Israel lleva mucho tiempo utilizando agentes infiltrados
que se hacen pasar por palestinos para sembrar la discordia. Hoy vuelve a
utilizar esta estrategia en Gaza en forma de bandas que toman el control de la
ayuda humanitaria. El objetivo es fragmentar y desmembrar la sociedad
palestina.
En la larga y dolorosa historia del enfrentamiento entre
Palestina y el sionismo, pocas figuras han provocado una ruptura epistémica y
afectiva tan profunda como la unidad de las fuerzas especiales secretas que se
hacen pasar por palestinos. Conocidos como «unidad arabizada» o «musta'ribin»,
estos agentes secretos israelíes, a menudo judíos árabes, no operan como
colonos visibles, sino como dobles autóctonos. Dominando el dialecto y los
modales palestinos, el agente arabizado se mueve entre los palestinos como una
presencia fantasmal que imita y vigila desde dentro, al tiempo que lleva a cabo
operaciones sorpresa destinadas a tomar por sorpresa a sus “presas”, ya sea
para detenerlas o asesinarlas. No se limita a recopilar información, sino que
socava la confianza de la comunidad y la posibilidad de un reconocimiento
colectivo.
De este modo, los musta’ribin no son solo una
fuerza táctica, sino un modo de infiltración armada que rompe el espejo en el
que se miran los palestinos. Israel desarrolló inicialmente estas unidades “árabes”
para llevar a cabo operaciones rápidas en los campos palestinos, espacios
urbanos densamente poblados que, de otro modo, son inaccesibles para los
soldados uniformados, con muy pocas posibilidades de tomar por sorpresa a sus
objetivos. Los musta'ribin fueron una respuesta a la pregunta de cómo
llegar a los “objetivos” antes de que se dieran cuenta de la presencia del
ejército.
Esta lógica de infiltración, que forma parte desde hace
mucho tiempo de la estrategia colonial de Israel, ha resurgido hoy en día. En
un vídeo reciente de las Brigadas Qassam de Hamás, una unidad palestina que
colabora con el ejército israelí ha sido designada por la resistencia como musta'ribin.
Al utilizar este término para referirse a los colaboradores palestinos —que
normalmente se denominarían colaboradores o espías, yawasi— en lugar de
a los israelíes infiltrados, Hamás ha difuminado deliberadamente la frontera
entre colaborador y enemigo.
No es de extrañar que Israel encuentre entre las
poblaciones ocupadas personas dispuestas a sobrevivir gracias a su aparato de
dominación. Esta complicidad no es solo el resultado del agotamiento —el
desgaste moral bajo un asedio implacable—, sino también de la tenue esperanza
de hacerse con el poder, por marginal que sea, dentro del orden impuesto.
También es producto de enredos más profundos: los incentivos silenciosos y el
estímulo activo que a veces provienen de las propias filas palestinas. Este fenómeno
tiene sus raíces en la contradicción histórica entre la resistencia como forma
de gobierno y el gobierno como medio de encarcelamiento.
Una de las figuras más tristemente famosas entre estos
nuevos mandatarios israelíes en Rafah es Yaser Abu Shabab, un antiguo preso
condenado por tráfico de drogas por el Gobierno de Hamás, que dirigió a un
grupo de cientos de hombres armados que saquearon los convoyes de ayuda
humanitaria en Gaza durante toda la guerra. Su ascenso ilustra cómo la interacción
entre la lealtad clánica, la supervivencia material, el oportunismo y el apoyo
tácito de elementos dentro de la Autoridad Palestina se combinan para allanar
el camino para la aparición de tales bandas. Su presencia no solo tiene como
objetivo fracturar el tejido social, sino también reabrir la herida aún abierta
del genocidio.
El uso que Israel hace de estas unidades de colaboradores
tiene varios objetivos. En primer lugar, sirven para obstaculizar y desviar el
flujo de ayuda humanitaria, convirtiéndola así en un mecanismo de control. En
segundo lugar, actúan como recaudadores informales, obteniendo ingresos de la
economía del sufrimiento que contribuyen a mantener, posicionándose así como
intermediarios, no solo con la fuerza de ocupación, sino también con el aparato
de ayuda internacional cada vez más privatizado. En tercer lugar, también se
utilizan como mecanismo de desvío de fondos, explotando la desesperación para
atraer a los hambrientos y a los jóvenes de Gaza. Este poder proviene de lo que
se les permite ofrecer: una bolsa de comida, la promesa de acceso, una posible
exclusión de las masacres. Estas ofertas no son insignificantes, sino que
sirven como palancas de control, operando en la tensión entre la supervivencia
de la familia individual y la resistencia colectiva (sumud) de toda la
comunidad.
Al interponerse como intermediarios entre Israel y la
población, permiten que las redes informales y formales de dependencia y
autoridad se arraiguen y se desarrollen. Se convierten en una dirección local
que sirve de mediador con Israel. En cuarto lugar, y quizás lo más insidioso,
desempeñan el papel de protagonistas en una coreografía propagandística. Se
difunden vídeos cuidadosamente escenificados —hombres uniformados descargando
sacos de harina o gesticulando frente a filas de desplazados— para sugerir el
surgimiento de un gobierno palestino alternativo, aparentemente más “pragmático”
o flexible, y más dispuesto a cantar las alabanzas de Netanyahu.
Su papel no es solo sembrar el caos, sino evocar la
posibilidad de otro orden. Su mera presencia alimenta la desconfianza,
rompiendo las frágiles solidaridades que se forman bajo el asedio. Son, en
cierto modo, los primeros en morder el anzuelo: los primeros en imaginar un
futuro enclavado en el aparato de exterminio. Pero lo que se les ofrece no es
la vida, solo su imitación: una supervivencia controlada en un paisaje diseñado
para eliminar la presencia de los palestinos y también la necesidad de su presencia.
Y, como muchos fenómenos colaboracionistas de este tipo, ocultan su brutal
traición a su pueblo tras consignas como “fuerzas populares”, el nombre que Abu
Shabab utiliza para referirse a su banda de saqueadores.
Pero aquí está el quid de la cuestión: si bien estos
grupos pueden ser tácticamente útiles para Israel —prácticos para desviar la
ayuda, disciplinar el hambre y desestabilizar la ya frágil cohesión del tejido
social de Gaza—, su utilidad sigue siendo fundamentalmente limitada. No son
actores estratégicos en el sentido transformador del término. Su geografía es
limitada, su influencia parasitaria y su existencia está totalmente ligada a la
sombra protectora del poder israelí. Son criminales convertidos en colaboradores,
muchos de los cuales escaparon de las cárceles palestinas al comienzo de la
guerra, otros son antiguos empleados de la Autoridad Palestina en Cisjordania y
algunos afirman tener vínculos con el Estado Islámico. Viven literalmente de la
guerra: de los convoyes de ayuda que saquean, de las armas que se les entregan
selectivamente y de la indulgencia del ejército israelí. Mafias sin dignidad.
