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22/11/2025

El “tratamiento” israelí para un adolescente gravemente enfermo: amenazas de deportación a Gaza

Gideon Levy & Alex Levac (fotos), Haaretz, 21-11-2025
Traducido por Tlaxcala

 

Yamen Al Najjar, con su madre Haifa, frente al Hospital Makassed en Jerusalén Este, donde está siendo tratado.

Yamen Al-Najjar, un joven de 16 años con un grave trastorno sanguíneo, ha estado hospitalizado en Jerusalén Este durante dos años. Esta semana, Israel intentó deportarlo a Gaza, donde su familia vive en una tienda desde que su casa fue destruida. Su madre está convencida de que no sobreviviría ni un solo día si fuera devuelto.

A las 5 de la mañana del lunes, Yamen Al Najjar, de 16 años, debía abandonar su cama en la sala de medicina interna del Hospital Makassed en Jerusalén Este, donde vive desde hace dos años con su madre, recoger sus pinturas y su poca ropa, y regresar a la devastada Franja de Gaza donde creció.
Unos días antes, el hospital les había informado que Israel había decidido expulsar a la mayoría de los gazatíes hospitalizados aquí. Según la organización Médicos por los Derechos Humanos, decenas más serían deportados con él: unas 20 personas del Centro Médico Sheba, en Ramat Gan; 60 pacientes con cáncer y acompañantes del Hospital Augusta Victoria en Jerusalén Este; y 18 pacientes y familiares de Makassed.
En el último momento, tras un reportaje de CNN, la expulsión fue aplazada —nadie sabe por cuánto tiempo.

Yamen nació y creció en Jan Yunis, un niño sano con un deseo casi innato de pintar. En septiembre de 2017 sufrió una lesión en la nariz y sangró sin parar durante 21 días. También presentó hemorragias internas y hematomas subcutáneos.
Los servicios médicos en Gaza no pudieron diagnosticarlo y, tras unos tres meses, Yamen fue trasladado a Makased, donde descubrieron que tenía la enfermedad de von Willebrand, que afecta la coagulación de la sangre. La vida de Yamen —y la de su madre— quedó patas arriba, pero no sería el final de sus sufrimientos.

Nos reunimos con ellos esta semana en un jardín municipal sucio y descuidado cerca del hospital, en la miseria de Jerusalén Este. La madre del chico, Haifa, elegante y encantadora, oscila entre la risa y el llanto, y se niega a revelar su edad. Nada en su porte revela que lleva más de dos años compartiendo una cama de hospital con su hijo, ni que no tiene hogar. Ella y su esposo, Ramzi, de 50 años, abogado que trabajaba para la Autoridad Palestina, tienen cuatro hijos. Yamen es el menor.


Haifa y Yamen Al-Najjar en el hospital. Después de que los médicos de Gaza no pudieron diagnosticarlo, fue trasladado a Jerusalén Este.

Yamen parece mayor de lo que es, con cabello negro y espeso, aunque un ligero bigote delata que aún es adolescente. Lleva gafas gruesas de lentes oscuros desde que la enfermedad afectó su vista. Carga una bolsa de plástico con pinturas y hojas de papel.
Apenas nos sentamos en un banco metálico, Yamen empieza a crear una pintura acrílica de colores intensos, con la ayuda ocasional de su madre, también pintora aficionada. Para cuando termina nuestra conversación, ha completado su pintura diaria: una obra hermosa e impactante.

En diciembre de 2017, tras el diagnóstico, Yamen fue trasladado al Hospital Universitario Hadasah en Ain Karem, Jerusalén. Su madre cuenta la historia con detalle, recordando cada fecha, cada nombre de enfermedad y cada síntoma.
En los meses siguientes, acudieron a Hadasah cada tres meses para pruebas; los viajes desde Gaza transcurrían sin problemas y el estado del niño era estable. Pero en 2020 aparecieron nuevos síntomas graves, aparentemente sin relación con su enfermedad original: su temperatura corporal bajaba a 32-33 grados y su presión sanguínea caía a 70/40 o incluso menos.
Una resonancia magnética realizada en el Hospital de la Amistad Turco-Palestina en Gaza mostró daños en el tálamo. Fue trasladado al Hospital Árabe Istishari en Ramala, donde también le diagnosticaron daños en la hormona del crecimiento. Luego fue trasladado al departamento de hematología de Sheba, donde acudía cada tres meses con su madre para controles.
Los resultados se enviaron a centros médicos de USA y Canadá, pero aún no tiene diagnóstico. El siguiente paso era realizar pruebas genéticas a toda la familia —y entonces llegó el 7 de octubre de 2023.

Ese día, Yamen estaba ingresado en el Hospital Oftalmológico San Juan en Jerusalén Este por sus problemas de visión. Al día siguiente volvió a sangrar y fue trasladado a Makased. Unos días después fue enviado a Sheba y luego devuelto a Makased, donde ha permanecido desde entonces. Mientras su madre habla, su pintura avanza: ya pintó el cielo y un campo en azul y verde intensos, y ahora empieza a pintar la figura de un joven o un hombre. Lo sabremos después.


Haifa y Yamen. Mientras hablamos, el dibujo de Yamen avanza: pinta un cielo y un campo en azul y verde intensos.

Su estado empeora, dice su madre. Su temperatura baja a menos de 32 grados y su presión a 60/23. Ella sueña que cae a cero. Sufre dolores articulares, erupciones por todo el cuerpo y hinchazón. Duerme 18 horas al día y cualquier esfuerzo lo agota. Nada de esto se nota mientras está sentado en el banco, concentrado en su pintura.

En las últimas semanas, desde el alto el fuego en Gaza, él y su madre han sido advertidos de que su tiempo allí se acaba. Han empezado a buscar un país que acepte recibirlos y brindar tratamiento a Yamen. En enero debía viajar con decenas de niños heridos gazatíes a Emiratos Árabes Unidos para tratamiento, pero el alto el fuego colapsó, los combates se reanudaron y la Franja fue sellada de nuevo.

