Jonathan
Cook, 12/5/2022
Traducido
por María Piedad Ossaba
Durante los 20 años de reportajes sobre Israel y Palestina, he aprendido de
primera mano que nunca se puede confiar en la versión israelí de los
acontecimientos relativa a la muerte de palestinos o extranjeros.
Salón de la Fama del ejército israelí, por Carlos Latuff
La ejecución de la periodista de Al
Jazeera Shireen Abu Akleh a manos de un soldado israelí en la ciudad
palestina de Yenín, los esfuerzos inmediatos de Israel para borrar las pistas
sobre la identidad del responsable, y las débiles expresiones de preocupación
de las capitales occidentales, han revivido mis recuerdos de 20 años de
reportaje en la región.
A diferencia de Abu Akleh, yo estuve
mucho menos tiempo en las líneas del frente en los territorios ocupados. Yo no
era un corresponsal de guerra, y cuando me encontraba cerca de la acción, era
invariablemente por accidente - como cuando, en Yenín, mi taxi palestino giró
por una calle y se encontró frente al cañón de un tanque israelí.
A juzgar por la velocidad y la destreza
con que mi conductor dio marcha atrás, no era la primera vez que se encontraba
con este tipo de puesto de control.
Abu Akleh ha
informado sobre demasiados asesinatos de palestinos como para no desconocer los
riesgos a los que se enfrentaba como periodista cada vez que se ponía un
chaleco antibalas. Era una especie de sangre fría que no compartía.
Según un reciente informe de
Reporteros sin Fronteras, al menos 144 periodistas palestinos han resultado
heridos por las fuerzas israelíes en los territorios ocupados desde 2018. Tres,
entre ellos Abu Akleh, fueron asesinados en el mismo periodo.
Pasé parte de mi estancia en la
región visitando los lugares de las muertes de palestinos, tratando de analizar
los relatos contradictorios de palestinos e israelíes para comprender mejor lo
que realmente había ocurrido. El asesinato de Abu Akleh y la respuesta de
Israel concuerdan con lo que descubrí al realizar estas investigaciones.
Por lo tanto no fue sorprendente
escuchar al primer ministro israelí, Naftali Bennett, acusar inmediatamente a
los palestinos de la muerte de la periodista. Hay, dijo, “grandes posibilidades
de que los palestinos armados, que dispararon salvajemente, sean los causantes
de la muerte desafortunada de la
periodista”.
Ajuste de cuentas
Abu Akleh era un rostro familiar no
solo para el mundo árabe que devora las noticias de Palestina, sino también
para la mayoría de los soldados de combate israelíes que hacen “incursiones” -
un eufemismo para ataques – en comunidades palestinas como Yenín.
Los soldados que dispararon contra
ella y el grupo de periodistas palestinos con los que se encontraba sabían que
estaban disparando contra miembros de los medios. Pero también parece haber evidencias
que sugieren que uno o más soldados la identificaron específicamente como
objetivo.
Los palestinos sospechan, con razón,
que el agujero de bala justo debajo del borde de su casco metálico no es fruto
del azar. Se trataba de un disparo de precisión destinado a matarla, razón por
lo que los responsables palestinos califican su muerte de “deliberada”.
Hasta donde puedo recordar, Israel
ha intentado de encontrar pretextos para
poner fin a la cobertura de Al Jazeera, a menudo prohibiendo a sus
reporteros o negándoles tarjetas de prensa. En mayo pasado, Israel bombardeó
una torre en Gaza que albergaba las oficinas de la cadena.
De hecho, lo más probable es que Abu
Akleh fuera asesinada precisamente porque era una destacada periodista de Al
Jazeera, conocida por sus intrépidos
reportajes sobre los crímenes israelíes. El ejército y sus soldados son
rencorosos, y tienen armas letales para saldar cuentas.