Pero lo que más le importa a Israel no es su éxito, sino
el espectáculo que ofrecen. Lo importante no es que ganen Gaza —nadie, ni
siquiera sus patrocinadores, imagina que puedan lograrlo—, sino que sirvan como
demostración viviente de la infiltración. Se convierten en símbolos de
fractura, transmitiendo la idea de que la sociedad palestina en Gaza es
penetrable, divisible y corruptible. Esto demuestra que la resistencia tiene su
contrapartida. Su verdadera función no es gobernar, sino rondar la frontera entre
la oposición y la colaboración. Difunden la duda para hacer sospechosa la idea
misma de una voluntad colectiva de resistencia.
En este sentido, la milicia colaboradora es menos un
activo militar que una herramienta narrativa, un actor en el esfuerzo continuo
de Israel por presentar la desintegración palestina como endógena, inevitable
y, tal vez, a ojos de los sionistas, “merecida”. Sin embargo, su condición
social borrosa —su exclusión del imaginario comunitario— marca su incapacidad
para integrarse en el cuerpo social palestino, a diferencia de las mafias
tradicionales, que a menudo se arraigan en la solidaridad familiar, vecinal o
de clase. Por el contrario, estos colaboradores existen en una zona de
soberanía negativa: temidos, pero no respetados; conocidos, pero no
reivindicados; presentes, pero renegados. Se asemejan más a una tecnología
colonial de fragmentación: bandas sin lealtad y mafias sin dignidad.
Esta tecnología de fragmentación tampoco es nueva. Israel
cultiva desde hace mucho tiempo alianzas con actores locales para gestionar y
perturbar la cohesión palestina. El reciente auge de las bandas en las
comunidades palestinas de Israel es un ejemplo de ello. La convergencia del
apoyo tácito de Israel, en particular de los servicios de inteligencia, junto
con el fracaso deliberado de las fuerzas policiales y los cambios económicos
más amplios, han dado lugar a nuevas estructuras de delincuencia organizada más
arraigadas.
Estas bandas no son simples subproductos de la decadencia
social, sino síntomas de un desorden orquestado, cultivado y tolerado en la
medida en que sustituyen la acción colectiva y redirigen la violencia hacia el
interior, incluso entre aquellos a quienes Israel presenta como sus propios
ciudadanos, y los utiliza gustosamente como herramientas de propaganda para
decir: “Mirad, tenemos árabes paseando por la playa. Por lo tanto, no somos
racistas”. Lo mismo ocurre con la Autoridad Palestina en Cisjordania, que
representa hoy en día la forma más avanzada de esta cultura política de tipo
pandillero. Al canibalizar el aparato paraestatal, la Autoridad Palestina no
solo gobierna a la sombra de Israel, sino que también instrumentaliza la
historia nacionalista. Redibuja las fronteras de la lealtad y la traición, del
amigo y el enemigo, para ocultar sus disposiciones mafiosas.
Pero quizá esto sea lo más importante en el contexto de
Gaza: al igual que el humanitarismo y el genocidio obsceno, al igual que la
alegría y la fiesta de los soldados israelíes cuando matan a palestinos y
destruyen sus casas, ahora todo queda al descubierto. Es una guerra sin velos.
Sin sábanas, sin velos, sin anteojeras ideológicas. La forma social de esta
colaboración, su brutal irrupción en la esfera pública, revela algo fundamental
sobre la naturaleza de esta guerra. No solo es genocida, es obscena y desvergonzada,
y no exige nada al mundo salvo pasividad.
Lo que estamos presenciando no es solo una campaña
militar, sino el escenario del colapso, no de Gaza, sino de las anteojeras
ideológicas, los discursos y las reivindicaciones morales de un mundo que ya no
es capaz de justificarse. Una banda en Gaza refleja las numerosas bandas que
nos gobiernan.
NdT
La banda de Abu Shabab se presenta en los medios de comunicación en línea
en dos formas y con dos “logotipos”: “Fuerzas Populares” y “جهاز
مكافحة الإرهابYihaz mukafahat al’irhab”, «Servicio
o Agencia de Lucha contra el Terrorismo» (imagen 1). Este segundo logotipo es
una copia exacta del del Jihaz mukafahat al’irhab yemení, con sede en
Adén y dirigido por el general Chalal Ali Shaye, un torturador con un pedigrí cargado
al servicio de la coalición saudí-emiratí (imagen 2). Este servicio se inspira
a su vez en la Oficina de Lucha contra el Terrorismo creada en Irak por los
invasores yanquis y dirigida actualmente por el general Karim Abud Al-Tamimi
(imágenes 3 y 4). En resumen, una repetición adaptada al Mashreq en la era de
la inteligencia artificial de la famosa operación Oiseau bleu[Pájaro
Azul]* lanzada por los servicios franceses en la Argelia de 1956 y condenada, al
igual que esta, a un fracaso estrepitoso.
*Al comienzo de la guerra de Argelia, en otoño de 1956, los servicios secretos franceses, siguiendo órdenes del gobernador general Jacques Soustelle («Hay que hacer algo con respecto al bereberismo»), crearon en Kabilia la «Fuerza K», reclutando a miembros de la confederación tribal de los Iflissen Lebhar, especializada en la fabricación de armas blancas y famosa por su revuelta contra el poder otomano en el siglo XVIII. Pasó a la historia con el nombre de operación « Pájaro azul » y consistía en la creación de un maquis [foco guerrillero] falso destinado a desacreditar al FLN. Pero la operación se volvió contra sus iniciadores: los hombres reclutados y armados por los servicios franceses eran en realidad auténticos “rebeldes”. Al igual que los ocupantes franceses intentaron apoyarse en los bereberes como auxiliares de la contrainsurgencia, los sionistas siempre han intentado utilizar como cipayos a beduinos, drusos o circasianos.
Hay una sensación, un desasosiego como cuando uno está
cerca del mar y ve venir una tormenta; el cielo oscureciéndose, la brisa
cediendo a vientos con rachas hasta desde diversos ángulos, el cielo encapotándose…
Así estamos viendo el panorama político, ya no (sólo)
local sino generalizado.
(por supuesto que no tenemos ni la menor idea si tal
acontece en Mongolia, en Costa Rica o en Hungría, pero es una situación que
trasciende de todos modos nuestras particularidades)
Donald Trump ha sido, a mi ver, definido con acierto como
el monarca que está cadavez más desnudo
(y algunos vamos intuyendo quiénes le han tejido el costoso traje invisible).
¿Cómo es posible que ante la selva que tanto rodea al
(único) jardín de la no tan casta Europa, sea precisamente Europa la que bata
los tambores de guerra? Desasosiego.
¿Y que tengamos algún otro monarca, surgido de elecciones
democráticas, que consulte a su perro, muerto? Desasosiego.
¿Y que la teocracia judía (de la cual se desmarcan algunos,
pocos, judíos) lleve adelante, −brutalidad y franqueza, inopinadamente
entrelazadas− un genocidio “en vivo y en directo”?
¿Y que Ucrania, aparezca cada vez más claramente como el
“chirolita” de servicios secretos israelo-británico-estadounidenses?
Tales políticas, recurrentes desde poderes dictatoriales,
generalmente se escamoteaban, se “calafateaban”.
Pero parece que hemos entrado en zona ideológica,
psíquica, sin calafateos.
