Cada mañana estalla el sol sobre el Machrek, misiles, fuego, promesas
internacionales, cada mañana comienza la cuenta regresiva para nuevas víctimas.
Este artículo no soporta el silencio prolongado, ¡maldito sea silencio!
Callarse significa que eres parte del crimen.
Luego, de repente, te das cuenta de que el rojo en el cielo no es un atardecer
romántico, es sangre mezclada con el fuego de los bombardeos. El color que era
símbolo del amor se ha vuelto color de muerte, es el color de la sangre
mezclada con el fuego del bombardeo, esto es exactamente lo que ven en el cielo
de Gaza. Gaza arde, sus niños envueltos en mantas empapadas de sangre, las
madres vacilan entre el grito y la oración, los padres se golpean el rostro y
tratan de despertar a sus hijos muertos. Esto no es el día del Juicio Final, es
un día más ordinario en Gaza.
Por primera vez en setenta años de masacres la ONU ha descubierto de repente
que Israel está cometiendo en Gaza lo que el diccionario humano llama
“genocidio”. En su informe la comisión internacional de investigación declaró
que el ejército israelí ha cometido cuatro de los cinco elementos del genocidio
tal como lo dispone la Convención de 1948:
• Matar a miembros del grupo,
• Infligir daño físico o mental grave,
• Imponer condiciones de vida destinadas a destruir al grupo total o
parcialmente,
• Crear condiciones que apunten a impedir los nacimientos dentro del grupo.
Solo el quinto apartado, el relacionado con el secuestro de niños, aún no
ha recibido el “honor” de la firma israelí, quizá por falta de tiempo, o porque
simplemente prefieren matar a los niños en brazos de sus madres.
El informe señala con frialdad que estos crímenes fueron cometidos con
premeditación, sellados con las declaraciones de Netanyahu, Gallant y Herzog.
Léanlo conmigo si quieren. No cambiará nada.
Punto primero: matar al grupo meta
El informe indica sesenta mil mártires hasta ahora, y el número va en aumento,
la mitad son mujeres y niños. El resto son civiles. Su único pecado: estar
vivos, eso es todo.
La revista The Lancet, que normalmente escribe sobre enfermedades como
el cáncer o del hígado, se encuentra de lleno en el genocidio documentando el
colapso de la esperanza de vida en Gaza: de 75,5 a 40,5 años. Israel no se
contenta con matar gente, hurta la vida de quienes aún no han nacido.
Los hospitales, “infraestructuras protegidas” en el derecho internacional, se
han convertido en objetivos militares, sé que lo sabes!
El informe registra 498 ataques documentados; las maneras de matar son muchas:
casas, refugios, zonas seguras, y un asedio que impide agua, pan y medicinas.
El hambre misma es diseñada por Israel con tanto cuidado como cualquier bomba
inteligente.
Punto segundo: infligir daño grave
La muerte no fue suficiente, había que humillar, desplazar bajo los bombardeos,
huir de las casas hacia nada, y de ahí hacia las tumbas. Se debe añadir la
tortura en las prisiones para completar el cuadro. La comisión internacional
documentó todo con frialdad académica, parada en medio de un matadero que se
desborda con todos los colores de la sangre y todas sus formas. Luego añade la
frase que repite en cada informe suyo: “Esto podría usarse ante la Corte Penal
Internacional.”
Punto tercero: imponer condiciones de vida propicias para el genocidio
La ONU tardó dos años en decir que Israel usaba el hambre como arma. Dos años
de hambre, de sed, de bombardeos, antes de que escribieran esa frase en el
informe. El pan, el agua, las escuelas, los hospitales, todo se convirtió en
escombros y se evaporó, y la comisión lo llama “crímenes contra la humanidad”.
¡Gracias por este descubrimiento!
Punto cuarto: impedir los nacimientos
El futuro mismo fue puesto en la lista de objetivos en Gaza, incluso la
idea primera de la vida fue exterminada… El informe de la comisión documenta el
bombardeo de la más grande clínica de fertilidad del territorio, la quema de
cuatro mil fetos, mil muestras de esperma y óvulos… Israel decidió aniquilar la
idea misma antes de que se convirtiera en vida. No niños, no esperanza, no
generaciones nuevas… todo quemado. ¡Imaginen! Es más fácil para Israel que
esperarlos para que nazcan.
Navi Pillay, presidenta de la comisión, ha pedido la prohibición de armar a
Israel, el enjuiciamiento de los criminales y el fin de este genocidio. Gritó:
el silencio es cómplice del crimen… En marzo pasado, la comisión dijo: “las
acciones de Israel podrían calificar como genocidio”. Hoy, la palabra “podrían”
ha caído, simplemente. No ha cambiado nada salvo el número de cuerpos de los
mártires.
En cuanto al comunicado del ministerio israelí de Relaciones Exteriores, es
una copia del comunicado del año pasado, del año anterior, y del anterior
también: “alegaciones falsas, informe fraudulento, mentiras…” las mismas
alegaciones desde hace medio siglo, repetidas por los portavoces oficiales en
Tel Aviv… Israel es inocente, rodeado por civiles, cercado por niños con los
zapatos rotos, un ejército que enfrenta, en su relato, una amenaza existencial
de madres buscando los restos de sus hijos bajo los escombros.
Medio
siglo del mismo discurso, un ejército armado hasta los dientes que mata niños y
afirma ser la víctima. Al final nada de justicia. Nada de vergüenza. La sangre
llena el lugar… solo sangre, mucha sangre que ahoga la tierra, y encima flotan
palabras insulsas de solidaridad.
Chaque
matin, le soleil explose au-dessus du Machrek, des missiles, du feu, des
promesses internationales, chaque matin, le compte à rebours commence pour de
nouvelles victimes.
Cet article
ne tolère pas le silence prolongé, maudit soit le silence ! Se taire, c’est
être complice du crime.
