Zaki Kaf Al-Ghazal, Middle
East Monitor,
4/6/2021
Traducido
del inglés por Sinfo Fernández
Zaki Kaf Al-Ghazal es responsable de medios y divulgación en el Syrian British Council. Ha terminado sus estudios de teoría legal y política en la Universidad de York, y actualmente se prepara para el doctorado en la Facultad de Derecho de la misma universidad.
Los sirios se
manifiestan en la ciudad de Idlib contra las elecciones presidenciales
celebradas en las zonas bajo
control del régimen de Asad, el 26 de mayo de 2021 (Foto: Izzeddin
Idilbi/Anadolu Agency)
Las elecciones, por lo general, son asuntos competitivos, con
candidatos y partidos políticos que rivalizan para atraerse la atención del
público durante las semanas y meses previos a la votación. Si bien no todas las
elecciones son asuntos reñidos, debería haber una sensación de competencia,
incluso de incertidumbre. Sin embargo, cuando una elección es como un partido
de fútbol en el que los árbitros son parciales; la mayoría de tus jugadores
tienen prohibido jugar y, en cualquier caso, no pueden entrenar antes del
partido; el equipo contrario comienza con una ventaja de 5-0; y el campo de
juego favorece literalmente a tus oponentes, estamos frente a un problema
serio. Es justo decir que incluso este ejemplo de partido de fútbol amañado, en
el que todos conocen el resultado de antemano, se queda corto al examinar las
recientes “elecciones” presidenciales en Siria.
La única sorpresa fue que Bashar Al-Asad recibió el 95,1% de
los votos y
no el 99% que el pueblo sirio ha visto en muchas
elecciones anteriores
durante la época de su padre Hafiz Al-Asad. Es plausible, sin embargo, que el
dictador sirio quisiera dejar un pequeño hueco para hacerlo más “realista”,
aunque con tal margen, y dadas las condiciones en las que se llevó a cabo la
votación, es evidente que esta elección fue fraudulenta. El hecho de que
Occidente haya condenado
ampliamente esta
farsa es bienvenido, pero el temor a la normalización con el régimen de Asad
sigue siendo muy real.
Siria es un Estado fallido. Con una economía
impulsada por el tráfico de drogas, también es un narcoestado. Asad permanece en el poder; un criminal de guerra no
puede fácilmente rehabilitarse. Se ha derramado demasiada sangre, debería estar
en La Haya enfrentándose a un juicio por crímenes de lesa humanidad y crímenes
de guerra, no gobernando el país. Por tanto, es motivo de preocupación que
varios Estados árabes estén transitando ya el camino de la normalización;
Emiratos Árabes Unidos y Bahréin han reabierto sus embajadas en Damasco, y se
habla de que la Liga Árabe volverá
a acoger a Siria por primera vez desde
su expulsión hace casi diez años.