Podríamos alegrarnos, hasta enorgullecernos del lenguaje
directo, sin tapujos, pero resulta que tales sinceramientos se llevan adelante
con descaro para reclamar aun mayor brutalidad, eliminación de barreras para desplegar
sevicias, descaro para ejercer un despotismo sangrientoy resulta el “adecuado” para ajustar
poblaciones a una voluntad omnímoda.
El excelente Francisco Claramunt viene revelando esos
procederes en sus notas sobre el genocidio palestino y particularmente gazatí
en Brecha.[1]
En su última nota desenvuelve la trama de exportación de armas de control y
muerte, de Israel y sus pingües ganancias.
Pero no es seguramente la ganancia su principal aporte.
Porque el poder que da dichos despliegues es todavía más significativo.
El tratamiento que Israel dispensa a palestinos,
adueñándose de sus tierras–un proceso
que lleva un siglo–, despierta el interés de muchas constelaciones de poder,
igualmente deseosas de reafirmar sus reales en tierras mal habidas.
El “caballito de batalla” de las exitosas exportaciones
mílitaropoliciales de Israel se caracteriza por un santo y seña que usan sus
exportadores: ‘testeadas y probadas en combate’.
Y ése es el “aporte” israelí, el invento de Israel; el de
un enemigo (y el consiguiente combate).
Porque cuando el sionismo inicia el despojo por
apropiación del territorio palestino, encontrará resistencia. Social. Pero no
militar ni política. Pero Israel irá reconfigurando la resistencia como
escenario de combate, inventa un adversario, mejor dicho un enemigo ideológico
y político a quien trata como enemigo de guerra.
Es una tarea militar bastante fácil; los trata como
enemigos en tanto las poblaciones refractarias a gatas si tienen una escopeta
cazadora para enfrentarlos. Los resultados en número de “bajas” lo ilustran: los
huelguistas durante la huelga general insurreccional de 1936 pagarán su
levantamiento contra la ocupación sionista con miles de muertos; en 1948, los
campesinos serán expulsados de sus tierras y labrantíos y de sus viviendas (los
pelotones sionistas acabarán con unas 500 o 600 aldeas palestinas) y tras matar
a refractarios (miles) expulsarán a varios cientos de miles de palestinos de su
hábitat milenario. En enfrentamientos posteriores de vecinos embravecidos
contra el ejército israelí, como en las
intifadas, incluso de guerrilleros palestinos en los ’60 armados a guerra, mueren
centenares de palestinos (hombres, mujeres, niños) por cada soldado israelí
caído “en acción”.
¿Cómo se explica que judíos despojados hasta de sus vidas
a comienzos de la década del ’40 en Alemania, Polonia, países bálticos,
etcétera, escasísimos años después, no más de los que se cuentan con una sola
mano,hayan despojado a palestinos de
sus tierras, sus enseres, sus viviendas con mobiliario, ropa y vajilla (hasta
las tazas de té humeantes, de casas precipitadamente abandonadas ante la amenazante
requisa sionista)?
No se trató exactamente de la misma gente. Muchos de los
despojados por el nazismo se refugiaron en EE.UU. Y muchos de los judíos sionistas
que iban ocupando Palestina y desplazando palestinos no venían de los shtetl saqueados de Rusia y Europa
oriental ni del terror nazi; a menudo provenían de Inglaterra y de otros países
europeos occidentales, y de países americanos (EE.UU., Argentina).[2]
Tan enojosa comparación no se sostiene, entonces, por la
diversidad de destinos particulares, a veces familiares.
¿Refugiados o colonizadores?
Lo que acabamos de reseñar es en el nivel de los destinos
personales. Pero además, porque al “destino judío”se le solapó la cuestión colonial. La
colonización propiamente dicha: adueñarse del territorio de un “otro”.
Cuestión que para colonialistas es inexistente.
Irrelevante. Porque referirnos a la
cuestión colonial abriría la puerta a los derechos de los colonizados. Y para
el colonialismo, el derecho es por antonomasia el derecho de los colonizadores.
No hay otro.
¿De qué otro derecho, pues, se puede hablar? Porque el
derecho colonial se elabora y se plasma como el derecho de los colonizadores.
Con el mismo fundamento con el que se han elaborado en la
ONU de 1945 los derechos humanos. El senador estadounidense de AIPAC, Lindsey
Graham, lo explica, mejor dicho lo desnudará el 21 nov. 2024: “El Estatuto de
Roma no se aplica a Israel, ni a EE.UU., ni a Francia, ni a Alemania, ni a Gran
Bretaña,porque no fue concebido para
actuar sobre nosotros.”
Veamos el estatuto: el Estatuto del Roma de la Corte
Penal Internacional, establecido desde la ONU en 1998 y con complementos en
1999 y 2002 tiene presente “que, en este siglo, millones de niños, mujeres y
hombres han sido víctimas de atrocidades”, y “que los crímenes más graves de
trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto no deben quedar
sin castigo”, […y] decididos, a los efectos de la consecución de esos fines y
en interés de las generaciones presentes y futuras, a establecer una Corte
Penal Internacional de carácter permanente, independiente[…].” “La Corte […] estará facultada para
ejercer su jurisdicción sobre personas respecto de los crímenes más graves de
trascendencia internacional.”
¿Aparece en algún pasaje que estas disposiciones son para
magrebíes, salvadoreños, portugueses o tunecinos y no para ingleses, israelíes,
estadounidenses o franceses?
Viene bien confrontar las excepciones autoasignadas por
los poderosos del planetaconel capítulo 6 del estatuto de la CPI que
versa sobre lo genocida:
“Artículo 6
”Genocidio
”A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por “genocidio”
cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la
intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial
o religioso como tal:
”a) Matanza de miembros del grupo;
”b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
”c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que
hayan de
acarrear su destrucción física, total o parcial;
”d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo;
”e) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.”
¡Los cinco elementos constituyentes de un genocidio están
cumplidos hasta con exceso por Israel en Palestina y particularmente en la
Franja de Gaza!
Y nos preguntamos de dónde podría provenir una
exoneración a Israel al estilo del que pretende el senadorauspiciado por AIPAC para ciertos ciudadanos
del mundo de primera categoría.
No hemos podido dar con tan peculiares razones; tal vez
sea nuestra ceguera…
No hay más remedio que concluir, siguiendo los criterios
de la CPI, que todo lo actuado por el “ejército más moral del mundo” cumple
acabadamente con lo que es un genocidio.
Tal vez a caballo de semejante excepcionalidad
“grahamiana”, Israel se permite propagar
sus productos de guerra, doblegamientoy
tortura como “testeados y probados en combate”. Ya vimos que lo de combate
suena a falso porqueconvierte en guerra
lo que es sencilla y brutalmente una ocupación militar (no existen dos
ejércitos enfrentados).
Israel arma “los escenarios de combate”. Juega a la
guerra con muchos “enemigos”. Muchísimos. Toda una población. En realidad, esa
población victimada, con ancianos, mujeres, niños y bebes ha sido, es, apenas
el punching ball del ejército
israelí.
Claramunt repasa el enorme éxito que esa propaganda, ese
testeo de armas israelíes tiene entre compradores: indudablemente, porque les
quieren dar un uso análogo….