“Tiro amigo”
La insinuación israelí de que fue
blanco de los disparos palestinos, o que sufrió daños colaterales, debe ser
tratada con el desdén que merece. Al menos, con la ventaja de los GPS modernos
y las imágenes satelitales, este encubrimiento estándar resulta más fácil de
refutar.
La defensa de la tesis del “tiro
amigo” salió directamente del libro de juegos que Israel utiliza cada vez que
no puede recurrir a su racionalización retrospectiva preferida para matar a los
palestinos: estaban armados y “representaban un peligro inmediato para los
soldados”.
Es una lección que aprendí en mis
primeros meses en la región. Llegué en 2001 para investigar los acontecimientos
de los primeros días de la segunda Intifada, o levantamiento palestino, cuando
la policía israelí mató a 13 manifestantes. Estos asesinatos, a diferencia de
los sucesos paralelos que se desarrollaban en los territorios ocupados, iban
dirigidos contra los miembros de una importante minoría palestina que vive en
el interior de Israel y constituyen subciudadanos.
Al comienzo de la Intifada, a
finales de 2000, un número sin precedentes de
ciudadanos palestinos salieron a la calle para protestar contra la
masacre de sus compatriotas a manos del ejército israelí en los territorios
ocupados.
Se enfurecieron especialmente por
las imágenes de Gaza capturadas por France2. Mostraban a un padre tratando
desesperadamente de proteger a su hijo de 12 años, Mohammed al-Durrah, mientras
estaban atrapados por los disparos israelíes en un cruce. Mohammed murió y su
padre, Jamal, resultó gravemente herido.
También en esta ocasión, Israel hizo
todo lo posible para cubrir sus huellas y lo siguió haciendo durante muchos años. A su vez, acusó a los
palestinos de haber matado a Durrah, alegando que la escena había sido
manipulada o sugiriendo que el niño estaba realmente vivo e ileso. Todo ello a
pesar de las protestas del equipo de la televisión francesa.
Los niños palestinos han sido
asesinados en otros lugares de los territorios ocupados, pero estas muertes
rara vez han sido capturadas de forma tan visceral en una película. Y cuando lo
hacían, solía ser con las primitivas cámaras digitales personales de la época.
Israel y sus apologistas calificaron con desenvoltura a estas imágenes granuladas como “Pallywood”
-una amalgama entre palestinos y Hollywood- para sugerir que eran falsas.
Disparos en la espalda
Los engaños israelíes sobre la
muerte de al-Durrah hicieron eco de lo que ocurría en Israel. La policía
israelí también disparó imprudentemente contra las grandes manifestaciones que
estallaron, a pesar de que los manifestantes estaban desarmados y tenían la
ciudadanía israelí. No sólo murieron 13 palestinos, sino que otros cientos más
resultaron heridos, y algunos horriblemente mutilados.
En un incidente, judíos israelíes de
las Alturas de Nazareth -algunos de los cuales eran policías armados fuera de
servicio- marcharon hacia la cercana ciudad palestina de Nazaret, donde yo me
encontraba. Los altavoces de la mezquita pidieron a los habitantes de Nazaret
que salieran a proteger sus casas. A continuación se produjo una larga y tensa
confrontación entre ambas partes en un cruce de carreteras entre las dos
comunidades.
La policía se situó junto a los
invasores, vigilada por francotiradores israelíes situados en la cima de un
gran edificio en los Altos de Nazaret, frente a los residentes de Nazaret amontonados
colina abajo.
La policía insistió en que los
palestinos se fueran primero. Ante la cantidad de armas, la multitud de Nazaret
finalmente cedió y tomó el camino de regreso. En ese momento, los
francotiradores de la policía abrieron fuego, disparando a varios hombres por
la espalda. Dos de ellos, recibiendo un disparo en la cabeza, murieron en el
acto.