Puis,
soudain, on réalise que le rouge dans le ciel n’est pas un coucher de soleil
romantique : c’est du sang mêlé aux flammes des bombardements. La couleur
qui était symbole de l’amour est devenue couleur de la mort, c’est exactement
ce que vous voyez dans le ciel de Gaza… Gaza brûle, ses enfants sont enveloppés
de couvertures trempées de sang, les mères vacillent entre les cris et les
prières, les pères se frappent le visage et essayent de réveiller leurs enfants
morts. Ce n’est pas le jour du Jugement dernier, c’est juste un autre jour
ordinaire à Gaza.
Pour la
première fois depuis soixante-dix ans de massacres, l’ONU a soudainement
découvert qu’Israël commet à Gaza ce que le dictionnaire des humains appelle un
« génocide ». Dans son rapport, la commission d’enquête internationale a
déclaré que l’armée israélienne a commis quatre des cinq éléments constitutifs
du génocide tels que définis dans la Convention de 1948 :
• Tuer des membres du
groupe,
• Infliger des atteintes graves à l’intégrité physique ou mentale,
• Imposer des conditions de vie destinées à détruire, en tout ou en partie, le
groupe,
• Créer des conditions visant à empêcher les naissances au sein du groupe.
Seul le
cinquième élément, relatif à l’enlèvement d’enfants, n’a pas encore reçu l’«
honneur » de la signature israélienne, peut-être par manque de temps, ou parce
qu’ils préfèrent tout simplement tuer les enfants dans les bras de leurs mères.
Le rapport
mentionne froidement que ces crimes ont été commis avec préméditation,
estampillés par les déclarations de Netanyahou, Gallant et Herzog.
Lisez-le
avec moi si vous voulez. ça ne
changera rien.
Point un
: élimination du groupe ciblé
Le rapport recense
soixante mille martyrs à ce jour, et le nombre augmente, dont la moitié sont
des femmes et des enfants. Le reste sont des civils. Leur seule faute : être
vivants, c’est tout.
La revue The
Lancet, qui parle habituellement de maladies du cancer ou du foie, se
retrouve au cœur du génocide en documentant l’effondrement de l’espérance de
vie à Gaza : de 75,5 à 40,5 ans. Israël ne se contente pas de tuer des gens, il
vole la vie de ceux qui ne sont pas encore nés.
Les
hôpitaux, des « infrastructures protégées » selon le droit international, sont
devenus des cibles militaires… je sais que vous savez !
Le rapport enregistre 498 attaques documentées. Les façons de tuer sont
nombreuses : maisons, abris, zones supposément sûres, et un siège qui empêche
l’eau, le pain et les médicaments. La faim même est conçue par Israël aussi
soigneusement que n’importe quelle bombe intelligente.
Point
deux : infliger des atteintes graves
La mort ne
suffisait pas, il fallait l’humiliation, la déportation sous les bombardements,
la fuite des maisons vers rien, de là vers les tombes. Il faut ajouter la
torture dans les prisons pour que le tableau soit complet. La commission
internationale a tout documenté avec une froideur académique, debout au milieu
d’un abattoir débordant de toutes les couleurs du sang et de toutes ses formes.
Puis elle ajoute la phrase qu’elle répète dans chacun de ses rapports : « Cela
pourrait être utilisé devant la Cour pénale internationale ».
Point
trois : imposer des conditions de vie propices au génocide
L’ONU a mis
deux ans pour dire qu’Israël utilise la famine comme arme. Deux années de faim,
de soif, de bombardements, avant qu’ils écrivent cette phrase dans le rapport.
Le pain, l’eau, les écoles, les hôpitaux, tout est devenu ruine et s’est
évaporé, et la commission appelle ça des « crimes contre l’humanité ». Merci
pour cette découverte !
Point
quatre : empêcher les naissances
L’avenir
lui-même a été mis sur la liste des cibles à Gaza, même la première idée de la
vie a été exterminée. Le rapport de la commission documente le bombardement de
la plus grande clinique de fertilité du secteur, la combustion de quatre mille
fœtus, mille échantillons de sperme et ovules… Israël a décidé d’anéantir
l’idée elle-même avant qu’elle ne devienne vie. Pas d’enfants, pas d’espoir,
pas de nouvelles générations… tous brûlés. Imaginez ! C’est plus facile pour
Israël que d’attendre pour qu’ils naissent.
Navi Pillay,
présidente de la commission, a demandé l’interdiction de la fourniture d’armes
à Israël, le procès des criminels et l’arrêt de ce génocide. Elle a crié : le
silence est complice du crime. En mars dernier, la commission avait écrit : «
les actes d’Israël pourraient relever du crime de génocide ». Aujourd’hui, «
pourraient » a disparu, tout simplement. Rien n’a changé sauf le nombre des
corps des martyrs.
Quant au
communiqué du ministère des Affaires étrangères israélien, c’est une copie du
communiqué de l’année dernière, de l’année précédente, et de l’année d’avant :
« allégations mensongères, rapport falsifié, mensonges… » les mêmes allégations
depuis un demi-siècle, reprises par les porte-parole officiels de Tel Aviv.
Israël est innocent, encerclé par des civils, cerné par des enfants aux
chaussures déchirées, une armée qui fait face, dans son récit, à une menace
existentielle venant de mères cherchant les restes de leurs enfants sous les
décombres.
Un
demi-siècle du même discours, une armée bardée d’armes jusqu’aux dents qui tue
des enfants et prétend être la victime. Au final pas de justice. Pas de honte.
Le sang remplit les lieux, rien que du sang, beaucoup de sang qui noie la
terre, et au-dessus duquel flottent des mots de solidarité ternes.
Lyna Al Tabalé
libanesa, doutora em Ciências Políticas, advogada de formação e professora de
Relações Internacionais e Direitos Humanos.
Sim,
decidi dar este título ao artigo em inglês. Não por querer me gabar, nem porque
acredite mais na globalização da língua do que na sua equidade. Mas porque esta
frase se tornou, sem a permissão de ninguém, uma declaração de solidariedade
mundial.
I stand with
Francesca Albanese. Dou meu apoio a
Francesca Albanese.
Uma
frase curta, mas cheia de significado... apenas cinco palavras. Pronunciadas
com calma, mas classificadas como perigosas para a segurança nacional... Como
assim?
