James Bovard (1956) es un escritor y conferencista libertariano usamericano cuyos comentarios políticos se centran en ejemplos de derroche, fracasos, corrupción, amiguismo y abusos de poder en el gobierno. federal Es columnista de USA Today y colabora frecuentemente con The Hill. Es autor de Public Policy Hooligan (2012), Attention Deficit Democracy (2006), Lost Rights: The Destruction of American Liberty (1994) y otros 7 libros. Ha escrito para el New York Times, Wall Street Journal, Washington Post, New Republic, Reader 's Digest, The American Conservative y muchas otras publicaciones. Sus libros han sido traducidos al español, árabe, japonés y coreano. Sus artículos han sido denunciados públicamente por el jefe del FBI, el Director General de Correos, el Secretario de HUD (Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano), y los jefes de la DEA (Administración de Control de Drogas), FEMA (Agencia Federal de Gestión de Emergencias), y EEOC (Comisión de Igualdad de Oportunidades de Empleo) y numerosas agencias federales. (Como dijo Mao Zedong, “Ser atacado por el enemigo no es algo malo sino algo bueno”).
“Puedes enviar a un hombre al Congreso, pero no puedes hacerlo pensar”, bromeó el humorista Milton Berle en la década de 1950. Para actualizar a Berle: Puedes gastar 60 mil millones de dólares al año en agencias de inteligencia, pero no puedes obligar a los políticos a leer sus informes. En cambio, la mayoría de los políticos siguen siendo incorregiblemente ignorantes y desesperadamente cobardes cuando los presidentes arrastran a USAmérica en nuevos fiascos ultramarinos
Reporting for Duty, por Clifford K. Berryman, 2 de abril de 1917: los representantes de las dos cámaras se paran ante el presidente Wilson, que se dispone a pedir su apoyo para la declaración de guerra a Alemania
La docilidad del Congreso ha estado allanando el camino a la guerra desde al menos la era de Vietnam. En 1964, el presidente Lyndon Johnson invocó un supuesto ataque norvietnamita contra un destructor usamericano en el Golfo de Tonkín para que el Congreso aprobara una resolución que daba a LBJ el poder ilimitado para atacar Vietnam del Norte. LBJ había decidido a principios de ese año atacar Vietnam del Norte para relanzar su campaña de reelección. El Pentágono y la Casa Blanca rápidamente reconocieron que las acusaciones centrales detrás de la resolución del Golfo de Tonkín eran falsas, pero las utilizaron para santificar la guerra.
Cuando la historia oficial de los ataques del Golfo de Tonkín comenzó a desenmascararse en las audiencias secretas del Senado de 1968, el secretario de Defensa Robert McNamara proclamó que era “inconcebible que alguien remotamente familiarizado con nuestra sociedad y sistema de gobierno pudiera sospechar la existencia de una conspiración” para llevar a USAmérica a la guerra con falsos pretextos. Pero la indignación no puede sustituir hechos concretos. El Senador Frank Church (Demócrata-Idaho) declaró: “En una democracia no se puede esperar que la gente, cuyos hijos son asesinados y serán asesinados, ejerzan su juicio si se les oculta la verdad”. El presidente de la Comisión, el Senador J. William Fulbright (Dem-Arizona), declaró que, si los senadores no se oponían a la guerra en ese momento, “no somos más que un apéndice inútil de la estructura gubernamental”. Pero otros senadores bloquearon la publicación de un informe del Estado Mayor sobre las mentiras detrás del incidente del Golfo de Tonkín que impulsaba una guerra que estaba matando a 400 soldados usamericanos por semana. El Senador Mike Mansfield (Dem- Montana) advirtió: “Les darán a las personas que no están interesadas en los hechos una oportunidad de explotarlos y magnificarlos fuera de toda proporción”. La misma presunción ha protegido cada debacle militar posterior (de USA.
Los congresistas perezosos y cobardes siempre allanaron el camino para la carnicería en el extranjero. En octubre de 2002, antes de la votación de la resolución del Congreso para permitir al presidente George W. Bush hacer lo que quisiera con Irak, la CIA entregó una evaluación clasificada de 92 páginas de las armas de destrucción masiva de Irak en el Capitol Hill (el Congreso). El informe clasificado de la CIA planteaba muchas más dudas sobre la existencia de armas de destrucción masiva iraquíes que el resumen ejecutivo de 5 páginas que recibieron todos los miembros del Congreso. El informe se conservó en dos salas seguras, una para la Cámara y otra para el Senado. Solo seis senadores se tomaron la molestia de visitar la sala para examinar el informe, y solo un “puñado” de miembros de la Cámara hicieron lo mismo, según The Washington Post. El Senador John Rockefeller (Dem-Virginia occ.) explicó que los congresistas estaban demasiado ocupados para leer el informe: 'Todo el mundo quiere venir a vernos' a nuestra oficina, e ir a la sala segura no es 'fácil'.”