Haifa contactó con organizaciones —la OMS, PHR, la Cruz Roja Internacional, la Media Luna Roja en Emiratos y Catar, entre otras—. La OMS reconoció la gravedad del caso, pero ningún país ha accedido a aceptarlo. Sus dos tíos en el exilio, en Reino Unido y Turquía, también intentaron ayudar, sin éxito.
Los 22 000 niños gravemente heridos en la guerra tienen prioridad, dice su madre, aunque la condición de Yamen no es menos peligrosa. También entiende que su situación sería mejor si hubiera un diagnóstico claro.

El domingo pasado se anunció que todos los pacientes gazatíes, excepto los gravemente enfermos, serían devueltos. Haifa se tranquilizó, creyendo que Yamen estaba entre los casos graves. Pero dos días después, le informaron que Yamen sería deportado en dos días, el jueves anterior.
El miércoles les dijeron que la deportación se posponía al lunes, a las 5 de la mañana.
Ella comprendió que debía actuar rápidamente para revocar la orden y salvar a su hijo, así que por primera vez recurrió a los medios internacionales. Abeer Salman, productora y reportera de CNN, publicó la historia, y de inmediato, el domingo, la familia fue informada de que la deportación quedaba aplazada indefinidamente.


Las tiendas de familias desplazadas en Muwasi esta semana. Cuando el ejército israelí entró en Jan Yunis, la familia de Yamen tuvo que huir a Muwasi sin nada. Foto Mahmoud Issa / Reuters

Es vivir en un estado permanente de ansiedad, bajo una nube oscura y amenazante. «Yamen no sobrevivirá ni un solo día en Gaza», nos dice su madre, con las lágrimas asomando por primera vez —que se apresura a secar. «Su único pecado es haber nacido en Gaza.»
Ahora lo ayuda a terminar su pintura. Yamen ha pintado a un hombre sosteniendo la rama de un árbol, con mariposas revoloteando arriba. Su madre añade una o dos mariposas más. En las últimas semanas, él ha pintado muchas mariposas, dice ella. Ella suele pintar mujeres tristes.
Una de las obras de Yamen, un dibujo en blanco y negro de hace unas semanas, muestra a un niño arrodillado, sangre fluyendo de su dedo, una flor brotando de la tierra agrietada, casas desoladas al fondo. Le dijo a su madre que así imagina el regreso a Gaza, con su dedo sangrando.

En respuesta a una consulta de Haaretz, el Coordinador de Actividades del Gobierno en los Territorios (COGAT) declaró:
«Contrario a las afirmaciones, la coordinación para devolver a Gaza a los residentes que fueron tratados en Israel se realizó únicamente después de recibir el pleno consentimiento de cada paciente y su familia, de acuerdo con sus deseos. Los pacientes comenzaron su tratamiento en Israel antes de la guerra y, debido al cierre de los cruces, su regreso no fue posible hasta ahora, a pesar de que habían completado su atención médica. El proceso se coordinó profesionalmente, con la sensibilidad requerida y con total transparencia con todas las partes involucradas.»
En otras palabras, una «deportación voluntaria». Es difícil creer que decenas de pacientes y familiares desean realmente regresar a una Gaza devastada y sangrante, donde no queda un solo hospital funcional y donde no está claro si aún tienen un hogar.

En cuanto a Yamen, una fuente del COGAT dijo no tener conocimiento de ningún plan para deportarlo. Sin embargo, Yamen y su familia afirman que ya les dijeron dos veces que empacaran y se prepararan para una expulsión, incluida esta última el lunes. En ambas ocasiones, la administración del hospital les dijo que actuaba bajo instrucciones de COGAT.

Tras el artículo de CNN, una ONG sudafricana expresó disposición a ayudarle a encontrar tratamiento en ese país, pero aún no ha habido avances. Para Haifa y Yamen, es vital que él pueda recibir tratamiento en algún lugar y también reunirse, después de más de dos años, con su padre, sus hermanas y su hermano.
La comunicación telefónica entre ellos es casi constante, pese a las dificultades de internet en la zona de tiendas de Muwasi. Ramzi y el hermano de Yamen, Yusef, resultaron heridos en un bombardeo.
El 8 de octubre de 2023, la familia abandonó su casa en Jan Yunis y se mudó a una tienda en el patio de una escuela que servía como refugio para desplazados. Pero el lugar fue bombardeado y la tienda se incendió. Durante unos días durmieron en la calle, hasta que pudieron comprar una nueva tienda y levantarla en Rafah, donde permanecieron hasta junio de 2024.

Cuando el ejército israelí invadió Rafah, tuvieron que huir a Muwasi. Escaparon sin nada y compraron una nueva tienda. Durante el alto el fuego de enero intentaron regresar a las ruinas de su casa. Una habitación seguía en pie, así que la envolvieron con láminas de plástico y se instalaron allí. Pero cuando el peligro aumentó, tuvieron que huir de nuevo y regresar a Muwasi con otra tienda.

¿Con qué frecuencia habla con su familia? preguntamos.
«Cada vez que discuten y gritan, llaman», dice Haifa. Y Salman, la reportera, que se ha vuelto cercana a la familia, añade riendo: «Y eso ocurre mucho.» Se pelean en la tienda de Muwasi por una rebanada de pan, un espacio en el colchón, por quién se duchará o quién tendrá algo de beber, cuenta Haifa. A cada uno le dice que tiene razón.
Hubo días largos sin comunicación, y ambos vivían con miedo. Haifa llamó a todos los conocidos en Gaza para localizar a su esposo y a sus hijos, y escuchó cada noticia con angustia. «Fue un tiempo difícil», dice, mientras vuelven las lágrimas. Su esposo necesitó un andador los primeros meses después de ser herido. Su corazón se detenía cada vez que escuchaba noticias de bombardeos o incendios en Muwasi.

