En este último eslabón de decadencia con depredación,
moral y material, vértigo de hybris en
caída libre,[1]
como ingresando a los cada vez más atroces círculos del infierno de Dante,
tenemos que las fuerzas policiaciomilitares israelíes y la sociedad israelí en
general (con excepciones, de enorme valor ético y físico), van degradando su
comportamiento: no pudieron afrontar que los despreciados palestinos le
arrebataran la vida a centenares de miembros de sus fuerzas militares en un
copamiento, muy anunciado y a la vez desatendido por la seguridad israelí.
Como no pueden castigarse a sí mismos por semejante
divorcio con la realidad, las fuerzas israelíes empezaron ese mismo fatídico 7
de octubre a disparar mortífera artillería a todos los que se movían,
incluyendo así hasta israelíes cautivos a causa del copamiento. En ese primer
momento validaron esta matanza, Doctrina Aníbal mediante.
Pero la bajada a los abismos ha continuado. Como suele acontecer
cuando uno domina la bajada al abismo,se la concede al otro.
Con bombardeos a edificios de viviendas colectivas, a lo
largo de calles enteras, con preaviso (generalmente corto, escaso) o sin preaviso,
cumpliendo más descaradamente el fin perseguido; la destrucción y el borramiento
de ciudades palestinas y sus habitantes de la (codiciada) Franja de Gaza: con
el lenguaje que hemos establecido al fin de la IIGM, genocidio.
La destrucción de edificios mediante bombardeos implica
enterrar vivos a sus moradores si no tuvieron tiempo, no pudieron o no
quisieron salir (se estima que, a hoy, con 5 meses bajo artillería casi
continua, buena parte de los hasta ahora 7000 desaparecidos son palestinos
enterrados vivos. Que tienen que haber sufrido inenarrables agonías.
Acaban de ”desenterrar”, primero de marzo, un niño
palestino, ojos grandes, cero sonrisa, tras 9 días enterrado vivo bajo los
escombros de uno de los tantos bombardeos; sin comer ni beber durante esa atroz
espera, agónica. Quienes hacen esa extraordinaria tarea de rescatar –vivos o
muertos− de entre los escombros, se valieron de un carro tirado por un burro
para llevarlo a un hospital.
¿Se acuerdan de la profecía que con insolencia militares
israelíes proclamaban, de llevar a los palestinos a “la edad de piedra”? Ahmed es
uno de los que fue llevado a la edad de piedra. Y volvió de allí. Tan
inolvidable será con su voluntad de vida como Aaron Bushnell, el valiente y
solidario soldado estadounidense que con todo su cuerpo se negó a hacer este
genocidio.
Las cifras oficiales hablan de unos 30 mil muertos,
varones, mujeres, infantes, bebes,en 5
meses. Grosso modo, unos doscientos palestinos asesinados cada día. Pero si contamos
a los desaparecidos, la cuota del
genocidio se ubica alrededor de los 250 diarios. Como los señores aviadores y
otros artilleros descansan, no “trabajan” permanentemente, si estimamos que han
“hecho su tarea”, la mitad de estos días, tenemos entonces una cosecha roja de 500 seres humanos por
intervención: un genocidio in progress
de alto rendimiento, señores diseñadores del alto mando israelí.
Blas
Pascal, profundamente cristiano, nos enseñó hace ya siglos que el humano es
medio ángel y medio bestia, pero agregaba un corolario ético, psíquico: que
cada vez que el humano procura convertirse en ángel deviene bestia. Una
dialéctica que va mucho más allá de cierta linealidad del comportamiento: desde
la Grecia clásica nos ayudaron a ver aspectos de esta cuestión con la noción de
hybris.
El ejército más moral del mundo ha cumplido el apotegma
de Pascal: es el ejército más (cerebral e) inmoral de mundo.
“La insoportable levedad del ser” israelí queda a su vez
patentada con esa foto de las diez militares israelíes sacándose selfies, sonrientes, en medio de la
devastación que han producido en la Franja de Gaza.
No es nada nueva, empero. Ya la habíamos conocido cuando vecinos
israelíes de la FdG instalaban butacas cerca de la frontera, preferentemente en
algún promontorio, para presenciar –como mirando una película− los bombardeos
que con impunidad (y cobardía, porque las poblaciones palestinas no tienen
armamento antiaéreo)descargaba la
aviación y la artillería israelíes sobre ciudades palestinas, o cuando buscaban
“frenéticamente” a Gilad Shalit (todo un pretexto para seguir matando
palestinos), o cuando bautizaron macabramente una operación de devastación en
la FdG de “Plomo Fundido”, o cuando idearon balas de tungsteno generadoras de
miríadas de focos cancerígenos en el cuerpo en que se alojaban al penetrar la
carne, romper los huesos… y en tantas otras ocasiones.
Todo
parece concatenarse como en una auténtica tragedia griega de modo tal que nada
ni nadie decide por sí y ante sí sus próximos pasos y a la vez, quedan marcadas
las responsabilidades, los prejuicios, los intereses, de cada “actor”.
Pero
lo que tenemos por delante no es griego sino hebreo. El acto político de
enterrar vivos a decenas, centenares, tal vez miles de palestinos explica los
violentos actos desencadenados por milicianos palestinos el 7 de octubre de
2023. Porque la historia no comenzó en la madrugada de ese día.
Emad Hajjaj
El 7
de octubre fue el detonante. Un operativo de resistencia armada pero de amplio
espectro. Que proviene de más de un siglo de resistencia a la penetración
sionista. Pero que, además, tiene un antecedente directo. Un operativo de
resistencia no armada, palestino de 2018 –Marchas por el Retorno−, reclamando
angustiosamente tierra, que tuvo un desenlace desolador. Entonces, inicialmente
ni siquiera con piedras, manifestaciones palestinas absolutamente pacíficas fueron
“contestadas” de una manera tan cruel y
sanguinaria por Israel que las manifestaciones palestinas acabaron con cientos
de muertos, burlona, absolutamente matados, por francotiradores israelíes cómodamente
ubicados en taludes a la vera de los caminos de las manifestantes.
