Amira Hass, Haaretz, 17/10/2025
Traducido por Tlaxcala
Al aislar Gaza de Cisjordania y a los palestinos de su tierra, Israel ayudó a afianzar el Hamas y a borrar las alternativas políticas. Aunque el sueño de villas de lujo en Gaza se haya desvanecido, la lógica subyacente persiste: control del territorio, expulsión indirecta y el continuo asfixiamiento del pueblo palestino bajo el pretexto de la seguridad.
Las promesas de un auge inmobiliario en Gaza — desde la
visión del ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, el compromiso del ministro de
Seguridad Nacional Itamar Ben Gvir de vecindarios de alto nivel para policías,
y los planes de la lideresa de colonos Daniella Weiss (con asistencia divina)
para reinstaurar colonias — han resultado ser nada más que bocanadas de aire
caliente.
Es tentador decir que el acuerdo de alto el fuego que ahora entra en vigor en
la Franja de Gaza ha infligido un golpe severo al movimiento de colonos y a sus
partidarios en USA. Igual de tentadora es la imagen de sus castillos de arena
colapsando bajo el peso de la resistencia inimaginable y la firmeza de los
habitantes de Gaza, y bajo la negativa egipcia, dura pero políticamente
calculada, de permitir un éxodo masivo de palestinos hacia su territorio.
Los responsables de la política exterior de Egipto — independientemente de
quién gobierne el país — han sospechado desde hace mucho tiempo la intención de
Israel de “arrojar” Gaza y sus problemas hacia ellos. Desde el inicio de la
guerra, tomaron en serio los planes israelíes de expulsión de la población de
Gaza y de reubicación de judíos allí, expresados abiertamente por funcionarios
israelíes que parecían olvidar que intentos similares de sus predecesores
Mapai-Labor para expulsar de nuevo a los refugiados de 1948 de Gaza habían
fracasado.
Pero el alto el fuego no puede verse simplemente como una
gratificante derrota para el campo colonizador. La lógica política detrás de
esas bocanadas de aire caliente y castillos de arena ha dado forma, y continúa
dando forma, a la política israelí desde la firma de los Acuerdos de Oslo. Esa
lógica ha logrado impedir la creación de un Estado que hiciera realidad el
derecho palestino a la autodeterminación, aunque solo en el 22 % restante de la
tierra entre el río y el mar.
El sabotaje israelí de la soberanía palestina es el reflejo de su impulso por
apropiarse de la mayor cantidad de tierra posible con el menor número de
palestinos posible. En la práctica, esto significa expulsión: ya sea hacia la
Zona A o al exilio; mediante bombardeos aéreos, o con garrotes y barras de
hierro de los “jóvenes de las colinas”; ya sea por demolición de viviendas y
desalojos forzados llevados a cabo bajo amenaza de armas por la Administración
Civil o las FDI, o mediante encarcelamiento y procesamientos de quienes
intentan proteger su comunidad y a sí mismos: el resultado es el mismo.
Cuando esta política es la guía, los esfuerzos internacionales para “reformar”
los libros escolares palestinos están condenados al fracaso. La realidad diaria
del asfixiamiento sistemático que impone Israel, y su autoritarismo, respaldado
por su superioridad armamentística, son los padres de la incitación contra el
sionismo.
Una de las herramientas más efectivas para sabotear la estatalidad palestina ha
sido y sigue siendo la “separación”. Planteada en términos de seguridad que al
público israelí le gusta adoptar — incluso cuando los motivos
político-inmobiliarios son evidentes — esta herramienta adopta muchas formas:
desconectar Gaza de Cisjordania (desde 1991); separar Cisjordania de Jerusalén
Este; dividir las ciudades palestinas entre sí; aislar pueblos de las rutas
circundantes y de los centros regionales; desenlazar a los palestinos de su
tierra, y unos de otros.
Documentos oficiales del gobierno militar de las décadas de 1950 y 1960 —
publicados décadas después — confirmaron lo que los palestinos (y los
izquierdistas no sionistas) ya entendían desde hace mucho: la supuesta lógica
“de seguridad” para duras restricciones de movimiento estaba impulsada en gran
medida por intereses inmobiliarios judíos. La visión de una población y
territorio palestinos fragmentados a ambos lados de la línea Verde siempre ha
reflejado el plan de una “Gran Tierra de Israel” para los judíos. Ambas
visiones operan todavía hoy, en paralelo a las cláusulas vagas del plan Trump
para un alto el fuego y un “nuevo Medio Oriente”.
La derecha colonizadora compensa su pérdida parcial en Gaza — “parcial” porque
las FDI lograron el objetivo compartido de infligir destrucción máxima y muerte
en el enclave — intensificando los ataques y el acaparamiento de tierras en
Cisjordania. Esto toma principalmente la forma de la separación diaria de los
agricultores de sus tierras, una táctica con consecuencias inmediatas y
dolorosas. Con la Administración Civil, el ejército y la policía, los colonos
aceleran este proceso mediante la violencia física, la obstrucción burocrática
y una arrogancia insaciable. Ahora que estamos en temporada de recogida de
aceitunas, los batallones del Señor han vuelto su atención hacia la cosecha y
los cosechadores mismos.
