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04/11/2021

ANN JONES
“Es hora ya de que nos sintamos enfadadas”
Recordando al Afganistán olvidado

Ann Jones, TomDispatch.com, 31/10/2021 

Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala

 Lo sé, lo sé. Es lo último de lo que quieren oír hablar. Veinte años de carnicería estadounidense en Afganistán fueron suficientes para ustedes, estoy segura, y hay muchas otras cosas de las que preocuparse en un Estados Unidos al borde de... bueno, ¿quién sabe de qué? Pero para mí es diferente. Fui a Afganistán en 2002, ya indignada por la malograda guerra de este país sobre esa pobre tierra, para ofrecer toda la ayuda que pudiera a las mujeres afganas. Y por poco que haya podido hacer en esos años, Afganistán me ha dejado una impresión profunda y duradera.

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10/09/2021

ANAND GOPAL
Las otras mujeres afganas

Anand Gopal, The New Yorker, 13/9/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala  

Anand Gopal es profesor adjunto de investigación del Centro sobre el Futuro de la Guerra, de la Escuela de Política y Estudios Globales de la Universidad Estatal de Arizona (ASU). Es periodista y sociólogo (doctorado por la Universidad de Columbia) y ha trabajado extensamente en Afganistán, Siria e Iraq. Ha realizado reportajes para New Yorker, New York Times Magazine y otras publicaciones, al tiempo que ha elaborado estudios basados en su trabajo de campo y en el análisis de redes complejas. Su libro “No Good Men Among the Living : America, the Taliban and the War Through Afghan Eyes fue finalista del Premio Pulitzer 2015 de no ficción general y del National Book Award 2014. Ha ganado un National Magazine Award, un George Polk Award y tres premios del Overseas Press Club por sus reportajes sobre Oriente Medio. Su trabajo actual se centra en la democracia y la desigualdad, y está escribiendo un libro sobre las revoluciones árabes. Habla árabe, dari y pastún. @Anand_Gopal_

En el campo, la interminable matanza de civiles puso a las mujeres en contra de unos ocupantes que decían ayudarlas.

Más del 70% de los afganos no viven en las ciudades. En las zonas rurales la vida bajo la coalición liderada por USA y sus aliados afganos se convirtió en puro peligro; incluso tomar té en un campo iluminado por el sol, o ir en coche a la boda de tu hermana, era una apuesta potencialmente mortal. (Foto: Stephen Dupont/Contact Press Images)

 

