Gideon Levy, Haaretz, 26/11/2025
Traducido por Tlaxcala
¿Qué sabemos de nuestro ejército? Casi nada. ¿Qué sabemos de la calidad de sus comandantes? Mucho menos.
Cada oficial superior nombrado para un puesto es inmediatamente coronado
por el coro de periodistas militares como un «oficial respetado» – siempre un
oficial respetado, pero no está claro quién lo respeta ni por qué – y luego su
mandato pasa sin que nadie, en la población civil, tenga idea alguna de si fue
un buen comandante. Los generales y coroneles no son entrevistados, salvo en
entrevistas empalagosas y embarazosas organizadas por la Portavocía del
Ejército. Nadie sabe con certeza: ¿son buenos? ¿Son malos? ¿El ejército bajo su
mando vale algo? ¿Quién sabe?
Después dejan el ejército y se convierten en comentaristas de estudio y en
perritos falderos de los políticos, y entonces se revela por completo su
desnudez. Resulta que nos engañaron, nos estafaron. El oficial respetado es a
veces un necio; el agente secreto, un completo idiota. Sin dar nombres, los
ejemplos abundan.
Muchos oficiales venerados de Tsahal, Mosad o Shin Bet pierden su halo de
gloria al exponerse a la luz. Más les valdría quedarse en la sombra,
especialmente en los últimos dos años, cuando coroneles retirados invadieron
los estudios de televisión. Cada oficial y agente de inteligencia cree saber
parlotear sobre cualquier tema del mundo – y la vergüenza no hizo sino
intensificarse.
Esta semana, Israel estaba en un frenesí por ellos. ¿Se concretará el
nombramiento del general Sombra como agregado militar en Washington?
¿Permanecerá el general Macana al frente de la Inteligencia Militar? Contenemos
la respiración. Nadie tiene idea de quiénes son ni cuánto valen, pero todos
tienen una opinión sobre quién es digno y quién no. Lo mismo ocurre con la
batalla de los gigantes entre el ministro de Defensa y el jefe del Estado
Mayor: todos tienen una opinión sobre quién es el bueno y quién es el malo.
Aparentemente, el campo democrático debería alegrarse de que exista un
ministro de Defensa civil que ponga freno al ejército y le imponga límites. El
hecho de que sea en realidad el campo derechista quien esté degollando a la más
sagrada de todas las vacas sagradas, las FDI, debería ser alentador, incluso si
se hace por las razones equivocadas.
Las FDI se han convertido en un monstruo desbocado. Solo el caos total y
delirante en Israel podía producir una situación en la que el director del
servicio secreto, el Shin Bet, se convierta en el guardián de la democracia, y
el jefe del Estado Mayor, en el héroe del campo liberal, víctima del villano:
el ministro civil de Defensa. Es cierto que el ministro de Defensa Israel Katz
hizo todo lo posible para ganarse un nombre que suscita burla y repulsión, pero
¿qué sabemos de su oponente, el teniente general Eyal Zamir? ¿Es un buen jefe
del Estado Mayor? ¿Uno malo? ¿Quién sabe? Esperemos a que se siente en los
estudios televisivos como civil, y quizá volvamos a encogernos de vergüenza.
Lo que sí se sabe no interesa a la mayoría de los israelíes. Zamir es el
comandante que convirtió Gaza en un cementerio y un páramo de escombros. Es el
comandante que cometió (y comete) crímenes de guerra y genocidio. Es el
comandante cuyos soldados roban el ganado palestino sin ser llevados ante la
justicia. Cualquier apoyo hacia él, incluso contra Katz el Satán, es un apoyo a
sus iniquidades, que algún día saldrán a la luz y serán juzgadas, ojalá al
menos por el tribunal de la historia, si no antes.
Cuesta creer que su clara implicación en violaciones tan horrendas del
derecho internacional no mejore ni empeore la opinión pública sobre él. Como si
se tratara de un asunto marginal, un pasatiempo oscuro. Y no es solo él: todos
los comandantes y soldados de las FDI – ninguno es juzgado por sus iniquidades.
Se les perdona todo, porque nos protegen, supuestamente. Incluso se les perdona
el fracaso del 7 de octubre. En la Esparta de 2025, las FDI siguen por encima
de toda sospecha, una especie de vaca sagrada.
Aparentemente, el campo democrático debería alegrarse de que exista un
ministro de Defensa civil que ponga freno al ejército y le imponga límites.

