David
Kanbergs, Jadaliyya,
27/4/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
David Kanbergs es doctorando en el departamento de Estudios Islámicos y de Oriente Medio de la Universidad de Nueva York. Su trabajo se centra en la literatura moderna y contemporánea, con especial interés en la ficción especulativa egipcia.
El sábado 4 de abril de 2021, las autoridades egipcias ofrecieron una deslumbrante actuación estelar de proporciones épicas: una celebración de la cultura y el valor del antiguo Egipto destinada a celebrar la inauguración oficial del flamante Museo Nacional de la Civilización Egipcia en Fustat. El acontecimiento, bajo el título El Desfile Dorado de los Faraones, fue un espectáculo extravagante lleno de canciones, bailes y vestimentas muy elaboradas. Su pieza central fue la impresionante procesión de veintidós momias egipcias antiguas del Imperio Nuevo desde su hogar anterior, en el Museo Egipcio en la plaza Tahrir, hasta su lugar de descanso final en el nuevo museo. Este “viaje legendario”, como se hizo mención durante la transmisión, es ciertamente algo de lo que los egipcios pueden enorgullecerse, ya que fue una celebración muy elegante de la cultura egipcia antigua y moderna.
Pero hay otra cara en esta gloriosa exhibición de teatro nacionalista. Entretejidos con ostentosas demostraciones de orgullo cultural, hubo importantes movimientos discursivos y simbólicos que ayudan a dilucidar la naturaleza del Estado egipcio contemporáneo y la mentalidad de sus actuales líderes. En primer lugar, el Desfile Dorado muestra un excelente ejemplo de la movilización militar histórica del régimen actual para reforzar su propia autoridad. En segundo lugar, demuestra el borrado intencionado y continuo de la Revolución de 2011 del espacio de la ciudad y de la memoria colectiva. Finalmente, el desfile ayuda a revelar la total incapacidad del régimen para comprender cualquier cosa que no sea un paradigma militar, lo que a su vez ilumina el desarrollo y el afianzamiento de un sistema de ciudadanía compuesto por dos niveles: el de los miembros de las fuerzas armadas y el de los civiles; estos últimos cada vez más explotados y a los que aquellos, en teoría, deberían proteger y defender.
Nuevo reino, nueva capital, nuevo Estado
Tanto en palabras como en imágenes, el Desfile Dorado estableció claros paralelismos entre los gobernantes de estas antiguas dinastías egipcias y el presidente Abdel Fattah el-Sisi y, por extensión, con el Estado egipcio contemporáneo. A lo largo del proceso, en el que se destacaron constantemente los diversos monumentos con los que el gobierno intenta desesperadamente atraer visitas de turistas internacionales, se hizo hincapié en el poderío militar de los gobernantes de estas antiguas dinastías. En un video publicado por el Ministerio de Turismo y Antigüedades en YouTube y destinado a servir de introducción al desfile, el actor Hussein Fahmy dice de la antigua civilización egipcia que “presentó a la humanidad el primer modelo de Estado fuerte basado en la ciencia y en la fe”. Esto resulta ciertamente consistente con el enfoque de hombre fuerte de Sisi, que hace hincapié en tener fronteras seguras (como con Libia, donde Egipto ha llevado a cabo operaciones militares), inflexibilidad en las disputas regionales, como las negociaciones en curso sobre el llenado y uso de la Gran Represa del Renacimiento de Etiopía, y crueldad en sus continuos esfuerzos por destruir lo que el gobierno tilda de “actividades terroristas” en el Sinaí, encarnada en la denominada Campaña Integral en el Sinaí de 2018 (al-ʿamaliya al-shamila fi Sinaʾ), que se publicitó con orgullo en reiterados anuncios en los canales de televisión, tanto nacionales como privados. Esto se simultánea también con la piedad pública, tan teatral, de Sisi, a través de la cual pretende presentarse no solo como el defensor de la seguridad del país, sino también de su vida religiosa.
