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01/09/2025

G. THOMAS COUSER
Cómo me convertí en antisemita

Toda mi vida sentí una fuerte afinidad con las personas judías, pero ahora que mi empleador, la Universidad de Columbia, ha adoptado la definición de antisemitismo de la IHRA*, de repente me encuentro calificado de “antisemita” porque me opongo a la opresión de los palestinos.

G. Thomas Couser, Mondoweiss, 31-8-2025
Traducido por
Tlaxcala

G. Thomas Couser tiene un doctorado en estudios americanos de la Universidad Brown. Enseñó en el Connecticut College de 1976 a 1982, y luego en la Universidad Hofstra, donde fundó el programa de estudios sobre la discapacidad, hasta su jubilación en 2011. Se incorporó a la facultad del programa de medicina narrativa de Columbia en 2021 e introdujo un curso sobre estudios de la discapacidad en el plan de estudios en 2022. Entre sus obras académicas se encuentran Recovering Bodies: Illness, Disability, and Life Writing (Wisconsin, 1997), Vulnerable Subjects: Ethics and Life Writing (Cornell, 2004), Signifying Bodies: Disability in Contemporary Life Writing (Michigan, 2009) y Memoir: An Introduction (Oxford, 2012). También publicó ensayos personales y Letter to My Father: A Memoir (Hamilton, 2017).

En El Sol también sale de Ernest Hemingway, se le pregunta a Mike Campbell cómo se arruinó. Él responde: “De dos maneras. Gradualmente y luego de repente”. Podría decir lo mismo sobre mi antisemitismo. La manera gradual implicó la evolución de mi pensamiento sobre Israel. La manera repentina implicó la adopción de una definición controvertida del antisemitismo por parte de la Universidad de Columbia, donde soy profesor adjunto.

Toda mi vida me consideré filosemita, en la medida en que era algo. Crecí en Melrose, un suburbio blanco de clase media de Boston, y no tuve amigos o conocidos judíos en mi juventud. (Melrose no era una ciudad exclusivamente WASP –blanca, anglosajona y protestante–: había muchos italousamericanos e irlandousmericanos, pero en mi clase de secundaria de 400 estudiantes solo había uno o dos judíos). Eso cambió en el verano de 1963, después de mi primer año de secundaria, cuando participé en una sesión de verano en la Academia Mount Hermon. Mi compañero de cuarto era judío, al igual que varios de mis compañeros de clase. Nos llevábamos bien, y supongo que encontraba sus intereses y valores más intelectuales y maduros que los de mis compañeros en casa.

En Dartmouth, esa tendencia continuó. Mi compañero de cuarto era judío; mi fraternidad incluía a varios judíos (entre ellos Robert Reich). Apreciaba su humor irreverente, sus ocasionales expresiones en ídish y su escepticismo laico. Cuando mis amigos judíos me decían que podía pasar por judío, lo tomaba como un cumplido.

Pese a mis amigos judíos, Israel era un desconocido para mí. Conocía, por supuesto, su historia. Mi generación creció leyendo el Diario de Ana Frank o viendo la obra teatral basada en él, un clásico del teatro escolar (incluso, o especialmente, en suburbios sin judíos como el mío). El Holocausto era una historia sagrada. Pero no tenía un interés particular en el Estado de Israel, ni ninguna idea sobre él. No lo necesitaba.

Con la conscripción militar acechándonos, muchos de mi generación estaban contra la guerra; mis amigos y yo ciertamente lo estábamos. Por eso me sorprendió que, durante la Guerra de los Seis Días de 1967, algunos de mis amigos judíos se entusiasmaran con la guerra, jactándose incluso de que servirían con gusto en el ejército israelí. Evidentemente, tenían un interés en el destino de Israel que yo no compartía, lo cual era un poco misterioso para mí. Pero suponía que su juicio estaba bien fundado; la guerra era justificada, a diferencia de lo que hoy considero un acaparamiento de tierras. En todo caso, esa guerra terminó rápidamente.

Poco después de graduarme, un amigo cercano de Dartmouth (judío) y su esposa judía, a quien conocía desde Mount Hermon, me presentaron a una de sus compañeras de clase en Brandeis. Salimos juntos, nos enamoramos y nos casamos. Claro que no fue tan sencillo. En ese entonces, no era fácil encontrar un rabino que aceptara celebrar el matrimonio de un protestante y una judía laica. Después de varias entrevistas infructuosas, contratamos a un rabino que era capellán en Columbia. Nos divorciamos unos cinco años después, pero el fracaso de nuestro matrimonio no tuvo nada que ver con diferencias religiosas, y seguimos siendo amigos.

En las décadas siguientes obtuve un doctorado en estudios americanos y enseñé literatura americana en el Connecticut College y luego en Hofstra. Como profesor, tuve muchos estudiantes y colegas judíos (especialmente en Hofstra) y me llevé bien con ellos.

Pero Israel siempre estaba en segundo plano. Deliberadamente evitaba reflexionar críticamente sobre él. Recuerdo haberle dicho a un amigo judío (cuya hija vivía en Jerusalén) que no me “interesaba” Israel. Sentía que era demasiado “complicado”. No solo eso, sino que también era fuente de divisiones y polémicas, y no quería tomar partido. Otras cuestiones políticas me parecían más importantes.

Por supuesto, estaba al tanto del movimiento de boicot a Israel, que había atraído a muchos académicos, incluidos algunos a quienes quería y admiraba. Aunque apoyaba el desinversión en Sudáfrica, desconfiaba del boicot a Israel. Si me hubieras preguntado alrededor del 2000, habría respondido: “¿Por qué centrarse en Israel?”. Eso implicaba que, aunque el país podía ser problemático, había otros regímenes opresivos en el mundo.



Pues bien, basta decir que mi pregunta encontró su respuesta en la reacción desproporcionada de Israel al ataque de Hamás del 7 de octubre. No necesito repasar los acontecimientos de los últimos dos años. Las imágenes incesantes de la ofensiva genocida contra los gazatíes transformaron gradualmente mi actitud hacia Israel: de la indiferencia benevolente de mi juventud y la cautela prudente de la madurez a una hostilidad y una ira crecientes. Esta hostilidad se aplica, por supuesto, no solo al régimen israelí, sino también al apoyo usamericano que recibe. Siento que nuestra complicidad en este horror inflige una herida moral constante a quienes se oponen, sobre todo porque nos sentimos impotentes para detenerlo.