Há uma
mulher italiana que hoje está sendo perseguida por causa de Gaza. Ela não tem
genes de resistência, não tem nenhum vínculo familiar com Gaza, nem um passado
marcado pela Nakba, nem mesmo uma foto. Ela não é árabe, não nasceu em um acampamento,
não foi criada com o discurso da libertação. Ela não é uma sonhadora de
esquerda, talvez nunca tenha lido Marx em cafés. Não atirou uma única pedra contra
um soldado israelense... Tudo o que fez foi cumprir o seu dever profissional.
“Louca”,
declarou Trump. Ele, que monopoliza esse adjetivo e o distribui como fazem os
narcisistas quando se esfarelam diante de uma mulher que não se cala diante da
injustiça.
Ela se
chama Francesca Albanese. Advogada e acadêmica italiana, ocupa o cargo de
relatora especial das Nações Unidas para os direitos humanos nos territórios
palestinos ocupados desde 1967. Como funcionária internacional, sentada atrás
de uma escrivaninha branca, redige relatórios com uma linguagem precisa e uma
formulação jurídica imparcial. Não é boa oradora, mas foi clara e inequívoca: o
que está acontecendo em Gaza é um genocídio.
Ele
escreveu preto no branco em um relatório oficial publicado no âmbito de suas
funções, em linguagem compreensível para o direito internacional: o que Israel
está fazendo em Gaza é um genocídio.
Da noite
para o dia, seu nome se tornou perigoso e deveria ser aniquilado, assim como o
exército israelense aniquila as casas em Rafah. Seu nome foi destruído por um
único míssil político e foi incluído na lista de sanções, ao lado de
traficantes e financiadores do terrorismo.
Agora eu
sei: neste mundo, basta não mentir para que te proíbam de viajar, congelem suas
contas e te excluam do sistema internacional.
Francesca
não infringiu a lei, ela a aplicou. E esse é o seu verdadeiro crime.
Ele não
cometeu nenhum erro de definição, não exagerou na linguagem, não extrapolou
suas funções. A única coisa que fez foi chamar o crime pelo seu nome.
Não,
este relatório não trata do genocídio dos nativos americanos. Nem do Vietnã,
nem do fósforo branco, nem de Bagdá, nem de Trípoli... Este relatório não remoi
o passado dos Estados Unidos, mas trata de um presente descarado. E do direito
que se perde quando o reivindicamos... Este relatório trata da justiça
internacional que é afogada diante dos nossos olhos e da carta dos direitos
humanos que também se evapora diante dos nossos olhos. Enquanto o culpado ocupa
um lugar no Conselho de Segurança.
Este
relatório fala de um mundo que não castiga os mentirosos. Um mundo que te mata
quando amas sinceramente, quando dás sem pedir nada em troca, quando falas com
coragem, quando tentas reparar o mal causado.
Este
relatório fala simplesmente do mundo das trevas.
Este
mundo que estrangula todos aqueles que não querem ser como ele.
Francesca
não foi a primeira.
Quando o
Estatuto de Roma foi criado, os EUA trataram o Tribunal Penal Internacional
como um “vírus jurídico”, porque não podiam controlá-lo... Bill Clinton
assinou-o (sem ratificá-lo). Depois veio George W. Bush, retirou sua assinatura
e promulgou a chamada “lei de invasão de Haia”, que autoriza a invasão militar
dos Países Baixos se o Tribunal Penal ousar julgar um único soldado ianque...
Barack Obama, o sábio, não revogou a lei... Depois veio Trump, o cowboy loiro,
com duas pistolas no cinto, que deu o golpe de misericórdia na justiça... Ele
puniu Fatou Bensouda, a ex-procuradora-geral do Tribunal, por abrir os
processos do Afeganistão e da Palestina. Retirou-lhe o visto, congelou os seus
bens e pendurou-a na corda dos seus tweets sarcásticos.
Depois
veio Karim Jan, o atual procurador-geral, encarregado do pesado dossiê de Gaza
e de uma lista de nomes igualmente pesados: Netanyahu, Galant... Mais uma vez,
o facão da vingança política voltou e ameaçou a espada da justiça.
Karim
Jan tem sido alvo de inúmeras ameaças vindas do Congresso, da Casa Branca e de
Tel Aviv.
No primeiro dia após sua chegada à Casa
Branca, Donald Trump assinou a lei sobre sanções contra o Tribunal Penal
Internacional. Um homem de origem paquistanesa que ousa tocar em nomes
intocáveis? O jogo acabou.
É assim
que uma instituição internacional, com todo o seu pessoal e equipamento, foi
alvo de sanções americanas, como se fosse uma milícia armada... Seus
funcionários foram proibidos de viajar, de trabalhar e até mesmo de respirar
livremente... Quem disse que os EUA impedem a justiça? Desde que ela não se
aproxime de Tel Aviv ou do Pentágono.
E, num
momento de sinceridade, Joe Biden disse isso com sua formulação rebuscada:
essas leis não foram redigidas para se aplicarem ao “homem branco”, mas aos
africanos... e a Putin, quando necessário.
E assim
se completa o paradoxo: 85% dos processos e julgamentos perante o Tribunal
Penal Internacional são contra africanos.
E quando são abertos processos contra
ocidentais, a justiça torna-se uma ameaça... e o Tribunal, um alvo.
E agora
você já sabe: se cruzar a linha vermelha,
é o tribunal que é
julgado,
o juiz que é
julgado,
e a testemunha que
é julgada.
Só resta
o assassino... sentado na primeira fila, sorrindo para as câmeras, recebendo
convites para participar de uma conferência sobre direitos humanos. Por que
não?
Trump
desferiu um golpe mortal ao direito internacional, uma facada no coração do
Tribunal Penal, e depois enterrou o que restava do sistema de direitos humanos
e nos jogou o cadáver: “Aqui está, enterrem”, disse ele com o mesmo tom usado
para dar ordens durante os massacres na costa síria, quando os alauítas foram
enterrados sob os escombros, sem testemunhas, sem investigação, às vezes sem
nome, apenas com um número... Um buraco e tudo acabou.