Un momento de la “colonización”: fabricando
mutilados
Hasta octubre 2023, además del despojo, de sembrar la
muerte, de sacar administrativamente a pobladores de la sociedad y mantenerlos detenidos,
aislados, a veces durante décadas, Israel tuvo una política deliberada de mutilación,
lo que hizo que éstas cobraran un papel importante. Mostrando una lógica
colonial de mutilación, restringiendo las posibilidades de que el pueblo
palestino se cure de sus heridas, ya que palestinos y palestinas pierden un
ojo, una pierna, les queda de por vida untobillo deshecho […]
A octubre de 2023, cuando el copamiento palestino del
cuartel local israelí en Gaza y la toma de rehenes, Gaza contaba con 440.000
personas discapacitadas, según Danila Zizi, directora de Handicap international para Palestina; es decir 21% de la población
total. Escuchó bien. Uno de cada cinco… Desde el 8 de octubre 2023, se contaba
en un mes cerca de 100.000 personas heridas de donde se puede deducir que una
gran parte de ellas serán desde entonces discapacitadas (muertos adultos e
infantes al margen).
La discapacidad no es un efecto conectado con la masacre,
sino una finalidad de la política colonial.[3]
Claro que, con las masacres también aumentan las mutilaciones y por
consiguiente los discapacitados.
Test de ignorancia supina
Cuando alguien no sabe nada de esta tragedia, ni de
derechos humanos y se ve precisado a referirse a palestinos, Gaza, Israel, se aferra
a dos puntos y se siente a salvo: 1) es-una-guerra (desatada aviesamente el 7
de octubre de 2023; tal vez en cielo sereno, en el mejor-de-los-mundos), y 2)
tenemos que lidiar con “la-red-terrorista-Hamás”.
Ni es una guerra, ni hubo nunca dos ejércitos. Es una
colonización mediante despojo.
Y Hamás no es terrorista como se puede decir del ISIS, de
la Mano guatemalteca o del Irgún
sionista.
Hamás se forjó para asistir a palestinos en estado de
necesidad, abrigos, alimentosy
preservarles su integridad cultural (que para Hamás es religiosa). Muchas
acciones de Hamás fueron no sólo no violentas sino decididamente pacíficas,
como las Marchas por la Tierra (2019 y 2020) que fueron liquidadas por Israel
consaña y un saldo de centenares de
tullidos y muertos.[4]
Pero no son pacifistas. Son islámicos e invocan la “guerra
santa”. Y como fieles de un monoteísmo absoluto (y absolutista) –al igual que
los monoteísmos verticalistas judío y cristiano–, admiten violencia y hasta la
pueden glorificar. Pero hasta desde la misma ONU se reconoce que contra el
colonialismo que auspicia el proyecto israelí, la violencia es legítima.
Se dice que Hamás ha sido promovido, financiado por el Estado
sionista. No habría que descartarlo. Israel ha usado, como todo poder
establecido, unas resistencias contra otras para quedar mejor librado (de
ambas). En algún momento, Israel puede haber facilitado a islámicos para
torcerles el brazo a palestinos laicos liderados por Arafat; en algún otro
momento puede haberse servido de la Autoridad Nacional Palestina para desplazar
la oposición menos domesticable de Hamás.
Pero tales avatares no desmienten el afán emancipatorio
de los palestinos despojados y cada vez más matados a mansalva.
Y tampoco borra el nervio motor de esta situación, que
tan concisamente presenta Francesca Albanese: el genocidio en curso es
“consecuencia de la condición excepcional y la prolongada impunidad que se le
ha concedido a Israel.”
[2]Hay testimonios de judíos que no pudieron trivializar
“el cambiazo” de víctima a usufructuario. Al menos, les costó psicológicamente: tal el
caso de la familia judía Peled, del antiguo Yishuv. Pero fueron extrema minoría
al momento de adueñarse de Palestina.
Omri Boehm é um filósofo de origem alemã judaica nascido em Israel e que vive em Nova York. Trabalha na prestigiosa New School of Social Research, que abrigou refugiados alemães antinazistas em sua “Universidade no Exílio”, incluindo Erich Fromm, Leo Strauss e Hannah Arendt. Especialista e discípulo do filósofo iluminista alemão Immanuel Kant, ele deveria fazer um discurso nas comemorações do 80º aniversário dos campos de concentração nazistas de Buchenwald e Mittelbau-Dora, em 6 de abril de 2025, em Weimar. Ele não pôde discursar porque a embaixada israelense em Berlim interveio para proibi-lo de falar, com o argumento de tirar o fôlego de que “ com seu discurso sobre valores universais, Boehm está diluindo a memória do Holocausto”. Os sionistas aparentemente ficaram traumatizados com o “discurso para a Europa” de Omri Boehm há 11 meses, em 7 de maio de 2024, em Viena. Aqui está esse discurso, traduzido por Tlaxcala, editado por Helga Heidrich
Este discurso foi apresentado pelo Instituto de Ciências Humanas (IWM), Viena, e pelas Wiener Festwochen (Semanas do Festival de Viena). Foi proferido na Praça dos Judeus em 7 de maio de 2024.
A Europa aprendeu a necessidade de proteger a dignidade humana como inviolável, refutando o mito da soberania nacional e da cidadania baseada em etnias. Mas também adota esses princípios como formas de emancipação para judeus e nações anteriormente colonizadas. Essa inconsistência coloca em risco tanto a Europa quanto suas vítimas do passado.
Quando fui convidado para fazer esse “Discurso para a Europa” na Judenplatz, tive prazer em aceitar por um motivo muito pessoal, ou seja, pela história de minha própria família. Meu filho e minha esposa tinham acabado de receber a cidadania austríaca, e a receberam porque a família de minha esposa havia escapado da Áustria, ou pelo menos alguns deles escaparam, inclusive a avó de minha esposa, Malita (Miriam) Schertzer. Ela foi expulsa de Viena para a Palestina em 1938, na mesma Aliyah da Juventude com a qual minha própria avó havia escapado da Alemanha.
Para nós, esse “Discurso à Europa” também foi planejado como uma visita particular à cidade de Miriam e à sua escola, o Brigittenauer Gymnasium, hoje Gymnasium am Augarten, onde há um memorial familiar em homenagem aos colegas judeus de Miriam que não escaparam e acabaram sendo deportados para Auschwitz. Os pais de Miriam também foram enviados de Viena para Dachau e Auschwitz, mas sobreviveram e acabaram se reunindo com a filha em Israel. Ainda me lembro de ter conhecido Miriam, tentando impressioná-la com meu alemão e com histórias sobre a Europa para a qual ela nunca voltou. Como ela era tímida, surpresa e feliz, aquela senhora idosa de um pequeno moshav em Israel, que havia começado sua vida como Malita em Viena.