Fahmy continúa describiendo a algunos de los gobernantes de las dinastías del Imperio Nuevo: Amenhotep III, a quien describe como un gobernante que “mantuvo la estabilidad y la prosperidad del país durante su gobierno”; Ramsés II, “el gran rey egipcio que gobernó Egipto durante casi 67 años”; y Ramsés III, quien “protegió a su pueblo de la invasión de los pueblos del mar”. Más tarde, la actriz Mona Zaki recuerda a la audiencia que el ejército de los antiguos egipcios “era uno de los más fuertes del mundo, un ejército que protegía a la gente y a la tierra”. Por lo tanto, el acontecimiento intenta claramente vincular a estos gobernantes fuertes, de estructura militar, con el propio Sisi, un hecho que queda claro por la yuxtaposición de imágenes de la escolta policial de las momias y la escolta que protegía el convoy de Sisi cuando llegó al Museo Nacional para las celebraciones. Pero la conexión se hizo aún más explícita cuando el ministro de Turismo y Antigüedades, Khaled el-Enany, le entregó al presidente el obsequio de una estatua de Tutankamón a su llegada al museo. El-Enany describe la estatua como la representación del rey Tut cazando, lo que, según él, simboliza al rey “esforzándose por destruir el mal para fundar un Estado fuerte”. Luego le dice a Sisi que, en su opinión, este era “el objeto más apropiado que regalar a Su Excelencia”. El evento en su conjunto actuó, tanto discursiva como simbólicamente, para instituir a Sisi como faraón moderno, tal como lo hicieron sus predecesores dictatoriales antes que él.
Pero este desfile y este régimen tienen un objetivo más amplio que el de simplemente coronar a Sisi como faraón moderno. Al igual que los regímenes de los expresidentes Naser, Sadat y Mubarak, el régimen de Sisi pretende presentarse como igual en poder y gloria a estas antiguas dinastías faraónicas. Así lo aclara un video pregrabado que se transmitió durante las festividades, en el que el actor Khaled El Nabawy, que fue (un hecho no intrascendente ni casual) uno de los protagonistas más destacados de la Revolución de 2011, recorre un gran número de sitios turísticos culturales y religiosos que han sido restaurados desde que Sisi llegó al poder. En un momento determinado se muestra a El Nabawy conversando con el-Enany sobre otro nuevo museo que se abrirá en la nueva capital administrativa, actualmente en construcción en el desierto, al este de los límites actuales de la ciudad de El Cairo. El-Enany afirma que “la nueva capital representará a un nuevo Estado basado en un trasfondo de ciencia, cultura y artes”. La similitud con la descripción de Hussein Fahmy de la antigua civilización egipcia como “el primer modelo de un Estado fuerte basado en la ciencia y la fe” es sorprendente, y ciertamente deliberada. Aquí, el régimen se presenta claramente como el renacimiento de un Estado fuerte e integral, listo para traer nuevas glorias a Egipto, pero solo, por supuesto, después de que se hayan cumplido las prioridades de seguridad. Así como las momias forman parte de las dinastías del Imperio Nuevo, el nuevo faraón y la nueva capital están destinados a representar una nueva era en la historia de Egipto, una era que intenta borrar todo rastro posible de cualquier alternativa a su gobierno militar totalizador.
Borrar la revolución
El desfile era una parte importante del esfuerzo en curso para borrar la Revolución de 2011 de la memoria colectiva del pueblo egipcio. El desfile comenzó, por supuesto, en la midan [plaza] al-Tahrir, el lugar del levantamiento masivo que derrocó a Hosni Mubarak, y de las posteriores luchas por el poder que tuvieron lugar entre al menos tres polos de la sociedad egipcia: los activistas por la democracia y las libertades humanas básicas, el ejército egipcio y sus aliados entre los leales al antiguo régimen (los fulul), y varios grupos islamistas, el más destacado de los cuales fue la Hermandad Musulmana. El esfuerzo por borrar esta historia está en marcha desde la llegada al poder de Sisi, y se refleja, por ejemplo, en el hecho de que cada 25 de enero el gobierno celebre el Día de la Policía Nacional, sin mención alguna al levantamiento que tuvo lugar el mismo día en 2011. También es visible en el cambio de imagen de las protestas que se produjeron en 2013 contra el entonces presidente Mohamed Morsi, como la “Revolución del 30 de junio”, supuestamente la expresión espontánea y verdadera de la voluntad del pueblo. Fue este evento el que el ejército utilizó como pretexto para la destitución de Morsi de su cargo (léase golpe de Estado), lo que llevó al régimen actual (de regreso) al poder.