Trump
agiu como um cowboy: disparou e depois declarou que o alvo ameaçava a
segurança. Tudo isso diante dos olhos das nações. E também diante dos nossos
olhos... Diante dos olhos da Europa, mais concretamente.
A Europa
que redigiu estas leis a partir das cinzas das suas guerras, dos seus complexos
psicológicos nunca resolvidos, do seu medo de si própria.
E hoje,
olha, em silêncio... Com todos os seus complexos psicológicos, a Europa hoje
guarda silêncio. Enterra seu filho jurídico com sangue frio, como as mães de
Gaza enterram seus filhos...
Com uma
única lágrima, porque o tempo não permite chorar muito tempo.
Entendem
agora? Todas as leis sobre direitos humanos, desde o Estatuto de Roma até a
Carta Internacional, são boas para sessões acadêmicas e cursos de formação que
terminam com a entrega de diplomas e fotos após a formatura dos felizes
especialistas.
E tudo é
decidido em Washington.
É assim
que se administra a justiça internacional na era da hegemonia: uma lista de
sanções... e um tapete vermelho estendido diante do carrasco.
Você
acompanhou bem a história?
Uma
italiana na lista americana de terrorismo político... Chama-se Francesca
Albanese. Não é originária de Gaza, não saiu de uma guerra, não nasceu sob o
bloqueio. Não esconde armas nem bombas na bolsa, não pertence a nenhuma
organização secreta... Vem do mundo do direito, das instituições das Nações
Unidas, de uma burocracia neutra... A única coisa que fez foi redigir um
relatório oficial sobre o que aconteceu em Gaza...
Ele
escreveu o que viu: sangue, escombros, um crime em todos os sentidos...
Escreveu que o que aconteceu ali não foi uma operação de segurança nem de
legítima defesa, mas um genocídio... Fez o seu trabalho na linguagem dos
relatórios, sem slogans, sem gritos de guerra, sem sequer desenhar uma metade de
melancia na margem... Francesca Albanese perturbou a ordem mundial porque não
mentiu...
Ele não
infringiu as normas diplomáticas... Simplesmente aplicou a lei...
Lyna Al Tabalè
libanese, dottoressa in scienze politiche, avvocata di formazione e docente di
relazioni internazionali e diritti umani.
Sì, ho deciso di intitolare questo articolo in inglese. Non perché mi
piaccia mettermi in mostra, né perché creda più nella globalizzazione della
lingua che nella sua equità. Ma perché questa frase è diventata, senza l’autorizzazione
di nessuno, una dichiarazione di solidarietà mondiale.
I stand with Francesca Albanese. Sono solidale con Francesca Albanese
Una frase breve, ma densa... solo cinque parole. Pronunciata con calma, ma
classificata come pericolosa per la sicurezza nazionale... Come?
C’è una donna italiana che oggi è perseguita a causa di Gaza. Non ha i geni
della resistenza, non ha alcun legame con Gaza, nessun passato segnato dalla
Nakba, nemmeno una foto. Non è araba, non è nata in un campo profughi, non è
stata educata al discorso della liberazione. Non è una sognatrice di sinistra,
forse non ha mai letto Marx nei caffè. Non ha mai lanciato un sasso contro un
soldato israeliano... Tutto quello che ha fatto è stato compiere il suo dovere
professionale.
“Pazza”, ha detto Trump. Lui che monopolizza questo aggettivo e lo
distribuisce come fanno i narcisisti quando crollano davanti a una donna che
non ha taciuto di fronte all’ingiustizia.
Si chiama Francesca Albanese. Avvocata e accademica italiana, ricopre la
carica di relatrice speciale delle Nazioni Unite sui diritti umani nei
territori palestinesi occupati dal 1967. Funzionaria internazionale, seduta
dietro una scrivania bianca, redige rapporti in un linguaggio preciso e con una
formulazione giuridica imparziale. Non è dotata di grande eloquenza, ma lo ha
detto chiaramente e senza ambiguità: quello che sta succedendo a Gaza è un
genocidio.
Lo ha scritto nero su bianco in un rapporto ufficiale pubblicato nell’ambito
delle sue funzioni, in un linguaggio comprensibile al diritto internazionale:
ciò che Israele sta facendo a Gaza è un genocidio.
Da un giorno all’altro, il suo nome è diventato pericoloso e doveva essere
annientato proprio come l’esercito israeliano annienta le case a Rafah. Il suo
nome è stato distrutto da un unico missile politico ed è stata inserita nella
lista delle sanzioni, insieme ai trafficanti e ai finanziatori del terrorismo.
Ora lo so: in questo mondo basta non mentire per vedersi vietare di
viaggiare, congelare i propri conti ed essere esclusi dal sistema
internazionale.
Francesca non ha infranto la legge, l’ha applicata. Ed è questo il suo vero
crimine.
Non ha commesso errori di definizione, non ha esagerato nel linguaggio, non
ha oltrepassato i limiti delle sue funzioni. Tutto ciò che ha fatto è stato
chiamare il crimine con il suo nome.
No, questo rapporto non tratta del genocidio degli indiani d’America. Né
del Vietnam, né del fosforo bianco, né di Baghdad, né di Tripoli... Questo
rapporto non rivanga il passato usamericano, ma tratta di un presente
spudorato. E del diritto che si perde quando lo rivendichiamo... Questo
rapporto tratta della giustizia internazionale che viene soffocata sotto i
nostri occhi e della Carta dei diritti umani che svanisce anch’essa sotto i
nostri occhi. Mentre il colpevole siede al Consiglio di sicurezza.
Questo rapporto parla di un mondo che non punisce i bugiardi. Un mondo che
ti uccide quando ami sinceramente, quando dai senza riserve, quando parli con
coraggio, quando cerchi di riparare i danni.
Questo rapporto parla semplicemente del mondo delle tenebre.
Questo mondo che strangola tutti coloro che non vogliono assomigliargli.
Francesca non era la prima.