Muito antes de começarem os rumores de uma controvérsia sobre essa palestra, eu sabia que estávamos vindo para cá não apenas com uma compreensão, mas com um conhecimento muito pessoal, por familiaridade, do significado desse lugar - e com um sentimento muito imediato de que memórias pessoais e insuportáveis têm um imenso significado público aqui. Sabemos tão bem quanto qualquer outra pessoa as raízes profundas que esse local, a Judenplatz, tem para esta cidade, para este continente. E também sabemos, como ninguém, que as raízes desse lugar chegam ao nosso próprio país, Israel. É também por isso que me recuso a desonrar esse lugar - não por qualquer coisa que eu diga ou poderia ter dito, e muito menos por reagir a tentativas de transformar uma discussão que deveria ser sobre substância, argumentos e discordância respeitosa em um escândalo artificial. [1]
É muito significativo ter a estátua de Lessing aqui na Judenplatz diante de mim, olhando para mim, para todos nós e diretamente para o memorial do Holocausto atrás de mim. Lessing, amigo de Mendelssohn, foi o único a estabelecer a conexão essencial entre esclarecimento e amizade. Os amigos democratas-liberais da Judenplatz e os amigos da Europa discutem amigavelmente suas discordâncias, as dúvidas e preocupações que possam ter. A razão anda de mãos dadas com a amizade; o populismo e o nacionalismo - com lançar ovos e com gritos. Não se engane: os ovos servem para humilhar e, por essa razão, são perigosos. Escolher a primeira, a razão, em vez da segunda é deixar o clamor de lado, estender a mão àqueles que criticaram esse discurso e tentaram atrapalhar em vez de protestar contra ele, e seguir em frente.
'Você é mais do que seus mitos'
Quando, em 2019, Timothy Snyder inaugurou o “Discurso para a Europa” na Judenplatz, ele cunhou esta mensagem como seu lema. “Você é mais do que seus mitos”.
Quero unir-me a essa mensagem, mas perguntar novamente o que significa para a Europa ser mais do que seu mito?
Uma maneira de pensar sobre isso é dizer que a Europa deve confrontar o mito com a história. Essa foi a sugestão de Snyder; ele afirmou que, para que a Europa cumpra seu papel de símbolo de esperança - e ela é um símbolo de esperança -, os europeus devem escolher a história como o oposto do mito. Há duas maneiras de se lembrar, argumentou Snyder: uma é por meio dos mitos que “nos levam de volta à história de como sempre estivemos certos” - e é por isso que os mitos são sempre nacionais, para não dizer nacionalistas. Outra forma de lembrar é a história, que permite que você “pegue o que lembra, acrescente-o a outras perspectivas críticas e reconheça sua responsabilidade” como um império em ruínas.
Concordo com Snyder que a Europa deve ser mais do que seus mitos; concordo também que a história é importante, até mesmo necessária. Mas acrescento que isso não é suficiente. Para ser mais do que seus mitos, a Europa terá de insistir na realidade dos ideais. Pois, de fato, a história não é o oposto dos mitos. A razão é - se ela puder levar a sério a autoridade de seus próprios ideais. E a autoridade da história, também do tipo que nos faz reconhecer nossa responsabilidade pelo passado, às vezes pode servir para minar nossos ideais.
Eis outra maneira de colocar a questão: a história deve ser respeitada por causa de nosso compromisso com os ideais. Mas se os próprios ideais são respeitados por causa de nosso compromisso com a história, então esse compromisso ameaça transformar nossos ideais em mitos - mitos nacionais. Essa ameaça agora confronta a Europa. Ela confronta a política europeia e confronta a vida intelectual europeia, pois a direita populista está em ascensão, abusando da responsabilidade histórica. Esse desafio deve ser enfrentado agora. Não negando a autoridade da história, mas protegendo-a - protegendo-a ao insistir na realidade dos ideais.
É sobre isso que vou falar, mas terei de começar pelo início.
Quando os Estados Unidos romperam seus laços com a Europa e afirmaram sua independência da soberania europeia, fizeram isso invocando a autoridade da verdade, não da história: 'Consideramos estas verdades evidentes por si mesmas, que todos os homens são criados iguais, que foram dotados por seu criador de certos direitos inalienáveis, que entre eles estão a vida, a liberdade e a busca da felicidade'.
Podemos nos apoiar na autoridade dessas verdades evidentes, afirmadas pela Declaração de Independência Americana, hoje? Parece-me que muitas pessoas, desde os chamados críticos pós-coloniais até os teóricos liberais centristas, de fato tendem a rejeitar essa proposição.
Em um extremo do espectro, as pessoas reclamam que os pais fundadores eram, eles próprios, escravagistas. Que a afirmação “todos os homens são criados iguais” significa literalmente homens, e exclusivamente homens brancos. Ou seja, que o universalismo do Iluminismo expresso nessa famosa frase é, na melhor das hipóteses, uma máscara que permite que os homens europeus discriminem, ao mesmo tempo em que se congratulam por se apegarem aos ideais universalistas. Na pior das hipóteses, esses ideais são, de fato, a ideologia que leva os europeus a discriminar, exterminar e escravizar.
O argumento é o seguinte: a tradição cosmopolita, que faz do homem, ou da humanidade, a medida de todas as coisas - a origem do valor - é indistinguível da tradição que faz do homem “o mestre e possuidor da natureza”. E, sendo assim, a tradição cosmopolita, que começa com a teoria da dignidade da humanidade, acaba, na prática, como a história que transformou os europeus em colonizadores de continentes, abusadores da natureza (agora causando a morte da natureza) e proprietários de outros seres humanos como escravos. A Declaração de Independência não afirma uma verdade evidente, mas um mito, pois é a história que nos vende a ilusão nacional de que “sempre tivemos razão”.
Na outra ponta do espectro, entre os pensadores liberais do centro político, as pessoas muitas vezes fingem balançar a cabeça diante da negação do universalismo do Iluminismo europeu. Mas, na verdade, o pensamento liberal do pós-guerra consiste em uma negação muito semelhante. Quando John Rawls, o pai do liberalismo americano, diz que a justiça é “política, não metafísica”, ele quer dizer exatamente isso: verdades evidentes como as afirmadas na Declaração de Independência não podem ter autoridade nas sociedades democráticas modernas.
“A verdade sobre uma ordem metafísica e moral independente”, argumenta Rawls, não pode ‘fornecer a base para uma concepção política de justiça em uma sociedade democrática’. Essa é uma rejeição dramática da Declaração de Independência: suas verdades evidentes precisam ser tratadas como religião: toleradas, respeitadas como a fé privada das pessoas, mas não reconhecidas como o fundamento da lei. Portanto, não é apenas a esquerda pós-colonial ou identitária que rejeita o ideal universalista do Iluminismo europeu; de fato, há um amplo consenso sobre essa rejeição entre a esquerda e o centro liberal. O fato de ele ser rejeitado pela crescente direita populista identitária não requer muitos argumentos.
Fui deliberadamente às questões importadas da América de 1776 porque é mais fácil fingir que elas estão distantes. Mas agora eu gostaria de trazê-las de volta ao coração da realidade europeia contemporânea. Enquanto os americanos nunca deram às verdades evidentes afirmadas na Declaração de Independência qualquer significado legal - nunca as integraram à constituição - a Europa do pós-guerra deu esse passo, e o fez com esta declaração: “A dignidade humana é inviolável”.