Una tarde del pasado agosto, Shakira oyó golpes en la puerta de su casa. En el valle de Sangin, en la provincia de Helmand, al sur de Afganistán, las mujeres no deben ser vistas por hombres que no sean parientes suyos, así que su hijo de diecinueve años, Ahmed, fue a abrir la puerta. Afuera había dos hombres con bandoleras y turbantes negros, que llevaban rifles. Eran miembros de los talibanes, que habían emprendido una ofensiva para arrebatar el campo al Ejército Nacional Afgano. Uno de los hombres advirtió: “Si no os marcháis de inmediato, va a morir todo el mundo”.
Shakira, que ronda los cuarenta años, reunió a su familia: su marido, un comerciante de opio, estaba profundamente dormido tras haber sucumbido a las tentaciones de su producto, y sus ocho hijos, incluida la mayor, Nilofar, de veinte años -de la misma edad que la propia guerra-, a la que Shakira llamaba su “sustituta”, porque ayudaba a cuidar de los más pequeños. La familia cruzó una vieja pasarela que atravesaba un canal, y luego se abrió paso entre juncos y parcelas irregulares de judías y cebollas, atravesando casas oscuras y vacías. Sus vecinos también habían sido advertidos y, salvo por las gallinas errantes y el ganado huérfano, el pueblo estaba vacío.
La familia de Shakira caminó durante horas bajo un sol abrasador. Empezó a sentir el traqueteo de golpes lejanos y vio cómo la gente iba fluyendo desde las aldeas de la ribera: hombres agachados bajo bultos abarrotados de todo lo que no podían soportar dejar atrás, mujeres caminando tan rápido como les permitían sus burkas.
El golpeteo de la artillería llenaba el aire, anunciando el comienzo de un asalto talibán a un puesto de avanzada del ejército afgano. Shakira mantenía en equilibrio a su hija menor, de dos años, sobre su cadera mientras el cielo centelleaba y tronaba. Al anochecer habían llegado al mercado central del valle. Los escaparates de hierro corrugado habían sido en gran parte destruidos durante la guerra. Shakira encontró una tienda de una sola habitación con el techo intacto y su familia se instaló allí para pasar la noche. Para los niños, sacó un juego de muñecas de tela, una de las muchas distracciones que había practicado durante los años de huir de las batallas. La tierra tembló mientras sostenía las figuras a la luz de una cerilla.
Al amanecer, Shakira salió al exterior y vio que unas cuantas docenas de familias se habían refugiado en el abandonado mercado. Antes había sido el bazar más próspero del norte de Helmand, con tenderos que pesaban el azafrán y el comino en balanzas, carros cargados de vestidos de mujer y escaparates dedicados a la venta de opio. Ahora sobresalían por todas partes pilares sueltos y el aire olía a restos de animales en descomposición y a plástico quemado.
A lo lejos, el suelo estallaba de repente creando fuentes de tierra. Los helicópteros del ejército afgano zumbaban por encima, y las familias se escondían detrás de las tiendas, considerando cuál podría ser su próximo movimiento. Había combates a lo largo de las murallas de piedra del norte y de la ribera del río al oeste. Al este, el desierto de arena roja se extendía hasta donde Shakira podía ver. La única opción era dirigirse al sur, hacia la frondosa ciudad de Lashkar Gah, que seguía bajo el control del gobierno afgano.
El viaje implicaba atravesar una llanura árida plagada de bases estadounidenses y británicas abandonadas, donde anidaban francotiradores, y cruzar alcantarillas potencialmente llenas de explosivos. Unas cuantas familias se pusieron en marcha. Incluso si llegaban a Lashkar Gah, no podían estar seguros de lo que encontrarían allí. Desde el comienzo del bombardeo de los talibanes, los soldados del ejército afgano se habían rendido en masa, suplicando un pasaje seguro a casa. Estaba claro que los talibanes no tardarían en llegar a Kabul, y que los veinte años y los billones de dólares dedicados a derrotarlos habían quedado en nada. La familia de Shakira estaba en el desierto, discutiendo la situación. Los disparos sonaban cada vez más cerca. Shakira vio vehículos talibanes corriendo hacia el bazar y decidió quedarse. Estaba cansada hasta los huesos, con los nervios a flor de piel. Afrontaría lo que viniera después, lo aceptaría como una sentencia. “Llevamos toda la vida huyendo”, me dijo. “No voy a ir a ninguna parte”.
La guerra más larga de la historia de Estados Unidos terminó el 15 de agosto, cuando los talibanes capturaron Kabul sin disparar un solo tiro. Hombres barbudos y desaliñados con turbantes negros tomaron el control del palacio presidencial, y alrededor de la capital se izaron las austeras banderas blancas del Emirato Islámico de Afganistán. Cundió el pánico. Algunas mujeres quemaron sus expedientes escolares y se escondieron, temiendo volver a los años noventa, cuando los talibanes les prohibieron aventurarse solas en las calles y prohibieron la educación de las niñas. Para los estadounidenses, la posibilidad muy real de que los logros de las dos últimas décadas pudieran borrarse parecía plantear una terrible elección: comprometerse de nuevo con la aparentemente inacabable guerra o abandonar a las mujeres afganas.

27/08/2021

Entrevista con la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA) ante la toma del poder por los talibanes

RAWA, 21/8/2021

Traducido del inglés por Sinfo Fernández

¿Qué broma es esa de decir que valores como los “derechos de la mujer”, la “democracia”, la “construcción de la nación”, etc., ¡formaban parte de los objetivos de USA y la OTAN en Afganistán!?

Afghan Women's Mission (AWM) se ha puesto en contacto con RAWA para atender sus necesidades en este momento tan urgente. En esta breve entrevista con la codirectora de AWM, Sonali Kolhatkar, RAWA explica la situación sobre el terreno tal y como ellos la ven. Pueden hacerse donaciones a RAWA aquí.

Sonali Kolhatkar (SK): Durante años RAWA se ha manifestado en contra de la ocupación usamericana y, ahora que esta ha terminado, los talibanes han vuelto. ¿Podría el presidente Biden haber retirado sus fuerzas de forma que hubiera dejado a Afganistán en una situación más segura que la actual? ¿Podría haber hecho algo más para garantizar que los talibanes no pudieran tomar el control tan rápidamente?

RAWA: En los últimos 20 años, una de nuestras exigencias era el fin de la ocupación de USA y la OTAN, y mejor aún si se llevaban a sus fundamentalistas islámicos y tecnócratas y dejaban que nuestro pueblo decidiera su propio destino. Esta ocupación solo ha provocado derramamiento de sangre, destrucción y caos. Convirtieron a nuestro país en el lugar más corrupto, inseguro, narcomafioso y peligroso del mundo, especialmente para las mujeres.