Me persiguen las palabras de Aaron Bushnell, que se inmoló en protesta: “A muchos de nosotros nos gusta preguntarnos: ‘¿Qué habría hecho yo si hubiera vivido en la época de la esclavitud? ¿O del Jim Crow en el Sur? ¿O del apartheid? ¿Qué haría si mi país cometiera un genocidio?’ La respuesta es: lo estás haciendo. Ahora mismo”. Tras permanecer mucho tiempo inactivo, me uní a Jewish Voice for Peace y contribuyo al BDS, gestos menores que alivian un poco mi conciencia.

Mi actitud hacia Israel ha evolucionado a lo largo de las décadas, y esa evolución se ha acelerado en los últimos años. Creo que represento a innumerables personas más. Fuera de Europa Occidental, Israel es cada vez más visto como una nación paria. Y en USA, su aliado y financiador más fiel, las encuestas muestran un declive en el apoyo a Israel.

Al mismo tiempo, la definición de antisemitismo según la Alianza internacional para el recuerdo del Holocausto se ha ampliado de tal forma que ahora se aplica no solo al odio hacia las personas judías, sino también a críticas al Estado israelí que me parecen obvias, justas, legítimas y moralmente necesarias. Después de todo, varias instituciones internacionales y académicas con autoridad para emitir tales juicios han concluido que Israel es un Estado de apartheid que comete genocidio.

Como profesor adjunto de medicina narrativa en Columbia, me consternó la reciente aceptación por parte de la universidad de esta definición ampliada de antisemitismo, en respuesta a la presión ejercida por la administración Trump, que busca castigar a la institución por su supuesta tolerancia hacia las protestas.

A los administradores universitarios les gusta declarar que “El antisemitismo no tiene cabida” en sus instituciones. Pero saben que un gran número de profesores y estudiantes son antisemitas según la definición que han adoptado. ¿Qué significa para mí, y para otros profesores como yo, críticos de Israel, enseñar en una institución que implícitamente nos califica de antisemitas? Quizá no se nos despida, pero sin duda se nos desanima de hablar.

Esa definición parece lamentable en varios sentidos. Ante todo, me parece lógicamente errónea, porque confunde las actitudes hacia un Estado étnico con las actitudes hacia la etnia privilegiada por ese Estado. Esa distinción puede ser difícil de hacer en la práctica, pero es bastante clara conceptualmente. Como le gusta señalar a Caitlin Johnstone, si los palestinos odian a los judíos, no es por su religión o etnicidad, sino porque el Estado judío es su opresor.

Confundir la crítica a Israel con el odio a los judíos puede ser un medio manifiestamente práctico de descartar las críticas difamando a los opositores, y ello alimenta el discurso sobre el aumento del antisemitismo. Pero eso ignora el papel del genocidio cometido por Israel en esta aparente tendencia. Además de los actos verdaderamente antisemitas, ciertas actividades antiisraelíes o antisionistas han sido consideradas antisemitas. Si el antisemitismo ha aumentado, no es en un vacío histórico.

En cualquier caso, esta definición ampliada podría resultar contraproducente. Borrar la distinción entre el Estado de Israel y las personas judías corre el riesgo de extender el odio hacia Israel a toda la comunidad judía. Además, la definición de la IHRA corre el riesgo de debilitar o incluso suprimir el estigma del antisemitismo. Si oponerse a la empresa genocida de Israel me convierte a mí (y a tantas personas que admiro) en antisemita, ¿dónde está el problema? Cuando era más joven, me habría horrorizado ser acusado de antisemitismo. Hoy, puedo encogerme de hombros.

Finalmente, como miembro de larga data de la ACLU, me preocupa mucho lo que esta definición implica para la libertad de expresión y la libertad académica. En circunstancias normales, el tema de Israel no estaría en mis pensamientos ni en la agenda de mis clases en Columbia. Pero ahora será, de alguna manera, el elefante en la habitación, ¿verdad? Seré hiperconsciente de la posibilidad de que cualquier alusión a Gaza pueda señalarse como una amenaza para los estudiantes judíos. Lamentablemente, si yo mismo y otros críticos de Israel (muchos de ellos judíos) somos ahora antisemitas, es porque Israel y la IHRA nos han hecho así.

NdT

*Véase Definición del Antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto


 

G. THOMAS COUSER
Comment je suis devenu antisémite


Toute ma vie, j’ai ressenti une forte affinité avec les personnes juives, mais maintenant que mon employeur, l’université Columbia, a adopté la définition de l’antisémitisme de l’IHRA*, je me retrouve soudainement qualifié d’« antisémite » parce que je m’oppose à l’oppression des Palestiniens.

G. Thomas Couser, Mondoweiss, 31/8/2025

Traduit par Tlaxcala

G. Thomas Couser est titulaire d’un doctorat en études américaines de l’université Brown. Il a enseigné au Connecticut College de 1976 à 1982, puis à l’université Hofstra, où il a fondé le programme d’études sur le handicap, jusqu’à sa retraite en 2011. Il a rejoint la faculté du programme de médecine narrative de Columbia en 2021 et a introduit un cours sur les études du handicap dans le programme d’études en 2022. Parmi ses ouvrages universitaires, citons Recovering Bodies: Illness, Disability, and Life Writing (Wisconsin, 1997), Vulnerable Subjects: Ethics and Life Writing (Cornell, 2004), Signifying Bodies: Disability in Contemporary Life Writing (Michigan, 2009) et Memoir: An Introduction (Oxford, 2012). Il a également publié des essais personnels et Letter to My Father: A Memoir (Hamilton, 2017).

Dans Le soleil se lève aussi d’Ernest Hemingway, on demande à Mike Campbell comment il a fait faillite. Il répond : « De deux façons. Progressivement, puis soudainement. » Je pourrais dire la même chose à propos de mon antisémitisme. La façon progressive a impliqué l’évolution de ma pensée sur Israël. La façon soudaine a impliqué l’adoption d’une définition controversée de l’antisémitisme par l’université Columbia, où je suis professeur adjoint.

Toute ma vie, je me suis considéré comme philosémite, si tant est que je sois quelque chose. Ayant grandi à Melrose, une banlieue blanche de classe moyenne de Boston, je n’avais aucun ami ou connaissance juif dans ma jeunesse. (Melrose n’était pas une ville exclusivement WASP (blanche, anglosaxonne et protestante : il y avait beaucoup d’Italiens et d’Irlandais usaméricains, mais dans ma classe de lycée de 400 élèves, il n’y avait qu’un ou deux Juifs.) Cela a changé à l’été 1963, après ma première année de lycée, lorsque j’ai participé à une session d’été à la Mount Hermon Academy. Mon camarade de chambre était juif, tout comme plusieurs élèves de ma classe. Nous nous entendions bien, et je suppose que je trouvais leurs intérêts et leurs valeurs plus intellectuels et plus mûrs que ceux de mes camarades de classe chez moi.