Essa é, obviamente, a frase de abertura da Lei Básica (Grundgesetz, Constituição) da Alemanha, mas é mais do que isso. Exatamente a mesma frase é também o primeiro artigo da Carta dos Direitos Fundamentais da União Europeia. E o ideal da dignidade humana também é a âncora da Declaração Universal dos Direitos Humanos da ONU, o modelo para várias constituições europeias do pós-guerra. (Mas não a austríaca! Não para Hans Kelsen. Mas, se você me perguntar, nunca é tarde demais). A afirmação de que a dignidade humana é “inviolável”, como a origem do direito, postula um ideal de universalismo iluminista que, para nossos propósitos, é idêntico às verdades evidentes da Declaração de Independência. Ele afirma que a dignidade humana é inalienável e que a autoridade da lei é relativa a ela. Isso coloca a tradição universalista ou cosmopolita muito mais próxima de uma democracia radical e abolicionista do que é comumente reconhecido, mas deixarei esse fato de lado e, em vez disso, farei duas perguntas:
Primeiro, esse princípio, que expressa o ideal do universalismo iluminista, é de fato uma expressão do racismo e do colonialismo da Europa? Devemos defender e reencenar o ideal da dignidade humana como resposta aos crimes monumentais cometidos pela Europa no passado durante o período do Império - desde os crimes do Holocausto até os do colonialismo? Ou esse humanismo é, de fato, a causa desses crimes? A Grundgesetz alemã, assim como a Carta Europeia de Direitos Fundamentais e a Declaração Universal dos Direitos Humanos das Nações Unidas, deve ser “descolonizada”?
Em segundo lugar, se de fato defendemos o princípio, será que os pensadores liberais europeus o defendem genuinamente - e com genuinamente quero dizer: mesmo quando esse princípio desafia seus interesses, sua identidade, seus compromissos mais íntimos? Ou será que o desejo de fundamentar nosso compromisso com a dignidade humana na responsabilidade histórica também marca os limites desse ideal, ameaçando, assim, transformá-lo em um mito?
Quero tratar dessa questão com calma.
Consideremos esta frase outra vez: A dignidade humana é inviolável. À primeira vista, ela parece menos um mito do que uma falsidade direta. A dignidade humana é violável e está sendo violada neste exato momento. Mas se não for uma proposição falsa, o que pode fazer com que pareça uma é também o que a torna tão poética, até mesmo profética. Uma das grandes inovações dos profetas hebreus bíblicos foi estilística (parece que estou me desviando, mas não estou): eles costumavam declarar o contrafactual, até mesmo o impossível, como sendo realmente verdadeiro.
Essa inovação estilística tinha tudo a ver com sua descoberta humanística. Uma proposição que afirma descritivamente algo que, na melhor das hipóteses, parece prescritivo (“a dignidade humana é inviolável”), não como um imperativo, mas como uma verdade, é estritamente falsa ou está tentando descrever uma realidade superior. Quando se entende isso, entende-se algo muito profundo nos profetas hebreus, em Platão e em Kant, que dá à frase lacônica “A dignidade humana é inviolável” a estética do sublime. O ser que é capaz de fazer essa declaração - e experimentar o sentimento que seu gesto poético cria - tem dignidade e impõe respeito.
Você pode pensar que o que às vezes chamamos de realidade - aquela em que compramos leite no supermercado, em que famílias judias são massacradas e queimadas na fronteira de Gaza, em que toda uma população palestina está passando fome e sendo bombardeada - essa realidade torna esse ideal um mito e sua poética um kitsch populista. A decisão sobre qual é o ideal depende de nós.
Agora podemos nos perguntar: se o ideal da dignidade humana é válido, o que o torna válido? Não abordarei essa questão aqui, mas, em vez disso, perguntarei o que não pode torná-lo válido. Se a ideia de que a dignidade humana é inviolável está fundamentada na decisão dos europeus, alemães, italianos e austríacos de viver de acordo com esse princípio, então isso explica precisamente por que a dignidade humana é de fato violável. Uma reivindicação incondicional não pode depender da decisão de ninguém: é muito bom que, digamos, o povo alemão tenha decidido tratar a dignidade humana como inviolável, mas sabemos que eles também podem decidir o contrário.
Essa constatação nos leva a um ponto importante: o fato de que o princípio da dignidade humana inviolável não pode depender da soberania nacional, da decisão ou da vontade de um povo. Pelo contrário: a dignidade humana marca o limite da soberania nacional. Esse ponto é importante porque mostra a continuidade entre o discurso abstrato da dignidade e duas tendências européias muito concretas.
A primeira delas é que os Estados autolimitem sua soberania por meio de suas próprias prerrogativas - entrando em constelações federativas, por exemplo, ou submetendo-se ao direito internacional ou a tribunais internacionais e europeus. Em consonância com seu reconhecimento da dignidade humana, a Europa passou do direito nacional para o internacional e para o cosmopolita, ou seja, de uma forma de direito baseada na soberania nacional última dos Estados para uma forma de direito que a respeita e a questiona.
A segunda tendência é para o patriotismo constitucional, com o qual me refiro aqui a uma ideia muito ampla: o reconhecimento de que pertencer a uma nação soberana não requer nem o sangue certo nem a língua, a história ou a cultura certas: você pertence ao povo alemão, austríaco ou italiano em virtude de ter cidadania alemã, austríaca ou italiana.
Quando, em 2019, Timothy Snyder esteve aqui e conclamou a Europa a ser mais do que seus mitos, ele advertiu os europeus de que “seus pequenos e implausíveis mitos nacionais” permitiam que vocês “não vissem” o que era tão singular na Europa, ou seja, “que a União Europeia é a única resposta bem-sucedida à pergunta mais importante da história do mundo moderno”. Essa pergunta é: “O que fazer depois do império? O que fazer com o império?
Segundo Snyder, há duas respostas ruins: criar estados-nação ou ter mais império. A União Europeia é a única resposta nova, frutífera e produtiva para essa pergunta. Repito isso, porque respeitar a dignidade humana por meio do controle da soberania nacional e substituir a nação por um forte conceito de cidadania são os dois ingredientes essenciais e inovadores da resposta da Europa a essa questão monumental.
Essa resposta substituiu o apego hobbesiano-schmitteano a um Leviatã soberano como resposta à “guerra de todos contra todos” e afirmou que a dignidade, e não o medo, deve ser o fundamento da política humana. Para proteger a dignidade por meio do Estado de Direito, a soberania precisa ser questionada, criticada e até mesmo desconstruída - e não afirmada por meio de Leviatãs nacionais soberanos. Quando Hobbes falou do Leviatã, aquele símbolo de um poderoso monstro mítico, ele sabia por quê: porque a soberania exige a idolatria do mito. A herança mais importante do pensamento judaico neste continente, o monoteísmo ético, sempre esteve ligado à crítica do mito e de sua idolatria: vale a pena lembrar essa tradição que vivia na Europa antes da guerra, antes do desmoronamento de seu império, e que trabalhou contra o mito da soberania em Hermann Cohen, Ernst Cassirer, Martin Buber e Hannah Arendt.