Cientos de miles de usamericanos fueron enviados 9.600 km de distancia porque los congresistas no podían tomarse la molestia de cruzar la calle a pie. Los congresistas actuaron como si ir a una sala segura para examinar un documento de 92 páginas fuera el equivalente a leer la Enciclopedia Británica de 38 volúmenes a la luz de una vela en un armario mohoso. La mayoría de los congresistas tenían tiempo suficiente para pronunciar discursos secundando el ruido de sable de Bush, pero no había tiempo para examinar las supuestas pruebas en favor de la guerra. La única evidencia relevante para muchos congresistas fueron los sondeos que mostraron un fuerte apoyo al presidente.
Ilustración de POLITICO para el extracto de las memorias de Leahy que publicó (citado a continuación)
Más detalles del camino hacia la guerra de Irak fueron expuestos en las nuevas memorias del Senador Patrick Leahy, The Road Taken (El Camino Tomado). Leahy fue uno de los pocos senadores que acudieron a la sala reservada para leer algunos documentos confidenciales sobre la guerra. Mientras él y su esposa salían a pasear los domingos por su lujoso barrio de McLean, Virginia, en septiembre de 2002:
“Dos trotadores comenzaron a seguirnos. Se detuvieron y me preguntaron qué pensaba de los informes de inteligencia que había obtenido... Me sometí a la cláusula de exención de responsabilidad exigida, según la cual, si asistía a reuniones informativas y éstas eran clasificadas, no podía reconocer que habían tenido lugar ni podía decir que habían tenido lugar. Me dijeron que lo entendían, pero preguntaron si los informadores me habían mostrado la Carpeta Ocho
Era obvio por la cara que puse que no había visto tal archivo. Sugirieron que debería y que podría encontrarlo interesante. Poco tiempo después me las arreglé para ver la Carpeta Ocho, y esa contradice gran parte de lo que había oído de la administración Bush.”
¿Habría habido un final feliz? ¡No del todo! Unos días más tarde, Leahy y su esposa caminaban y los mismos trotadores reaparecieron y preguntaron qué pensaba de este archivo secreto. Leahy comentó: “Esta fue la conversación más espantosa que he tenido en Washington. Me sentí como una versión senatorial de Bob Woodward encontrando a Garganta Profunda solo a plena luz del día.” Entonces, los trotadores preguntaron si a Leahy “también se le había mostrado la Carpeta Doce, usando una palabra clave... Al día siguiente, regresé a la sala de seguridad en el Capitolio para leer la Carpeta Doce, y esta contradijo nuevamente las declaraciones de la administración, y en particular la del vicepresidente Cheney”.
El domingo siguiente, Leahy y su esposa pasaban delante de la antigua propiedad de Robert Kennedy cuando se detuvieron coches negros con múltiples antenas y ventanas oscurecidas. Leahy escribe:
“Un miembro del círculo interno presidencial se inclinó por la ventana trasera, saludándonos a mí y a [mi esposa] Marcelle, y me preguntó si podía hablar conmigo…Me subí al auto con él mientras los guardias de seguridad bajaba del auto. Nos sentamos allí y hablamos, y él dijo: “Entiendo que has visto el Archivo Ocho y Doce”. Dije que sí, y yo sabía por supuesto que él los había visto. Él dijo: “También entiendo que vas a votar en contra de ir a la guerra”. Le dije: “Lo haré, porque todos sabemos que no hay armas de destrucción masiva y que las razones para ir a la guerra simplemente no están ahí”. Me preguntó si podía disuadirme, y le dije que no, y terminamos la conversación. Empecé a salir del coche y me dijo que me llevarían a casa. “Gracias, déjenme decirle dónde vivo.”
El alto funcionario de la administración Bush respondió: “Sabemos dónde vives”. Leahy no le preguntó al tipo si también sabía todas las contraseñas de su ordenador.
Leahy votó en contra de la resolución de Bush de usar la fuerza militar contra Irak. Pero Leahy esperó 20 años para revelar las trampas internas que había visto en el camino a la guerra. Y Leahy sigue negándose a revelar el nombre del “miembro del círculo íntimo presidencial” que lo acosaba aquella mañana en McLean.