À Dartmouth, cette tendance s’est poursuivie. Mon colocataire était juif ; ma fraternité comptait plusieurs Juifs (dont Robert Reich). J’appréciais leur humour irrévérencieux, leurs expressions yiddish occasionnelles et leur scepticisme laïc. Lorsque mes amis juifs me disaient que je pouvais passer pour un Juif, je le prenais comme un compliment.

Malgré mes amis juifs, Israël était une inconnue pour moi. Je connaissais bien sûr son histoire. Ma génération a grandi en lisant le Journal d’Anne Frank ou en voyant la pièce de théâtre qui en a été tirée, un incontournable du théâtre lycéen (même, ou surtout, dans les banlieues sans Juifs comme la mienne). L’Holocauste était une histoire sacrée. Mais je n’avais aucun intérêt particulier pour l’État d’Israël, ni aucune idée à son sujet. Je n’en avais pas besoin.

Avec la conscription militaire qui nous guettait, beaucoup de gens de ma génération étaient contre la guerre ; mes amis et moi l’étions certainement. J’ai donc été surpris lorsque, pendant la guerre des Six Jours de 1967, certains de mes amis juifs se sont enthousiasmés pour la guerre, se vantant même de servir volontiers dans l’armée israélienne. De toute évidence, ils avaient un intérêt pour le sort d’Israël qui me manquait, ce qui était un peu mystérieux pour moi. Mais je supposais que leur jugement était fondé ; la guerre était justifiée, contrairement à ce que je considère aujourd’hui comme accaparement de terres. De toute façon, cette guerre a rapidement pris fin.

Peu après avoir obtenu mon diplôme, un ami proche de Dartmouth (juif) et sa femme juive, que je connaissais depuis Mount Hermon, m’ont présenté une de ses camarades de classe à Brandeis. Nous sommes sortis ensemble, sommes tombés amoureux et nous sommes mariés. Bien sûr, ça n’a pas été si simple que ça. À l’époque, il n’était pas facile de trouver un rabbin qui accepterait de célébrer le mariage d’un protestant et d’une juive laïque. Après plusieurs entretiens infructueux, nous avons engagé un rabbin qui était aumônier à Columbia. Nous avons divorcé environ cinq ans plus tard, mais l’échec de notre mariage n’avait rien à voir avec des divergences religieuses, et nous sommes toujours amis.

Au cours des décennies suivantes, j’ai obtenu un doctorat en études américaines et j’ai enseigné la littérature américaine au Connecticut College, puis à l’université Hofstra. En tant que professeur, j’avais de nombreux étudiants et collègues juifs (en particulier à Hofstra) et je m’entendais bien avec eux.

Mais Israël était toujours présent en arrière-plan. J’évitais délibérément d’y réfléchir de manière critique. Je me souviens avoir dit à un ami juif (dont la fille vit à Jérusalem) que je ne « m’intéressais pas » à Israël. J’avais le sentiment que c’était trop « compliqué ». Pas seulement ça, mais aussi source de divisions et de controverses, et je ne voulais pas prendre parti. D’autres questions politiques étaient plus importantes à mes yeux.

Bien sûr, j’étais au courant du mouvement de boycott d’Israël, qui avait rallié de nombreux universitaires, y compris des personnes que j’aimais et admirais. Même si je soutenais le désinvestissement en Afrique du Sud, je me méfiais du boycott d’Israël. Si vous m’aviez posé la question vers 2000, j’aurais répondu : « Pourquoi s’en prendre à Israël ? » Cela sous-entendait que même si le pays pouvait poser problème, il existait d’autres régimes oppressifs dans le monde.



Eh bien, il suffit de dire que ma question a trouvé sa réponse dans la réaction disproportionnée d’Israël à l’attaque du Hamas le 7 octobre. Je n’ai pas besoin de revenir sur les événements des deux dernières années. Les images incessantes de l’assaut génocidaire contre les Gazaouis ont progressivement fait évoluer mon attitude envers Israël, passant de l’indifférence bienveillante de ma jeunesse et de la méfiance prudente de l’âge mûr à une hostilité et une colère croissantes. Cette hostilité s’applique bien sûr non seulement au régime israélien, mais aussi au soutien usaméricain dont il bénéficie. J’ai le sentiment que notre complicité dans cette horreur inflige une blessure morale constante à ceux qui s’y opposent, d’autant plus que nous nous sentons impuissants à y mettre fin.

Je suis hanté par les paroles d’Aaron Bushnell, qui s’est immolé par le feu en signe de protestation : « Beaucoup d’entre nous aiment se demander : « Que ferais-je si j’avais vécu à l’époque de l’esclavage ? Ou du Jim Crow dans le Sud ? Ou de l’apartheid ? Que ferais-je si mon pays commettait un génocide ? » La réponse est : vous le faites. En ce moment même. » Après être resté longtemps inactif, j’ai rejoint Jewish Voice for Peace et je contribue au BDS, des gestes mineurs qui apaisent un peu ma conscience.

Mon attitude envers Israël a donc évolué au fil des décennies, et cette évolution s’est accélérée ces dernières années. Je pense être représentatif d’innombrables autres personnes. En dehors de l’Europe occidentale, Israël est de plus en plus considéré comme une nation paria. Et aux USA, son allié et bailleur de fonds le plus fidèle, les sondages d’opinion montrent un déclin du soutien à Israël.

Dans le même temps, la définition de l’antisémitisme, selon l’Alliance internationale pour la mémoire de l’Holocauste, a été élargie de sorte qu’elle s’applique désormais non seulement à la haine du peuple juif, mais aussi aux critiques de la nation israélienne qui me semblent évidentes, justes, légitimes et moralement nécessaires. Après tout, diverses institutions internationales et universitaires habilitées à porter de tels jugements ont conclu qu’Israël est un État d’apartheid qui commet un génocide.

En tant que professeur adjoint en médecine narrative à Columbia, j’ai été consterné par l’acceptation récente par l’université de cette définition élargie de l’antisémitisme, en réponse à la pression exercée par l’administration Trump, qui cherche à punir l’institution pour sa prétendue tolérance à l’égard des manifestations.

Les administrateurs universitaires aiment faire des déclarations telles que « L’antisémitisme n’a pas sa place » dans leurs institutions. Mais ils savent qu’un grand nombre de professeurs et d’étudiants sont antisémites selon la définition qu’ils ont adoptée. Que signifie pour moi, et pour d’autres professeurs comme moi, qui sommes critiques à l’égard d’Israël, d’enseigner dans une institution qui nous qualifie implicitement d’antisémites ? Nous ne serons peut-être pas licenciés, mais nous sommes certainement découragés de nous exprimer.

