Luis E. Sabini Fernández 5-6-2025
Hay una sensación, un desasosiego como cuando uno está
cerca del mar y ve venir una tormenta; el cielo oscureciéndose, la brisa
cediendo a vientos con rachas hasta desde diversos ángulos, el cielo encapotándose…
Así estamos viendo el panorama político, ya no (sólo)
local sino generalizado.
(por supuesto que no tenemos ni la menor idea si tal
acontece en Mongolia, en Costa Rica o en Hungría, pero es una situación que
trasciende de todos modos nuestras particularidades)
Donald Trump ha sido, a mi ver, definido con acierto como
el monarca que está cada vez más desnudo
(y algunos vamos intuyendo quiénes le han tejido el costoso traje invisible).
¿Cómo es posible que ante la selva que tanto rodea al
(único) jardín de la no tan casta Europa, sea precisamente Europa la que bata
los tambores de guerra? Desasosiego.
¿Y que tengamos algún otro monarca, surgido de elecciones
democráticas, que consulte a su perro, muerto? Desasosiego.
¿Y que la teocracia judía (de la cual se desmarcan algunos,
pocos, judíos) lleve adelante, −brutalidad y franqueza, inopinadamente
entrelazadas− un genocidio “en vivo y en directo”?
¿Y que Ucrania, aparezca cada vez más claramente como el
“chirolita” de servicios secretos israelo-británico-estadounidenses?
Tales políticas, recurrentes desde poderes dictatoriales,
generalmente se escamoteaban, se “calafateaban”.
Pero parece que hemos entrado en zona ideológica,
psíquica, sin calafateos.
Podríamos alegrarnos, hasta enorgullecernos del lenguaje
directo, sin tapujos, pero resulta que tales sinceramientos se llevan adelante
con descaro para reclamar aun mayor brutalidad, eliminación de barreras para desplegar
sevicias, descaro para ejercer un despotismo sangriento y resulta el “adecuado” para ajustar
poblaciones a una voluntad omnímoda.
El excelente Francisco Claramunt viene revelando esos
procederes en sus notas sobre el genocidio palestino y particularmente gazatí
en Brecha.[1]
En su última nota desenvuelve la trama de exportación de armas de control y
muerte, de Israel y sus pingües ganancias.
Pero no es seguramente la ganancia su principal aporte.
Porque el poder que da dichos despliegues es todavía más significativo.
El “caballito de batalla” de las exitosas exportaciones
mílitaropoliciales de Israel se caracteriza por un santo y seña que usan sus
exportadores: ‘testeadas y probadas en combate’.
Y ése es el “aporte” israelí, el invento de Israel; el de
un enemigo (y el consiguiente combate).
Porque cuando el sionismo inicia el despojo por
apropiación del territorio palestino, encontrará resistencia. Social. Pero no
militar ni política. Pero Israel irá reconfigurando la resistencia como
escenario de combate, inventa un adversario, mejor dicho un enemigo ideológico
y político a quien trata como enemigo de guerra.
Es una tarea militar bastante fácil; los trata como
enemigos en tanto las poblaciones refractarias a gatas si tienen una escopeta
cazadora para enfrentarlos. Los resultados en número de “bajas” lo ilustran: los
huelguistas durante la huelga general insurreccional de 1936 pagarán su
levantamiento contra la ocupación sionista con miles de muertos; en 1948, los
campesinos serán expulsados de sus tierras y labrantíos y de sus viviendas (los
pelotones sionistas acabarán con unas 500 o 600 aldeas palestinas) y tras matar
a refractarios (miles) expulsarán a varios cientos de miles de palestinos de su
hábitat milenario. En enfrentamientos posteriores de vecinos embravecidos
contra el ejército israelí, como en las
intifadas, incluso de guerrilleros palestinos en los ’60 armados a guerra, mueren
centenares de palestinos (hombres, mujeres, niños) por cada soldado israelí
caído “en acción”.
¿Cómo se explica que judíos despojados hasta de sus vidas
a comienzos de la década del ’40 en Alemania, Polonia, países bálticos,
etcétera, escasísimos años después, no más de los que se cuentan con una sola
mano, hayan despojado a palestinos de
sus tierras, sus enseres, sus viviendas con mobiliario, ropa y vajilla (hasta
las tazas de té humeantes, de casas precipitadamente abandonadas ante la amenazante
requisa sionista)?