Cuando Yamen está despierto, pinta o juega en línea con sus tíos en Turquía y Londres. La vida en el hospital es difícil. «No hay privacidad ni comodidad», dice Haifa, otra vez con una sonrisa.
Desde los 3 años, Yamen guardaba todos sus juguetes en sus cajas originales. Cuando su padre y sus hermanos tuvieron que abandonar la casa el 8 de octubre, todos los juguetes quedaron atrás. Su padre le preguntó qué juguete salvar, y Yamen le pidió que llevara una baraja de cartas doradas. Estas sobrevivieron hasta que la familia tuvo que huir de la tienda en Rafah; entonces se perdieron también.
El personal del hospital es ahora un sustituto de la familia, dice Haifa, pero intenta no acercarse demasiado, sabiendo que tendrán que irse. La semana pasada, cuando llegaron las noticias de la deportación, se dijo a sí misma que había hecho bien. Todo lo que quiere ahora es que Yamen reciba el mejor tratamiento posible y que la familia pueda reunirse. Él sangra casi todos los días, dice, lo que lo sume en depresión.

Ahora Yamen ha terminado su pintura y la ha firmado en la parte inferior.

 

 

Le “traitement” israélien pour un adolescent gravement malade : des menaces de déportation vers Gaza

Gideon Levy & Alex Levac (photos), Haaretz, 21/11/2025
Traduit par Tlaxcala


Yamen Al Najjar, avec sa mère Haifa, devant l’hôpital Makassed à Jérusalem-Est, où il est soigné.

Yamen Al-Najjar, un adolescent de 16 ans atteint d’une grave maladie sanguine, est hospitalisé à Jérusalem-Est depuis deux ans. Cette semaine, Israël a tenté de le déporter à Gaza, où sa famille vit sous une tente après la destruction de leur maison. Sa mère est certaine qu’il ne survivrait pas un seul jour s’il y était renvoyé.

À 5 heures du matin, lundi, Yamen Al Najjar, 16 ans, était censé quitter son lit dans le service de médecine interne de l’hôpital Makassed à Jérusalem-Est, où il vit depuis deux ans avec sa mère, rassembler ses peintures et ses quelques vêtements, et retourner dans la bande de Gaza dévastée où il a grandi.
Quelques jours plus tôt, l’hôpital avait informé tous deux qu’Israël avait décidé d’expulser la plupart des Gazaouis hospitalisés ici vers la bande. Selon l’ONG Médecins pour les droits humains, des dizaines d’autres devaient être expulsés avec lui : environ 20 patients et leurs accompagnants du centre médical Sheba, à Ramat Gan ; 60 patients atteints de cancer et leurs accompagnants de l’hôpital Augusta Victoria à Jérusalem-Est ; et 18 patients et accompagnants de Makassed.
À la dernière minute, après un reportage de CNN, la décision a été suspendue – on ne sait pour combien de temps.

Yamen est né et a grandi à Khan Younis, un garçon en bonne santé avec un désir presque inné de peindre. En septembre 2017, il a souffert d’une blessure au nez et a saigné sans interruption pendant 21 jours. Des hémorragies se sont également produites dans son système digestif, et il souffrait d’hématomes sous-cutanés à divers endroits du corps.
Les services médicaux de Gaza n’ont pas pu établir de diagnostic et, après environ trois mois, Yamen a été transféré à Makassed, où l’on a découvert qu’il souffrait de la maladie de von Willebrand, qui affecte la capacité du sang à coaguler. La vie de Yamen – et celle de sa mère – a été bouleversée, mais ce n’était pas la fin de leurs épreuves.

Nous les avons rencontrés cette semaine dans un jardin municipal sale et négligé près de l’hôpital, au milieu de la misère de Jérusalem-Est. La mère du garçon, Haifa, élégante et charmante, oscille entre rires et larmes, et refuse de révéler son âge. Rien dans son attitude ne laisse deviner qu’elle partage un lit d’hôpital avec son fils depuis plus de deux ans, ni qu’elle n’a pas de maison. Elle et son mari, Ramzi, 50 ans, avocat travaillant pour l’Autorité palestinienne, ont quatre enfants – Yamen est le plus jeune.

Haifa et Yamen Al-Najjar à l’hôpital. Après que les médecins de Gaza n’ont pas pu établir de diagnostic, il a été transféré à Jérusalem-Est.

Yamen fait plus que son âge, avec de cheveux noirs épais, bien qu’un début de moustache signale qu’il reste un adolescent. Il porte des lunettes épaisses aux verres sombres depuis que sa vision a été affectée par la maladie. Il transporte un sac en plastique contenant des peintures et des feuilles de papier.
À peine assis sur un banc métallique du jardin, Yamen se met à créer une peinture acrylique aux couleurs vives, avec l’aide occasionnelle de sa mère, elle aussi peintre amateur. À la fin de notre conversation, il aura terminé son tableau du jour – une œuvre frappante et magnifique.

En décembre 2017, après le diagnostic, Yamen a été transféré à l’hôpital universitaire Hadassah à Aïn Karem, Jérusalem. Sa mère raconte l’histoire avec vivacité, se souvenant de chaque date, chaque nom de maladie et chaque symptôme.
Dans les mois suivants, ils se sont rendus à Hadassah tous les trois mois pour des examens ; les trajets depuis Gaza se passaient sans problème et l’état du garçon était stable. Mais en 2020, de nouveaux symptômes graves sont apparus, apparemment sans lien avec sa maladie d’origine. Sa température corporelle chutait brutalement à 32-33 °C, et sa tension sanguine à 70/40, voire moins.
Une IRM réalisée à l’hôpital d’amitié turco-palestinienne à Gaza a montré des dommages au thalamus. Il a été transféré à l’hôpital arabe Istishari à Ramallah, où l’on a également diagnostiqué une atteinte de son hormone de croissance. Puis il a été transféré pour traitement au service d’hématologie de Sheba, où il revenait tous les trois mois avec sa mère pour des contrôles.
Les résultats de ses tests ont été envoyés à des centres médicaux aux USA et au Canada, mais aucune maladie n’a encore été identifiée. L’étape suivante consistait à réaliser des tests génétiques sur toute la famille – puis est arrivé le 7 octobre 2023.