Cette définition semble regrettable à plusieurs égards. Tout d’abord, elle me semble logiquement erronée, car elle confond les attitudes envers un État ethnique avec les attitudes envers l’ethnie privilégiée par cet État. Cette distinction peut être difficile à faire dans la pratique, mais elle est assez claire sur le plan conceptuel. Comme Caitlin Johnstone aime à le souligner, si les Palestiniens haïssent les Juifs, ce n’est pas à cause de leur religion ou de leur ethnicité, mais parce que l’État juif est leur oppresseur.

Confondre le reproche fait à Israël avec la haine des Juifs peut être un moyen manifestement pratique d’écarter les critiques en diffamant ses adversaires, et cela soutient le discours sur la montée de l’antisémitisme. Mais cela ignore le rôle du génocide commis par Israël dans cette tendance apparente. Outre les actes véritablement antisémites, certaines activités anti-israéliennes ou antisionistes ont été considérées comme antisémites. Si l’antisémitisme a augmenté, ce n’est pas dans un vide historique.

Quoi qu’il en soit, cette définition élargie pourrait finalement s’avérer contre-productive. Effacer la distinction entre l’État d’Israël et les personnes juives risque d’inviter à étendre la haine d’Israël à l’ensemble de la communauté juive. En outre, la définition de l’IHRA risque d’affaiblir ou de supprimer la stigmatisation de l’antisémitisme. Si l’opposition à l’entreprise génocidaire d’Israël fait de moi (et de tant de personnes que j’admire) un antisémite, où est le problème ? Quand j’étais plus jeune, j’aurais été horrifié d’être accusé d’antisémitisme. Aujourd’hui, je peux hausser les épaules.

Enfin, en tant que membre de longue date de l’ACLU, je suis très préoccupé par les implications de cette définition pour la liberté d’expression et la liberté académique. Dans le cours normal des choses, le sujet d’Israël ne serait pas dans mes pensées ni à l’ordre du jour dans ma classe à Columbia. Mais ce sera en quelque sorte l’éléphant dans la pièce, n’est-ce pas ? Je serai hyper conscient de la possibilité que toute allusion à Gaza puisse être signalée comme une menace pour les étudiants juifs. Malheureusement, si moi-même et d’autres critiques d’Israël (dont beaucoup sont eux-mêmes juifs) sommes désormais antisémites, c’est parce qu’Israël et l’IHRA nous ont rendus tels.

NdT

*Voir La définition opérationnelle de l’antisémitisme par l’Alliance internationale pour la mémoire de l’Holocauste


 

09/07/2025

NATE BEAR
Les applications les plus vendues ont été créées par des espions israéliens
Une nouvelle frontière pour le mouvement BDS

Nate Bear, Do Not Panic!, 2/7/2025
Traduit par Tlaxcala

Nate/Nathan a travaillé comme journaliste, responsable des relations publiques et de la communication pour des entreprises, des fonds monétaires, des ONG, des organisations climatiques et des groupes de défense de la faune sauvage. Il a vécu et étudié en Angleterre, aux USA et en Espagne. Sa vie d'adulte a été marquée par un processus de radicalisation. Il est passé d'un libéral modéré à quelqu'un dont les convictions et la compréhension du monde se rapprochent davantage de celles d'un révolutionnaire.

Les développeurs à l’origine de centaines d’applications Android et iPhone téléchargées des milliards de fois sont d’anciens espions israéliens dont les applications génèrent des revenus importants pour l’économie de guerre génocidaire d’Israël.

Les applications que j’ai identifiées vont des applications inoffensives d’édition d’images et de vidéos aux jeux occasionnels, et la plupart des utilisateurs ne se rendent pas compte qu’ils installent des produits israéliens sur leurs téléphones. Beaucoup de ces développeurs d’applications opèrent dans l’ombre, leurs structures de propriété sont opaques et l’identité de leurs propriétaires n’est généralement pas connue.

L’identification de ces applications devrait ajouter une nouvelle dimension au mouvement de boycott, de désinvestissement et de sanctions, car elle offre aux citoyens ordinaires un moyen simple d’éviter les produits israéliens qui contribuent à l’apartheid, au génocide et au nettoyage ethnique.

La prolifération de ces applications sur l’App Store d’Apple et le Google Play Store soulève également des questions sur la confidentialité et la collecte de données personnelles, compte tenu de la réputation de la technologie israélienne et des scandales passés impliquant des logiciels espions introduits clandestinement dans des appareils par des applications fabriquées en Israël.

L’une des plus importantes sociétés holding et développeurs d’applications israéliennes est ZipoApps, dont le modèle consiste à racheter et à monétiser des applications à grande échelle. Les applications détenues par Zipo (également connue sous le nom de Rounds.com) comprennent une suite d’applications d’édition de photos et de vidéos qui ont été téléchargées des centaines de millions de fois. Parmi les applications individuelles, on trouve Collage Maker Photo Editor et Instasquare Photo Editor : Neon, qui ont toutes deux été téléchargées plus de 50 millions de fois sur le Google Play Store. Parmi les autres produits de ZipoApps, on trouve des outils d’édition et de retouche de photos de bébés. En 2022, le fondateur et PDG de Zipo, Gal Avidor, a déclaré lors d’une interview (sa seule interview à ce jour) que tous les fondateurs de la société sont d’anciens membres des services de renseignement israéliens de l’unité 8200. Sur Reddit, les utilisateurs se sont plaints de l’approche de ZipoApps en matière de confidentialité et d’exploration de données. Un groupe d’outils populaire connu sous le nom de Simple Gallery est passé d’un produit gratuit et open source à un produit payant avec des publicités et des traceurs seulement une semaine après son acquisition par ZipoApps.

Une autre application de retouche photo israélienne disponible sur le Play Store est Bazaart, qui utilise l’intelligence artificielle. Elle a été fondée par Dror Yaffe et Stas Goferman, deux anciens officiers du renseignement de l’armée israélienne. Goferman a largement dépassé la durée de son service obligatoire, passant une décennie dans l’armée israélienne jusqu’en 2011.

Facetune, développée par Lightricks et disponible sur Android et iPhone, est une autre application israélienne de retouche photo qui compte plus de 50 millions d’installations. Les utilisateurs de l’Apple Store ont qualifié Facetune, qui exige l’accès à des identifiants uniques et à votre emplacement, d’arnaque. Le cofondateur de Lightricks, Yaron Inger, a passé cinq ans dans l’unité 8200.