Mas observe: enquanto aqui se encontra a expressão essencial da resposta bem-sucedida da Europa ao seu passado - a “questão mais importante do mundo moderno” -, ou seja, a substituição dos Leviatãs míticos nacionais, os pensadores europeus, na verdade, adotaram exatamente o oposto desses princípios na medida em que a Europa estava olhando para fora: para as vítimas de seu império.
Se o império europeu em ruínas acabou aprendendo a questionar a soberania, a ideia também era que, para as nações colonizadas, a soberania era o veículo da libertação. Da mesma forma, após o Holocausto e o extermínio sistemático dos judeus europeus, a ideia era que os judeus precisavam se defender e restaurar sua dignidade, como nação, por meio da soberania nacional - por meio da criação de um Estado judeu.
E devemos ser claros: nesse momento da história, eles não estavam errados.
Quando aplicada às vítimas da Europa, a resposta da Europa pode parecer a bagagem intelectual do império ou os restos de uma ideologia colonialista que pede para continuar se impondo mesmo após o fim do império. A resposta bem-sucedida da Europa ao passado do império se aplica às vítimas do passado do império?
E aqui está outra pergunta: a resposta da Europa ao seu passado pode sobreviver se contradizermos essa resposta no que diz respeito às suas vítimas? Se reconhecermos que os outros têm o direito de violar a dignidade humana, também reconheceremos nosso dever de respeitar o direito deles de fazer isso. A dignidade humana é, então, importante para nós, mas não inviolável. Esse é o ponto crucial; uma vez que você reconhece isso, externamente, você também reconhece algo internamente - você simplesmente não pode reivindicar a dignidade humana como inviolável dentro do continente também. Para oferecer uma variação do argumento de Snyder: essa é a pergunta mais importante sobre a resposta dada à pergunta mais importante da história moderna.
Para os pensadores pós-coloniais, limitar as nações libertadas por meio da ideia cosmopolita de humanidade parece uma forma de neocolonialismo: impor as respostas da Europa às suas vítimas, impedindo sua emancipação. Quando se trata do Holocausto, a objeção é exatamente a mesma. Experimente sugerir que uma constituição israelense deveria começar não com a soberania do povo judeu, mas com um compromisso com a dignidade humana: você será acusado de antissemitismo por sugerir o uso de ideais cosmopolitas europeus para questionar a soberania judaica e o estado democrático e judeu - convidando a acusações de antissemitismo.
Para um lado, portanto, a política universalista parece racismo ou colonialismo; para o outro, parece antissemitismo. E como todos os lados aqui veem a soberania como a condição de soma zero de sua própria existência, essas doutrinas agora não estão apenas em conflito, mas em rota de colisão: não é porque os lados são tão diferentes um do outro que a situação é tão violenta e o debate tão acalorado, mas porque são tão semelhantes.
Para muitos da esquerda, certamente da esquerda pós-colonial, o povo palestino é a personificação definitiva da luta contra o colonialismo europeu. Quem quer que questione seu direito à resistência armada, por exemplo, ao condenar o ataque do Hamas a civis, “relativiza” ou “contextualiza” o colonialismo. Que direito os europeus têm, segundo o argumento, de criticar o uso da força por aqueles que não são protegidos por lei?
Por outro lado, na Alemanha, mas não apenas na Alemanha, vemos a mesma ideia, embora oposta: que os judeus, representados pelo Estado de Israel, personificam o sofrimento humano e o direito à autodefesa. Quem quer que exija que o país assine uma constituição liberal-democrática neutra - afirmando um Estado para todos os cidadãos - e seja responsável perante a lei internacional, de fato relativiza o direito dos judeus à autodefesa. Enquanto a resposta da Europa ao seu império em ruínas foi desconstruir a soberania afirmando a dignidade como seu limite, a resposta de suas vítimas foi afirmar a soberania nacional como inviolável. Cada lado finge encarnar algo definitivo, absoluto, que relativiza a dignidade humana daqueles que pertencem ao outro grupo.
Isso ficou claro nas respostas dos círculos intelectuais de esquerda ao massacre sistemático e sádico de famílias inteiras, estupros e queimadas pelo Hamas. Não há como ignorar isso: a tendência nos campi universitários variava da alegria com esse ato à tolerância - ou, pelo menos, à insistência de que os palestinos tinham o direito de “resistência armada” em relação a seus “colonizadores”. Se você argumentasse que isso estava, na melhor das hipóteses, desculpando o antissemitismo genocida e, na pior, apoiando-o, a resposta comum era que o Hamas não é uma organização antissemita, porque o ataque tinha como alvo os israelenses, e não os judeus como tais. Mas a carta do Hamas de 1988 afirma claramente: “O Dia do Juízo não acontecerá até que os muçulmanos matem os judeus, e quando o judeu se esconder atrás de pedras e árvores, as pedras e árvores dirão: 'Ó muçulmanos, há um judeu atrás de mim, venham e matem-no'.
Costumava haver uma tendência a ignorar essa cláusula ou afirmar que o Hamas havia desistido dela. Mas é muito plausível que essa frase exata sobre o Dia do Juízo Final estivesse presente na mente daqueles que realizaram o massacre. Em 7 de outubro, muitos deles pareciam ter pensado exatamente isso: que o Dia do Juízo Final havia chegado. A tolerância a isso é generalizada, e é importante dizer que essa tolerância decorre exatamente da ideia da soberania do colonizado. As mesmas pessoas - estudantes, professores - que desculparam o massacre agora cantam “do rio ao mar, a Palestina será livre”. Não se engane: eles não querem dizer “democrática para todos”, mas “livre dos judeus” - ou, para ser mais preciso, eles suspendem o julgamento para evitar a suposição supostamente neocolonialista de que têm o direito de decidir pelos palestinos.
A soberania nacional é tratada como o veículo inviolável da libertação. Como disse Yanis Varoufakis: “Perguntaram-me se eu condenava o Hamas e eu disse que não. Mas eu condeno toda violência contra civis. Também não condeno os colonos israelenses. Também não condeno Benjamin Netanyahu. Eu condeno a nós, europeus”. Se você me perguntar, essa não é uma maneira de assumir a responsabilidade histórica como europeu, mas de se esconder atrás dela e ridicularizá-la.
O outro extremo do espectro opera exatamente com a mesma lógica. Isso é mais visível na falsa tendência de um certo centro liberal europeu de tratar o Holocausto como um significante “universal”. Como disse um autor, a comemoração do Holocausto tornou-se uma memória “universal” ou “cosmopolita”. Nessa visão, o evento é um símbolo, não de um horror específico do passado, mas de qualquer violação sistemática dos direitos humanos. Da mesma forma, o Holocausto não é mais propriedade exclusiva dos grupos nacionais diretamente envolvidos no evento histórico - judeus, por um lado, alemães e europeus de forma mais ampla, por outro; em vez disso, a comemoração do Holocausto desempenha um papel crucial no reforço do direito internacional e dos direitos humanos, tornando-se “um símbolo potencial de solidariedade global”.