Pero hasta hace poco, el régimen no estaba seguro, aparentemente, de cómo lidiar con el sitio de la midan en sí. Además de ser el antiguo corazón de la revolución, también es un nodo clave en la circulación del tráfico cairota y una puerta de entrada simbólica y real al centro de El Cairo. Y aunque el gobierno ha llevado a cabo múltiples reconfiguraciones menores de Tahrir desde que llegó al poder, parece que solo recientemente se ha decidido por un plan para apoderarse finalmente del espacio simbólico de la midan que durante mucho tiempo controló físicamente, después de muchos años de intentar, de una vez por todas, limpiarla de los últimos vestigios de la Revolución 2011. Este plan actúa en varios niveles e intenta lograr su objetivo renovando los edificios de la midan y sus alrededores, creando un parque temático con sus características mediant el uso de iluminación profesional, el simbolismo del antiguo obelisco egipcio y las estatuas de la esfinge recientemente instaladas en el centro de la plaza, además del espectáculo histórico-mítico del desfile de los antiguos reyes y reinas.
Activistas y académicos han expresado durante mucho tiempo su preocupación por la posibilidad de que la midan se convierta en un museo de la Revolución, encapsulándolo y aislándolo lejos de cualquier posibilidad de protesta política que pueda intentar continuar la revolución nunca completada. Pero lo que ha sucedido es quizás incluso más drástico. El borrado ha sido gradual, aunque ciertamente hubo momentos significativos, como en 2015, cuando la Universidad Americana de El Cairo derribó el muro norte de su campus en Tahrir, destruyendo casualmente el poderoso grafiti revolucionario que se había pintado sobre él, grafiti que honraba a las víctimas de los brutales ataques del ejército contra los manifestantes durante la prolongada revolución. Sin embargo, a lo largo del pasado año, el régimen ha comenzado a convertir a Tahrir en un recuerdo, aunque no del levantamiento. Más bien en el recuerdo de otra época, de una época anterior, desaparecida hace mucho tiempo, cuando el centro de El Cairo no era una aglomeración agotada y en ruinas de intrigas arquitectónicas coloniales, sino algo nuevo, organizado e impecablemente limpio.
El gobierno ha vuelto a pintar edificios arquitectónicamente interesantes en el centro de la ciudad que rodea inmediatamente a Tahrir en sus lados este y norte, como si unas pocas gotas de pintura pudieran cubrir décadas de negligencia y pudieran ocultar la sangre que fue derramada deliberada, brutal y fraudulentamente por el mismo ejército que ahora toma las riendas del país, como viene haciéndolo (bajo diversas formas) desde el golpe de 1952 que llevó al poder a movimiento de los Oficiales Libres. El régimen también ha añadido la iluminación profesional de la empresa Siraj Lighting para dar un giro a este proyecto de renovación. La iluminación escenográfica está ya instalada en todos los edificios y monumentos que dan a la plaza, convirtiendo la midan y el área circundante en una atracción turística similar a un parque temático, destacando su herencia arquitectónica colonial y descuidando deliberadamente cualquier aspecto de su historia reciente. Tahrir es uno de los muchos proyectos de renovación que Khaled El Nabawy revisa durante su video pregrabado que se transmitió como parte de las festividades. Pero la midan aparece durante apenas diez segundos en total, durante los cuales El Nabawy solo dice que es “uno de las mayadin [plazas] más prominentes de Egipto, ligada a eventos históricos y memorables en la vida del pueblo egipcio”. La cámara muestra brevemente una placa en el cuadrado que menciona la Revolución de 1919 y la “revolución” de 1952, y en la parte inferior, casi cortada por la cámara mientras se desplaza hacia abajo, la Revolución de 2011 y la “Revolución” del 30 de junio. Así pues, se produce casi un borrado de uno de los eventos recientes más importantes en la vida de la midan y del pueblo egipcio, conseguido mediante una sutil evitación, una generalidad del lenguaje y un hábil trabajo de cámara. El uso de Tahrir para el espectáculo del viaje de las momias transformó aún más la midan en un campo de desfiles, en un escenario para el boato de un teatro nacionalista de glorificación histórica y violencia política. Tahrir estuvo completamente desprovista de gente durante el desfile, un espacio en el que se borró cualquier rastro de actividad humana que no fuera el espectáculo en cuestión, que irónicamente se presentó como una celebración del pueblo egipcio conspicuamente ausente. Con esta brillante grandeza, el régimen finalmente logró lo que ha estado tratando de conseguir durante los últimos diez años: el borrado casi completo de la Revolución de 2011 del espacio y la memoria de la midan.