Quando è stato creato lo Statuto di Roma, gli USA hanno trattato la Corte
penale internazionale come un “virus giuridico”, perché non potevano
controllarla... Bill Clinton l’ha firmato (senza ratificarlo). Poi è arrivato
George W. Bush, che ha ritirato la firma e ha promulgato quella che è stata
definita la “legge di invasione dell’Aia”, che autorizza l’invasione militare
dei Paesi Bassi se la Corte penale osa giudicare anche un solo soldato usamericano...
Barack Obama, il saggio, non ha abrogato la legge... Poi è arrivato Trump, il
cowboy biondo, con due pistole alla cintura, che ha dato il colpo di grazia
alla giustizia... Ha punito Fatou Bensouda, l’ex procuratrice generale della
Corte, per aver aperto i fascicoli sull’Afghanistan e sulla Palestina. Le ha
revocato il visto, congelato i beni e l’ha impiccata con i suoi tweet
sarcastici.
Poi è arrivato Karim Khan, l’attuale procuratore generale, incaricato del
pesante dossier di Gaza e di una lista di nomi altrettanto pesanti: Netanyahu,
Galant... Ancora una volta, la scimitarra della vendetta politica è tornata a
minacciare la spada della giustizia.
Karim Khan è stato sommerso da minacce provenienti dal Congresso, dalla
Casa Bianca e da Tel Aviv.
Il primo giorno del suo arrivo alla
Casa Bianca, Donald Trump ha firmato la legge sulle sanzioni contro la Corte
penale internazionale. Un uomo di origini pakistane che osa toccare nomi
intoccabili? Finito di giocare.
È così che un’istituzione internazionale, con tutto il suo personale e le
sue attrezzature, è stata sottoposta alle sanzioni usamericane, come se si
trattasse di una milizia armata... Ai suoi dipendenti è stato vietato di
viaggiare, lavorare e persino respirare liberamente... Chi ha detto che l’USAmerica
impedisce la giustizia? A patto che questa non si avvicini a Tel Aviv o al
Pentagono.
E in un momento di sincerità, Joe Biden lo ha detto con la sua formulazione
contorta: queste leggi non sono state scritte per applicarsi all’ “uomo bianco”,
ma agli africani... e a Putin, quando necessario.
Ed ecco che il paradosso è completo: l’85% dei procedimenti e dei processi
dinanzi alla Corte penale internazionale riguarda africani.
E quando vengono aperti dei
fascicoli su soggetti occidentali, la giustizia diventa una minaccia... e il
Tribunale un bersaglio.
E ora lo sapete anche voi: se superate il limite,
è il tribunale che
viene giudicato,
il giudice che viene giudicato,
e il testimone che viene giudicato.
Rimane solo l’assassino... seduto in prima fila, sorridente davanti alle
telecamere, mentre riceve inviti per partecipare a una conferenza sui diritti
umani. Perché no?
Trump ha inferto un colpo mortale al diritto internazionale, una pugnalata
al cuore della Corte penale, poi ha seppellito ciò che restava del sistema dei
diritti umani e ci ha gettato il cadavere: “Ecco, seppellitelo”, ha detto con
lo stesso tono usato per dare ordini durante i massacri sulla costa siriana,
quando gli alawiti venivano seppelliti sotto le macerie, senza testimoni, senza
indagini, a volte senza nome, con solo un numero... Una buca, e tutto è finito.
Trump ha agito come un cowboy: ha sparato e poi ha dichiarato che il
bersaglio minacciava la sicurezza. Tutto questo sotto gli occhi delle nazioni.
E anche sotto i nostri occhi... Sotto gli occhi dell’Europa, per la precisione.
L’Europa che ha redatto queste leggi dalle ceneri delle sue guerre, dai
suoi complessi psicologici mai risolti, dalla sua paura di sé stessa.
E oggi guarda, silenziosa... Con tutti i suoi complessi psicologici, l’Europa
oggi tace. Seppellisce il suo figlio giuridico a sangue freddo, come le madri
di Gaza seppelliscono i loro figli...
Con una sola lacrima, perché il tempo non permette di piangere a lungo.
Capite ora? Tutte le leggi sui diritti umani, dallo Statuto di Roma alla
Carta internazionale, sono buone per le lezioni accademiche e i corsi di
formazione che si concludono con la consegna dei diplomi e le foto di rito dopo
la cerimonia di laurea agli esperti soddisfatti.
E tutto si decide a Washington.
È così che viene amministrata la giustizia internazionale nell’era dell’egemonia:
un elenco di sanzioni... e un tappeto rosso steso davanti al boia.
Avete seguito bene la storia...
Un’italiana nella lista usamericana dei terroristi politici... Si chiama
Francesca Albanese. Non è originaria di Gaza, non è uscita da una guerra, non è
nata sotto il blocco. Non nasconde armi o bombe nella borsa, non appartiene a
un’organizzazione segreta... Proviene dal mondo del diritto, dalle istituzioni
delle Nazioni Unite, da una burocrazia neutrale... Tutto quello che ha fatto è
stato redigere un rapporto ufficiale su quanto è accaduto a Gaza...
Ha scritto ciò che ha visto: sangue, macerie, un vero e proprio crimine...
Ha scritto che ciò che è successo lì non è stata un’operazione di sicurezza, né
legittima difesa, ma un genocidio... Ha fatto il suo lavoro con il linguaggio
dei rapporti, senza slogan, senza grida di battaglia, senza nemmeno mettere una
mezza anguria rossa a margine... Francesca Albanese ha sconvolto l’ordine
mondiale perché non ha mentito...
Non ha violato le regole diplomatiche... Ha semplicemente applicato la
legge...
Lyna Al Tabales libanesa, doctora en Ciencias Políticas, abogada de formación y
profesora de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos.
Sí, he decidido titular este artículo en inglés. No porque me guste
presumir, ni porque crea más en la globalización del idioma que en su equidad.
Sino porque esta frase se ha convertido, sin permiso de nadie, en una
declaración de solidaridad mundial.
I stand with Francesca Albanese.Apoyo a Francesca
Albanese.