Si vous aimez les jeux mobiles ou si vous créez des jeux mobiles pour les vendre, vous avez certainement déjà rencontré la société israélienne Supersonic de Unity, sans le savoir. Avec des milliards de téléchargements ces dernières années, Supersonic est l’un des plus grands éditeurs de jeux mobiles au monde, avec un chiffre d’affaires estimé à environ 23 millions de dollars par an. Au début de l’année, la société a annoncé qu’elle détenait trois des dix jeux mobiles les plus téléchargés au monde par les joueurs occasionnels : Build a Queen, Going Balls et Bridge Race. Trash Tycoon est un autre titre populaire. La société propose également un jeu appelé « Conquer Countries », qui a été téléchargé des millions de fois et dont la publicité met en scène une version caricaturale de Donald Trump. Le fondateur de Supersonic, Nadav Ashkenazy, a passé sept ans et demi dans l’armée israélienne, où il a gravi les échelons jusqu’à devenir chef des opérations de l’armée de l’air israélienne, dirigeant près de la moitié du personnel à temps plein. Vous pouvez voir tous les jeux de Supersonic ici.

Playtika est un autre développeur israélien d’applications de jeux mobiles plus connu, dont nous n’avons pas besoin d’estimer les revenus. Cotée au NASDAQ, Playtika génère plus de 2,5 milliards de dollars de revenus, ce qui représente des recettes fiscales importantes pour la machine de guerre israélienne. Playtika, qui développe des applications de jeux d’argent, est étroitement liée à la machine de guerre génocidaire israélienne. La société a été fondée par Uri Shahak, fils de l’ancien chef de l’armée israélienne, Amnon Lipkin-Shahak, et son rapport annuel de l’année dernière a révélé que 14 % de son personnel avait été appelé en tant que réservistes pour participer au génocide à Gaza. L’actuel PDG, Robert Antokol, affirme que la société a une « responsabilité » envers Israël et que les impôts payés par son personnel sont « merveilleux pour l’économie israélienne ».

Une autre entreprise israélienne dont les applications ont été téléchargées des milliards de fois est Crazy Labs. Avec une valeur estimée à environ 1 milliard de dollars et un chiffre d’affaires estimé à 200 millions de dollars, Crazy Labs est un autre fabricant d’applications qui fait partie intégrante de l’économie israélienne. Ses titres les plus vendus sont Phone Case DIY, Miraculous Ladybug & Cat Noir et Sculpt People. Vous pouvez consulter la liste complète des applications Crazy Lab sur le Google Play Store. Les fondateurs de Crazy Labs sont tous d’anciens membres de l’armée israélienne, y compris Sagi Schliesser, qui a largement dépassé la durée de son service obligatoire en restant dans l’armée et en contribuant à la mise en place de l’architecture numérique de l’apartheid pendant huit ans.

Moovit est une application dont vous avez peut-être entendu parler, mais dont vous ne saviez pas qu’elle était israélienne. Cette application de transport urbain a été fondée par plusieurs anciens membres de l’armée israélienne, dont Nir Erez, qui a passé plusieurs années au centre informatique spécialisé de l’armée israélienne, connu sous le nom de Mamram,  qui, selon la propagande israélienne, forme des « cyber-guerriers ». En tant qu’unité chargée de gérer l’intranet de l’armée, Mamram joue un rôle central dans le génocide perpétré par Israël à Gaza. Moovit, qui compte près d’un milliard d’utilisateurs et génère des revenus importants pour Israël, est un partenaire officiel des  Jeux olympiques, des championnats d’Europe de football et partenaire de Microsoft.

Avec des centaines de millions d’installations, Call App, qui filtre les appels téléphoniques indésirables, est un autre produit de l’économie militaire israélienne. Le fondateur et PDG de Call App, Amit On, a passé trois ans dans l’unité 8200 dans les années 2000. L’application compte plus de 100 millions d’utilisateurs.

Dans le domaine des services de transport à la demande, Gett, qui se concentre sur les passagers d’affaires et est particulièrement populaire à Londres pour commander des taxis noirs, a été fondée par les anciens membres de l’unité 8200 Roi More et Shahar Waiser. Il convient également de mentionner l’application de navigation GPS Waze, probablement l’application israélienne la plus célèbre de la dernière décennie, rachetée par Google en 2013 pour 1,3 milliard de dollars et également fondée par d’anciens espions de l’unité 8200.

Une autre application israélienne à croissance rapide qui a été présentée dans l’émission d’Oprah, dans le New York Times et sur CNN est Fooducate, dont le fondateur, Hemi Weingarten, a participé à des missions de bombardement pour l’armée de l’air israélienne.

Parmi les autres vétérans de l’armée de l’air israélienne à l’origine d’applications populaires, on trouve le couple Gilad et Liat Mordechay Hertanu, qui gèrent l’application d’assistant personnel et de synchronisation de calendrier 24me. Liat était officier dans l’armée de l’air israélienne, tandis que Gilad était pilote et a participé à des missions de bombardement.

Cette révélation, qui fait suite à mes enquêtes sur l’ancienne unité 8200 développant l’IA pour les géants de la technologie et sur les anciens soldats de l’armée israélienne travaillant chez Meta et Google, confirme encore davantage à quel point Israël est profondément et insidieusement ancré dans nos vies numériques.

Ces enquêtes révèlent également à quel point Israël dépend fondamentalement de sa domination permanente sur les Palestiniens, car la seule chose de valeur que produit le pays sont les entreprises technologiques fondées par d’anciens membres de l’armée israélienne. Sans la possibilité de former ses citoyens à devenir des espions et des soldats, et de massacrer les Palestiniens à volonté, l’économie israélienne s’effondrerait.

Pourtant, la plupart des personnes qui utilisent ces applications les ont téléchargées de bonne foi, sans se douter qu’elles contribuent à l’économie d’occupation, d’apartheid et de génocide d’Israël.

 De plus, ces applications collectent des informations et des données, y compris de grandes quantités d’images personnelles, et les transmettent aux partisans d’Israël qui s’engagent à maintenir le pays en tant qu’État d’apartheid.

Vérifiez donc votre téléphone et faites passer le mot.

Délégitimer, retirer le financement et supprimer les produits israéliens est une mesure simple que nous pouvons tous prendre pour aider à démanteler la machine génocidaire d’Israël.



NATE BEAR
The Best-Selling Apps Made By Israeli Spies
A new frontier for the BDS movement

Nate Bear, Do Not Panic!, 2/7/2025

The developers behind hundreds of Android and iPhone apps with billions of downloads are former Israeli spies whose apps are generating significant revenues for Israel’s genocidal war economy.

The apps I’ve identified range from innocuous image and video editing apps to casual games, and most users won’t be aware they’re installing Israeli products on their phones. Many of these app developers operate under the radar, their ownership structures are opaque and the identity of their owners isn’t commonly known.

The identification of these apps should add another frontier to the boycott, divest, sanctions movement, as it provides a straightforward way for ordinary people to avoid Israeli products that contribute to apartheid, genocide and ethnic cleansing.