Desde el principio pudo predecirse ya este resultado. En los primeros días de la ocupación usamericana de Afganistán, el 11 de octubre de 2001, RAWA declaró:

“La continuación de los ataques usamericanos y el aumento del número de víctimas civiles inocentes no solo da una excusa a los talibanes, sino que también provocará la potenciación de las fuerzas fundamentalistas en la región e incluso en el mundo”.

La principal razón por la que estábamos en contra de esta ocupación fue por su apoyo al terrorismo bajo la bonita bandera de la “guerra contra el terror”. Desde los primeros días en que los saqueadores y asesinos de la Alianza del Norte fueron instalados de nuevo en el poder en 2002, hasta las últimas supuestas conversaciones de paz, tratos y acuerdos en Doha y la liberación de 5000 terroristas de las cárceles en 2020/21, resultaba muy obvio que ni siquiera la retirada iba a tener un buen final.

El Pentágono no hace sino demostrar que ninguna de las teóricas invasiones o intromisiones terminaron en condiciones de seguridad. Todas las potencias imperialistas invaden países por sus propios intereses estratégicos, políticos y financieros, pero a través de mentiras y de los poderosos medios de comunicación corporativos tratan de ocultar su verdadero motivo y agenda.

¡Es una broma decir que valores como los “derechos de la mujer”, la “democracia”, la “construcción de la nación”, etc., formaban parte de los objetivos de USA y la OTAN en Afganistán! USA vino a Afganistán para convertir la región en una zona de inestabilidad y terrorismo a fin de rodear a las potencias rivales, especialmente China y Rusia, y socavar sus economías mediante guerras regionales. Aunque, por supuesto, el gobierno de USA no quería una salida tan desastrosa, vergonzosa y embarazosa que dejara tras de sí tal conmoción que se viera obligado a enviar tropas de nuevo en 48 horas para controlar el aeropuerto y evacuar con seguridad a sus diplomáticos y personal.

Creemos que USA abandonó Afganistán por sus propias debilidades y no por la derrota de sus criaturas (los talibanes). Hay dos razones importantes para esta retirada.

La razón principal es la múltiple crisis interna de USA. Los signos del declive del sistema usamericano se vieron en la débil respuesta ante la pandemia de Covid-19, el ataque al Capitolio y las grandes protestas de su pueblo en los últimos años. Los responsables políticos se vieron obligados a retirar las tropas para centrarse en cuestiones internas candentes.

24/08/2021

YVONNE RIDLEY
¿Qué pueden ofrecer los talibanes a las mujeres de Afganistán?


Yvonne Ridley, Middle East Monitor, 20/8/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala

El hashtag #womensrights (derechos de las mujeres) ha sido tendencia en las redes sociales desde que los talibanes se hicieran con la capital afgana, Kabul, en lo que fue una toma casi incruenta. Por lo demás, la transición del poder fue mucho más suave que la de Washington a principios de este año, cuando el traspaso de poderes entre Trump y Biden se saldó con cinco muertos y cientos de heridos después de que los alborotadores asaltaran el edificio del Capitolio y asediaran a los aterrorizados congresistas usamericanos.

Sin embargo, tal vez el titular más importante que salió de Kabul, aparte de la asombrosa victoria militar de los talibanes, se anunció durante la extraordinaria conferencia de prensa que siguió. Conocido por la mayoría de los periodistas solo como una voz al otro lado de una llamada telefónica, por fin pudimos ver el rostro del portavoz Zabihullah Mujahid. El representante de los talibanes habló de los derechos de las mujeres, prometiendo que serían respetados “en el marco de la ley islámica”.
No es de extrañar que los medios de comunicación occidentales no se sintieran convencidos por sus palabras y que, desde entonces, se hayan pasado todos los días tratando de desvirtuarlas. Esta no era la narrativa que querían o esperaban, así que se pusieron a buscar varios comentaristas alineados con la línea antitalibán. Algunos de los “expertos” en los estudios de televisión pasaron de hablar con toda autoridad sobre la covid-19 y la pandemia a opinar sobre lo que significa esta victoria talibán para las mujeres en Afganistán. Pero el análisis ha sido superficial y de calidad escasa.
Los derechos de las mujeres, coreaban, están condenados bajo los talibanes. Casi al unísono, predijeron el regreso a los matrimonios forzados, las violaciones y las esclavas sexuales, con niñas que perderán su educación y serán subastadas para una vida de servidumbre a los 12 años. Algunos parecían confundir las atroces acciones de los terroristas del Daesh con el movimiento talibán afgano, quizás deliberadamente en algunos casos; pero, ¿por qué dejar que los hechos estropeen una historia escabrosa y su propia versión distorsionada de los acontecimientos que se desarrollan en Afganistán? 

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A demonstration in Ghor 

Manifestación contra los talibanes de mujeres armadas en la provincia de Gaur, a principios de julio