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17/06/2025

REINALDO SPITALETTA
Sancocho de sangre a la colombiana

Reinaldo Spitaletta, Sombrero de mago, 17-6-2025

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Somos un sancocho de sangre desde tiempos remotos, antes de que los artesanos Galarza y Carvajal le propinaran hachazos a Uribe Uribe, y antes también de que Arturo Cova declarara que había jugado su corazón al azar y se lo había ganado la violencia. Seguro las guerras y guerritas civiles del siglo XIX nos abonaron la mentalidad para resolver a la fuerza y a bala, o a machetazos o cuchillo, como en Palonegro, las diferencias políticas y sociales. Y las de otra índole, como las del bolsillo y la tierra.

Los asesinos del hombre que escribió un libro prohibido por sectores eclesiásticos (De cómo el liberalismo colombiano no es pecado) pasaron a convertirse en actores del que se considera el primer largometraje filmado en Colombia: El drama del 15 de octubre, de los Hermanos Doménico. La película (muda, claro) fue considerada “inmoral” y “glorificadora” del magnicidio por las imágenes del líder asesinado y las de sus verdugos Leovigildo y Jesús, de los que también se compuso, hasta donde se sabe, un bambuco: “Asesinos Galarza y Carvajal / que matasteis a Uribe Rafael…”.

  
Se corrió entonces a destruir el filme, mientras se quedó en el misterio quiénes hubo detrás del asesinato. Y así hemos transcurrido desde entonces y desde mucho antes. Después, en ese caldo terrorífico que hoy seguimos tomando, llegaron los muertos de las bananeras, decenas de trabajadores mandados al más allá por el gobierno de Miguel Abadía Méndez y la United Fruit Company. Eso poco importó, al fin de cuentas eran solo trabajadores.


Bueno, digamos que al aún joven Jorge Eliécer Gaitán sí le importó el asunto y después de su investigación pudo decirle con propiedad a oligarcas y matones que “el gobierno colombiano tiene la metralla homicida para el pueblo y la rodilla en tierra ante el oro americano”. Y también lo mataron, y pusieron a un cualquiera, al albañil Juan Roa Sierra, a dispararle, cuando detrás estaba la conspiración, los cerebros del mal, los auténticos asesinos, que tampoco la historia ha podido condenar.

Y a todos nos ganó la Violencia. Llegaron los “pájaros”, los chulavitas, los cortadores de cabezas, los del corte de franela y de corbata, los bandoleros, los que mandaban a los bandoleros… Y así hemos discurrido, con cadáveres en los ríos, en los montes, en la ciudad. Y si hubo tiempos en que matar liberales no era pecado, también los hubo en que matar indios no era delito, y así los pusieron en la escena de tierra arrasada. Por el Cauca, por el Amazonas, por los Llanos…

Hemos tenido de todas las sangres. Guerrillas liberales, luego las de vestuarios marxistas-leninistas-maoístas, y de otras indumentarias. Y el cielo de Marquetalia, del Pato y Guayabero se llenó de bombarderos. Todo bien, papá, hay que acabar con las “repúblicas independientes”. Qué revuelto de balas y masacres. Cuánta acción delincuencial nos ha tocado, secuestros, vacunas, extorsiones, y los que se declararon “héroes” frente a la “subversión” y se robaron las mejores tierras y jugaron al fútbol con las cabezas cercenadas de las víctimas.

Y así hemos transcurrido, con discursos incendiarios, con presuntas “seguridades democráticas”, con los “falsos positivos”. Con magnicidios, con atentados, con carro-bombas, con narcoterrorismo y paramilitarismo y grupos de “limpieza social” y los de “muerte a secuestradores”: lo dicho, un sancocho sangriento. Y como si fuera poco, continúan los discursos guerreristas, los que convocan a la matazón y al “balín”, como lo grita un precandidatucho fascista que cree que todo es solucionable con “candela” e hijueputazos.

El atentado contra el precandidato Miguel Uribe es la continuación de una vieja película que puede remontarse a la de Galarza y Carvajal, o, de otro modo, a los que tuvieron que estar detrás del telón del crimen y permanecieron en la impunidad. La herencia de la resolución irracional de las contradicciones sociales y políticas a punta de hachazos, balazos, machetazos, continúa cobrando su cuota de sangre.

