Affichage des articles dont le libellé est Franciáfrica. Afficher tous les articles
Affichage des articles dont le libellé est Franciáfrica. Afficher tous les articles

03/09/2023

De Niamey a Libreville, de Jartum a Yamena, de Bamako a Uagadugú y Cotonú, no hay ningún Sankara a la vista

Fausto Giudice, 2-9-2023

Visto desde el Norte, que hace gárgaras con su comodidad democrática, el espectáculo de los dictadores africanos que llegan al final de su cuerda o ya han sido derrocados es absolutamente hilarante, irresistiblemente cómico y sólo sirve para confirmar la comodidad del Norte. Visto desde el Sur, el mismo espectáculo es trágico, humillante y vomitivo. El último espectáculo lo ofreció Ali Bongo, antes Alain Bongo -autor del inolvidable vinilo de funk & soul “A Brand New Man” en 1978- quien, plantado en estado semiparapléjico en un sillón de uno de sus salones dorados, lanzó un conmovedor llamamiento a sus amigos, en inglés (hizo que Gabón ingresara en la Commonwealth el pasado octubre): “Make noise...make noise...”. (Hagan ruido).



1978

 2023

Acababa de ser “jubilado” por su primo, el jefe de la llamada Guardia Republicana, en realidad la Guardia Presidencial, el general Brice Clotaire Oligui Nguema, a quien había colocado allí para sustituir a un general embarazoso que había puesto al frente de la gendarmería. Alain-Ali era el sucesor dinástico de su padre Omar (ex Albert-Bernard), que fue investido Presidente en 1967 por De Gaulle y su franciafricano en jefe Jacques Foccart y murió en 2009.

 Alí se convirtió así en Bongo 2, al igual que Faure se convirtió en Eyadéma 2 cuando murió su padre Gnassingbé (ex Étienne) en 2005, antiguo sargento del ejército francés que había luchado contra los vietnamitas y los argelinos, y que fue llevado al poder por Foccart en Togo también en 1967, tras haber asesinado al Presidente Sylvanus Olympio en 1963 y un interludio de 4 años con Nicolas Grunitzy. O Mahamat Idriss, que se convirtió en Déby 2 tras la muerte en combate de su padre Idriss, después de 31 años como presidente.

Cada vez que se produce un golpe de Estado en África, surgen preguntas, especulaciones e hipótesis. La “jubilación” del ocupante del Palais du bord de mer (nombre del palacio presidencial de Gabón) es el séptimo golpe de Estado en África en menos de 3 años, tras los de Malí, Guinea, Burkina Faso, Chad, Sudán y Níger. La pregunta es: ¿quién está detrás de Oligui Nguema? ¿Francia? ¿USA? ¿Rusia?

Macron estrecha la mano del futuro “presidente de transición” Oligui Nguema en Libreville en marzo de 2023

Las comedidas reacciones de la Macronía y la Bidenía, sin parangón con  la indignación suscitada por el derrocamiento de Bazoum en Níger, sugieren la siguiente hipótesis: al clan Bongo-Nguema y compañía le urgía sustituir a Alí si querían conservar las colosales fortunas acumuladas durante 56 años de bongocracia y por eso el general Nguema obtuvo luz verde de los sospechosos habituales de París, Washington y, por qué no, Londres (Commonwealth obliga) para cambiarlo todo sin que nada cambiara.

Los golpes de Estado en África se suceden y no se parecen; el de Gabón me trae a la memoria otros dos: el de Ben Ali, que depuso en 1987 a un Bourguiba senil “por razones médicas”. Ben Ali había sido repartidor de la CIA en Polonia, entregando ayuda en metálico a Solidarnosc cuando era agregado militar en Varsovia. Se había previsto que un otro general tunecino depusiera y sustituyera a Burguiba, pero en el último momento los mandantes decidieron cambiar de peón.

Y lo que ocurrió en marzo de 1991 en Bamako, cuando el teniente coronel Amadou Toumani Touré (ATT), jefe de la guardia presidencial del sargento que se había convertido en general Moussa Traoré (llevado al poder por Foccart en 1968), lo llevó a la cárcel con el pretexto de mantenerlo a salvo de la revolución que amenazaba el palacio. En este caso, no se trataba de un golpe de Estado, sino de una revolución lanzada seis meses antes por el pueblo, a costa de cientos de mártires. ATT, de uniforme, siguió siendo lo que era, un maestro, y no trató de mantenerse por la fuerza tras la transición.

En la última serie de golpes de Estado, de Malí a Níger, pasando por Burkina Faso, Sudán y Guinea, los militares golpistas no encabezaban un movimiento popular, sino que actuaban desde dentro de los regímenes que decían querer cambiar, abolir, limpiar, etc. (mañana afeitamos gratis).

Dicho esto, está claro que una parte de la juventud urbana apoya a los golpistas, en Niamey como en Bamako o Libreville, atribuyéndoles un patriotismo antifranciafricano sobre el que podemos permitirnos dudar, aunque por supuesto no se equivoquen al subirse a esta ola, bajo la atenta mirada de los Uled Wagner (que sólo tienen una cosa en común con los bolcheviques: son rusos).

No, lo siento, ninguno de los boinas verdes o rojas que ocupan ahora los sillones “presidenciales de transición” en el corazón de las tinieblas son Thomas Sankara, Jerry Rawlings o incluso ATT. Oligui Nguema no estudió los clásicos adecuados para ello en la Academia Real de Meknes (Marruecos).