No se trató exactamente de la misma gente. Muchos de los
despojados por el nazismo se refugiaron en EE.UU. Y muchos de los judíos sionistas
que iban ocupando Palestina y desplazando palestinos no venían de los shtetl saqueados de Rusia y Europa
oriental ni del terror nazi; a menudo provenían de Inglaterra y de otros países
europeos occidentales, y de países americanos (EE.UU., Argentina).[2]
Tan enojosa comparación no se sostiene, entonces, por la
diversidad de destinos particulares, a veces familiares.
¿Refugiados o colonizadores?
Lo que acabamos de reseñar es en el nivel de los destinos
personales. Pero además, porque al “destino judío” se le solapó la cuestión colonial. La
colonización propiamente dicha: adueñarse del territorio de un “otro”.
Cuestión que para colonialistas es inexistente.
Irrelevante. Porque referirnos a la
cuestión colonial abriría la puerta a los derechos de los colonizados. Y para
el colonialismo, el derecho es por antonomasia el derecho de los colonizadores.
No hay otro.
¿De qué otro derecho, pues, se puede hablar? Porque el
derecho colonial se elabora y se plasma como el derecho de los colonizadores.
Con el mismo fundamento con el que se han elaborado en la
ONU de 1945 los derechos humanos. El senador estadounidense de AIPAC, Lindsey
Graham, lo explica, mejor dicho lo desnudará el 21 nov. 2024: “El Estatuto de
Roma no se aplica a Israel, ni a EE.UU., ni a Francia, ni a Alemania, ni a Gran
Bretaña, porque no fue concebido para
actuar sobre nosotros.”
Veamos el estatuto: el Estatuto del Roma de la Corte
Penal Internacional, establecido desde la ONU en 1998 y con complementos en
1999 y 2002 tiene presente “que, en este siglo, millones de niños, mujeres y
hombres han sido víctimas de atrocidades”, y “que los crímenes más graves de
trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto no deben quedar
sin castigo”, […y] decididos, a los efectos de la consecución de esos fines y
en interés de las generaciones presentes y futuras, a establecer una Corte
Penal Internacional de carácter permanente, independiente […].” “La Corte […] estará facultada para
ejercer su jurisdicción sobre personas respecto de los crímenes más graves de
trascendencia internacional.”
¿Aparece en algún pasaje que estas disposiciones son para
magrebíes, salvadoreños, portugueses o tunecinos y no para ingleses, israelíes,
estadounidenses o franceses?
Viene bien confrontar las excepciones autoasignadas por
los poderosos del planeta con el capítulo 6 del estatuto de la CPI que
versa sobre lo genocida:
“Artículo 6
”Genocidio
”A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por “genocidio”
cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la
intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial
o religioso como tal:
”a) Matanza de miembros del grupo;
”b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
”c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que
hayan de
acarrear su destrucción física, total o parcial;
”d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo;
”e) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.”
¡Los cinco elementos constituyentes de un genocidio están
cumplidos hasta con exceso por Israel en Palestina y particularmente en la
Franja de Gaza!
Y nos preguntamos de dónde podría provenir una
exoneración a Israel al estilo del que pretende el senador auspiciado por AIPAC para ciertos ciudadanos
del mundo de primera categoría.
No hemos podido dar con tan peculiares razones; tal vez
sea nuestra ceguera…
No hay más remedio que concluir, siguiendo los criterios
de la CPI, que todo lo actuado por el “ejército más moral del mundo” cumple
acabadamente con lo que es un genocidio.
Tal vez a caballo de semejante excepcionalidad
“grahamiana”, Israel se permite propagar
sus productos de guerra, doblegamiento y
tortura como “testeados y probados en combate”. Ya vimos que lo de combate
suena a falso porque convierte en guerra
lo que es sencilla y brutalmente una ocupación militar (no existen dos
ejércitos enfrentados).
Israel arma “los escenarios de combate”. Juega a la
guerra con muchos “enemigos”. Muchísimos. Toda una población. En realidad, esa
población victimada, con ancianos, mujeres, niños y bebes ha sido, es, apenas
el punching ball del ejército
israelí.