Gaza, 13 de abril de 2018. Photo Mohamed Salem/Reuters
Cuando
los mandos securitarios israelíes percibieron que el blanco de los ijares
humanos generaba “excesivos” muertos, desangrados (porque la asistencia no
llegaba a tiempo o porque tales disparos eran efectivamente mortales, cambiaron
el blanco; de las entrepiernas a los tobillos. Israel podía así generar entre
los despojados palestinos una buena “producción” de lisiados de por vida. Igual
que con su “competencia” futbolística, dedicada a quebrar con balazos las
piernas de futbolistas palestinos, arruinando las actuaciones del combinado de
fútbol palestino en las eliminatorias asiáticas.[1]
Tal
es el estilo del Estado de Israel para lidiar con lo palestino; inconmensurable
desprecio y un cierto regodeo ante el malvivir, mal morir, palestino; en Israel
se opta por matar a niños palestinos hasta por la espalda, con total amparo
legal, por ejemplo.[2]
El 7
de octubre la resistencia armada palestina hizo algo distinto: copó los
cuartelillos o establecimientos policiaco-militares de la Franja de Gaza (FdG),
y a la vez, “cosechó” rehenes, o intentó hacerlo, para posterior intercambio por
prisioneros políticos (o sociales) palestinos, muchos detenidos por años sin ni
siquiera abrirles causas, archivados vivos en depósitos.
No
hay antecedentes de tantos policías o soldados israelíes [3] matados
en enfrentamientos anteriores al de la madrugada del 7 de octubre de 2023: se
estima en centenares.
“Desde hace más de
dos meses fuerzas israelíes han bombardeado sin pausa la Franja de Gaza
cometiendo la matanza televisada de población inerme más grande de la historia
del mundo. Los líderes israelíes han usado generalmente un lenguaje genocida
explícito para describir sus planes, incluso alguno de ellos ha llegado a
sugerir el uso de armas nucleares para aniquilar por completo a la población de
Gaza, que son más de dos millones. Se han derribado decenas de miles de
edificios incluyendo viviendas, hospitales, escuelas, universidades y todos los
edificios vinculados a una sociedad y sus actividades, que cuando han sido
usados como blancos de artillería en conflictos militares siempre han sido
considerados [hasta ahora] crímenes
de guerra. Incluso, cuando el fiscal principal de la Corte Penal Internacional
visitó recientemente Israel” y uno podría haber supuesto que tal visita
podía tener que ver conel copamiento
del 7 de octubre y la reacción sin precedentes de los mandos israelíes
asesinando a diestra y siniestra, pudimos ver, con alarma que su objetivo
–remata Unz− “fue confeccionar cargos y
acusaciones contra Hamas y otros grupos palestinos por las muertes de civiles
israelíes a principios de octubre.”[1]
Y sin embargo apenas se habla de este escándalo ético,
político, mediático (y militar, obviamente) dado que la inmensa mayoría de los
medios de incomunicaciòn de masas apenas rozan el tema y si lo hacen lo reducen
a un enfrentamiento igualado entre Hamas e Israel.
Incluso lo podríamos formular como una ley mediática:
cuanto más establecido y “honorable” se revele un medio de incomunicación,
menos atenderá lo que Unz considera “la
matanza televisada de población inerme más grande de la historia del mundo.”
Porque la muerte de israelíes, en el concierto
internacional importa. La de palestinos, no.
Al respecto, entiendo que corresponde expresar algo sobre
la acción ejercida por palestinos que disparó/justificó/habilitó la acción
militar de respuesta al operativo capitaneado por Hamas con toma de rehenes.
Más allá de mi escasa simpatía por movimientos basados en
creencias divinas, Hamas “rechaza el derecho de Israel a haber desposeído a los
palestinos de su patria en 1948 y encarcelarlos en guetos superpoblados como
Gaza.” Impecables palabras de Jonathan Cook (de su artículo que cito en n. 3).
Vale recordar que hasta la ONU reconoce un derecho de resistencia a la opresión
colonial y al despojo consiguiente. Y la acción de Hamas se inscribe en esa
lucha. Hurgando en la realidad de ese día clave, 7 de octubre, ya varias
investigaciones han advertido que además del copamiento del cuartel regional
israelí y consiguiente matanza de personal militar más o menos sorprendido, la
sangre fue vertida por la hipererreacción militar israelí por la cual muchos
israelíes fueron matados por “fuego amigo”).
Aunque la oclusión es mucha y el sesgo mediático es abismal,
el humano es incorregible y sobrevienen excepciones. Transcribo ahora palabras
de René Pérez Joglar, el rapero puertorriqueño conocido como Residente de Calle
13: “Desde octubre decidí posponer la
salida de mi disco frente a todo el genocidio macabro que destruye lentamente a
Palestina. No me siento bien, me duele demasiado y me pregunto cuándo fue el
día en que nos deshumanizamos hasta el nivel en que podemos ver cómo explotan
las cabezas de niños y niñas enfrente nuestro y no decimos nada”.
Residente de Calle 13 se hace más preguntas: “¿Por qué no se detiene todo como con la
pandemia, detenemos todo y nos enfocamos en lo que está pasando en Gaza en vez
de subir un story modelando ropa […] o la noche de fiesta […], te detienes por un momento, buscás
información sobre Palestina y denunciás el genocidio que está cometiendo Israel
con el apoyo de EE.UU. Como artista me entristeció el ver que durante toda la
premiación de los Grammy nadie dijo nada sobre este genocidio.” La cita de
Residente es del 12 de diciembre.