Una frase corta, pero cargada de significado... solo cinco palabras.
Pronunciada con calma, pero clasificada como peligrosa para la seguridad
nacional... ¿Cómo?
Hay una mujer italiana que hoy está siendo perseguida por Gaza. No tiene
genes de resistencia, no tiene ningún vínculo familiar con Gaza, ni un pasado
marcado por la Nakba, ni siquiera una foto. No es árabe, no nació en un campo,
no se crió con el discurso de la liberación. No es una soñadora de izquierdas,
quizá nunca haya leído a Marx en los cafés. No ha lanzado ni una sola piedra a
un soldado israelí... Lo único que ha hecho es cumplir con su deber
profesional.
“Loca”, declaró Trump. Él, que acapara ese calificativo y lo reparte como
hacen los narcisistas cuando se derrumban ante una mujer que no ha guardado
silencio ante la injusticia.
Se llama Francesca Albanese. Abogada y académica italiana, ocupa el cargo
de relatora especial de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos en los
territorios palestinos ocupados desde 1967. Como funcionaria internacional,
sentada detrás de un escritorio blanco, redacta informes con un lenguaje
preciso y una formulación jurídica imparcial. No se le da bien la oratoria,
pero lo ha dicho con claridad y sin ambigüedades: lo que está ocurriendo en
Gaza es un genocidio.
Lo ha escrito negro sobre blanco en un informe oficial publicado en el
marco de sus funciones, en un lenguaje comprensible para el derecho
internacional: lo que Israel está haciendo en Gaza es un genocidio.
De la noche a la mañana, su nombre se convirtió en peligroso y debía ser
aniquilado, al igual que el ejército israelí aniquila las casas en Rafah. Su
nombre fue destruido por un solo misil político y fue incluida en la lista de
sanciones, junto a traficantes y financiadores del terrorismo.
Ahora lo sé: en este mundo, basta con no mentir para que te prohíban
viajar, te congelen las cuentas y te excluyan del sistema internacional.
Francesca no infringió la ley, la aplicó. Y ese es su verdadero delito.
No cometió ningún error de definición, no exageró en su lenguaje, no se
extralimitó en sus funciones. Lo único que hizo fue llamar al crimen por su
nombre.
No, este informe no trata sobre el genocidio de los indios americanos. Ni
sobre Vietnam, ni sobre el fósforo blanco, ni sobre Bagdad, ni sobre Trípoli...
Este informe no remueve el pasado usamericano, trata de un presente descarado.
Y del derecho que se pierde cuando lo reivindicamos... Este informe trata de la
justicia internacional que se ahoga ante nuestros ojos y de la carta de los
derechos humanos que también se evapora ante nuestros ojos. Mientras que el
culpable ocupa un puesto en el Consejo de Seguridad.
Este informe habla de un mundo que no castiga a los mentirosos. Un mundo
que te mata cuando amas sinceramente, cuando das sin pedir nada a cambio,
cuando hablas con valentía, cuando intentas reparar el daño causado.
Este informe habla simplemente del mundo de las tinieblas.
Este mundo que estrangula a todos aquellos que no quieren parecerse a él.
Francesca no fue la primera.
Cuando se creó el Estatuto de Roma, Estados Unidos trató a la Corte Penal
Internacional como un «virus jurídico», porque no podía controlarla... Bill
Clinton lo firmó (sin ratificarlo). Luego llegó George W. Bush, retiró su firma
y promulgó la llamada «ley de invasión de La Haya», que autoriza la invasión
militar de los Países Bajos si la Corte Penal se atreve a juzgar a un solo
soldado usamericano... Barack Obama, el sabio, no derogó la ley... Luego
vino Trump, el vaquero rubio, con dos pistolas en el cinturón, que dio el golpe
de gracia a la justicia... Castigó a Fatou Bensouda, la antigua fiscal general
de la Corte, por abrir los expedientes de Afganistán y Palestina. Le retiró el
visado, congeló sus activos y la colgó de la cuerda de sus sarcásticos tuiteos.
Luego llegó Karim Khan, el actual fiscal general, encargado del pesado
expediente de Gaza y de una lista de nombres igualmente pesados: Netanyahu,
Galant... Una vez más, la espada de la venganza política volvió y amenazó a la
espada de la justicia.
Karim Khan ha sido objeto de numerosas amenazas procedentes del Congreso,
la Casa Blanca y Tel Aviv.
El primer día de su llegada a la
Casa Blanca, Donald Trump firmó la ley sobre sanciones contra la Corte Penal
Internacional. ¿Un hombre de origen pakistaní que se atreve a tocar nombres
intocables? Se acabó el juego.
Así es como una institución internacional, con todo su personal y su
equipamiento, ha sido objeto de sanciones yanquis, como si se tratara
de una milicia armada... A sus empleados se les ha prohibido viajar, trabajar e
incluso respirar libremente... ¿Quién dijo que Estados Unidos impedía la
justicia? Siempre y cuando esta no se acerque a Tel Aviv o al Pentágono.
Y en un momento de sinceridad, Joe Biden lo dijo con su formulación
enrevesada: estas leyes no se redactaron para aplicarse al «hombre blanco»,
sino a los africanos... y a Putin, cuando sea necesario.
Y así se completa la paradoja: el 85 % de los procesos y juicios ante la
Corte Penal Internacional se dirigen contra africanos.
Y cuando se abren expedientes contra
occidentales, la justicia se convierte en una amenaza... y el Tribunal, en un
objetivo.
Y ahora ya lo sabes: si cruzas la línea roja,
es el tribunal el que es juzgado, el juez que es juzgado, y el testigo que es juzgado.
Solo queda el asesino... sentado en primera fila, sonriendo a las cámaras,
recibiendo invitaciones para asistir a una conferencia sobre derechos humanos.
¿Por qué no?