La militarización de todo
Después de mucha pompa y circunstancia, las momias hicieron finalmente su gran aparición en el desfile, cada una metida en una elegante caja situada encima de su propio vehículo dorado privado, engalanado con su nombre y repleta de cámaras para que los espectadores pudieran observar a los antiguos faraones disfrutando de su legendario viaje. Los vehículos salieron de los terrenos del Museo Egipcio, con 119 años de antigüedad, en Tahrir y avanzaron en fila india por una larga avenida bordeada por docenas de actores vestidos como antiguos egipcios y sosteniendo semifuturistas esferas brillantes (¿momias punk?). Seguidamente, las momias dieron una sola vuelta alrededor de la midan antes de dirigirse por la calle Abdel Qadir Hamza hacia la cornisa del Nilo que las llevaría a su lugar de descanso final en Fustat. Aunque las momias sin duda lo pasaron muy bien en su encantador paseo por la cornisa, algo más significativo estaba en juego durante su bien orquestado viaje. Aparte de la reescritura de Tahrir como un lugar de herencia faraónica, el desfile también promulgó la movilización militar de las momias mismas, alistándolas contra su voluntad al servicio del ejército y del Estado egipcio, del que ahora es esencialmente sinónimo. No solo el ejército egipcio estuvo presente durante todo el desfile, en algunas de las primeras imágenes presentadas (tomas pregrabadas de oficiales militares montando caballos blancos por la ruta del desfile), en la banda militar que tocaba frente al edificio administrativo de la Mugamma, en el cuerpo militar de tambores que precedieron a las momias por la ruta del desfile, e incluso en los vehículos que viajaban las momias, que eran claramente de índole militar, apenas disimulada por su elegante decoración neofaraónica. Si bien todo esto ciertamente ayudó a convertir esta celebración cultural en una militar, el verdadero significado del viaje de las momias solo se reveló una vez que llegaron al Museo Nacional en Fustat, donde fueron recibidos con un saludo de 21 cañonazos.
Cuando el convoy se acercaba al museo, la cámara mostró una línea de cinco cañones de color verde militar, cada uno manejado por tres apuestos soldados en uniforme de gala. Uno tras otro, los cañones dispararon al aire en honor a los miembros de la realeza muertos hace tanto tiempo, a los que finalmente se les estaba dando el funeral militar adecuado, que era la única conclusión lógica de su servicio nocturno ante el régimen actual. Pero solo esto no era suficiente. El desfile aún no había terminado, no hasta que el propio Sisi salió de la sala del museo donde había estado viendo la magistral actuación orquestal que proporcionó la banda sonora del desfile, caminó hacia la fachada principal del museo y se puso en posición de firmes mientras pasaban las momias. De esa forma pasó Sisi revista a las nuevas tropas, los antiguos reyes y reinas de Egipto que, a través de la magia del teatro nacionalista, se habían convertido en reclutas del ejército de este hombre, forzadas a someterse a él en su pasivo reposo supino. Fue un milagro que Sisi resistiera el impulso de saludar que, sin duda, recorría cada fibra de su cuerpo, cuando los nuevos reclutas pasaban para su inspección.
Este movimiento, por extraño que pueda parecer, va mucho más allá de su típico arte de gobernar y discurso nacionalista. De hecho, su propia rareza revela una verdad mucho más siniestra que se encuentra en el corazón del régimen actual; a saber, que es completamente incapaz de comprender nada fuera del marco de un paradigma militar. Para este régimen no hay lógica, ningún sentido, ningún pensamiento que exista fuera del círculo de las fuerzas armadas y los servicios de seguridad relacionados con ellas, y cualquier cosa que exista de alguna manera en sus márgenes será rápidamente detenido por ellos o reclutado a su servicio [1]. No es que el régimen no comprenda a la sociedad civil, es que simplemente la ignora, seguro de que cualquier civil es completamente inferior al liderazgo y la experiencia de los militares. En abril de 2020, durante los primeros días de la pandemia en Egipto y en un momento en que el régimen estaba alentando (brevemente) a la gente a usar mascarillas, comenzó a circular un videoclip de Sisi mientras inspeccionaba el progreso de una de las muchas obras en curso del gobierno. En el video, Sisi reprende a conciencia a un oficial militar situado frente a él, exigiendo saber por qué los trabajadores de la construcción no usan mascarilla. Su irritación es palpable, y después de emitir un gruñido de disgusto pregunta: “Fayn al-madani illi al-masʾul ʿan al-kalam da?... ʾUlli al-masʾul min? Al-madani min?”; es decir: ¿Quién es el civil responsable de esto? Dime, ¿quién es el responsable? ¿Quién es el civil?”. El civil aquí, el madani, es por supuesto el opuesto natural del askari, el soldado.
