios escritores y pensadores de todo el mundo
cuál era la historia que consideraban
más importante de los últimos mil años. El escritor y disidente político
indonesio Pramoedya Ananta Toer ofreció una respuesta particularmente sabrosa.
A lo largo de cientos de años durante el segundo milenio, señaló, las especias
eran más valoradas que los metales preciosos. Se usaban en ceremonias
religiosas, como medicación y para mejorar el sabor de los alimentos, esto
último resultó crucial en los períodos en los que la variedad de alimentos se
limitaba a un nivel difícil de imaginar hoy en día. El ansia de los europeos
por las especias impulsó viajes a nuevos reinos a bordo de buques de guerra y
generó una riqueza sin precedentes para los conquistadores.
La fuente más abundante de especias, así como de
tabaco, azúcar y café, fue el archipiélago de miles de islas y cientos de
culturas que se conoce hoy como Indonesia. Poco después de la llegada de la
flota holandesa, a finales del siglo XVI, la capital del archipiélago, Batavia
(hoy Yakarta), se convirtió en el centro comercial más grande del mundo.
Durante más de un siglo, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, con
sede en Ámsterdam, fue la mayor empresa comercial del mundo.
Con tal de incrementar sus ganancias, los
holandeses no retrocedieron ante nada. Así, entre otras acciones, masacraron a
casi toda la población de las Islas Banda, un grupo de diez islas indonesias
que eran la única fuente mundial de nuez moscada, y también transportaron allí esclavos
y prisioneros de guerra para cultivar dicha especia, lo que rindió una ganancia
estimada en un 60.000%.
Otros lugares de las Indias Orientales Holandesas
también se transformaron en granjas de sudor. Los agricultores locales se
vieron obligados a producir los cultivos ordenados por el gobierno de Holanda;
miles murieron de hambre. Además, los isleños debían pagar altos impuestos al
gobierno de Ámsterdam, así como a los gobernantes locales que implementaban las
políticas del régimen opresivo; un truco inteligente que permitió a Holanda
gobernar un país de 13 millones de personas con solo 175 funcionarios con
residencia allí.
Una Indonesia tan rentable se convirtió en un
modelo a seguir para actividades similares en Asia y más allá. Sin embargo, a
principios del siglo XX surgió en aquella zona uno de los primeros movimientos
de liberación del mundo, presagiando el final de la historia colonial de siglos
de la humanidad, condimentada con codicia, sangre y saqueo. Según el artículo de Pramoedya en The Times, las semillas de esta prodigiosa
revolución global se plantaron en 1860, en una novela loca escrita por un
representante peleón de la administración holandesa. El “mundo tiene una gran
deuda” con Eduard Douwes Dekker, concluía.