Ce jour-là, Yamen était patient à l’hôpital ophtalmologique St. John de Jérusalem-Est, en raison de problèmes de vision. Le lendemain, il a recommencé à saigner et a été transféré à Makassed. Quelques jours plus tard, il a été transféré à Sheba puis renvoyé à Makassed. Il s’y trouve depuis lors. Pendant que sa mère parle, sa peinture progresse : il a déjà peint le ciel et un champ en bleu et vert intenses, et commence maintenant à peindre la silhouette d’un jeune ou d’un homme. Nous le découvrirons plus tard.


Haifa et Yamen. Pendant notre conversation, le dessin de Yamen progresse – il peint un ciel et un champ en bleu et vert vifs.

Son état se détériore, dit sa mère. Sa température corporelle descend sous les 32 degrés et sa tension chute à 60/23. Elle fait des cauchemars où celle-ci tombe à zéro. Il souffre de douleurs articulaires, d’éruptions cutanées et d’enflures. Il dort 18 heures par jour et le moindre effort l’épuise. Rien de tout cela n'est visible alors qu'il est assis sur le banc, entièrement absorbé par sa peinture.

Depuis quelques semaines, depuis le cessez-le-feu à Gaza, lui et sa mère ont été avertis que leur temps ici touchait à sa fin. Ils ont commencé à chercher un pays qui accepterait de les recevoir et de fournir des soins à Yamen. En janvier dernier, il devait se rendre avec des dizaines d’enfants blessés à Abou Dhabi pour traitement, mais le cessez-le-feu s’est effondré, les combats ont repris et la bande a de nouveau été scellée.

Haifa a contacté des organisations, dont l’OMS, PHR, la Croix-Rouge internationale, le Croissant-Rouge des Émirats et du Qatar, et d’autres. L’OMS a reconnu la gravité de son état, mais aucun pays n’a accepté de l’accueillir. Ses deux oncles, en exil en Grande-Bretagne et en Turquie, ont tenté d’aider, sans succès.
Les 22 000 enfants grièvement blessés dans la guerre à Gaza ont la priorité, dit-elle, même si l’état de Yamen n’est pas moins dangereux. Elle comprend aussi que sa situation serait meilleure s’il avait un diagnostic clair.

Dimanche dernier, il a été annoncé que tous les patients gazaouis, à l’exception des cas les plus graves, seraient renvoyés. Haifa a été rassurée, pensant que Yamen faisait partie des cas graves. Mais deux jours plus tard, on lui a annoncé que Yamen serait expulsé dans les deux jours – jeudi dernier.
Mercredi, on leur a dit que l’expulsion était repoussée à lundi matin, à 5 heures.
Elle a compris qu’elle devait agir vite pour renverser cette décision et sauver son fils. Pour la première fois, elle s’est tournée vers les médias internationaux. Abeer Salman, productrice et journaliste à CNN, a publié l’histoire et, immédiatement après, dimanche, la famille a été informée que leur expulsion était reportée sine die.


Les tentes des familles déplacées à Muwasi cette semaine. Lorsque l’armée israélienne est entrée à Khan Younis, la famille de Yamen a dû fuir à Muwasi sans rien. Photo  Mahmoud Issa / Reuters

C’est une vie dans l’angoisse, sous un nuage sombre et menaçant. « Yamen ne survivra pas un seul jour à Gaza », nous dit sa mère, des larmes apparaissant sur ses joues pour la première fois – vite essuyées. « Son seul péché est d’être né à Gaza. »
À présent, elle l’aide à achever sa peinture. Yamen a peint un homme tenant une branche d’arbre, avec des papillons voletant au-dessus. Sa mère ajoute un ou deux papillons. Ces dernières semaines, il peint beaucoup de papillons, dit-elle. Elle-même peint souvent des femmes tristes.
L’une des œuvres de Yamen, un dessin en noir et blanc datant de quelques semaines, montre un garçon agenouillé, du sang coulant de son doigt, une fleur poussant d’une terre fissurée, des maisons désolées en arrière-plan. Il a dit à sa mère que c’est ainsi qu’il imagine le retour à Gaza, avec son doigt blessé.

En réponse à une demande de Haaretz, le Coordinateur des activités gouvernementales dans les territoires (COGAT) a déclaré :
« Contrairement aux affirmations, la coordination pour le retour des résidents de Gaza soignés en Israël vers la bande n’a été effectuée qu’après avoir reçu le plein consentement de chaque patient et de sa famille, conformément à leurs souhaits. Les patients ont commencé leur traitement en Israël avant la guerre et, en raison de la fermeture des points de passage, leur retour n’a pas été possible jusqu’à présent, bien qu’ils aient terminé leurs soins. Le processus a été coordonné professionnellement, avec la sensibilité requise, et en toute transparence avec toutes les parties concernées. »
En d’autres termes, une « déportation volontaire ». Difficile de croire que des dizaines de patients et leurs proches souhaitent réellement rentrer dans une Gaza dévastée et ensanglantée, où il ne reste aucun hôpital fonctionnel et où nul ne sait s’ils ont encore une maison.