El sábado 11, cuando se escribió este artículo, hacia el mediodía había
informes de hostigamiento y ataques directos por parte de colonos y soldados —
por separado o juntos — contra recolectores de aceitunas de los pueblos de
Jawarish, Aqraba, Beita y Madama al sur de Nablus; de Burqa al este de Ramala;
y de Deir Istiya en la región de Salfit. El día anterior, llegaban informes
similares desde Yarza, al este de Tubas; desde Immatin, Kafr Thulth y Far’ata
en el área de Qalqilya; desde Jawarish, Qablan, Aqraba, Hawara, Yanun y Beita
en la zona de Nablus; y de al-Mughayyir y Mazra’a al-Sharqiya al este de
Ramala. Estos informes provienen de un solo grupo de WhatsApp que monitorea el
norte de Cisjordania.
El hostigamiento va desde intrusiones, provocaciones, bloqueos de carreteras y
amenazas armadas hasta agresiones físicas, robo de aceitunas e incendio de
vehículos pertenecientes a recolectores y periodistas. Y lo que los colonos
hacen esporádicamente, la política oficial lo aplica sistemáticamente: la
negación del derecho de los palestinos a la libertad de movimiento entre Gaza y
Cisjordania, y dentro de Cisjordania misma. La negación del derecho a elegir el
lugar de residencia o de trabajo ha sido durante mucho tiempo devastadora para
la sociedad palestina, la economía y las estructuras políticas, y especialmente
para el futuro de su juventud.
No menos que las maletas de efectivo qataríes que Benjamin Netanyahu inició
transfiriendo a Gaza, la separación de la población de la Franja respecto a la
de Cisjordania, y el aislamiento de Gaza del resto del mundo — todo ello ha
servido para fortalecer al Hamas — primero como organización política y
militar, y luego como poder de gobierno.
En los años noventa, Hamas sostenía que Israel no tenía intención real de hacer
la paz y que los acuerdos de Oslo no conducirían a la independencia. Las
restricciones israelíes de movimiento en Gaza y su continua expansión de colonias
tanto en Gaza como en Cisjordania hacían ese argumento convincente para muchos
palestinos, especialmente en Gaza. Los atentados suicidas del Hamas fueron
vistos tanto como una reacción como una prueba: ¿la respuesta de Israel
premiaría a los opositores de Oslo y a los críticos de la Autoridad Palestina?
Y Israel los premió — al no cumplir sus compromisos. Las restricciones al
movimiento y el robo burocrático de tierras debilitaron al Fatah y a la
Autoridad Palestina, que había apoyado el proceso diplomático pero que a
principios de los años 2000 había optado por la resistencia armada.
Eludiendo con astucia el hecho de que la fragmentación palestina siempre había
sido el objetivo de Israel, Hamas presentó el desmantelamiento y el retiro
israelí de 2005 como prueba de su propio éxito: que la lucha armada había
funcionado. Cada nueva promoción de estudiantes de secundaria — que nunca había
salido de la Franja sellada, nunca había conocido otra forma de vida y no
encontraba empleo — se volvió más vulnerable a la cosmovisión opresiva del
Hamas, a su propaganda y les daba razones de unirse a su ala armada (cobrando
sueldos que sostenían familias empobrecidas). Hamas aprendió a canalizar la
energía embotellada y la creatividad de Gaza en su maquinaria militar y
política.
La Autoridad Palestina, el Fatah y su aparato de seguridad han permanecido
impotentes frente a la ola creciente de desposesión de tierras en Cisjordania y
a la devastación económica directa e indirecta incrustada en esa expropiación y
separación — situación agravada por órdenes sucesivas de ministros israelíes de
Finanzas para retener los ingresos arancelarios palestinos.
Ante el público palestino en Cisjordania, esta impotencia es inseparable de la
corrupción de las élites civiles y militares de la Autoridad, que son
percibidas como egoístas e indiferentes siempre que sus propios bolsillos estén
llenos. No es sorprendente, entonces, que la resistencia armada — asociada
principalmente con Hamas — conserve su prestigio entre la juventud de
Cisjordania. Para ellos, la resistencia armada al menos causa sufrimiento y
humillación al agresor israelí.
Todas las señales indican que Israel continuará bloqueando la libertad de
movimiento de los palestinos entre Cisjordania, Israel y Gaza, y restringiendo
la entrada de palestinos del extranjero y activistas internacionales en la
Franja. Como resultado, quienes más necesitan oírlo no podrán saber lo que los
residentes de Gaza realmente piensan de la resistencia armada. En otras
palabras, cuántos de ellos realmente desprecian al Hamas. [y tú, Amira, ¿quizás lo
sabes?, NdT]