François Vadrot,
21-11-2025
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Traducido por Tlaxcala
El discurso del general Mandon, jefe del Estado mayor de los ejércitos de Francia, ante los alcaldes de Francia revela una estrategia interna de control mientras el país se prepara para el colapso de Ucrania y el desmoronamiento político de la Unión Europea.
El gobierno francés se enfrenta a una ruptura geopolítica
e institucional que ya no puede influir: la probable derrota de Ucrania y la
acelerada fragmentación de la Unión Europea. Tomados en conjunto, estos
acontecimientos crean un vacío. Durante tres décadas, Francia ha construido
casi toda su política exterior, su marco económico y su estrategia regulatoria
dentro de la estructura europea y atlántica. Si Ucrania colapsa, no se trata
simplemente de un revés diplomático. Es el fin de un relato que mantenía cohesionada
a Europa y que justificaba su alineamiento estratégico. Si la UE se fractura o
demuestra ser incapaz de absorber este impacto, el soporte estructural del que
depende el poder ejecutivo francés desaparece de inmediato.
El presidente Macron gobierna dentro de un sistema en el
que el Estado ya no dispone de anclajes políticos tradicionales, de confianza
pública ni de mucho margen de maniobra. Su poder efectivo descansa en un
conjunto de apoyos interconectados: el marco europeo, la disciplina fiscal
impulsada por la UE, la polarización geopolítica y una cultura administrativa
moldeada por años de gestión de emergencia. Si la columna europea cae o se
detiene, todo este andamiaje se desmorona. El presidente se enfrentaría a un
país que ya no podría gestionar políticamente, sin las palancas legales o
institucionales que los mecanismos europeos han proporcionado durante años.
Este es el contexto en el que debe leerse el discurso del
general Fabien Mandon. Hablando el 18 de noviembre de 2025 en la apertura del
congreso anual de los alcaldes franceses¹—un encuentro que encarna la columna
vertebral del gobierno local—, no se dirigió al mundo exterior. Se dirigió a lo
que viene después. Su mensaje preparó a los responsables locales para un
escenario en el que el Estado central ya no pueda apoyarse en las estructuras
europeas. Puso a prueba la idea de una forma territorial de control político en
un futuro donde la autoridad nacional tendría que reconstruirse sin el
intermediario europeo. Sus referencias a “aceptar sacrificios” o a estar
“preparados en tres o cuatro años” apuntan hacia el interior: hacia un país que
afronta la desaparición de sus restricciones habituales y la necesidad de
reafirmar su autoridad mediante otros medios.
Su petición de que los alcaldes proporcionen terrenos e
instalaciones para el ejército adquiere un significado particular en este
contexto. No se trata de instrucción militar convencional. Se trata de integrar
a las fuerzas armadas en la gestión del territorio civil. El ejército se
convierte en un actor estabilizador cuando las instituciones normales se
debilitan. En un sistema donde el Estado central teme su propia erosión, lo
militar ofrece una infraestructura alternativa: presencia, logística, jerarquía,
continuidad simbólica. Esto no es una preparación para una guerra externa. Es
una preparación para un periodo en el que haya que mantener el orden interno
sin el marco europeo que normalmente lo sostiene.
La inminente capitulación de Ucrania desempeña aquí un
papel psicológico fundamental. Deja al descubierto la fragilidad de una
política exterior basada en la idea de una Europa unida frente a la agresión.
Si ese relato se derrumba, la presidencia francesa pierde una de sus últimas
fuentes de legitimidad. La respuesta de Jean-Luc Mélenchon², una figura
destacada de la oposición conocida por sus argumentos institucionales, no
abordó esta dimensión. Repitió los principios constitucionales, dando por hecho
que el Estado permanece intacto. El discurso de Mandon parte de la suposición
opuesta: que el Estado podría no permanecer intacto y podría necesitar formas
inusuales de apoyo.
Bajo esta luz, recurrir al ejército no es una expresión
de militarismo exterior sino una anticipación de aislamiento político interno.
Francia podría encontrarse en una situación en la que el ejecutivo permanezca
solo: sin alianzas externas sólidas, sin confianza interna, sin estructuras
partidarias y con un margen económico limitado. Una presencia militar
distribuida, implementada con la cooperación de las autoridades locales, podría
proporcionar una forma mínima de cohesión y una herramienta para gestionar
tensiones sociales durante una fase de inestabilidad.