The proliferation of these apps on Apple’s App Store and the Google Play Store also raises questions over privacy and the harvesting of personal data, given the reputation of Israeli technology and past scandals involving spyware being smuggled onto devices by apps made in Israel.

One of the most significant Israeli app holding companies and developers is ZipoApps, whose model is to buy-out and monetise apps at a large scale. The apps owned by Zipo (which also goes by the name Rounds.com) include a suite of photo and video editing apps that have received hundreds of millions of total installs. Individual apps include Collage Maker Photo Editor and Instasquare Photo Editor: Neon, both of which have received more than 50 million downloads from the Google Play Store. Other ZipoApps products include baby photo editing and retouching tools. In 2022, the founder and CEO of Zipo, Gal Avidor, told an interviewer (in his only interview to date), that all the founders of the company are former Unit 8200 Israeli intelligence personnel. On Reddit, users have complained about ZipoApps approach to privacy and data mining. One popular group of tools known as Simple Gallery went from free and open source to a paid product with ads and trackers just one week after ZipoApps acquired it.

Another Israeli-owned photo editing app on the Play Store is the AI-powered Bazaart, which was founded by Dror Yaffe and Stas Goferman, two former IDF intelligence officers. Goferman far exceeded his mandatory service, spending a decade in the IDF up to 2011.

Facetune, made by the developer Lightricks and available for Android and iPhones, is another Israeli photo editing app with over 50 million installs. Users on the Apple Store have called Facetune, which demands access to unique identifiers and your location, a scam. The co-founder of Lightricks, Yaron Inger, spent five years in Unit 8200.

If you’re into mobile gaming, or if you create mobile games to sell, you will have come across Israeli company Supersonic from Unity, probably without knowing it. With billions of downloads in recent years, Supersonic is one of the largest mobile game publishers in the world with revenues estimated at around $23 million per year. Earlier this year the company reported that they owned three of the top ten most downloaded casual player mobile games in the world: Build a Queen, Going Balls, and Bridge Race. Trash Tycoon is another popular title. The company also has a game called ‘Conquer Countries’ which has been downloaded millions of times and on its advertising tile features a cartoon version of Donald Trump. The founder of Supersonic, Nadav Ashkenazy, spent seven and a half years in the IDF where he rose to become the head of operations for the Israeli air force, managing almost half the full-time staff. You can see all Supersonic’s games here.

A better-known Israeli mobile game app maker whose revenues we don’t have to estimate is Playtika. Listed on the NASDAQ, Playtika brings in revenues of more than $2.5 billion, generating significant taxes for Israel’s mass slaughter machine. Playtika, which builds gambling apps, is firmly enmeshed in the genocidal Israeli war machine. The company was founded by Uri Shahak, son of the former head of the IDF, Amnon Lipkin-Shahak, and last year its annual report revealed that 14% of its staff had been called up as reservists to participate in the genocide in Gaza. Current CEO Robert Antokol says the company has a “responsibility” to Israel and the taxes paid by its staff are “wonderful for the Israeli economy.”

Another Israeli company whose apps have been downloaded billions of times is Crazy Labs. With an estimated company value of around $1 billion and sales estimated at up to $200 million, Crazy Labs is another app maker integral to the Israeli economy. Its best-selling titles are Phone Case DIY, Miraculous Ladybug & Cat Noir, and Sculpt People. You can see the full list of the Crazy Lab apps on the Google Play Store. The founders of Crazy Labs are all ex-IDF, including Sagi Schliesser, who well exceeded his mandatory service by staying in the IDF and helping build the digital architecture of apartheid for eight years.

An app you may have heard of, but not have known is Israeli, is Moovit. The urban transport app was founded by a number of ex-IDF including Nir Erez who spent years at the IDF’s specialist computing centre known as Mamram, which Israeli propaganda says creates ‘cyber warriors.’ As the unit which runs the military’s intranet, Mamram is central to Israel’s genocide of Gaza. Moovit, which has close to one billion users and delivers significant revenues to Israel, has been an official partner of the Olympic Games, the European football championships and also partners with Microsoft.

With hundreds of millions of installs, Call App, which screens phone calls for spam, is another product of Israel’s military economy. The founder and CEO of Call App, Amit On, spent three years in Unit 8200 in the 2000s. The app has over 100 million users.

On the ride-hailing front, Gett, which is focused on corporate passengers and is particularly popular in London as a way to hail black cabs, was founded by ex-Unit 8200 Roi More and Shahar Waiser. A notable mention for GPS navigation app Waze, probably the most famous Israeli app of the last decade, acquired by Google in 2013 for $1.3 billion and also founded by ex-Unit 8200 spies.

Another fast-growing Israeli app which has been featured on Oprah, in the New York Times and on CNN is Fooducate, whose founder, Hemi Weingarten, flew bombing missions for the Israeli air force.

Other Israeli air force veterans behind popular apps include husband and wife team Gilad and Liat Mordechay Hertanu, who run the personal assistant and calendar-syncing app 24me. Liat was an officer in the Israeli air force while Gilad was a pilot who flew bombing missions.

This expose, which follows my investigations into former Unit 8200 building AI for big tech giants, and the ex-IDF soldiers working at Meta and Google, further confirms how deeply and insidiously embedded Israel is in our digital lives.

These investigations also reveal how Israel is foundationally reliant on being in a permanent state of dominance over the Palestinians, because the only thing of value the country produces are tech companies founded by ex-IDF. Without being able to train their citizens as spies and soldiers, and butcher Palestinians at will, Israel's economy would collapse.

Yet most people who use these apps will have downloaded them in good faith with little idea they are contributing to Israel’s occupation-apartheid-genocide economy. In addition, these apps will be gathering information and data, including large amounts of personal images, and delivering them to devotees of Israel committed to maintaining the country as an apartheid state.

So check your phone and please spread the word.

Delegitimising, defunding and deleting Israeli products is one easy step we can all take to help dismantle Israel’s machinery of genocide.



10/07/2024

PUBLISHERS FOR PALESTINE
Die Frankfurter Buchmesse und deutschstämmige multinationale Verlagsgruppen sind mitschuldig am Völkermord in Gaza

Multinationale Verlagskonzerne in deutschem Besitz sind in Israels Völkermord an 2,3 Millionen Palästinensern im Gazastreifen verwickelt.