En verdad, vivimos, como con la fábula del rey desnudo
que se sentía tan bien vestido; una situación esquizoide donde cada vez más
gente considera deleznable el comportamiento israelí, pero ante la espada de
Damocles que pende sobre ellos si se atreven a criticar algo judío atrayéndose
la acusación de antisemitas, optan sencillamente por eludir el tema.
Pero es como describe Unz: matanza televisada de un alcance jamás visto. Ha habido, claro
está, matanzas mucho mayores, pero que simultáneamente la estemos “viendo”, que
se haga con total impunidad a la vista de todos nosotros y particularmente de
los referentes morales del mundo; del Consejo de Seguridad, de la Asamblea de
la ONU, de nuestros gobernantes en general, elegidos por los votos de
poblaciones; del Tribunal Penal Internacional, que ya vimos para que fue a
Israel (sin consideración alguna para investigar la matanza indiscriminada y
masiva de pobladores palestinos, hombres, mujeres, niños, ancianos, bebes). En
ese operativo, al que Israel atribuyó inicialmente 1.400 israelíes asesinados,
hubo que ir descontando los militares israelíes matados durante el operativo,
que se estiman entre 300 y 400 y luego, el tendal de muertos que dejó el
contraataque israelí que ya se sabe eliminó centenares de seres humanos desde
los helicópteros, donde perdieron la vida enorme cantidad de israelíes (los que
trataron de irse en auto de la fiesta rave,
por ejemplo, y especialmente los israelíes que estaban atrapados como rehenes
por palestinos y que fueron matados junto con sus captores en el presunto
operativo de rescate, dado que los militares israelíes zanjaron de ese modo,
brutal, la cuestión de cualquier negociación. Las últimas estimaciones acercan
adecenas los muertos civiles israelíes.
El copamiento del cuartel general israelí para Gaza en la
madrugada del 7 de octubre, que
custodiaba el campo de concentración e inmediatamente después el operativo de
toma de rehenes enfureció a los mandos militares (si aceptamos que fueron
sorprendidos, porque también campea la tesis de que Israel “dejó hacer” a Hamas
para justificar una terrible respuesta). De un modo u otro, la “armada
brancaleone” (en armamentos, aunque sumamente efectiva) logró buena parte de
sus objetivos: pagar a los militares en la misma moneda que los israelíes han
descargado impunemente durante décadas,[2]
y “cosechar” rehenes como futura moneda de cambio.
Todo ello resulta atroz, pero parece ser un desenvolvimiento
llamemos lógico de las medidas tomadas contra Gaza al menos desde 2005, porque
recordemos las palabras del carnicero Ariel Sharon al tener que retirar las
colonias sionistas de Gaza, entonces: ‘nos vamos, pero le vamos a hacer la vida
imposible’.
Unas seis horas después del copamiento palestino, los
militares refuerzan con violencia todavía mayor la negación emprendida desde
hace ya 17 años; no sólo de las libertades más básicas, como el derecho a
circular; acceso a una atención sanitaria o al agua potable; ahora se trata de
la matanza indiscriminada y generalizada so pretexto de la búsqueda y
represalia de los ejecutores del golpe de mano. Pero, como bien recuerda
Cook,“Israel nunca ha ocultado el hecho de que está castigando al pueblo de
Gaza por estar gobernado por Hamas, que rechaza el derecho de Israel a haber
desposeído a los palestinos de su patria en 1948 y encarcelarlos en guetos
superpoblados como Gaza.” [3]
Como bien explica Cook, esta política israelí subvierte
todo el esfuerzo desplegado tras la 2GM de impedir atentados al derecho más
básico a la vida, como los ejecutados con el bombardeo de Dresde en 1945, sin
ninguna finalidad militar, mero castigo para mostrar quien tiene el poder, e
igualmente con el uso de bombas atómicas aniquilando la vida de centenares de
miles de japoneses en Nagasaki e Hiroshima (con muerte inmediata y diferida
mediante contaminación).
Procurando erigir fundamentos para un derecho
internacional, con los Convenios de Ginebra, se prohibieron “los castigos
colectivos”. Por eso resume Cook: “Lo que Israel le está haciendo a Gaza es la
definición misma de castigo colectivo. Es un crimen de guerra: 24 horas al día,
7 días a la semana, 52 semanas de cada año, durante 16 años [ahora 17].”
(ibíd.)
Apenas como complemento de la acertada observación de
Cook, pienso que, a la vez, la política de matanza a población civil, ahora a
ritmo industrial, responde a la ya empleada política de vaciamiento
poblacional, que fue la Nakba de 1948 y “salirse con la suya”, para quedarse
“bíblicamente” con la tierra (aunque la de Gaza no fue bíblicamente judía; oh
paradoja de un misticismo que es apenas hoja de parra).
En el sitio-e del que participan el ahora nonagenario
Noam Chomsky y muchos intelectuales comprometidos con la verdad, titulan una de
sus últimas notas: “Una fábrica de asesinatos en masa”, refiriéndose al muy
calculado –hasta con inteligencia artificial− bombardeo de ciudades y
carreteras de Gaza.[4]
Con todos sus rasgos repulsivos y monstruosos, no deja de
ser un experimento novedoso. Porque hasta ahora, tales políticas, genocidas, se
hacían discretamente, con escaso acceso a esos acontecimientos, y en este caso,
desde el 7 de octubre, por la tenacidad verista de los periodistas allí en el
terreno de los hechos, casi todos palestinos, pero también porque los
despliegues tecnológicos actuales presentizan permanentemente la información
que fluye si no irrestricta con mucho empuje (pese a los diques de contención
de los dueños del poder), cada vez somos más los que “nos enteramos”.
Y tenemos la esperanza que cada vez seamos más quienes cuestionemos
a los periodistas prescindentes que hablan de cosas “importantes” o triviales
pero salteándose lo más posible el mal rato de ser rotulado antisemita.