Trump ha asestado un golpe mortal al derecho internacional, una puñalada en
el corazón de la Corte Penal, y luego ha enterrado lo que quedaba del sistema
de derechos humanos y nos ha arrojado el cadáver: «Aquí lo tenéis, enterradlo»,
dijo con el mismo tono que utilizaba para dar órdenes durante las masacres en
la costa siria, cuando los alauitas son enterrados bajo los escombros, sin
testigos, sin investigación, a veces sin nombre, solo con un número... Un
agujero y todo ha terminado.
Trump actuó como un vaquero: disparó y luego declaró que el objetivo
amenazaba la seguridad. Todo ello ante los ojos de las naciones. Y también ante
nuestros ojos... Ante los ojos de Europa, más concretamente.
La Europa que redactó estas leyes a partir de las cenizas de sus guerras,
de sus complejos psicológicos nunca resueltos, de su miedo a sí misma.
Y hoy, mira, en silencio... Con todos sus complejos psicológicos, Europa
hoy guarda silencio. Entierra a su hijo jurídico con sangre fría, como las
madres de Gaza entierran a sus hijos...
Con una sola lágrima, porque el tiempo no permite llorar mucho tiempo.
¿Lo entienden ahora? Todas las leyes sobre derechos humanos, desde el
Estatuto de Roma hasta la Carta Internacional, son buenas para las sesiones
académicas y los cursos de formación que terminan con la entrega de diplomas y
la toma de fotos después de la graduación de los felices expertos.
Y todo se decide en Washington.
Así es como se administra la justicia internacional en la era de la
hegemonía: una lista de sanciones... y una alfombra roja extendida ante el
verdugo.
¿Ha seguido bien la historia?
Una italiana en la lista usamericana de terrorismo político... Se llama
Francesca Albanese. No es originaria de Gaza, no ha salido de una guerra, no ha
nacido bajo el bloqueo. No esconde armas ni bombas en su bolso, no pertenece a
ninguna organización secreta... Proviene del mundo del derecho, de las
instituciones de las Naciones Unidas, de una burocracia neutral... Lo único que
ha hecho es redactar un informe oficial sobre lo que ocurrió en Gaza...
Escribió lo que vio: sangre, escombros, un crimen en toda regla... Escribió
que lo que ocurrió allí no fue una operación de seguridad ni de legítima
defensa, sino un genocidio... Hizo su trabajo en el lenguaje de los informes,
sin eslóganes, sin gritos de guerra, sin siquiera poner una media sandía roja
en el margen... Francesca Albanese ha trastornado el orden mundial porque no ha
mentido...
No infringió las normas diplomáticas... Simplemente aplicó la ley...
Lyna Al Tabalest Libanaise, docteure
en sciences politiques, avocate de formation et professeure en relations
internationales et en droits humains.
Oui, j’ai choisi de titrer cet
article en anglais. Non pas parce que j’aime me mettre en avant, ni parce que
je crois davantage à la mondialisation de la langue qu’à son équité. Mais parce
que cette phrase est devenue, sans l’autorisation de quiconque, une déclaration
de solidarité mondiale.
I stand with Francesca
Albanese. Je soutiens Francesca Albanese.
Une phrase courte, mais
chargée... seulement cinq mots. Prononcée calmement, mais classée comme
dangereuse pour la sécurité nationale... Comment ?
Il y a une femme italienne
qui est aujourd’hui poursuivie à cause de Gaza. Elle n’a pas les gènes de la
résistance, elle n’a aucun lien de parenté avec Gaza, aucun passé marqué par la
Nakba, pas même une photo. Elle n’est pas arabe, elle n’est pas née dans un
camp, elle n’a pas été élevée dans le discours de la libération. Elle n’est pas
une rêveuse de gauche, elle n’a peut-être pas lu Marx dans les cafés. Elle n’a
pas jeté une seule pierre sur un soldat israélien... Tout ce qu’elle a fait,
c’est accomplir son devoir professionnel.
« Folle », a déclaré Trump.
Lui qui monopolise ce qualificatif et le distribue comme le font les
narcissiques lorsqu’ils s’effondrent devant une femme qui n’a pas gardé le
silence face à l’injustice.
Elle s’appelle Francesca
Albanese. Avocate et universitaire italienne, elle occupe le poste de
rapporteure spéciale des Nations unies sur les droits de l’homme dans les
territoires palestiniens occupés depuis 1967. Fonctionnaire internationale,
assise derrière un bureau blanc, elle rédige des rapports dans un langage
précis et une formulation juridique impartiale. Elle n’est pas douée pour l’art
oratoire, mais elle l’a dit clairement et sans ambiguïté : ce qui se passe à
Gaza est un génocide.
Elle l’a écrit noir sur blanc
dans un rapport officiel publié dans le cadre de ses fonctions, dans un langage
compréhensible par le droit international : ce que fait Israël à Gaza est un
génocide.
Du jour au lendemain, son nom
est devenu dangereux et devait être annihilé tout comme l’armée israélienne
annihile les maisons à Rafah. Son nom a été détruit par un seul missile
politique, et elle a été inscrite sur la liste des sanctions, aux côtés des trafiquants
et des financeurs du terrorisme.
Maintenant, je le sais : dans
ce monde, il suffit de ne pas mentir pour être interdit de voyage, voir ses
comptes gelés et être exclu du système international.
Francesca n’a pas enfreint la
loi, elle l’a appliquée. Et c’est là son véritable crime.
Elle n’a pas commis d’erreur
de définition, elle n’a pas exagéré dans son langage, elle n’a pas outrepassé
ses fonctions. Tout ce qu’elle a fait, c’est appeler le crime par son nom.
Non, ce rapport ne traite pas
du génocide des Indiens d’Amérique. Ni du Vietnam, ni du phosphore blanc, ni de
Bagdad, ni de Tripoli... Ce rapport ne remue pas le passé américain, il traite
d’un présent impudent. Et du droit qui se perd lorsque nous le revendiquons...
Ce rapport traite de la justice internationale qui est étouffée sous nos yeux
et de la charte des droits de l’homme qui s’évapore également sous nos yeux.
Alors que le coupable siège au Conseil de sécurité.