Y esta es la clave para comprender la cosmovisión maniquea del régimen actual, que separa a Egipto en un sistema de derechos y privilegios de dos niveles. Sin duda, los dos niveles de militares y civiles se superponen en una sociedad egipcia ya extremadamente clasificada (que se rige por un tabú estricto de que las divisiones de clase no deben discutirse), y tienen una permeabilidad menor debido a los intereses comerciales expansivos del ejército egipcio y su consiguiente necesidad de colaboración con simples civiles. Pero el hecho es que el ejército todavía se ve a sí mismo como una raza aparte, como un gobernante benéfico que guía a una población civil incompetente e infantil, completamente incapaz de valerse por sí misma o de determinar su propio futuro si por algún accidente dejara de hacerse así. El discurso y las acciones de Sisi y su gobierno han dejado esto muy claro una y otra vez. Puede apreciarse, por ejemplo, en la reciente negativa del gobierno a considerar a los “mártires” de entre los profesionales médicos que han muerto de COVID-19, como resultado de su trabajo en la lucha contra la pandemia en curso, como de igual estatus (financiera y moralmente) que los “mártires” del ejército y la policía egipcios. La declaración es obvia: los mártires por la causa de la protección y la curación son inferiores a los mártires por la causa de la seguridad nacional.
Ciertamente, algunos dirán que Egipto ha tenido durante mucho tiempo una clase militar privilegiada. En más de una ocasión, los egipcios me han hablado de “dawlat yuliu”, o “el Estado de julio”, al hablar del régimen actual, un término destinado a indicar que es la continuación de lo que una mujer me describió como “la ocupación militar bajo la que estamos desde 1952”. Si bien es cierto que Egipto ha estado bajo el gobierno de una sucesión de militares durante casi 70 años, lo que está sucediendo actualmente, que es claramente evidente en la pompa y la retórica del desfile, solo puede interpretarse como una intensificación de la militarización del Estado, una nueva división entre los dos brazos de la sociedad y el desarrollo acelerado del papel de los militares como régimen gobernante esencialmente extractivo.
Puentes, pollo y desinversión
El día después del desfile, el historiador Khaled Fahmy escribió un elocuente mensaje en Facebook en el que argumenta que el desfile demuestra las verdaderas prioridades del régimen, que se centran en la seguridad y en la securitización hasta el total descuido de la salud pública, el transporte y la educación. Las afirmaciones de Fahmy no podrían ser más ciertas. El Estado, es decir, el ejército y los aparatos de seguridad relacionados, no podrían preocuparse menos por estas cosas por la sencilla razón de que su objetivo obvio es asegurarse de que sus ciudadanos se vuelvan ignorantes, enfermos y tan exhaustos de luchar para poder vivir un día más, que no les quede absolutamente ninguna energía para oponerse a la voluntad de sus amos militares. Además, el gobierno actual debe entenderse como un régimen extractivo que ve a los civiles como nada más que un recurso a explotar en su propio beneficio.
Esto explica por qué los militares y sus contratistas están ocupados construyendo docenas, quizás cientos de nuevos puentes, a menudo completamente innecesarios, por todo el país (sin duda usando el cemento de las plantas de cemento de propiedad militar) y arrasando indiscriminadamente todo lo que se interponga en su camino, desde tumbas antiguas hasta las construcciones sin licencia que tanto han proliferado en las últimas décadas. Y esto explica por qué el número de empresas de propiedad militar se ha disparado desde que Sisi asumió el cargo, y por qué el alcance de sus operaciones se ha ampliado para incluir todo tipo de industrias no relacionadas con el ejército. También explica por qué el Ministerio del Interior está vendiendo carne y pollo en la parte trasera de pequeños camiones estacionados fuera de las estaciones de metro en todo El Cairo a precios que están hundiendo drásticamente a los carniceros locales. Y arroja luz sobre la campaña del régimen para lograr que todos los ciudadanos participen en el sistema bancario, sus esfuerzos para obligarles a registrar millones de propiedades no registradas en el Registro de la Propiedad de Egipto y su rápido levantamiento de los subsidios a la gasolina, al combustible para cocinar, electricidad, agua y pan. Esta es también la razón por la que el plan de Egipto desde el comienzo de la pandemia de COVID-19 ha sido negarla, negarla, negarla, y manipular continuamente las estadísticas oficiales para que parezca que este país de más de 100 millones de personas -que en el pasado año no impuso ni un solo cierre completo, y que en tan solo dos ocasiones instituyó y aplicó brevemente una ley que obligaba a usar mascarillas en el transporte público y en los edificios gubernamentales- se ha librado de alguna manera del gran número de enfermos y muertos que casi todos los demás países del país el mundo ha sufrido.