Concernant Yamen, une source au COGAT a déclaré ne connaître aucun plan pour l’expulser. Pourtant, Yamen et sa famille affirment qu’ils ont déjà été informés deux fois de préparer leurs affaires pour une expulsion imminente, dont encore ce lundi. Dans les deux cas, l’administration de l’hôpital leur a dit agir sur instruction du COGAT.

Après l’article de CNN, une ONG sud-africaine a exprimé sa volonté d’aider à lui trouver un lieu de traitement dans ce pays, mais rien encore n’a abouti. Pour Haifa et Yamen, il est vital que Yamen puisse être soigné quelque part et aussi retrouver, après plus de deux ans, son père, ses sœurs et son frère.
La ligne téléphonique entre eux est ouverte presque en permanence, malgré les difficultés de connexion dans la zone de tentes de Muwasi où la famille vit. Ramzi et le frère de Yamen, Yusef, ont été blessés dans un bombardement.
Le 8 octobre 2023, la famille a quitté sa maison à Khan Younis et s’est installée dans sous tente dans la cour d’une école servant d’abri pour déplacés. Mais le site a bientôt été bombardé et la tente a pris feu. Pendant quelques jours, ils ont dormi dans la rue, jusqu’à pouvoir acheter une nouvelle tente et la monter à Rafah, où ils sont restés jusqu’en juin 2024.

Lorsque l’armée israélienne a envahi Rafah, ils ont dû fuir vers Muwasi. Ils ont tout laissé derrière eux et acheté une nouvelle tente. Lors du cessez-le-feu en janvier dernier, ils ont tenté de revenir aux ruines de leur maison. Une pièce se tenait encore debout, alors ils l’ont entourée de bâches plastifiées et s’y sont installés. Mais lorsque le danger s’est accru, ils ont dû fuir de nouveau et retourner à Muwasi avec une autre tente.

À quelle fréquence parlez-vous à votre famille ? demandons-nous.
« Chaque fois qu’ils se disputent et crient, ils appellent », dit Haifa. Et Salman, la journaliste, proche de la famille, ajoute en riant : « Et ça arrive souvent. » Ils se battent dans la tente de Muwasi pour une tranche de pain, une place sur un matelas, pour savoir qui se lavera ou qui aura quelque chose à boire, dit Haifa. Elle dit à chacun qu’il a raison.
Il y a eu de longs jours sans aucun contact, et tous deux vivaient dans la terreur. Haifa appelait quiconque elle connaissait à Gaza pour retrouver son mari et ses enfants, et écoutait chaque bulletin d’information, tremblante. « C’était une période très dure », dit-elle, et les larmes reviennent. Son mari avait besoin d’un déambulateur les premiers mois après sa blessure. Son cœur s’arrêtait à chaque mention de bombardements ou d’incendies à Muwasi.

Quand Yamen est éveillé, il peint ou joue en ligne à des jeux vidéo avec ses oncles en Turquie et à Londres. La vie à l’hôpital est difficile. « Il n’y a ni intimité, ni confort », dit Haifa, encore souriante.
Depuis qu’il a 3 ans, Yamen gardait tous ses jouets dans leurs boîtes d’origine. Lorsque son père et ses frères et sœurs ont dû quitter la maison le 8 octobre, tous les jouets ont été laissés derrière. Son père lui a demandé quel jouet sauver, et Yamen lui a dit d’emporter un jeu de cartes doré. Elles ont survécu jusqu’à ce que la famille doive fuir de la tente à Rafah, puis ont été perdues aussi.
Le personnel de l’hôpital remplace désormais la famille, dit Haifa, mais elle essaie de ne pas trop s’y attacher, sachant qu’ils devront partir. La semaine dernière, quand elle a appris l’expulsion, elle s’est dit qu’elle avait finalement fait ce qu’il fallait. Tout ce qu’elle veut maintenant, c’est que Yamen reçoive le meilleur traitement possible et que la famille soit réunie. Il saigne presque chaque jour, dit-elle, ce qui le plonge dans la dépression.

Maintenant, il a fini sa peinture et l’a signée en bas.

20/11/2025

La “maldición bendita” que redefine a Israel: límites globales, giro en Gaza y un nuevo orden

Gideon Levy, Haaretz, 19/11/2025

Traducido por Tlaxcala


Manifestantes protestan contra el primer ministro Netanyahu y la guerra en Gaza, cerca de Jerusalén en septiembre. Foto Olivier Fitoussi

Las buenas noticias caen sobre nosotros como regalos del cielo. Mientras que en los medios todo se presenta como derrotas y desastres, hacía mucho tiempo que no veíamos un cambio capaz de augurar esperanza.

He aquí la lista: israelíes y palestinos están experimentando una internacionalización acelerada del conflicto; el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha aprobado una resolución que va en la dirección correcta; Israel está siendo devuelto a sus verdaderas dimensiones a una velocidad alentadora, y el destino de los palestinos está siendo retirado cada vez más de su control exclusivo. Es difícil pedir más. Lo que en Israel se presentó como una serie de humillantes derrotas es, en realidad, un conjunto de avances alentadores.

El más importante de ellos es el retorno de Israel a sus verdaderas dimensiones. La superpotencia ha vuelto a ser una superpotencia, y su Estado-cliente ha regresado a su lugar natural. La situación en la que era difícil saber quién estaba en el bolsillo de quién, la difuminación de los roles entre la superpotencia y su Estado-cliente, que duró décadas, ha llegado a su fin. Es una buena noticia para Israel.

La megalomanía ha muerto; el delirio de grandeza y de omnipotencia del Estado ha terminado. Y eso es algo bueno. Israel ya no puede hacer lo que le plazca. El genocidio en Gaza tenía que terminar —no porque el primer ministro Netanyahu lo quisiera, sino porque el presidente usamericano Donald Trump lo ordenó. Si no fuera por él, la matanza habría continuado.