Como dice pedagógicamente Andrew Anglin: “La definición
oficial de “antisemitismo” antes del 7 de octubre de 2023 era “odiar a los
judíos sin motivo alguno”; la posterior a esa fecha es “decir que los judíos deberían dejar de
matar bebés”.[5]
Lo que Israel empieza a cosechar puede ser el comienzo
del fin de su impunidad. Chutzpah
incluida.
2023:
tras el 7 de octubre, la ideología sionista vive uno de sus momentos de gloria.
Diluvio de Al Aqsa, por Ahmad Qaddura, Suecia
Lo que
han hecho Hamas y Yihad Islámica desde el 7 de octubre de 2023 (a 50 años
exactos del desencadenamiento de la guerra de Yom Kippur, de Egipto contra
Israel), en las inmediaciones de la Franja de Gaza, en kibutzim cercanos y
ciudades aledañas como Bersheva o Ashkelon, ha sido violento, con asesinatos
cometidos con crueldad; arrasando un festival, baleando gente, secuestrando
población civil (y militares, que en una sociedad tan militarizada como la
israelí es a veces difícil distinguir). Una suerte de “invasión” con muy
escasos medios materiales; equipados los “asaltantes” con motocicletas, con alas
delta, todos componentes más propios de una guerrilla que de un verdadero
ejército; mucha resolución, “poniendo el cuerpo”.
La
“respuesta” que lleva a cabo el estado sionista habrá de ser, ya va siendo,
mucho más conmocionante, decuplicando, centuplicando las víctimas entre los
palestinos alcanzados por la “furia” israelí (mediante una mezcla de
superioridad militar y material, forjada por el sionismo en las últimas décadas
con una impronta supremacista que forjó el sionismo desde mucho antes de las
persecuciones nazis de los ’40).[1]
La
primera incursión aérea israelí de respuesta a la “invasión” del 7 de octubre,
al estilo de las que se llevaran a cabo bajo la modalidad de castigos mortales
y colectivos, en varias oportunidades (2006, 2008, 2012, 2014, sin que a la
llamada “comunidadinternacional” jamás
se le haya movido un pelo), despliega una oleada de torturas simultáneas sobre cientos
de hombres, mujeres, niños, con cráneos destrozados, muslos seccionados,
hemorragias mortales, brazos arrancados, rostros desfigurados; todo incluido en
ataques inmisericordes con bombas sobre edificios –no sobre cuarteles– de
viviendas de civiles con dormitorios, comedores, baños, habitados por bebitos, ancianos,
niños, sus padres, jóvenes que juegan a la pelota, que escuchan música.
Genocidio
en etapas, con silencio esperable de la ONU, pero también de muchísimas redes
independientes, autónomas (nadie quiere quedar como antisemita).
La
versión del holocausto cuidadosamente construida por el IHRA,[2] que les
garantizaría a judíos situarse al margen de toda sospecha, por su condición
básica de víctimas, es sencillamente una coartada. Más allá de lo efectivamente
sufrido por judíos bajo el nazismo. Porque, como bien ha definido el
historiador, judío, con víctimas del nazismo en su familia, Norman Finkelstein:
“<El Holocausto> es una
representación ideológica del holocausto nazi. Al igual que la mayoría de las
representaciones similares, ésta tiene una conexión, si bien tenue, con la
realidad."[3]
En
resumen, Israel y quienes detentan su poder hacen su jugarreta: presentarse
como víctimas cuando son los que “producen” la mayor cantidad de víctimas. Es
Israel el gran generador de locura, miseria y muerte entre palestinos. Porque
el colonialismo, el racismo, siempre han generado lo anterior y también
resistencia. A veces resulta difícil de aceptar esta última por su carga de
odio. Porque el negado, excluido, expropiado no acierta siempre en la respuesta.
Bueno fuera. [4]
Diluvio de Al Aqsa, por Morad Kotkot, Jordania
Abya
Yala en el Mediterráneo oriental
Procuremos
ensanchar el ángulo de mira: el sionismo hace con los palestinos lo que los
conquistadores europeos hicieron en Abya Yala, conocida por cómo fue
rebautizada por los recién llegados: América.
He aquí
una semblanza de Miko Peled, un judío israelí, pero a diferencia de la inmensa
mayoría de sus conciudadanos, con conciencia crítica (o si ustedprefiere, autoconciencia):
“El racismo y la violencia contra las
personas de color en EE.UU. no es nada nuevo. De hecho EE.UU., con sus
afirmaciones de [ser] «la tierra de
los libres» siempre ha sido un estado racista, genocida y violento. Fue fundado
sobre el genocidio de los nativos y sobre las espaldas de los esclavos
africanos. EE.UU. cometió los crímenes de guerra más atroces en la historia de
la humanidad, incluido el genocidio, el uso de armas nucleares, la destrucción
de las democracias y el apoyo a dictadores asesinos en todo el mundo. Y la
lista continúa desde los primeros días de la Unión hasta hoy.” [5]
Lo que
resulta significativo es cómo los sionistas judíos se identifican con EE.UU. y
cómo procuran seguir la senda –colonialista– de los siglos XVII, XVIII, XIX, de
EE.UU., en pleno siglo XX (y en el XXI…) en Palestina. Un poco a destiempo,
como ignorando “el nuevo tiempo” devenido a partir de 1945, justamente desde
EE.UU.
Es un
modelo peculiar, empero. Porque a la vez que “se inspiran” en el tratamiento de
razas “inferiores” o “inmaduras”en
EE.UU. para llevar a cabo su política de implantación en Palestina, Israel ha
procurado ejercer la mayor infiltración imaginable de la sociedad
estadounidense, con lo cual el ligamento entre EE.UU. e Israel es doble: el
país norteamericano está visualizado como figura “paterna” o modélica, y a la
vez como entidad que recibiría los “beneficios” de todos los aportes judíos.
