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29/10/2022

JIM BOVARD
El espejismo de la inteligencia de Washington
Sobre las confesiones tardías del senador Pat Leahy

 

Jim Bovard, libertarianinstitute.org, 24/10/2022
Traducido por María Piedad Ossaba, editado por Fausto Giudice, Tlaxcala

James Bovard (1956) es un escritor y conferencista libertariano usamericano cuyos comentarios políticos se centran en ejemplos de derroche, fracasos, corrupción, amiguismo y abusos de poder en el gobierno. federal Es columnista de USA Today y colabora frecuentemente con The Hill. Es autor de Public Policy Hooligan (2012), Attention Deficit Democracy (2006), Lost Rights: The Destruction of American Liberty (1994) y otros 7 libros.  Ha escrito para el New York Times, Wall Street Journal, Washington Post, New Republic, Reader 's Digest, The American Conservative y muchas otras publicaciones. Sus libros han sido traducidos al español, árabe, japonés y coreano. Sus artículos han sido denunciados públicamente por el jefe del FBI, el Director General de Correos, el Secretario de HUD (Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano), y los jefes de la DEA  (Administración de Control de Drogas), FEMA (Agencia Federal de Gestión de Emergencias), y EEOC (Comisión de Igualdad de Oportunidades de Empleo) y numerosas agencias federales. (Como dijo Mao Zedong, “Ser atacado por el enemigo no es algo malo sino algo bueno”).

“Puedes enviar a un hombre al Congreso, pero no puedes hacerlo pensar”, bromeó el humorista Milton Berle en la década de 1950. Para actualizar a Berle: Puedes gastar 60 mil millones de dólares al año en agencias de inteligencia, pero no puedes obligar a los políticos a leer sus informes. En cambio, la mayoría de los políticos siguen siendo incorregiblemente ignorantes y desesperadamente cobardes cuando los presidentes arrastran a USAmérica  en nuevos fiascos ultramarinos

Reporting for Duty, por Clifford K. Berryman, 2 de abril de 1917: los representantes de las dos cámaras se paran ante el presidente Wilson, que se dispone a pedir su apoyo para la declaración de guerra a Alemania

La docilidad del Congreso ha estado allanando el camino a la guerra desde al menos la era de Vietnam. En 1964, el presidente Lyndon Johnson invocó un supuesto ataque norvietnamita contra un destructor usamericano en el Golfo de Tonkín para que el Congreso aprobara una resolución que daba a LBJ el poder ilimitado para atacar Vietnam del Norte. LBJ había decidido a principios de ese año atacar Vietnam del Norte para relanzar su campaña de reelección. El Pentágono y la Casa Blanca rápidamente reconocieron que las acusaciones centrales detrás de la resolución del Golfo de Tonkín eran falsas, pero las utilizaron para santificar la guerra.

Cuando la historia oficial de los ataques del Golfo de Tonkín comenzó a desenmascararse en las audiencias secretas del Senado de 1968, el secretario de Defensa Robert McNamara proclamó que era “inconcebible que alguien remotamente familiarizado con nuestra sociedad y sistema de gobierno pudiera sospechar la existencia de una conspiración” para llevar a USAmérica a la guerra con falsos pretextos. Pero la indignación no puede sustituir hechos concretos. El Senador Frank Church (Demócrata-Idaho) declaró: “En una democracia no se puede esperar que la gente, cuyos hijos son asesinados y serán asesinados, ejerzan su juicio si se les oculta la verdad”. El presidente de la Comisión, el Senador J. William Fulbright (Dem-Arizona), declaró que, si los senadores no se oponían a la guerra en ese momento, “no somos más que un apéndice inútil de la estructura gubernamental”. Pero otros senadores bloquearon la publicación de un informe del Estado Mayor sobre las mentiras detrás del incidente del Golfo de Tonkín que impulsaba una guerra que estaba matando a 400 soldados usamericanos por semana. El Senador Mike Mansfield (Dem- Montana) advirtió: “Les darán a las personas que no están interesadas en los hechos una oportunidad de explotarlos y magnificarlos fuera de toda proporción”. La misma presunción ha protegido cada debacle militar posterior (de USA.

Los congresistas perezosos y cobardes siempre allanaron el camino para la carnicería en el extranjero. En octubre de 2002, antes de la votación de la resolución del Congreso para permitir al presidente George W. Bush hacer lo que quisiera con Irak, la CIA entregó una evaluación clasificada de 92 páginas de las armas de destrucción masiva de Irak en el Capitol Hill (el Congreso). El informe clasificado de la CIA planteaba muchas más dudas sobre la existencia de armas de destrucción masiva iraquíes que el resumen ejecutivo de 5 páginas que recibieron todos los miembros del Congreso. El informe se conservó en dos salas seguras, una para la Cámara y otra para el Senado. Solo seis senadores se tomaron la molestia de visitar la sala para examinar el informe, y solo un “puñado” de miembros de la Cámara hicieron lo mismo, según The Washington Post. El Senador John Rockefeller (Dem-Virginia occ.) explicó que los congresistas estaban demasiado ocupados para leer el informe: 'Todo el mundo quiere venir a vernos' a nuestra oficina, e ir a la sala segura no es 'fácil'.”