La “derrota” en forma del acuerdo para suministrar cazas F-35 a Arabia Saudí tampoco es necesariamente una derrota. La descentralización de armas en la región podría conducir a contener a Israel, que hasta ahora ha actuado como el matón del barrio al que todos temen: bombardeando y asesinando por toda la región, violando toda soberanía posible, al que todo se le permitía y por nada se le castigaba.

Esto se ha acabado, y es algo bueno para Israel, porque muchos de los desastres que le han sobrevenido fueron consecuencia directa de su arrogancia y agresividad, como si no existiera aquí ningún otro país. Ahora lo hay. Ya no será el único en el vecindario con el avión de combate más avanzado del mundo; esa arma ya no estará exclusivamente en sus manos, y tendrá que pensárselo antes de su próxima salida de bombardeo en la región.


Netanyahu habla en el pleno de la Knéset, el parlamento de Israel, en Jerusalén, la semana pasada. Foto Ronen Zvulun/Reuters

La apropiación por parte de USA de lo que ocurre en Gaza también es un avance positivo. Durante décadas, y especialmente en los últimos dos años, hemos visto lo que Israel sabe hacer en la Franja. El resultado: Gaza es un cementerio. Hay un chico nuevo en el barrio; veamos qué puede hacer. No puede ser peor que lo que Israel ha hecho.

Retirar el control a Israel podría llevar a un proceso similar en Cisjordania. Asume ya dimensiones de sueño. La entrada de una fuerza multinacional en Cisjordania podría poner fin a una situación en la que una nación vive allí indefensa y sin derechos, mientras otra la maltrata sin cesar. Sigue siendo una visión lejana, pero podría hacerse realidad.

Mientras tanto, USA está fortaleciendo sus lazos con Arabia Saudí. ¿En qué perjudica exactamente esto a Israel? Israel ya exige compensación por la pérdida de su “ventaja militar cualitativa”, como si esta le hubiera sido concedida por una promesa divina junto con sus derechos exclusivos sobre esta tierra. ¿Con qué fundamento piensa Israel que solo él merece y tiene derecho a armarse hasta los dientes?


Palestinos caminan junto a los escombros de edificios destruidos, en medio de un alto el fuego entre Israel y Hamás, en la ciudad de Gaza, el miércoles. Foto Dawoud Abu Alkas/Reuters

Ataques cada vez que algo no le gusta, violaciones flagrantes de alto el fuego, asesinatos y actos de terror: Israel no solo cree que todo le está permitido, sino que también está convencido de que a nadie más se le permite nada.

Esta mentalidad lo ha corrompido, y quizá ahora llegue a su fin. Un Israel más modesto en sus ambiciones y menos armado con medios ofensivos podría tener una oportunidad de ser más aceptado en la región.

En 1970, el historiador israelí Shabtai Teveth publicó las versiones hebrea e inglesa de su libro sobre el alto precio que Israel pagó por su victoria en la Guerra de los Seis Días de 1967, La bendición maldita: la historia de la ocupación israelí de Cisjordania. Ahora ha llegado el momento de “la maldición bendita”: no son maldiciones las que caen sobre nosotros, sino quizá bendiciones que marcarán el fin de la era del mesianismo y de la arrogancia hacia todos. El inicio del retorno a la realidad.

La “malédiction bénie” qui redéfinit Israël : limites globales, tournant de Gaza et nouvel ordre

Gideon Levy, Haaretz, 19/11/2025
Traduit par Tlaxcala


Des manifestants protestent contre le Premier ministre Benjamin Netanyahou et la guerre à Gaza, près de Jérusalem en septembre. Photo Olivier Fitoussi

 

Les bonnes nouvelles nous tombent dessus comme des cadeaux venus du ciel. Tandis que dans les médias tout est présenté comme défaites et désastres, cela faisait longtemps que nous n’avions pas connu un changement susceptible d’augurer l’espoir.

Voici la liste : Israéliens et Palestiniens subissent une internationalisation accélérée du conflit ; le Conseil de sécurité des Nations unies a approuvé une résolution qui va dans le bon sens ; Israël est ramené à ses véritables dimensions à une vitesse encourageante, et le sort des Palestiniens est de plus en plus soustrait à son contrôle exclusif. Difficile d’en demander davantage. Ce qui a été présenté en Israël comme une série de défaites humiliantes est en réalité une collection d’évolutions encourageantes.

La plus importante d’entre elles est le retour d’Israël à ses véritables dimensions. La superpuissance est redevenue une superpuissance, et son État-client est revenu à sa place naturelle. L’état de choses où il était difficile de savoir qui était dans la poche de qui, l’effacement des rôles entre la superpuissance et son État-client, qui a duré des décennies, a pris fin. C’est une bonne nouvelle pour Israël.

La mégalomanie est morte, le délire de grandeur et d’omnipotence de l’État est terminé. Et c’est une bonne chose. Israël ne peut plus faire tout ce qui lui plaît. Le génocide à Gaza devait prendre fin – non pas parce que le Premier ministre Benjamin Netanyahou le voulait, mais parce que le président usaméricain Donald Trump l’a ordonné. Sans lui, le massacre aurait continué.

La « défaite » sous la forme de l’accord visant à fournir des avions de chasse F-35 à l’Arabie saoudite n’est pas nécessairement une défaite. La décentralisation des armes dans la région pourrait mener à une forme d’endiguement d’Israël, qui jusqu’ici s’est comporté comme le caïd du quartier que tout le monde craint : bombardant et assassinant à travers la région, violant toutes les souverainetés possibles, à qui tout était permis et qui n’était sanctionné pour rien.

C’est terminé – et c’est une bonne chose pour Israël, car nombre des désastres qui l’ont frappé étaient la conséquence directe de son arrogance et de son agressivité, comme s’il n’existait ici aucun autre pays. Désormais, il y en a un. Israël ne sera plus le seul dans le voisinage à posséder l’avion de chasse le plus avancé du monde ; cette arme ne sera plus exclusivement entre ses mains, et il lui faudra réfléchir avant sa prochaine sortie de bombardement dans la région.