Claramunt repasa el enorme éxito que esa propaganda, ese
testeo de armas israelíes tiene entre compradores: indudablemente, porque les
quieren dar un uso análogo….
Un momento de la “colonización”: fabricando
mutilados
Hasta octubre 2023, además del despojo, de sembrar la
muerte, de sacar administrativamente a pobladores de la sociedad y mantenerlos detenidos,
aislados, a veces durante décadas, Israel tuvo una política deliberada de mutilación,
lo que hizo que éstas cobraran un papel importante. Mostrando una lógica
colonial de mutilación, restringiendo las posibilidades de que el pueblo
palestino se cure de sus heridas, ya que palestinos y palestinas pierden un
ojo, una pierna, les queda de por vida un
tobillo deshecho […]
A octubre de 2023, cuando el copamiento palestino del
cuartel local israelí en Gaza y la toma de rehenes, Gaza contaba con 440.000
personas discapacitadas, según Danila Zizi, directora de Handicap international para Palestina; es decir 21% de la población
total. Escuchó bien. Uno de cada cinco… Desde el 8 de octubre 2023, se contaba
en un mes cerca de 100.000 personas heridas de donde se puede deducir que una
gran parte de ellas serán desde entonces discapacitadas (muertos adultos e
infantes al margen).
La discapacidad no es un efecto conectado con la masacre,
sino una finalidad de la política colonial.[3]
Claro que, con las masacres también aumentan las mutilaciones y por
consiguiente los discapacitados.
Test de ignorancia supina
Cuando alguien no sabe nada de esta tragedia, ni de
derechos humanos y se ve precisado a referirse a palestinos, Gaza, Israel, se aferra
a dos puntos y se siente a salvo: 1) es-una-guerra (desatada aviesamente el 7
de octubre de 2023; tal vez en cielo sereno, en el mejor-de-los-mundos), y 2)
tenemos que lidiar con “la-red-terrorista-Hamás”.
Ni es una guerra, ni hubo nunca dos ejércitos. Es una
colonización mediante despojo.
Y Hamás no es terrorista como se puede decir del ISIS, de
la Mano guatemalteca o del Irgún
sionista.
Hamás se forjó para asistir a palestinos en estado de
necesidad, abrigos, alimentos y
preservarles su integridad cultural (que para Hamás es religiosa). Muchas
acciones de Hamás fueron no sólo no violentas sino decididamente pacíficas,
como las Marchas por la Tierra (2019 y 2020) que fueron liquidadas por Israel
con saña y un saldo de centenares de
tullidos y muertos.[4]
Pero no son pacifistas. Son islámicos e invocan la “guerra
santa”. Y como fieles de un monoteísmo absoluto (y absolutista) –al igual que
los monoteísmos verticalistas judío y cristiano–, admiten violencia y hasta la
pueden glorificar. Pero hasta desde la misma ONU se reconoce que contra el
colonialismo que auspicia el proyecto israelí, la violencia es legítima.
Se dice que Hamás ha sido promovido, financiado por el Estado
sionista. No habría que descartarlo. Israel ha usado, como todo poder
establecido, unas resistencias contra otras para quedar mejor librado (de
ambas). En algún momento, Israel puede haber facilitado a islámicos para
torcerles el brazo a palestinos laicos liderados por Arafat; en algún otro
momento puede haberse servido de la Autoridad Nacional Palestina para desplazar
la oposición menos domesticable de Hamás.
Pero tales avatares no desmienten el afán emancipatorio
de los palestinos despojados y cada vez más matados a mansalva.
Y tampoco borra el nervio motor de esta situación, que
tan concisamente presenta Francesca Albanese: el genocidio en curso es
“consecuencia de la condición excepcional y la prolongada impunidad que se le
ha concedido a Israel.”
[1] Véase p. ej., “Gaza un genocidio de exportación”, 30 mayo 2025.
[2] Hay testimonios de judíos que no pudieron trivializar
“el cambiazo” de víctima a usufructuario. Al menos, les costó psicológicamente: tal el
caso de la familia judía Peled, del antiguo Yishuv. Pero fueron extrema minoría
al momento de adueñarse de Palestina.
[3] Véase Iñaki Urdanibia, Palestina: La estrategia colonialista de mutilación de los cuerpos