El presentador del podcast Jimmy Dore se burló de que la historia de Leahy: era “como un thriller político, pero al final no pasa nada y nada se resuelve”. Dore comentó: “Hay una guerra de todos modos y no dice nada durante 20 malditos años. Fin. ¿Se han tomado al menos la molestia de probar este fin ante el público? Edward Snowden tuiteó sobre la historia de Leahy: “¿Cómo podía Leahy ocultar las informaciones clasificadas que sabía que podrían detener una guerra?”
Pero los encubrimientos a menudo son innecesarios en Washington porque pocos miembros del Congreso les prestan atención. Después de la muerte de cuatro soldados usamericanos en Níger en 2017, los senadores Lindsey Graham (Republicano-Carolina del Sur) y Charles Schumer (Dem-Nueva York) admitieron que no sabían que un millar de soldados usamericanos habían sido desplegados en este país africano [¿sabían siquiera dónde está este país?, NdlT]. Graham, miembro de la Comisión de Servicios Armados del Senado, admitió: “No sabemos exactamente dónde estamos en el mundo militarmente y qué estamos haciendo”. Las tropas usamericanas estaban involucradas en combates en 14 países extranjeros en ese momento, supuestamente luchando contra terroristas. Pero la mayoría de los miembros del Congreso probablemente no pueden citar más de 2 o 3 países donde las tropas usamericanas están luchando.
A medida que el gobierno usamericano se ha vuelto mucho más secreto en las últimas décadas, las comisiones de inteligencia del Congreso habrían proporcionado un contrapeso a las agencias que se esconden detrás de las cortinas de hierro. Pero la “comisión de inteligencia” es quizás el mayor oxímoron de Washington. Las comisiones de inteligencia del Congreso hacen competencia para doblegarse ante la CIA y otras agencias. La Comisión de Inteligencia del Senado efectivamente absolvió todas las mentiras de la administración Bush en el camino a la guerra contra Irak. Cuando se publicó su informe a mediados de 2004 (justo a tiempo para impulsar la campaña de reelección de Bush), el presidente de la comisión, el senador Pat Roberts (Rep-Kansas), anunció: “La Comisión constató que la comunidad de inteligencia estaba sufriendo lo que llamamos un pensamiento de grupo colectivo”.
Y como todo el mundo estaba equivocado, nadie tenía la culpa, sobre todo el vicepresidente Dick Cheney. (Antiwar.com tenía razón mucho antes de que comenzara la guerra). La CIA tampoco pagó ningún precio cuando fue sorprendida espiando ilegalmente la investigación de la Comisión de Inteligencia del Senado sobre la tortura de la CIA bajo la administración Obama.
Y luego están los premios oficiales por lamer botas. La CIA otorga públicamente su Medalla al sello de la agencia a los miembros del Congreso que aumentan su presupuesto, encubren sus crímenes y se abstienen de hacer preguntas embarazosas. Pat Roberts consiguió una, junto con la representante Jane Harman (Dem-California), el senador John Warner (Rep-Virginia) y el representante Pete Hoekstra (Rep-Michigan), todos títeres confiables de la agencia. Los Padres Fundadores se revolverían en sus tumbas ante la idea de que las agencias federales concedan premios a los miembros del Congreso que se suponía que los tenían a raya. Es como si un juez se jactara de recibir un premio de la administración pública de un mafioso al que declaró inocente, en connivencia con él.
Hay miembros del Congreso inteligentes, dedicados y respetados que superan el letargo y los obstáculos burocráticos para aprender lo suficiente como para reconocer las locuras de las intervenciones propuestas. Pero estas almas valientes probablemente siempre serán superadas por el rebaño de senadores y representantes mucho más inclinados a hojear los últimos sondeos que a leer un informe oficial más largo que los 140 signos de un tuit
"Esto debe ser una señal para el senador Leahy de que es hora de que se vaya a casa": comentario del dibujante RJ Matson sobre el anuncio de Patrick Leahy, de 82 años, de que no se presentará a la reelección el 8 de noviembre de 2022. Ocho mandatos consecutivos durante 48 años deberían ser suficientes. El miembro más antiguo del Senado y, por tanto, su Presidente Pro Tempore, Pat fue uno de los “bebés del Watergate”, aquellos demócratas que fueron elegidos para el Congreso y el Senado en 1975, tras la dimisión de Tricky Dicky Nixon. Entre muchas otras hazañas, ha interpretado papeles secundarios en seis películas de Batman. De ahí el dibujo de Matson. El bucólico escenario es Vermont, del que Leahy es uno de los dos representantes (el otro es Bernie Sanders).
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