Cito otra vez a Peled: “Hay innumerables
áreas en la vida de los EE.UU. en las que Israel y diversas organizaciones
sionistas influyen e interfieren. La Federación Judía, la Liga Antidifamación y
AIPAC son las más comúnmente reconocidas, pero son solo tres de las
innumerables organizaciones que operan en los cincuenta estados y persiguen sin
descanso los intereses israelíes en todas las facetas de la vida
estadounidense. Estas organizaciones interfieren en las elecciones
estadounidenses al invertir dinero en las campañas de los candidatos
proisraelíes.” (ibíd.) Hablamos de un aporte financiero sustantivo y
decisivo en las tomas de decisión.
Tras
las voladuras de tres torres neoyorquinas –las gemelas y una más, todo por el
precio de dos aviones y miles de víctimas mortales– y el peculiar boquete en el
Pentágono del 11 de setiembre de 2000 (con su treintena de muertos), y pese a la
inmediata redada de cientos de israelíes bajo sospecha por parte de los
organismos de seguridad de EE.UU. (fueron más los detenidos judíos que los
árabes en las horas posteriores a las voladuras), Israel logra que “desde el 11 de setiembre muchas fuerzas
policiales estadounidenses [sean] entrenadas
por expertos en seguridad israelíes.” (ibíd.)
Analizando
la penetración judeoisraelí en EE.UU., James Petras señalaba que entre los
muchos “proyectos sionistas con
considerable financiamiento, hechos para capturar a jóvenes judíos y
convertirlos en instrumentos de la política exterior israelí [está] “Taglit-Birthright” que ha gastado más de
250 millones de dólares durante la última década enviando a más de un cuarto de
millón de judíosa Israel durante 10
días de intenso lavado de cerebro.[…] Se somete a los estudiantes a una fuerte dosis de
militarismo al estilo israelí […] como
parte de su adoctrinamiento; en ningún momento visitan Cisjordania, Gaza o
Jerusalén Este (Boston Globe, 26 ago
2010). Se les insta a convertirse en ciudadanos de doble nacionalidad e incluso
se les alienta a servir en las fuerzas armadas israelíes.[6]
Raza
y sexo
Si nos
damos cuenta del parentesco entre la “conquista de América” y el proyecto
colonialista anglosionista en Palestina, algo que postulan y promueven
conocidos dirigentes israelíes, podremos percibir más claramente el destino
atribuido a conquistadores y a colonizados.
“El
único indio que vale es el indio muerto”. Esa atroz expresión de los
coleccionistas de cabelleras de indios asesinados traducía en pleno siglo XIX un
giro crematístico muy modernoso, porque las autoridades (públicas o privadas)
pagaban por cabellera. Una forma práctica de asegurarse “el despeje territorial”:
la tarea que llevaron a cabo los Rosas y Roca en las pampas argentinas; los
Rivera en el territorio del Uruguay. Ese “comercio” cumple con una de las leyes
sagradas del privilegio: la inversión de la verdad. Porque los “relatos de
aventura” para niños han enseñado siempre que los indios eran cazadores de
cabelleras (y no por la paga, sino por su crueldad innata).
Análogamente
a “la limpieza étnica” que hemos conocido por siglos en las Américas, tenemos, por
ejemplo, el testimonio de soldados israelíes, que han declarado –no sabemos si
por honestidad intelectual o por chutzpah–
que no tienen dificultad alguna, procesal, judicial, si matan a un palestino. Si
suman una cabellera a su foja de servicio.
Españoles e ingleses
tuvieron distintos comportamientos con los oriundos. Los ingleses rechazaron
esa mezcla de sangre (que viene tras la mezcla de jugos sexuales). Los
españoles también, tratándose de indios varones con hembras hispanas, pero en
absoluto rechazaron el contacto de españoles con “indias”. Al contrario, recién
llegados los conmocionó la presencia de mujeres bañadas y limpias.[7] Así
comienza el llamado “mestizaje” en América, mal llamada Latina. La desaparición,
simbólica o material, de los nativoamericanos es lo que permite que la historia
oficial sostenga con impunidad el manejo genealógico afirmando que “descendemos
de los barcos”.
Los sionistas
en Palestina optaron por “el modelo” inglés; por eso las parejas mestizas son
más bien excepcionales. Una política sexual que preserva el linaje. Laaceptación de parejas cruzadas tiende a desgastar un racismo étnico. Su
rechazo, en cambio, ahonda la posibilidad racista.
Entonces,
para entender los últimos acontecimientos del “conflicto palestino-israelí”;
Hamas descargando una andanada de cohetes Kassam más o menos mejorados;
secuestrando civiles y militares israelíes; población enardecida victimando a israelíes
tomados como rehenes, hay que visualizar esas barbaridades junto con las
descargadas impunemente por colonos omilitares israelíes sobre campesinos sin armas, sobre jóveneso niños que tiran piedras, sobre jovencitas que
blandiendo una tijera quieren herir a algún ocupante y es matada sin más. Año
tras año, mes tras mes, día tras día.
Recordemos
que cuando en 2019 se inician Marchas por la Tierra, sin armas, sin piedras,
solo reclamando eso; tierra (crecientemente cercenada y apropiada por
sionistas), el aparato de seguridad israelí “contesta” con francotiradores que
desde distancia y cómodamente alojan balas en las ingles de manifestantes
pacíficos.
Dado
que los alcanzados empezaron a morir con inesperada frecuencia, desangrados, el
mando israelí cambió la orden a los cómodos (y bien entrenados)
francotiradores: no a las ingles sino a los tobillos. Dejaban rengos de por
vida, pero no producían el trastorno psíquico y el repudio consiguiente de
tantos asesinatos por manifestación.
Ése es
el valor de la vida palestina en Israel, como lo recordamos por testimonios
sinceros de soldados. Así hay que entender que muchos palestinos, también terminen
despreciando la vida de los israelíes.