Publishers for Palestine, Mondoweiss, 8/7/2024
Übersetzt von
Helga Heidrich, herausgegeben von Fausto Giudice Tlaxcala

Publishers for Palestine (VerlegerInnen für Palästina) ist ein globales Kollektiv von über 500 VerlegerInnen und VerlagsmitarbeiterInnen aus 50 Ländern weltweit. Wir setzen uns für Gerechtigkeit, Meinungsfreiheit und die Macht des geschriebenen Wortes ein. Die Projekte von P4P sind auf unserer Website oder auf @publishers4palestine und  X @pubforpalestine zu finden. Lesen Sie unsere SOLIDARITÄTSERKLÄRUNG MIT PALÄSTINA (3/11/2023) [PDF DOCX]. Laden Sie unsere kostenlose Sammlung Poems for Palestine herunter.

Seit der Absage [*] einer Preisverleihung an die palästinensische Schriftstellerin Adania Shibli, die auf der Frankfurter Buchmesse mit dem LiBeratur-Preis ausgezeichnet werden sollte, im vergangenen Oktober eine Welle der Verurteilung ausgelöst hat, hat der Versuch, PalästinenserInnen und die Unterstützung für die palästinensische Sache durch kulturelle Institutionen im Westen zum Schweigen zu bringen, nur noch zugenommen. Gleichzeitig hat sich die Durchleuchtung der institutionellen Komplizenschaft mit der israelischen Apartheid und dem Völkermord in großem Umfang intensiviert. Bedeutende Erfolge der BDS-Bewegung, darunter der Ausstieg aus Universitäten und Unternehmen, sowie die jüngsten Ankündigungen des Hay Festivals 2024 und des Edinburgh International Book Festivals, ihre Partnerschaften mit der Investmentfirma Baillie Gifford zu beenden, die an der Klimazerstörung, der israelischen Apartheid und dem Völkermord beteiligt ist, die anschließende Beendigung der Finanzierungsbeziehungen von BG mit allen britischen Literaturfestivals und der Rückzug seiner Beteiligung an dem multinationalen Bergbauunternehmen Rio Tinto sowie die Halbierung der Beteiligung des großen kanadischen Kultursponsors Scotiabank an dem israelischen Waffenhersteller Elbit Systems deuten alle auf einen Wandel hin und zeigen, dass eine erhebliche Kluft zwischen großen Unternehmen und Kultureinrichtungen auf der einen Seite und ihren Beschäftigten, dem Publikum und der breiten Öffentlichkeit auf der anderen Seite besteht.

Bedeutende internationale Menschenrechtsorganisationen schlagen weiterhin Alarm wegen der entsetzlichen und eskalierenden Menschenrechtsverletzungen, die Israel gegen Millionen von Palästinensern begeht. Viele dieser Verstöße wurden in der von Südafrika im Dezember beim Internationalen Gerichtshof eingereichten Klage gegen Israel wegen Völkermordes aufgezeigt. Trotz der Anordnung dieses Gerichts vom Januar, dass Israel glaubhaft einen Völkermord begeht, trotz der darauf folgenden Anordnungen, dass Israel den Fluss humanitärer Hilfe zulassen und die Militäroperationen in Rafah einstellen muss, und trotz der Anträge des Internationalen Strafgerichtshofs auf Haftbefehle gegen hochrangige israelische Beamte, sowie trotz der massiven Studenten- und Arbeiteraufstände zur Unterstützung der palästinensischen Befreiung und zur Beendigung der Komplizenschaft mit Israel in der ganzen Welt, geht die völkermörderische Kampagne gegen das palästinensische Volk in Gaza im Wesentlichen ungehindert von seinen größten Unterstützern - den USA und anderen westlichen Kolonialmächten - weiter.


Von besonderer Bedeutung für Schriftsteller und Verleger ist die Tatsache, dass die Frankfurter Buchmesse (FBM), die weltgrößte Veranstaltung der Buchbranche, in der Vergangenheit die Präsenz des Apartheidstaates Israel sehr begrüßt hat. Man könnte meinen, dass Kultureinrichtungen, wie die FBM angesichts des israelischen Vorgehens und der stark zunehmenden internationalen Empörung diese Unterstützung zurückziehen, Israel für seine Verstöße verurteilen und die Beziehungen abbrechen würden. Doch die anfängliche Position der Frankfurter Buchmesse, Israel während der gesamten Laufzeit im Oktober letzten Jahres zu unterstützen - eine Position, die Erklärungen im Namen der Messe und des Geschäftsführers Jürgen Boos und Pläne beinhaltete, israelische Stimmen durch die Hinzufügung von Sonderprogrammen, einschließlich eines Panels mit dem Titel „In Sorge um Israel“, „besonders sichtbar“ zu machen - scheint bis heute unverändert zu sein, und die FBM hat sich in den folgenden Monaten auffällig still zu dem sich entfaltenden Völkermord verhalten.

03/08/2023

SHEREN FALAH SAAB
Ce n’est pas une blague : des militants du BDS et de la droite sioniste ont tenté d’annuler des concerts d’Emel Mathlouthi en Palestine/Israël

Sheren Falah Saab, Haaretz, 2/8/2023
Traduit par Fausto Giudice, Tlaxcala

NdT : le Festival international d’Hammamet, en Tunisie, vient d’annuler, sans explications et sans en informer la chanteuse, un concert d’Emel Mathlouthi programmé pour le 9 août [voir le message d’Emel en bas de page]. Ci-dessous l’arrière-fond de cette décision tout simplement stupide.

Emel Mathlouthi a annulé son spectacle à Haïfa à la suite d’une campagne BDS ; les partisans de la droite sioniste ont eu moins de succès à Jérusalem-Est.

La chanteuse tunisienne Emel Mathlouthi a été attaquée à la fois par le mouvement BDS et par des Israéliens d’extrême droite au cours de la même tournée, qui vient de s’achever, en Cisjordanie et en Israël.

Tout d’abord, elle a annulé la représentation prévue lundi dernier au Fattoush Bar à Haïfa, à la suite d’une campagne médiatique du BDS à son encontre. « Nous appelons les Tunisiens et les Arabes, ainsi que tous les partisans de la Palestine dans le monde, à boycotter Emel Mathlouthi, toute sa musique et tous ses spectacles », avaient écrit les militants du mouvement Boycott, Désinvestissement et Sanctions.

Jeudi dernier, Mathlouthi a publié sur sa page Facebook une déclaration rejetant les allégations du BDS selon lesquelles elle “normalise l’occupation par des moyens culturels”. Elle a indiqué que la question palestinienne était une priorité absolue pour elle, comme en témoignent ses chansons, ses prises de position et ses déclarations personnelles. Néanmoins, sa prestation prévue à Haïfa a suscité la controverse sur les médias sociaux, et la pression exercée par le BDS a eu l’effet escompté.

« Suite à la controverse soulevée par la tournée de concerts dans les territoires palestiniens, et afin d’éviter tout malentendu, nous avons décidé de ne pas donner de représentation dans la ville occupée de Haïfa, même si le lieu (Fattoush Bar) est sous propriété palestinienne », a-t-elle écrit.