Mientras tanto, los comentarios de Facebook en Egipto continúan leyéndose como obituarios. Todas estas acciones tienen perfecto sentido cuando uno se da cuenta de que el régimen actual tiene la intención de desangrar a todos los egipcios que no supongan un beneficio inmediato para su Estado militar-industrial, robándoles hasta el último aliento de vida hasta que se derrumben y mueran en el pasillo de un hospital público mal equipado, o mejor aún, en casa, para que el gobierno no tenga que ocuparse lo más mínimo del asunto. Su prioridad no es el pueblo egipcio. Incluso la seguridad nacional solo es importante para ellos en la medida en que sirve para proteger los intereses financieros nacionales (léase militares). El simbolismo y el discurso de este elegante desfile de celebración dejan muy claro el hecho de que los gobernantes militares de Egipto no tienen ninguna intención de apartar sus garras, cada vez más fuertes, del cuello del pueblo egipcio.
Un bocado de pan
Diez años después de la Revolución, el Estado es el ejército y el ejército es el Estado. Las cárceles están llenas a rebosar de presos políticos y morales que a menudo están detenidos durante meses o incluso años sin juicio. La pobreza está aumentando y la vida se está volviendo cada vez más difícil para todos, excepto para unos pocos, en la considerable población del país. Miles de egipcios con talento están huyendo del país y comenzando de nuevo en otro lugar, mientras que los que se quedan atrás, los que no poseen la educación o el capital que les permitiría viajar, están cada vez más desesperados en su lucha por sobrevivir día tras día. La verdad es que se está librando una guerra contra el pueblo egipcio, una guerra que ha sido ideada y llevada a cabo por su propio gobierno.
El Desfile Dorado de los Faraones puso al descubierto muchos aspectos de este hecho: la posterior transformación de Sisi en el Faraón incuestionable, la movilización de múltiples aspectos de la historia egipcia al servicio del régimen actual y la separación casi completa de los ciudadanos en militares y civiles, mientras el ejército evoluciona de una clase privilegiada a una raza minoritaria que está por encima de la población y mira hacia abajo desde una altura intocable. Todo esto es posible gracias a la eliminación de la revolucionaria Tahrir y su reinscripción como escenario para la representación de espectáculos de escritura estatal. A pesar de la fantasía de la celebración del Desfile Dorado, los egipcios continúan sufriendo bajo el pulgar cada vez más opresivo de un régimen militar que les niega su propia humanidad.
Los revolucionarios de Tahrir gritaban el bien conocido eslogan “pan, libertad y justicia social”. Diez años después, las esperanzas de libertad y justicia social están bastante lejos de la mente de la mayoría de los egipcios. La inmensa mayoría está demasiado ocupada persiguiendo el pan de cada día que dio lugar a esa breve lista de demandas, luchando día tras día para alimentarse a sí mismos y a sus familias y tratando desesperadamente de aferrarse a lo que queda de su dignidad humana básica, antes incluso de que se les despoje de ella. No se puede negar que la situación es desoladora. Pero, al menos por una noche, los egipcios pudieron celebrar y enorgullecerse de su herencia cultural, aunque eso también se convirtiera en poco más que otra arma en manos del régimen.
Nota:
[1] Para entender este punto, solo hay que mirar el número asombrosamente alto de arrestos por motivos políticos y detenciones ilegales prolongadas en el país, la masacre de Rabaa de 2013 y el posterior desarraigo total de los Hermanos Musulmanes, la utilizacion del anteriormente mencionado exparticipante en la revolución, Khaled El Nabawy, en un evento que glorifica al Estado opresivo que la sucedió, y la participación (que se rumorea puede haber estado coaccionada) del rapero y actor Ahmed Mekky en la secuela de la serie de televisión al-Ikthiyar (La elección) que glorifica al ejército en la serie del último Ramadán, que contaba la historia del heroico “mártir” de las fuerzas armadas, el coronel Ahmed Mansi.
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