Netanyahou s’adresse à la séance plénière de la Knesset, le parlement israélien, à Jérusalem, la semaine dernière.
Photo Ronen Zvulun/Reuters

L’appropriation par les USA de ce qui se passe à Gaza est également une évolution positive. Depuis des décennies, et tout particulièrement ces deux dernières années, nous avons vu ce qu’Israël sait faire dans la bande. Le résultat : Gaza est un cimetière. Il y a un nouveau garçon dans le quartier ; voyons ce qu’il saura faire. Cela ne peut être pire que ce qu’Israël a fait.

Retirer à Israël le contrôle pourrait mener à un processus similaire en Cisjordanie. Cela prend des allures de rêve. L’entrée d’une force multinationale en Cisjordanie pourrait mettre fin à une situation où une nation y vit, sans défense et sans droits, tandis qu’une autre l’abuse sans relâche. Cela reste une vision lointaine, mais elle pourrait se réaliser.

Pendant ce temps, les USA renforcent leurs liens avec l’Arabie saoudite. En quoi cela lèse-t-il exactement Israël ? Israël demande déjà une compensation pour la perte de son « avantage militaire qualitatif », comme si celui-ci lui avait été donné par une promesse divine en même temps que ses droits exclusifs sur cette terre. Sur quelle base Israël pense-t-il être le seul à mériter et à avoir le droit de s’armer jusqu’aux dents ?


Des Palestiniens passent devant les décombres de bâtiments détruits, au milieu d’un cessez-le-feu entre Israël et le Hamas, dans la ville de Gaza, mercredi.
Photo Dawoud Abu Alkas/Reuters

Des attaques chaque fois que quelque chose ne lui plaît pas, des violations flagrantes de cessez-le-feu, des assassinats et des actes de terreur : Israël ne croit pas seulement que tout lui est permis, il est convaincu que rien n’est permis aux autres.

Cet état d’esprit l’a corrompu, et peut-être qu’à présent il prendra fin. Un Israël plus modeste dans ses ambitions et moins armé de moyens offensifs pourrait avoir une chance d’être davantage accepté dans la région. 

En 1970, l’historien israélien Shabtai Teveth a publié les versions hébreue et anglaise de son livre sur le lourd prix qu’Israël a payé pour sa victoire lors de la guerre des Six-Jours en 1967, La bénédiction maudite : l’histoire de l’occupation par Israël de la Cisjordanie. L’heure est venue, aujourd’hui, de « la malédiction bénie » : il ne s’agit pas de malédictions qui s’abattent sur nous, mais peut-être de bénédictions qui marqueront la fin de l’ère du messianisme et de l’arrogance envers tous. Le début d’un retour à la réalité.


09/11/2025

Jaafar Ashtiyeh: este fotoperiodista palestino ha documentado durante mucho tiempo la violencia israelí. Esta vez, casi lo mató


Ashtiyeh: "Soy el fotógrafo más activo y veterano de Cisjordania y nunca había enfrentado peligros como este."Foto Alex Levac

Jaafar Ashtiyeh, un reconocido fotógrafo de prensa de Cisjordania, ha resultado herido con frecuencia en el curso de su trabajo. Pero nada lo había preparado para lo que los colonos le hicieron.

 Gideon Levy y Jaafar Ashtiyeh / AFP (fotos), Haaretz, 8-11-2025

Traducido por Tlaxcala

 

Jaafar Ashtiyeh ha visto y fotografiado las últimas expresiones de innumerables personas exhalando su último suspiro. Nunca las olvidará. En casi 30 años de trabajo como fotógrafo para la agencia de noticias francesa AFP en Cisjordania, ha captado miles de imágenes de tristeza, sufrimiento humano, muerte, paz, esperanza, victoria e incluso felicidad.

Le cuesta elegir cuál de ellas resume mejor su vida profesional. Pero cuando se le insiste, finalmente elige una: la de una anciana abrazando el tronco de un olivo, tomada en 2006, que desde entonces se ha vuelto icónica.



Este veterano fotógrafo de guerra ha documentado prácticamente todo lo que ha ocurrido en la ocupada y asfixiada Cisjordania en las últimas décadas. Hace alrededor de un mes, mientras documentaba a palestinos cosechando aceitunas, fue atacado por una banda de colonos violentos. Incendiaron su coche ante sus ojos, y está convencido de que, de no haber huido, lo habrían matado.

Nos encontramos la semana pasada en un café de la localidad de Huwara, cerca de Nablus, no lejos del lugar del crimen: los olivares pertenecientes a los habitantes del pueblo de Beita. Ashtiyeh aún no tiene coche nuevo y apenas ha vuelto a trabajar desde el asalto. En él todavía son visibles los signos del trauma, las consecuencias del ataque y, sobre todo, la impotencia que siente, incluso en este veterano curtido.


El coche de Jaafar Ashtiyeh arde en el pueblo de Beita el 10 de octubre. "No estoy a favor ni en contra de nadie", dice. Su trabajo, explica, siempre ha sido simplemente tomar fotografías. "Algunos soldados lo entendían, otros nos llamaban terroristas."

 

Nació hace 57 años en el pueblo de Salem, cerca de Nablus, donde aún vive con su familia. Durante algunos años fue vicepresidente del consejo local de forma voluntaria. Desde su juventud, nunca ha sido arrestado ni ha tenido problemas con las fuerzas de seguridad israelíes. Como fotógrafo de una agencia internacional, afirma mantener la neutralidad.

Ashtiyeh nunca estudió fotografía —estudió economía en un colegio de Nablus—, pero en 1996 comenzó a trabajar para AFP. Había alquilado una cámara y fotografiado escenas en la Tumba de José. La prestigiosa agencia publicó las imágenes y desde entonces trabaja allí. La BBC eligió una de sus fotos como “fotografía del año”.

