Reinaldo Spitaletta, Sombrero de Mago, El Espectador, 2-9-2025
La idea es arrasarlo todo. Y, en esos ataques aleves, que arrojan decenas de víctimas, están como blanco elegido los periodistas que cubren el genocidio de Israel en la Franja de Gaza. Hace poco más de una semana, un ataque contra el Hospital Nasser, borró para siempre a cinco reporteros de distintos medios, que se suma al asesinato de cerca de doscientos más, víctimas, como tantos civiles, del fuego israelí.
El ejército de Israel está asesinando, de modo selectivo,
a los que narran la tragedia del pueblo palestino, a quienes cuentan, en medio
de dificultades para la consecución y transmisión de información, cómo mueren
—en lo que ya parece ser una infinita hecatombe— los niños de la Franja de
Gaza. Si, en general, el periodismo ha sido una profesión de alto riesgo, en
esta parte del mundo su práctica ya es una condena a muerte.
Mohamed Solaimane, reportero palestino, colaborador del
diario El País, de España, relató en primera persona
un testimonio de los significados,
tensiones y miedos de estar siempre al borde de un precipicio mortal. Hace unos
días, se salvó de engrosar la lista de reporteros asesinados, porque tuvo un
retraso en la entrega de su reportaje sobre “el colapso de la asistencia
sanitaria” en el Complejo Médico Nasser.
Pese a los ruegos de su esposa e hijos, el reportero, que
sabe que esta caminando por una peligrosísima cuerda floja, se rehúsa a no
continuar con su deber de informar sobre la descomunal tragedia de un pueblo,
como el suyo. “No puedo dejar este trabajo. ¿Quién documentará los crímenes
cometidos contra inocentes si alguno de nosotros flaquea?”, escribió en una
nota del mencionado periódico español.
“Quién transmitirá al mundo el genocidio de todo un
pueblo si los periodistas se rinden”, declaró en su doloroso relato. Sabe que
su ejercicio es de alto riesgo, es, como se ha dicho, sobre todo en Gaza, una
“profesión de la muerte”. Pese a tantas censuras, a los intereses
propagandísticos de Estados Unidos e Israel, causantes de esta masacre que
repugna a la mayoría del mundo, hasta nosotros, del otro lado de la tierra, nos
llegan los ecos del genocidio, el llanto de los niños supérstites, el horror de
las madres…
Y cuando no es por las voces de los periodistas, es por
la de los poetas. La poesía emerge como otra manera de la resistencia contra la
ignominia. “Mañana me quitarán / los vendajes. / Me pregunto: / ¿veré media
naranja, /media manzana o medio /rostro de mi madre /con el ojo que me queda?”,
lloran los versos de la poetisa Hanah Ashrawi. Ah, y qué tal estos versos
iniciales, del poema “A la mierda su conferencia sobre técnica, a mi gente la
están matando”, de Noor Hindi: “Los
colonizadores escriben de flores. / Yo les hablo de niños que tiran piedra a
tanques israelíes. / momentos antes de convertirse en margaritas”.
Volvamos con Solaimane. Él sabe que ser reportero en Gaza
es estar al borde de la muerte. Y más aún, cuando las tropas de Netanhayu y de
Trump, no se gastan miramientos en quién es periodista y quién un chicuelo que
llora junto a algún olivo. “Israel ha abandonado todas las normas legales, de derechos
humanos y morales. La muerte de un periodista significa poco para un Estado que
mata a decenas de miles de civiles sin retroceder ni un centímetro”, escribió
el reportero, que, además, ya tiene listo su testamento.
“Los alrededor de 1.000 periodistas que seguimos
informando desde Gaza, según los datos del Sindicato de Periodistas Palestino,
vivimos en las condiciones más peligrosas del mundo para los reporteros, con
246 informadores muertos y 500 heridos por los ataques israelíes desde octubre
de 2023”, señaló Solaimane. Es probable, como él mismo lo presiente, que mañana
ya no esté, que las balas de Israel lo asesinen. Se dirá, desde la perspectiva
de los victimarios, que un periodista más muerto, eso qué importa.
Sin embargo, los periodistas muertos, los periodistas vivos, los que han sacrificado su vida por dar a conocer uno de los más aberrantes exterminios, un genocidio, son parte del alma de una historia que continúa escribiéndose con sangre. Sí, se dirá, como debe decirse en todas partes: “Yo soy Gaza, vos sos Gaza, todos somos Gaza”, y entonces cada día la solidaridad, así como el dolor, crecerán hasta que cese la horripilante noche.
Hace años, leí una crónica de un médico palestino, Jehad Yousef, que volvió de paso a su tierra y expresó su testimonio sobre las villanías a las que Israel somete a los palestinos: “Nos robaron la tierra, la vida, nos violan nuestros derechos humanos. Nos asesinan, nos humillan, nos asfixian, por eso nos temen y nos vigilan”. El calvario continúa. Ahora con más sevicia que antes. Ni perdón ni olvido para las tropelías de Netanyahu y Trump.