Las referencias a China o Rusia pierden su significado
estratégico. Solo sirven para enmarcar el relato. El verdadero problema es
interno: diseñar una arquitectura de control para un momento en el que las
estructuras políticas existentes se desmoronan. En este sentido, el discurso de
Mandon señala una estrategia de transición. El ejecutivo se está preparando
para una Europa que quizá ya no se sostenga, y para una forma de gobernanza que
debe funcionar en un entorno institucional reducido. El ejército aparece como
la última institución fiable, territorialmente anclada y estructuralmente
intacta.
Vista así, la frase dirigida a los alcaldes no es un
detalle menor, sino el núcleo del mensaje. Marca el inicio de una nueva
relación entre el Estado, el ejército y las autoridades locales—no para
enfrentar a un enemigo exterior, sino para gestionar la incertidumbre interna
provocada por un colapso político que el ejecutivo sabe que no puede evitar
indefinidamente.
Notas
1.
AMF
(Asociación de los Alcaldes de Francia), El
jefe del Estado Mayor de los Ejércitos llama a los alcaldes a preparar a la
población para futuros conflictos, 19 de noviembre de 2025.
2.
YouTube,
Jean-Luc Mélenchon, No queremos la guerra, 20 de noviembre de 2025. Aquí la transcripción:
“No queremos la guerra”
Jean-Luc Mélenchon, 20/11/2025El jefe del Estado Mayor de los ejércitos se dirigió a los alcaldes de Francia. En nombre de los insumisos, expreso un desacuerdo total tanto con su intervención como con su contenido. No se trata de una polémica, sino de un recordatorio del orden republicano. En una República, la autoridad militar —como todas las demás comparables— está estrictamente subordinada a la autoridad política, a la que obedece en el servicio del país.
En democracia y en República, corresponde al Parlamento y al presidente —y a nadie más— designar al enemigo y llamar al combate si este debe emprenderse, no al jefe del Estado Mayor de los ejércitos. En este ámbito más que en cualquier otro, cada quien debe mantenerse en su lugar para poder, llegado el caso, ocupar su puesto.
No queremos la guerra. A esta hora, no tiene nada de inevitable. Y si llegara a producirse, sería porque quienes deciden estas cuestiones la habrían querido, o porque la diplomacia habría fracasado. Nadie, salvo las autoridades responsables, puede declarar tal fracaso.
El general Mandon pronunció un discurso basado en evaluaciones y pronósticos excesivamente alarmistas. No cuentan con ninguna validación oficial de las autoridades competentes para formularlos —y solo ellas pueden hacerlo—. Afirma que el país debe estar preparado en tres o cuatro años. Es un error. El país ya está preparado. Su fuerza de disuasión está lista, y los posibles agresores no deben dudarlo.
El general dice que habría que aceptar el riesgo de perder hijos, de sufrir económicamente. Es un error. Francia no aceptará la menor forma de agresión, y su disuasión está ahí para dejarlo claro. El general designa posibles enemigos. Otro error. Corresponde a la autoridad política del Parlamento y al jefe del Estado —y solo a ellos— hacerlo, pues tal declaración equivale a abrir el combate.
Una usurpación de responsabilidad de este tipo, tales palabras, son inaceptables. Al repetir públicamente escenarios de guerra desde una visión arcaica en la era nuclear, el general sobrepasa su función. Los jefes militares asesoran al poder civil —es normal—, pero no orientan por ello las políticas de defensa de la nación ni dictan a los cargos locales lo que deben hacer.
El deber de reserva se impone a todos los militares para que puedan recibir el apoyo de todos los franceses. Este deber forma parte de las exigencias de una profesión mucho más rigurosa que muchas otras —lo sabemos—, pero declaraciones públicas que comprometen al país en un imaginario de guerra no deben producirse.
La France Insoumise pide al presidente de la República, único jefe de los ejércitos, que llame al orden al general Mandon. Pedimos al presidente reafirmar que las orientaciones estratégicas de Francia competen exclusivamente al debate político y a las autoridades civiles, sometidas al control del Parlamento. Le pedimos recordar que Francia no quiere la guerra.
Concluyo diciéndoles que ninguna guerra es jamás inevitable y que no sirve de nada asustar a los franceses, mientras hagamos todo lo posible para evitar a la humanidad la prueba nuclear que la guerra contiene hoy y cuyas alarmas no deben ser utilizadas en exceso.

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