Aquella
hospitalidad histórica, proverbial, de los palestinos (enel siglo XIX), conviviendo con el Antiguo
Yishuv –con los judíos inmemoriales de Palestina, con quienes no se les conoce
conflicto– no fue destruida por los palestinos –musulmanes, cristianos o
agnósticos– sino por los sionistas. Con el Nuevo o moderno Yishuv. El 7 de
octubre fue otro intento, otro “asalto al cielo”.
Notas
[1]De todos
modos, con datos provisorios, las víctimas israelíes reportadas hasta hoy –se señalan
centenares–no tienen comparación con
bajas israelíes en conflictos anteriores, como las intifadas 1987 y 2000 o las
invasiones a la Franja de Gaza, donde las muertes palestinas resultaron
centenares o miles y las israelíes ni decenas.
[2]International Holocaust Remembrance Alliance. Alianza Internacional para
el Recuerdo del Holocausto.
[3]The Holocaust Industry, Verso Books, N.
Y., 2010.
[4]Un
deslinde se impone: Hamas constituye una red religiosa, una suerte de “soldados
de Allah”. Tengo enorme desconfianza por todos los saberes divinos. Hamas se
aferra a una actividad intolerante que explica el comportamiento afiebrado de
sus adherentes. De todos modos, no hay que olvidar que incluso sus atrocidades
responden a abusos del muy democrático Israel, con su política genocida, por
más gradual que se la presente.
[5]“«Intercambio
mortal», la vigilancia racista de Estados Unidos tiene raíces en Israel”, www.rebelion.org, 5 jun. 2020.
[7]Y la
ausencia de mujeres hispanas. Porque la inmigración anglo fue de parejas o
familias y la española de segundones “fijosdalgos”, desheredados por el derecho
de primogenitura, que venían hambrientos de poder y de sexo porque inicialmente
solo cruzaron el Atlántico varones.
Ha
sobrevenido un cambio sustancial en la noción de futuro.
Tengo
edad suficiente como para conocerlo experimentalmente y no sólo
intelectivamente.
El
futuro revolucionario que auspició el socialismo en general y el marxista en
particular, criticando a la religión cristiana que depositaba la
bienaventuranza en “el más allá” y reclamándola para nuestro más acá, para
nuestro mismísimo futuro en la tierra (en la Tierra), pese a su aparente
reclamo de mejoras concretas en las vidas humanas, no dejó de seguir siendo un
reclamo postexistencial.
El Arador
rojo, por Boris Zvorykin (1872-1945), 1920 : “En los campos salvajes, sobre los
escombros del feudalismo y del capital, araremos nuestro campo”
La
misma calificación de la URSS como “paraíso de los trabajadores” revela su carácter de mala jugada (tipo juego de la
mosqueta). Probablemente hecho con mala conciencia, pues al menos los peldaños
superiores de la nomenklatura lo sabían: en la URSS, la condición obrera era
una neoesclavitud. Y por ese lado, el acceso al paraíso era definitivamente
inalcanzable.
Pero
había todo un pueblo esperanzado. Así se vivió la presencia, la existencia de
la URSS, grosso modo entre los ’50 y los ’80 (antes, en los ’20, el fuego
revolucionario no pasaba por paraíso alguno y después, en los ’80, las
sucesivas concesiones tácticas a lo establecido acabaron con la esperanza del
fuego y la del paraíso).
La
remisión al futuro (“socialista”) expresaba el carácter de coartada ideológica,
aunque en general la gente que adhería a tales “convicciones” (por ejemplo
todos los afiliados de los partidos comunistas y hasta socialistas), difícilmente
se percibieron en su condición de objeto de una temporalidad tramposa.
1956
fue un año clave para la “caída de estas investiduras”; la de un socialismo
ingenuo, masificado (no por cierto para la intelectualidad, hace mucho enzarzada
en debates y luchas de vida y muerte).
Porque
durante casi 40 años la liturgia oficial soviética había sorteado los
“accidentes” del anarquismo, el trotskismo, el consejismo y otras ‘malformaciones”
como anomalías que no dañaban el corpus (sagrado) revolucionario.
El
vigésimo congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) puso entonces
sobre el tapete el carácter endógeno del mal. De algún mal (y no de todo el
mal, como la derecha tradicional trató inmediatamente de aprovechar,
exculpando,como si no existiera, el
colonialismo, el racismo, el militarismo clásicos, el capitalismo en suma).
Fue cuando
el vigésimo congreso del PCUS reveló que Stalin era un asesino, un dictador
omnímodo.
1956
fue el primer derribo de la aspiración socialista de lo porvenir (que todavía
se mencionaba como “el futuro”.[1]
El
marxismo había cometido un abuso intelectual, una tropelía psíquica alojando en
“el futuro” los sueños de manumisión. Y había cometido, además, una vulgar
repetición de la apelación de los sacerdotes cristianos a tolerar las
iniquidades del presente para que pudiéramos encontrar la bienaventuranza en
nuestro futuro.
La
pretensión científica de conocer “el futuro” funcionó, entonces, como coartada
ideológica.
Porque,
strictu sensu, no se puede conocer,
ni siquiera percibir, lo porvenir.
Fue el
cientificismo socialista el que forzó esa pretensión, alterando nuestra propia ubicación
témporoespacial: el pasado era reconocible y separable de todo ensueño pasado.
Era por cierto arduo reconocerlo, recuperarlo. El trabajo histórico, la
investigación documentaria, nos podía acercar asintóticamente a él, a lo
vivido. Nuestro presente se esfumaba segundo a segundo, se hacía nuestro pasado
cada vez más inasible.
Esa
temporalidad, empero, no empieza con el socialismo. Fue el optimismo burgués el
que amplió la idea de futuro; el porvenir que auguraba siempre algo mejor.
