Joshua Yaffa, The New Yorker Magazine, 10/01/2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
El
permafrost contiene microbios, mamuts y el doble de carbono que la atmósfera
terrestre. ¿Qué sucede cuando empieza a derretirse?
“El problema del deshielo del permafrost
es que no se puede evitar, y mucho menos revertir”, dijo un científico. “Será
imposible volver a congelar el suelo y que conseguir que sea como antes”.
(Fotografías de Alexander Gronsky para The
New Yorker)
Sobrevolando
Yakutia, en el noreste de Rusia, observé cómo los tonos oscuros del bosque
boreal se mezclaban con parches de hierba suave y ligeramente coloreada. Iba
atado a un asiento de metal duro dentro de la cabina de un Antonov-2, un
biplano monomotor, conocido en la época soviética como kukuruznik, o
plumero de maíz. El avión retumbó hacia arriba, subiendo por encima de un
horizonte de alerces, pinos y lagos del color del barro. Era imposible
distinguirlo a través de la polvorienta ventanilla del Antonov, pero debajo de
mí la tierra respiraba, o más bien exhalaba.
Hace
tres millones de años, cuando los glaciares del tamaño de un continente
descendieron desde los polos, las temperaturas en Siberia cayeron a menos
ochenta grados Fahrenheit y vastas extensiones de suelo se congelaron bajo
tierra. A medida que el planeta pasaba por períodos glaciares e interglaciares,
gran parte de ese suelo congelado se descongelaba, para volver a congelarse,
docenas de veces. Hace unos once milenios y medio, la última era glacial dio
paso al actual período interglacial, y las temperaturas empezaron a subir. El
suelo que permanecía congelado todo el año pasó a llamarse permafrost. Ahora se
encuentra bajo nueve millones de millas cuadradas de la superficie de la
Tierra, una cuarta parte de la masa terrestre del hemisferio norte. Rusia tiene
la mayor parte del mundo: dos tercios del territorio del país se asientan sobre
el permafrost.
En
Yakutia, donde el permafrost puede tener casi un kilómetro de profundidad, las
temperaturas anuales han aumentado más de dos grados centígrados desde la
Revolución Industrial, el doble de la media mundial. A medida que el aire se
calienta, también lo hace el suelo. La deforestación y los incendios forestales
-ambos problemas agudos en Yakutia- eliminan la capa superior de vegetación
protectora y elevan aún más las temperaturas en el subsuelo.
Durante
miles de años, la tierra congelada se tragó todo tipo de material orgánico,
desde tocones de árboles hasta mamuts lanudos. Cuando el permafrost se
descongela, los microbios del suelo se despiertan y empiezan a darse un festín
con la biomasa descongelada. Es un proceso orgánico y extraño, parecido a
desenchufar el congelador y dejar la puerta abierta, para volver un día después
y ver que las pechugas de pollo del fondo han empezado a pudrirse. En el caso
del permafrost, esta digestión microbiana libera un eructo constante de dióxido
de carbono y metano. Los modelos científicos sugieren que el permafrost
contiene un billón y medio de toneladas de carbono, el doble de lo que
actualmente contiene la atmósfera terrestre.
Trofim
Maximov, un científico que estudia la contribución del permafrost al cambio
climático, estaba sentado a mi lado en el Antonov, gritando indicaciones al
piloto en la cabina. Una vez al mes, Maximov alquila el avión para medir la
concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera de Yakutia.
Describe el deshielo del permafrost como una especie de bucle de
retroalimentación: la liberación de gases de efecto invernadero provoca un
aumento de las temperaturas que, a su vez, derrite aún más el permafrost. “Es
un proceso natural”, me dijo. “Lo que significa que, a diferencia de los
procesos puramente antropogénicos” -por ejemplo, las emisiones de las fábricas
o los automóviles- “una vez que empieza, no se puede detener”.
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