Abundan los Roa Sierra, manipulados por los grandes criminales en la sombra. Sigue bebiéndose el caldo de cultivo de los sicarios, herencia, además, de tiempos que aún no se acaban, conectados con las mafias, con el lumpen burgués y el lumpen de los bajos fondos. Hay un mercado de la ignominia, en el que los desahuciados de la fortuna son utilizados como carne de cañón y como protagonistas de un sistema de inequidades.

Nos aplastó la violencia, cultivada por los que consideran al pueblo como una nadería que se puede pisotear. O utilizar como activistas de la muerte. Y mantener en la noche de la ignorancia y las carencias intelectuales y materiales. Es muy fácil decir “bala es lo que hay y bala lo que viene” como una manera de preservar el miserable “statu quo”. Estamos en una vorágine sangrienta, que tiene historia, y que parece no tener fin. La violencia nos devoró el corazón.

16/06/2025

TIGRILLO L. ANUDO
Colombia: ¿Qué más irán a hacer?

Tigrillo L. Anudo, 16-6-2025

El atentado al senador Miguel Uribe Turbay es otra acción más del plan sedicioso para desestabilizar el gobierno de Gustavo Petro. La oposición se vale de ese hecho para reagrupar sus bases sociales, para seguir expeliendo veneno y odio contra la democracia y el progresismo, para precipitar una crisis generalizada (dar la sensación de caos), un clima de “ingobernabilidad”, una crisis institucional con posibilidades de un golpe de Estado, finalmente conquistar el triunfo electoral en 2026.


El ala más oscura del poder político-empresarial-narco planea y ejecuta el crimen. Las otras alas o sectores se encargan de utilizar el impacto emocional que produce para capitalizarlo en propaganda sucia y nuevas acciones que buscan configurar un país con descontrol administrativo.

“La marcha del silencio” fue otra acción derivada del atentado, la misma que se convirtió en una grotesca manifestación electoral. No hubo silencio para rechazar la violencia y apoyar con respeto a una vida que se debate en una UCI. Al contrario, hubo apología a la violencia con arengas, insultos, expresiones de intolerancia.

La oposición no hace política responsable. Al carecer de argumentación racional sólida para ofrecer al electorado, acude a explotar la emocionalidad de las personas y a las estrategias de sedición. ¿Qué más irán a hacer? Pues más de lo mismo. El riesgo de esta forma de hacer política es que recurran a acciones más mezquinas y peligrosas.

Sólo piensan en un fin: recuperar el control del Estado para volver a saquear el presupuesto público. Y en ese camino, el fin justifica los medios. Si hay que sacrificar alfiles de sus propias filas políticas, pues lo seguirán haciendo. Y si hay que volver a producir un baño de sangre con elementos de las filas contrarias, pues tampoco lo dudarán. No habrá líneas rojas ni acatamiento a cualquier norma decente.

El aparato criminal que domina a Colombia tiene tentáculos transnacionales. El plan sedicioso de la oposición política cuenta hasta con la colaboración del secretario de Estado de los Estados Unidos, además de otros brazos asociados al narcotráfico, las esmeraldas y la venta de armas, que se sienten golpeados con todas las toneladas de polvo blanco que le han sido confiscadas.

El momento que vive Colombia es el de una radicalización de la lucha entre el bien y el mal. Puede sonar maniqueo, pero así es. Es más que una lucha política de clases, es más que una batalla entre la concepción neoliberal despojadora de derechos y la concepción de un eficaz Estado Social de Derecho. El momento actual es el de una confrontación ética, estética y cultural. Se oponen los valores sagrados de la vida, la preservación de la naturaleza, la paz, la justicia social y todos los derechos derivados de ésta, contra los disvalores del “todo vale”, “resolvamos los conflictos con balines”, “maten al sicario de Miguel Uribe”, “la consulta popular es ilegal”, “la paz total es un fracaso”, “expulsar al guerrillero del Palacio”.

Claro que es una lucha entre el pueblo empobrecido y explotado contra grupos de poder que se enriquecen cada vez con la plusvalía y los recursos que arrebatan a las mayorías trabajadoras. Es la lucha del bien común contra el mal de minorías saqueadoras. No se trata de izquierda o derecha, ni de Petro o Uribe, sino del buen vivir de los colombianos asaltados en sus derechos.

¿Qué más irán a hacer? Cualquier locura se puede esperar de una oposición fanática, de una Delincuencia Política Organizada, de todas esas fuerzas reaccionarias nucleadas en torno al propósito de sacar del gobierno a los “comunistas” para volver a detentar el poder.

El mundo delira con guerras, asesinatos políticos, genocidios, confabulaciones, codicias sin límites. Colombia delira con lo mismo.