Edward
Bellamy, conjugando su origen estadounidense y la expansión imparable de las
ideas socialistas en Occidente en la segunda mitad del Siglo XIX, escribe una
novela utópica–El año 2000–,
de tecnooptimismo radical, apoyando una sociedad de ensueño sobre la base de
los nuevos adminículos tecnológicos que harían la vida agradable, envidiable;
vehículos motorizados, como helicópteros,sermones religiosos por vía telefónica, lavavajillas y otros
electrodomésticos, tarjetas de crédito.
Pensemos que Bellamy la publicó en 1892, cuando toda esa ristra de enseres, hoy
cotidianos, apenas si estaban despuntando.
Este
relato utópico, de candorosa simplicidad es una de las últimas versiones de la gran
saga utópica de la modernidad con carga totalmente positiva. Es muy
significativo que con la instauración soviética, 1917, ese género casi
desaparece, en su versión optimista, positiva. En 1920, Yevgeny Zamyatin
escribe Nosotros, en la flamante
URSS, narrando una sociedad con viviendas con paredes de vidrio, es decir con
vida cotidiana sin secretos, y con un espíritu bastante asfixiante. Que le
valdrá, al cabo de un tiempo, una cárcel dictada por su examigo Josef Stalin.
Que será empero, “magnánimo”: estará preso “apenas” 6 años y luego el exilio
(muchos discrepantes y disidentes empezarán en la década del ’30, en que
Zamyatin es finalmente condenado, a “pagar” sus “desviaciones” (o traiciones a
la “dictadura del proletariado”), con prisiones mucho más largas y duras, o con
la vida, directamente.
Nuestra temporalidad, que
acostumbrábamos a calificar como pasado-presente-futuro, tenía a lo sumo dos
miembros o instancias, asibles, concretas: nuestro presente y el pasado que
íbamos construyendo o deshaciéndose a nuestro paso. Lo futuro no estaba. No
estaba nunca. Nuestra realidad siempre ha sido la que hemos ido abandonando
ingresando a nuestro presente, que se va haciendo pasado continuo,
invariablemente (los ritmos, psicológicamente, pueden, variar y uno puede
sentir un presente continuo a veces y otras, uno muy fugaz).
El
colapso soviético, en 1991, dio un golpe mortal a la idea misma de futuro. La
opción política llegó a ser radicalmente descartada en cierto sentido, por
Francis Fukuyama[2]
en un ensayo en que sostenía que el futuro ya había llegado y era el sistema
democrático, de capitales liberados, sin perspectiva de cambios políticos a la
vista. Aunque años más tarde, ensayará una autocrítica ante su apresuradísimo
dictamen, lo que sí quedaba claro era que la idea de futuro socialista había
entrado en crisis, irreversible.
La
tóxica noción de futuro socialista (que quería servir como aspiración, para
nuestras estrategias de vida) como “necesidad histórica”, como futuro inevitable,
reveló tan claramente su inverosimilitud, y su proyección política había sido
herida de muerte.
El
sistema de poder operó de modo radicalmente distinto, deslastrado de esa
imagen, políticamente cargada, de un futuro socialista. Afirmando lo presente como
fuente de poder, y de satisfacción. El mundo que vivimos ocupándonos,
exigiéndonos, condicionándonos mediante una presentización perpetua, fue
configurándonos. Percibimos que es precisamente, lo que tiene vigencia hoy, en
nuestro momento histórico.
Esa
presentización de nuestras sociedades ha operado mediante una hybris tecnológica que ha permitido a
nuestras sociedades cada vez más modernizadas atendertodas las novedades y posibilidades que los
despliegues tecnológicos permiten: hoy se puede viajar más rápido y a más
lugares; el turismo es una actividad de distracción cada vez más permanente,
estructurada en nuestras vidas.
Hemos
suprimido la estacionalidad de nuestros alimentos y podemos comerlos (casi)
indistintamente, cualesquiera de ellos, los doce meses del año (asunto muy
distinto es el acceso material...)
Lo
mismo, la cobertura energética, cada vez mayor y en más ámbitos.
Claro
que todo eso se hace con un costo, un desgaste planetario, cada vez mayor. Pero
dada la complejidad de las interrelaciones técnicas, económicas, financieras,
laborales, se hace muy difícil percibir con claridad, por ejemplo, los costos
ambientales de que casi todos tengamos “casi todo” (y el celular en primer
lugar, epítome de la presentización consumista de nuestro mundo actual).
El celular: pieza clave
del vivir en un presente perpetuo
Con la
presentización inclemente, sostenida, han entrado en crisis el pasado, y lo
futuro. El pasado con sus recuerdos; lo futuro, con sus proyectos.
¡No
damos abasto para vivir cada día!, ¡cómo vamos a pretender recordar a mi padre,
a mi hermana,a aquella otra novia,
aquella casa tan acogedora!
Porque
nuestra temporalidad no nace desde sí misma. Sino de toda la parafernalia
tecnológica que supuestamente “nos asiste”.
Todas
las asistencias, todo lo que nosotros consideramos asistencias, pero que en
realidad nos condicionan. Pero, claro, sin decírnoslo. La heteronomía se hace
muy clara con los adolescentes, aquellos que ya entraron en la rueda de la comunicación
cibernética, sostenida, permanente, pero apenas son aprendices y consumidores.
Pero nos atañe, y nos rige, a todos.
Todos
han experimentado esa anécdota trivial de decirle a tu amiga, a tu prima, o tu
padre, que tiene deseo de comer pizza y a las pocas horas, el celular te ofrece
una chorrera de pizzerías, a cada cual más tentadora.
Eso
revela que el celular no es como los viejos objetos tecnológicos que nos
rodeaban inertes. El celu actúa.
Contraactúa
(en rigor, contraataca). Es inteligencia artificial. Y no hay diálogo siquiera
socrático; aquel que aun sin ser igualitario, está a la búsqueda de la verdad.
