Jorge Majfud, 6-8-2025
El número de Time del 13 de agosto de 1945 cita a Truman: “hace dieciséis horas un avión estadounidense lanzó una bomba sobre Hiroshima, una importante base del ejército japonés. Esa bomba tenía más poder que 20.000 toneladas de TNT… Es una bomba atómica. Es un beneficio del poder básico del universo; lo que se ha hecho es el mayor logro de la ciencia en su historia… […] ahora estamos preparados para destruir más rápida y completamente todas las empresas productivas que los japoneses tienen sobre su suelo… si no aceptan nuestros términos, pueden esperar otra lluvia de fuego, como nunca se ha visto en esta tierra”.
En Londres, Winston Churchill
también se refirió a estas proezas de la ciencia: “debemos orar para que
este horror conduzca a la paz entre las naciones y que, en lugar de causar
estragos inconmensurables en todo el mundo, se conviertan en la fuente perenne
de la prosperidad mundial”.
En su portada del 20 de agosto, la misma revista
recibía al lector con un gran disco rojo con fondo blanco y una X que tachaba
el disco. No era la primera bomba atómica de la historia arrojada sobre una
población de seres humanos sino el sol o la bandera de Japón. En la página 29,
un artículo bajo el título de “Awful Responsability” (“Una
responsabilidad terrible”) el presidente Truman trazaba las líneas de lo que
iba a ser más tarde el pasado. Como un buen hombre de fe siempre que es
colocado por Dios en el poder, Truman reconoció: “Le damos gracias a Dios
porque esto haya llegado a nosotros antes que a nuestros enemigos. Y rezamos
para que Él nos pueda guiar para usar esto según Su forma y Sus propósitos”.
En la inversión semántica de sujeto-objeto, por “esto” se refiere a la bomba
atómica que “nos ha llegado”; por “nuestros enemigos”, obviamente, se refiere
Hitler e Hirohito; por “nosotros”, a nosotros, los protegidos de Dios.
En realidad, la barbarie de fuego había comenzado
mucho antes. El general LeMay había sido el cerebro que planificó el bombardeo
de varias ciudades de Japón, como Nagoya, Osaka, Yokohama y Kobe, entre febrero
y mayo de 1945, tres meses antes de las bombas atómicas de Hiroshima y
Nagasaki.
En la noche del 10 de marzo, LeMay ordenó arrojar
sobre Tokio 1500 toneladas de explosivos desde 300 bombarderos B-29. 500.000
bombas llovieron desde la 1:30 hasta las 3:00 de la madrugada. 100.000 hombres,
mujeres y niños murieron en pocas horas y un millón de otras personas quedaron
gravemente heridas. Un precedente de las bombas de Napalm, unas gelatinas de
fuego que se pegaban a las casas y a la carne humana fueron probadas con éxito.
“Las mujeres corrían con sus bebés como antorchas de fuego en sus espaldas”
recordará Nihei, una sobreviviente.
Cuando la guerra estaba decidida y acabada, una
semana después de las bombas atómicas, cientos de aviones estadounidenses
regaron con otras decenas de miles de bombas diferentes ciudades de Japón
dejando otro tendal de miles de víctimas prontas para el olvido. El general
Carl Spaatz, eufórico, propuso arrojar una tercera bomba atómica sobre Tokio.
La propuesta no prosperó porque Tokio ya había sido reducida a escombros mucho
tiempo atrás y sólo quedaba en los mapas como una ciudad importante.
El Japón imperial también había matado decenas de
miles de chinos en bombardeos aéreos, pero no eran los chinos lo que importaban
por entonces. De hecho, nunca importaron y hasta fueron prohibidos en Estados
Unidos por la ley de 1882. El mismo general Curtis LeMay repetirá esta
estrategia de masacre indiscriminada y a conveniente distancia en Corea del
Norte y en Vietnam, las que dejarán millones de muertos civiles como si fuesen
hormigas. Todo por una buena causa (libertad, democracias y derechos humanos).
Poco después de los incontables bombardeos sobre
civiles inocentes e indefensos, el heroico general LeMay reconocería: “si
hubiésemos perdido la guerra, yo hubiese sido condenado como criminal de guerra”.
Por el contrario, al igual que el rey Leopoldo II de Bélgica y otros nazis de
Hitelr promovidos a altos cargos de la OTAN, LeMay también fue condecorado
múltiples veces por sus servicios a la civilización, entre las que se cuentan
la Légion d’honneur, otrogada por Francia.
Claro que no todo fue a su gusto. Años después, le
recomendó al joven inexperiente, el presidente Kennedy, lanzar algunas bombas
atómicas sobre La Habana como forma de prevenir un mal mayor. Kennedy no estuvo
de acuerdo. Un par de décadas más tarde, en una de las primeras conversaciones
sobre el tema Cuba, Alexander Haig, nuevo Secretario de Estado, le dijo al
presidente Ronald Reagan: “Sólo deme la orden y convertiré esa isla de
mierda en un estacionamiento vacío”.
En 1968, el general Curtis LeMay será el candidato
a la vicepresidencia por el partido racista y segregacionista llamado Partido
Independiente de Estados Unidos. Para ser un tercer partido, recibió un
respetable 13,5 por ciento de los votos. En 2024 pudo haber ganado fácilmente
dentro del partido Demócrata-Republicano.
Luego del mayor acto terrorista de la historia,
los gobiernos de Japón no ahorrarán en pedidos de perdón por el crimen de haber
sido bombardeados en todas las formas posibles y sin piedad.