Para terminar, un consejo: si no quieren sufrir el destino de Alain-Ali Bongo, Paul Biya (Camerún) y Denis Sassou-Nguesso (Congo-Brazzaville) deberían seguir el ejemplo de Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, el inamovible patrón de Guinea Ecuatorial, [que llegó al poder tras derrocar a su tío Macías Nguema en 1979] que, como Bongo, nada en petróleo y champán. Este otro Nguema, para evitar cualquier despertar doloroso y asegurar su sucesión dinástica a través de su hijo Teodorín, ha confeccionado una guardia presidencial formada por matones de Israel, Zimbabue y Uganda. Pero quizá ya sea demasiado tarde mientras escribo.

PD: Según el informe de 2018 sobre los envíos de vino de champán publicado por el Comité interprofessionnel du vin de Champagne (CIVC o Comité Champagne), los principales consumidores del continente africano son las Seychelles, con 350,1 botellas por cada 1.000 habitantes, seguidas de Mauricio (93,4 botellas por cada 1.000 habitantes), lo que no es de extrañar, ya que se trata de dos destinos turísticos populares entre los muy ricos. En tercer lugar se sitúa Gabón, con 65,9 botellas por cada 1.000 habitantes. En 4º lugar se sitúa Guinea Ecuatorial (28,3 botellas por 1.000 habitantes), seguida en 5º lugar por Congo-Brazzaville (22,3 botellas por 1.000 habitantes). Una botella de Pommery de 75 cl cuesta 65 euros en Gabón (salario medio mensual: 400 euros).


29/09/2021

HOWARD FRENCH
Enemigos del progreso: hechos y fechorías de la Franciáfrica

 La obsesión de Francia por mantener su influencia sobre sus antiguas colonias de África Occidental ha propiciado  dictaduras brutales en Burkina Faso y el Chad

Howard W. French, The New York Review of Books, 7/10/2021
Traducido del inglés por
Sinfo Fernández, Tlaxcala

Libros reseñados :

Thomas Sankara: A Revolutionary in Cold War Africa

por Brian J. Peterson

Indiana University Press, 333 pp., $90.00; $35.00 (paper)

 

France’s Wars in Chad: Military Intervention and Decolonization in Africa

por Nathaniel K. Powell

Cambridge University Press, 360 pp., $99.99

 

Living by the Gun in Chad: Combatants, Impunity and State Formation
por Marielle Debos, traducido del francés (
Le métier des armes au Tchad. Le gouvernement de l'entre-guerres) by Andrew Brown

Zed, 239 pp., $95.00; $29.95 (paper)

 

The Trial of Hissène Habré: How the People of Chad Brought a Tyrant to Justice

por Celeste Hicks

Zed, 217 pp., $95.00; $24.95 (paper)

En algún momento de finales de 1983, o muy a principios de 1984, viajé a Uagadugú, la capital de un país de África Occidental llamado entonces Alto Volta, para hacerme una idea sobre un hombre cuyo reciente ascenso al poder era ya una sensación en todo el continente. Yo era un reportero inexperto; a decir verdad, ni siquiera era un periodista hecho y derecho. A los treinta y tres años, casi una década mayor que yo, Thomas Sankara acababa de convertirse en presidente de un país sin salida al mar  afectado por la sequía, que se había independizado de Francia en 1960 y seguía siendo uno de los lugares más pobres del mundo y la definición casi perfecta de un remanso político.

Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso, y el presidente francés François Mitterrand, Ouagadougou, noviembre 1986.
Foto
Patrick Aventurier/Gamma-Rapho/Getty Images

Conocí a Sankara por casualidad, poco después de llegar a Uagadugú en tren desde Abiyán, en Costa de Marfil, donde yo vivía. De alguna manera me enteré de una reunión pública que iba a celebrar en un barrio tranquilo de la ciudad, y llegué a tiempo para encontrarlo sentado en un lugar a la sombra de un árbol entablando una conversación relajada con un grupo de ciudadanos de a pie. Al ser el único extranjero presente, y bastante alto, llamé pronto la atención de Sankara. Me pidió que me presentara y le dije que era un periodista estadounidense. Sankara me preguntó qué opinaba Estados Unidos de la nueva revolución de su país, lo que me hizo tropezar torpemente con una respuesta no preparada. Luego, sonriendo, me instó a sentarme y, dirigiéndose tanto a la multitud que murmuraba como a mí, dijo que, como “amigo” extranjero, era bienvenido.

Sankara había puesto a su pequeño país en las noticias y había empezado a agitar su región al no ejecutar a sus oponentes, ni expulsar a las comunidades comerciales de emigrantes de continentes lejanos, ni declararse emperador, presidente vitalicio o mariscal de campo, como estaba ocurriendo por esas fechas en otros países africanos. En cambio, dejó claro que no iba a tolerar el enriquecimiento personal de los funcionarios y prohibió el uso de limusinas a los altos cargos de su gobierno. Incluso rechazó la idea de promoverse a sí mismo desde el rango de capitán del ejército.

Sankara, que era un lector voraz y un joven oficial intelectualmente ágil que había sido entrenado por el ejército francés en Madagascar y había vivido un tiempo breve en París, se había convertido en un héroe nacional a los veinticinco años en una breve e inútil guerra fronteriza con Mali, pero esto fue tanto por su abierto pacifismo como por cualquier acción en la batalla. El impopular gobierno, tratando de aprovechar su fama, lo nombró primer ministro en 1983, para detenerlo unos meses después por su abierto progresismo. Se había convertido en presidente pocos meses antes de mi visita, tras un golpe militar organizado por uno de sus mejores amigos, el capitán del ejército Blaise Compaoré.

 Seguir leyendo