No, lo que hay es una panoplia innumerable de invitaciones, a muchas de las
cuales el usuario del celular accede, mejor dicho, es “accedido”.
La
situación actual, con “formas ocultas de propaganda”,[3] como la
explicitan los entrevistados en The
Social Dilemma [4]es
grave (en el sentido médico del término; que puede causar la muerte). No se
trata aquí de los hallazgos de bots, del 3G, 4G, 5G, de las velocidades de
transmisión, carga informativa y otros inventos deslumbrantes (y tóxicos), sino
de los resultados sociales que se ven cada vez más claramente: los usuarios son
modificados, desafiados, interrogados desde, por ejemplo, aplicaciones del
celular. El resultado que transmiten en The
Social Dilemma: ‘caos masivo, indignación, falta de civilidad, falta de
confianza en el otro, soledad, alienación, más polarización, más hackeo de
elecciones, populismo, distracciones e incapacidad de pensar en problemas
reales.’
Sus
entrevistados, todos ellos en su momento personal clave de los actuales
emporios digitales (exempleados de Google, Twitter, Facebook, etcétera) nos
hablan de “monstruos digitales fuera de control”. Llama la atención la
descripción de un futuro que verbaliza Jaron Lanier, a la vista
de los crecientes enfrentamientos, las dificultades de entendimiento que observa
desplegándose en EE.UU.: “guerra civil, en no más de 20 años”.
"Destruiremos nuestra civilización con ignorancia voluntaria".
Explicita: “no podamos resolver la cuestión climática, tal vez degrademos las
democracias del mundo, y las hagamos caer en una especie de autocracia
disfuncional, quizás arruinemos la economía global, quizá no sobrevivamos.”
Hasta
al desagradable autoprotagonismo que este estadounidense atribuye a EE.UU. y a
su gente,y a su nosística (imperial,
voluntaria o no), hay que concederle su cuota de verdad. Porque, aunque los
EE.UU. no están solos ni han logrado cumplir su sueño imperial de 1945, se han
acercado bastante. Y se nota particularmente en el perfil tecnológico que nos
gobierna, la modalidad consumista que nos estraga.
Los
personajes de este semidocumental aciertan en el diagnóstico final desechando
toda actitud de rechazo primitivista y absoluto; uno de los
personajes-protagonistas (Tristan Harris) aclara que lo que se ha encaramado en
nuestras vidas es “una utopía y una distopía al mismo tiempo.”
The Social Dilemma no da, por cierto, pista
alguna para salir del atolladero.
Otro de
los personajes señala, conciliador que “debemos aceptar que las empresas
quieran ganar dinero”, con lo cual el problema y la solución no trascienden lo
que llamamos capitalismo. Pero su descripción es clave: “lo malo es que no haya
leyes ni reglas ni competencia y que las empresas actúen como una especie de
gobierno de facto.” Dictadura, en una palabra. Porque una empresa, un líder,
una iglesia que actúa por sí y ante sí, no rinda cuenta, es dictatorial.
El
problema es que así ha actuado el gran capital en todas las épocas y
circunstancias “necesarias”: así fue el extractivismo “originario” de 1492 en
adelante, así se desarrolló la petroquímica; en plena hybris envenenando todo el planeta; así se ha desarrollado la
medicina, el Big Pharma, por encima de toda ley, generando iatrogenia.
Historiando
esta cuestión, muy bien explica Jonathan Cook: “Las semillas de la naturaleza
destructiva actual del neoliberalismo, algo demasiado obvio, se plantaron hace
mucho tiempo, cuando el Occidente ‘civilizado e industrializado’ decidió que su
misión era conquistar y someter el mundo natural al adoptar una ideología que
fetichizaba el dinero y convertía a la gente en objetos a explotar.” [5]
Cook
dice bien: “neoliberalismo”. En todo el continente americano, como en el
europeo, ésa resulta la categoría conceptual básica; el marco cultural en el
que nos movemos.
Y con
el quiebre del socialismo, no sólo perdimos un sueño nefasto; también perdimos,
aparentemente la capacidad de soñar, porque, aquí señalo otra observación del
mismo Cook, tan reveladora como la anterior: “la ideología que se ha convertido
en una caja negra, una prisión mental, en la que nos hemos vuelto incapaces de
imaginar otra forma de organizar nuestra vida, cualquier otro futuro que al que
estamos destinados en este momento. El nombre de esa ideología es capitalismo.”
–Fukuyama redivivo–. Hasta allí no llega The
Social Dilemma.
De ahí
que la noción de futuro haya virtualmente desaparecido. Y no tendríamos más que
alegrarnos; siempre un espejismo es un mal acondicionador.
Si no
fuera porque la noción de no-futuro (no
future) es tan devastadora.
Porque
la idea de un futuro cognoscible se torna fácilmente opresiva. Pero la de no
tener futuro se nos presenta como mucho más radicalmente aterradora.
[1]Conocí en mi familia los efectos del vigésimo congreso. Un tío muy
pagado de sí mismo y de su comunismo, luego de negar primero la existencia del
vigésimo congreso y explicar luego, condescendientemente, que se trataba de
versiones de “la prensa burguesa”, un buen día inició una borrachera, que le
duró meses (recuperada su sobriedad en base a manos muy amigas, se hizo
antiestalinista ferviente, como todo su partido: perdió la plataforma pero no
el fervor, ahora “colgado del pincel”).
[2]El
fin de la historia y el último hombre, Planeta, Barcelona 1992, en el
que el autor da por concluida la lucha de clases, y por consiguiente,
hegelianamente la historia –como lucha de ideologías.
[3]Véase lo
que escribió Vance Packard hace décadas. Y lo que ha sobrevenido desde
entonces.
[4]Semidocumental norteamericano dirigido por Jeff Ortowski. Con Tristan
Harris, Jaron Lanier, Shoshana Zuboff y otros. Septiembre de 2020. Se puede ver en Netflix o aquí gratis