L’attaque contre la chanteuse a suscité de vives discussions sur les réseaux sociaux de la part de jeunes Palestiniens qui s’opposent à la position du BDS. L’activiste Athir Ismail a écrit sur Facebook : « Je suis une Palestinienne. Et je veux parler de ce que je veux sans que quelqu’un de l’extérieur me regarde et me dise comment me battre et comment vivre ».

Ismail a adressé ses critiques aux militants du BDS vivant à l’étranger, dont les appels au boycott finissent par affecter les Palestiniens vivant en Israël. « Que savez-vous de notre vie ici, à part ce que vous voyez et entendez dans les journaux télévisés ? Vous mettez en doute notre identité palestinienne et vous agissez comme un homme qui pense devoir expliquer à une femme ce qu’elle peut ou ne peut pas faire dans sa lutte contre la masculinité toxique, ce qui est permis et ce qui est interdit ».

L’artiste Haya Zaatry, de Nazareth, a également critiqué les actions du BDS : « Empêcher ou annuler un spectacle musical donné par un artiste arabe dans un espace palestinien indépendant à Haïfa ne fait qu’accentuer l’embargo culturel dans lequel nous (citoyens palestiniens d’Israël) vivons, et c’est une chose mauvaise et dangereuse ».

Zaatry a également critiqué la politique du BDS concernant le boycott des Israéliens palestiniens. « Nous travaillons dur pour produire un art palestinien indépendant. Nous travaillons dur pour construire un espace culturel palestinien indépendant. Nous travaillons dur pour faire entendre notre voix dans le monde ». Faisant référence aux militants du BDS, elle a ajouté : « Et, malheureusement, nous n’entendons vos voix que comme une attaque contre nous, et c’est une contradiction ».

Mais ce n’est pas seulement le BDS qui a tenté de faire annuler le spectacle de Mathlouthi. Des militants de la droite sioniste ont également déployé des efforts. La semaine dernière, Shai Glick, directeur de B’tsalmo, et Ran Yishai, directeur du Centre de Jérusalem pour la politique appliquée, ont envoyé une lettre aux ministres Amichai Chikli, Moshe Arbel et Itamar Ben-Gvir, demandant l’annulation du spectacle de Mathouthi à Jérusalem-Est.

Glick et Yishai ont qualifié la chanteuse de “partisane du BDS et d’incitatrice à la haine”. Dans leur lettre, ils soulignent que « Mathlouthi a précédemment refusé de participer à un festival financé par l’ambassadeur d’Israël en Allemagne, et a été félicitée par le BDS pour cela ». Les tentatives visant à faire annuler le spectacle de Jérusalem ont échoué. La semaine dernière, Mathlouthi s’est produite au festival Layali al Tarab fi Quds al Arab [organisé par le Conservatoire national de musique Edward Said de l'Université Bir Zeit].

Mathouthi a été largement reconnue en Tunisie grâce à sa chanson contestataire Kelmti Horra (“Ma parole est libre”), qui est devenue l’hymne de la révolution tunisienne. À la suite de ce succès, elle a sorti son premier album, qui porte le même titre. Sa musique a été saluée pour son mélange de sonorités tunisiennes et occidentales. Son deuxième album, Ensen, sorti en 2017, fait également appel à la musique électronique et classique. En 2020, elle a publié une vidéo pour sa chanson Holm (“Rêve”), qui est chantée en arabe tunisien. Le clip compte plus de 13 millions de vues sur YouTube.

Le BDS a déjà appelé à boycotter les artistes du monde arabe qui se produisent en Israël. Un cas bien connu s’est produit lorsque le chanteur jordanien Aziz Maraka s’est produit à Kafr Yasif, dans le nord d’Israël, et qu’il a été interviewé par Haaretz.

À la suite de ce spectacle, il a été boycotté dans le monde arabe pendant plusieurs années et n’a plus été invité à se produire. Finalement, il a dû présenter des excuses pour s’être produit en Israël. Le BDS a également appelé au boycott du rappeur palestino-jordanien Msallam Hdaib, qui se produit sous le nom d’Emsallam, après son concert à Haïfa. Depuis ce spectacle, il ne s’est plus produit en Israël.

Il s’agissait de la première tournée de Mathlouthi en Cisjordanie et en Israël, qui s’est terminée par l’annulation de la dernière représentation à Haïfa. Ce qui a rendu la situation encore plus inhabituelle, c’est que, pour la première fois, des organisations de droite israéliennes se sont jointes à l’appel du BDS pour boycotter une chanteuse tunisienne dont le seul but était de se produire devant un public palestinien des deux côtés de la ligne verte.

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Emel Mathlouthi

Depuis mon arrivée en Palestine je fais l’objet d’attaques violentes de la part de certaines personnes en Tunisie qui estiment que ma présence en Palestine contribue à la normalisation avec l’occupation Israélienne.

Ces attaques ont conduit à l’annulation arbitraire de mon concert à Hammamet sans en justifier officiellement la raison jusqu’à présent.

D’autres artistes avant moi sont venus chanter en Palestine tels que Souad Massi, Lotfi Bouchnak, Saber Rebai qui pourtant sont invités dans les festivals tunisiens.

Il paraît donc évident que ces attaques et cette annulation visent spécifiquement ma personne et ce que je représente.

La question palestinienne est fondamentale et c’est ce que j’ai toujours affirmé tout au long de ma carrière.

Chanter pour la Palestine en Palestine et pour son peuple n’est pas seulement un acte artistique, mais pour moi et pour tous les Palestiniens que j’ai rencontrés dans leur pays, c’est un acte de résistance et un moyen de briser leur isolement.

Tous ceux qui se proclament plus palestiniens que les Palestiniens et qui essayent de semer le doute sur mes intentions et jeter de l’huile sur le feu confortablement depuis l’écran de leur ordinateur se trompent sur toute la ligne.

J’ai aussi pu observer et vivre le temps de mon séjour l’occupation avec eux et les intimidations quotidiennes aux checkpoints et a l’intérieur des villes a El khalil, Ramallah ou Jenin.

Je demande clarification et réparation de cette grave erreur envers le public tunisien et envers moi et mon équipe en tant qu’artiste tunisienne qui s’efforce toujours d’être une voix libre et indépendante.

Merci aux grands militants Rania Elias, Suheil Khoury et The Edward Said National Conservatory of Music pour votre invitation et m’avoir permis de réaliser ce rêve et de vivre ces moments hors du temps avec le public palestinien à Jérusalem, Ramallah et Bethléem.

Merci a tous pour tous vos précieux messages d’amour et de soutien et merci aux Palestiniens qui m’ont apporté leur soutien inconditionnel tout du long.