À primeira vista, isso pode parecer uma tese amigável sobre a memória ou a história como um apelo a compromissos universais. Em uma inspeção mais minuciosa, deve ficar claro que ela deu ao universalismo um nome ruim, apresentando o universalismo ou a memória como um projeto colonial. A forma como o Holocausto é comemorado está a serviço de projetos nacionais específicos. Esse símbolo “universal”, portanto, exclui da “solidariedade global” aqueles para quem esse símbolo é tudo menos acessível. Como a comemoração do Holocausto tem sido interpretada como argumento para a soberania nacional dos judeus, ela não promove os direitos humanos internacionais, especialmente para aqueles cujos direitos humanos podem parecer um obstáculo.
Um dos exemplos mais significativos dessa tendência é a atitude do governo alemão em relação ao Tribunal Penal Internacional de Haia (ICC). A instituição do direito internacional e dos tribunais internacionais autorizados a julgar crimes de guerra desenvolveu-se no contexto imediato dos crimes nazistas. Esse é um forte motivo para que a Alemanha, assumindo sua responsabilidade histórica, seja um dos principais patrocinadores do TPI. No passado, o Ministério das Relações Exteriores da Alemanha fez de tudo para defender o TPI contra a interferência do governo Trump, declarando que “qualquer tentativa de minar a independência do tribunal não deve ser tolerada”.
Mas quando o promotor em Haia iniciou uma investigação inicial sobre crimes de guerra supostamente cometidos por Israel nos Territórios Ocupados, a Alemanha argumentou que o tribunal não tinha jurisdição. Israel, argumentou, não faz parte do Estatuto de Roma, que regulamenta o mandato do tribunal, e a Palestina não é reconhecida como um Estado. Quando os juízes do TPI rejeitaram essa opinião - e por um bom motivo: A Palestina, segundo eles, foi reconhecida como um “Estado Parceiro” do Estatuto de Roma, independentemente de ser ou não um Estado, o que significa que o tribunal tem jurisdição - um porta-voz do Ministério das Relações Exteriores da Alemanha declarou que “nossa posição nesse caso permanece inalterada. De acordo com nossa posição legal, o Tribunal Penal Internacional e seu Gabinete do Procurador não têm jurisdição”. O Ministro das Relações Exteriores da Alemanha repetiu a mesma declaração.
Para entender a gravidade dessas declarações, é necessário deixar de lado a questão da jurisdição do tribunal. Trata-se da autoridade do tribunal, que reconhecer significa considerar a decisão do tribunal como suficiente para mudar a posição legal da Alemanha - limitando assim sua soberania. A alegação do governo alemão de que a Corte não tinha jurisdição nos territórios palestinos, apesar da decisão dos juízes de que ela tem, negou não apenas a jurisdição da Corte. Ela também negou sua autonomia e autoridade.
Esse é um bom exemplo da poderosa influência da doutrina conhecida, embora não oficial, da Staatsräson (razão de Estado) - que só pode ser não oficial, pois, se não fosse, entraria em conflito com a constituição. É assim que parece quando o compromisso com a resposta da Europa ao seu passado, se fundamentado na história, encontra seu limite e se torna não apenas não universal, mas antiuniversal. Com seu discurso sobre a Staatsräson, a Alemanha afirma sua própria soberania para se opor à autonomia do tribunal, a fim de proteger a soberania judaica da autoridade do tribunal. Como a Alemanha é a principal patrocinadora da Corte, isso constitui uma séria ameaça a essa instituição.
Isso foi há quatro anos. Agora podemos ver os efeitos desse questionamento do poder da lei internacional. Será que o TPI tem autoridade no território, já que Gaza está arrasada e faminta, e os ministros israelenses falam em entrar em Rafah, já que “não faremos metade do trabalho, mas exigiremos aniquilação total”? Se quiserem saber, é uma pena que Varoufakis, como europeu, não condene tal declaração.
Esta, então, é a questão: A Europa deve pensar na resposta que deu à questão mais importante da história moderna apenas como sua própria resposta? Como uma resposta que pode ser boa aqui, mas que em outros lugares não é apenas errada, mas também ilegítima? Ou isso já é trair a resposta da Europa - escrevendo a primeira frase na história da decadência dessa resposta, também dentro da Europa, e entregando o argumento aos inimigos da Europa?
Considere a oposição a esse discurso, aqui na Judenplatz. É ilegítima a ideia de que salvar Israel e a Palestina de uma distopia ainda pior exige que imaginemos uma transição da região na direção de uma constelação europeia, seguindo os mesmos padrões daquela grande resposta europeia, com nações sub-soberanas se unindo a uma constituição comum (con)federativa para toda a região? Essa ideia federativa, que exige levar a sério a advertência de Immanuel Kant de que as negociações e os acordos de paz não devem se tornar mentiras - mentiras que levam a guerras de soma zero que minam a própria possibilidade de paz -, é ilegítima?
Se a resposta europeia for deslegitimada dessa forma, como isso se reflete na Europa? Como a permissão da lógica desumanizadora da guerra total em Israel e na Palestina afeta os próprios cidadãos judeus e muçulmanos da Europa? Será que isso não entrega o argumento à direita nacionalista populista, que está em ascensão ao nosso redor, afirmando a soberania nacional, questionando o direito internacional e reivindicando uma cidadania baseada na afiliação étnica?
Este, portanto, seria meu apelo à Europa: insista na realidade de seus ideais. Eles são ainda mais importantes devido à responsabilidade histórica, mas, em última análise, como ideais cosmopolitas, não podem ser entendidos como dependentes ou limitados pela responsabilidade histórica. Neste momento sombrio e difícil em que a política e o pensamento chegaram, devemos rejeitar a tendência de todos os lados de minar os ideais da Europa por meio de uma maneira muito irresponsável de entender a responsabilidade histórica. Essa é a única maneira de manter os compromissos históricos da Europa e de evitar que esses compromissos se tornem formas nacionais de pensamento mítico.
Notas
1 - A Israelitische Kultusgemeinde (Comunidade Judaica) de Viena fez campanha para que o discurso de Omri Boehm fosse cancelado. O ex-líder da Kultusgemeinde e presidente interino do Congresso Judaico Europeu, Ariel Muzicant, afirmou que, se fosse “30 anos mais jovem”, teria ido à palestra para “jogar ovos em Boehm”. Isso poderia ter sido interpretado como um convite para que outros agissem. Mesmo assim, a palestra foi realizada sob proteção policial e apesar da interrupção dos manifestantes - Ed.
2 - Nesse momento, um manifestante com cartaz de protesto gritou: “A Lei Básica de Israel tem o princípio da dignidade humana consagrado nela!” Fiquei muito feliz ao ouvir isso, principalmente porque provou que alguns dos manifestantes, ou pelo menos um, estavam ouvindo. Não pude interromper a palestra para responder. De fato, a Lei Básica de Israel prova o ponto, pois ela subordina explicitamente a dignidade humana à defesa do Estado - impedindo, assim, a interpretação da lei como exigindo que o Estado seja “o Estado de todos os seus cidadãos”. Pelas mesmas razões, a lei também se abstém de nomear a igualdade como necessária para a dignidade. Imagine uma constituição israelense que começasse com a dignidade humana, em vez de submetê-la à soberania judaica!
Manifestantes contra o universalismo, considerado antissemita, na Praça dos Judeus, durante o discurso. Fotos Gabi Hift