Jaafar Ashtiyeh : ce photojournaliste palestinien a longtemps documenté la violence israélienne. Cette fois, elle a failli le tuer


 Ashtiyeh : « Je suis le photographe le plus actif et le plus ancien de Cisjordanie, et je n’ai jamais affronté de dangers comme ceux-ci. » Photo Alex Levac

Jaafar Ashtiyeh, photographe de presse renommé en Cisjordanie, a été blessé à de nombreuses reprises au cours de son travail. Mais rien ne l’avait préparé à ce que les colons lui ont fait subir.

Gideon Levy & Jaafar Ashtiyeh / AFP (photos), Haaretz, 8/11/2025
Traduit par Tlaxcala

 

Jaafar Ashtiyeh a vu et photographié les dernières expressions d’innombrables personnes rendant leur dernier souffle. Il ne les oubliera jamais. En près de trente ans de travail comme photographe pour l’agence de presse française AFP en Cisjordanie, il a saisi des milliers d’images de tristesse, de souffrance humaine, de mort, de paix, d’espoir, de victoire, voire de bonheur.

Il lui est difficile de choisir laquelle résume le mieux sa vie professionnelle. Mais lorsqu’on le presse, il finit par en désigner une : celle d’une vieille femme étreignant le tronc d’un olivier, prise en 2006, devenue depuis iconique.


 

Ce photographe de guerre vétéran a documenté pratiquement tout ce qui s’est produit en Cisjordanie occupée et asphyxiée au cours des dernières décennies. Il y a environ un mois, alors qu’il photographiait des Palestiniens récoltant leurs olives, il a été attaqué par une bande de colons violents. Ils ont incendié sa voiture sous ses yeux et, s’il n’avait pas pris la fuite, il est convaincu qu’ils l’auraient tué.

Nous l’avons rencontré la semaine dernière dans un café de la ville de Huwara, près de Naplouse, non loin du lieu de l’agression : des oliveraies appartenant aux habitants du village de Beita. Ashtiyeh n’a pas encore de nouvelle voiture et a à peine repris le travail depuis l’attaque. Les signes de choc, les séquelles de l’agression et, surtout, le sentiment d’impuissance qu’il éprouve restent visibles, même sur ce vétéran aguerri.


La voiture de Jaafar Ashtiyeh brûle dans le village de Beita le 10 octobre. « Je ne suis pour ni contre personne », dit-il. Son travail, explique-t-il, a toujours consisté simplement à prendre des photos. « Certains soldats le comprenaient ; d’autres nous traitaient de terroristes. »

 

Il est né il y a 57 ans dans le village de Salem, près de Naplouse, où il vit toujours avec sa famille. Pendant quelques années, il a été vice-président du conseil local à titre bénévole. Depuis sa majorité, il n’a jamais été arrêté ni eu de démêlés avec les forces de sécurité israéliennes. En tant que photographe pour une agence internationale, il affirme maintenir la neutralité.

Ashtiyeh n’a jamais étudié la photographie – il a fait des études d’économie dans un collège de Naplouse –, mais en 1996, il a commencé à travailler pour l’AFP. Il avait loué un appareil photo et pris des clichés au tombeau de Joseph. L’agence prestigieuse les a publiés et l’a engagé depuis. La BBC a même choisi une de ses photos comme « photographie de l’année ».

Jaafar Ashtiyeh: This Palestinian Photojournalist Has Long Documented Israeli Violence. This Time, It Nearly Killed Him

 


Ashtiyeh. "I'm the most active and veteran photographer in the West Bank and I've never faced dangers like this." Photo Alex Levac

Jaafar Ashtiyeh, an acclaimed West Bank press photographer, has been wounded frequently in the course of his work. But nothing prepared him for what settlers did to him


Gideon Levy & Jaafar Ashtiyeh / AFP (photos), Haaretz, 8/11/2025

 

Jaafar Ashtiyeh has seen and photographed the final expressions of innumerable people drawing their last breath. He will never forget them. In the course of nearly 30 years of work as a photographer for the French news agency AFP in the West Bank, he has captured thousands of images of sadness, of human suffering, of death, of peace, of hope, of victory, even of happiness.

 

It's hard for him to choose which of them best encapsulates his life's work. But when pressed, he finally chooses choose one – of an elderly woman hugging the trunk of an olive tree – which he took in 2006 and has since become iconic.

 

This veteran war photographer has documented virtually everything that has happened in the occupied and suffocated West Bank in recent decades. About a month ago, while documenting Palestinians harvesting their olive crop, he was attacked by a gang of violent settlers. They set his car afire before his eyes, and if he hadn't run for his life he's certain they would have killed him.

 

We met last week in a café in the town of Huwara, near Nablus, not far from the scene of the crime: groves owned by inhabitants of the village of Beita. Ashtiyeh doesn't have a new car yet and he's barely gone back to work since the assault. Signs of shock, of the consequences of the attack and above all of helplessness he feels are still visible even on this warhorse.


Jaafar Ashtiyeh's car burns in the village of Beita on October 10. He's "not for or against anyone," he says. His job, he explains, has always been simply to take pictures. "Some soldiers understood that – others called us terrorists." 

 

He was born 57 years ago in the village of Salem, not far from Nablus, and still lives there with his family. For a few years he served as deputy head of the local council on a volunteer basis. Since coming of age, he has never been arrested or gotten into trouble with the Israeli security forces. As a photographer for an international news agency, he says, he maintains neutrality.

 

Ashtiyeh never studied photography – he studied economics in a Nablus college – but in 1996 started to work for AFP. He had rented a camera and photographed scenes at Joseph's Tomb. The prestigious agency published the shots and he has been employed there ever since. The BBC once chose one of his pictures as photograph of the year.