Ce rapport parle d’un monde
qui ne punit pas les menteurs. Un monde qui vous tue lorsque vous aimez
sincèrement, lorsque vous donnez sans compter, lorsque vous parlez avec
courage, lorsque vous essayez de réparer les dégâts.
Ce rapport parle tout
simplement du monde des ténèbres.
Ce monde qui étrangle tous
ceux qui ne veulent pas lui ressembler.
Francesca n’était pas la
première.
Lorsque le Statut de Rome a
vu le jour, les USA ont traité la Cour pénale internationale comme un « virus
juridique », car ils ne pouvaient pas la contrôler... Bill Clinton l’a signé
(sans le ratifier). Puis George W. Bush est arrivé, a retiré sa signature et a
légiféré ce qu’on a appelé la « loi d’invasion de La Haye », qui autorise
l’invasion militaire des Pays-Bas si la Cour pénale ose juger ne serait-ce
qu’un seul soldat américain... Barack Obama, le sage, n’a pas abrogé la loi...
Puis vint Trump, le cow-boy blond, avec deux pistolets à la ceinture, qui porta
le coup de grâce à la justice... Il punit Fatou Bensouda, l’ancienne procureure
générale de la Cour, pour avoir ouvert les dossiers de l’Afghanistan et de la
Palestine. Il lui retira son visa, gela ses avoirs et la pendit à la corde de
ses tweets sarcastiques.
Puis est arrivé Karim Khan,
l’actuel procureur général, chargé du dossier lourd de Gaza et d’une liste de
noms tout aussi lourds : Netanyahou, Galant... Une fois de plus, le sabre de la
vengeance politique est revenu et a menacé l’épée de la justice.
Karim Khan a été submergé de
menaces provenant du Congrès, de la Maison Blanche et de Tel-Aviv.
Le premier jour de son arrivée à la Maison
Blanche, Donald Trump a signé la loi sur les sanctions contre la Cour pénale
internationale. Un homme d’origine pakistanaise qui ose toucher à des noms
intouchables ? Fini de jouer.
C’est ainsi qu’une
institution internationale, avec tout son personnel et son équipement, a été
placée sous le coup des sanctions américaines, comme s’il s’agissait d’une
milice armée... Ses employés ont été frappés d’une interdiction de voyager, de
travailler, voire de respirer librement... Qui a dit que l’Amérique empêchait
la justice ? Tant que celle-ci ne s’approche pas de Tel-Aviv ou du Pentagone.
Et dans un moment de
sincérité, Joe Biden l’a dit avec sa formulation alambiquée : ces lois n’ont
pas été rédigées pour s’appliquer à « l’homme blanc », mais aux Africains... et
à Poutine, lorsque cela s’avère nécessaire.
Et voilà que le paradoxe est
complet : 85 % des poursuites et des procès devant la Cour pénale
internationale visent des Africains.
Et lorsque des dossiers s’ouvrent sur des
Occidentaux, la justice devient une menace... et la Cour une cible.
Et maintenant, vous le savez
aussi : si vous franchissez la ligne rouge,
c’est la Cour qui est jugée, le juge qui est jugé, et
le témoin qui est jugé.
Il ne reste plus que le
meurtrier... assis au premier rang, souriant aux caméras, recevant des
invitations à assister à une conférence sur les droits de l’homme. Pourquoi pas
?
Trump a porté un coup fatal
au droit international, un coup de poignard au cœur de la Cour pénale, puis il
a enterré ce qui restait du système des droits de l’homme et nous a jeté le
cadavre : « Voilà, enterrez-le », a-t-il dit sur le même ton que celui utilisé
pour donner des ordres lors des massacres sur la côte syrienne, lorsque les
Alaouites sont enterrés sous les décombres, sans témoins, sans enquête, parfois
sans nom, avec seulement un numéro... Un trou, et tout est fini.
Trump a agi comme un cow-boy
: il a tiré, puis déclaré que la cible menaçait la sécurité. Tout cela sous les
yeux des nations. Et sous nos yeux aussi... Sous les yeux de l’Europe, plus
précisément.
L’Europe qui a rédigé ces
lois à partir des cendres de ses guerres, de ses complexes psychologiques
jamais résolus, de sa peur d’elle-même.
Et aujourd’hui, elle regarde,
silencieuse... Avec tous ses complexes psychologiques, l’Europe se tait
aujourd’hui. Elle enterre son enfant juridique de sang-froid, comme les mères
de Gaza enterrent leurs enfants...
Avec une seule larme, car le
temps ne permet pas de pleurer longtemps.
Comprenez-vous maintenant ?
Toutes les lois sur les droits de l’homme, du Statut de Rome à la Charte
internationale, sont bonnes pour les séances académiques et les formations qui
se terminent par la remise de diplômes et la prise de photos après la remise
des diplômes aux experts heureux.
Et tout se décide à
Washington.
C’est ainsi que la justice
internationale est administrée à l’ère de l’hégémonie : une liste de
sanctions... et un tapis rouge déroulé devant le bourreau.
Avez-vous bien suivi
l’histoire...
Une Italienne sur la liste
américaine du terrorisme politique... Elle s’appelle Francesca Albanese. Elle
n’est pas originaire de Gaza, elle n’est pas sortie d’une guerre, elle n’est
pas née sous le blocus. Elle ne cache pas d’arme ou de bombe dans son sac, elle
n’appartient pas à une organisation secrète... Elle vient du monde du droit,
des institutions des Nations unies, d’une bureaucratie neutre... Tout ce
qu’elle a fait, c’est rédiger un rapport officiel sur ce qui s’est passé à
Gaza...
Elle a écrit ce qu’elle a vu
: du sang, des décombres, un crime à part entière... Elle a écrit que ce qui
s’est passé là-bas n’était pas une opération de sécurité, ni de légitime
défense, mais un génocide... Elle a fait son travail dans le langage des rapports,
sans slogan, sans cri de ralliement, sans même mettre une demi-pastèque rouge
dans la marge... Francesca Albanese a bouleversé l’ordre mondial parce qu’elle
n’a pas menti...
Elle n’a pas enfreint les
règles diplomatiques... Elle a simplement appliqué la loi...