Estas ejecuciones fueron vistas por
los centenares de palestinos presentes en el lugar, así como por la policía y
por todos aquellos que habían intentado invadir Nazaret. Sin embargo, el relato
oficial de la policía ignoró la secuencia de los acontecimientos. La policía
dijo que el hecho de que los dos hombres palestinos recibieron disparos en la parte
posterior de la cabeza demostraba que habían sido asesinados por otros
palestinos, y no por francotiradores de la policía.
Los comandantes afirmaron, sin
presentar ninguna prueba ni llevar a cabo una investigación forense, que detrás
de los hombres se habían escondido francotiradores palestinos que los habían
matado por error mientras apuntaban a la policía. Se trataba de una mentira
flagrante, pero las autoridades la mantuvieron durante la posterior
investigación judicial.
Equilibrio de fuerzas
Como en el caso de Abu Akleh, la
muerte de estos dos hombres no fue -como Israel quiere hacernos creer- un
incidente desafortunado, con personas inocentes atrapadas en el fuego cruzado.
Como en el caso de Abu Akleh, estos
hombres de Nazaret fueron ejecutados a sangre fría por Israel. Se trataba de un
mensaje brutal dirigido a todos los palestinos sobre el equilibrio de fuerzas
en presencia, y una advertencia para que
se sometan, se callen, sepan cual es su lugar.
Los habitantes de Nazaret desafiaron
estas restricciones saliendo a proteger su ciudad. Abu Akleh hizo lo mismo,
presentándose día tras día durante más de dos décadas para dar cuenta de las
injusticias, los crímenes y los horrores de la vida bajo la ocupación israelí. Se
trató en ambos casos de resistencia
pacífica a la opresión, e Israel los consideró como equivalentes al terrorismo.
Nunca podremos determinar si Abu
Akleh o estos dos hombres murieron a causa de las acciones de un impetuoso
soldado israelí, o porque el tirador recibió instrucciones de oficiales
superiores de utilizar una ejecución para dar una lección a otros palestinos.
Pero no necesitamos saber cuál es la
explicación correcta. Porque sigue ocurriendo, y porque Israel sigue sin hacer
nada para ponerle fin, o para identificar y castigar a los responsables.
Porque matar a los palestinos -de manera
imprevisible e incluso aleatoria- corresponde perfectamente a los objetivos de
una potencia ocupante determinada a erosionar cualquier sentimiento de
seguridad o de normalidad para los palestinos, un ocupante decidido a
aterrorizarlos para que abandonen, poco a poco, su patria.
Dar una lección
Abu Akleh hacia parte de los pocos palestinos de los
territorios ocupados que tienen la nacionalidad usamericana. Esto, así como su fama en el mundo árabe, son dos razones por
las que los responsables de Washington se sintieron obligados a expresar su
tristeza ante su asesinato y a lanzar un llamamiento formal a una
"investigación exhaustiva".
Sin embargo el pasaporte usamericano
de Abu Akleh no pudo salvarla de las represalias israelíes como el de Rachel
Corrie, que fue asesinada en 2003 por un conductor de una excavadora israelí cuando
intentaba proteger casas palestinas en Gaza. Asimismo, el pasaporte británico
de Tom Hurndall no le impidió recibir un disparo en la cabeza mientras
intentaba proteger a los niños palestinos de Gaza de los disparos israelíes. El
pasaporte británico del cineasta James Miller tampoco impidió que un soldado
israelí lo ejecutara en 2003 en Gaza mientras documentaba el asalto israelí contra
este diminuto y superpoblado enclave.
Se consideró que todos habían tomado
partido actuando como testigos y negándose a callar mientras los palestinos
sufrían - y por esa razón había que darles una lección a ellos y a quienes
pensaban como ellos.
Ha funcionado. Pronto desapareció el
contingente de voluntarios extranjeros -los que habían acudido a Palestina para
registrar las atrocidades cometidas por Israel y servir, en caso necesario, de
escudos humanos para proteger a los palestinos de un ejército israelí de
gatillo fácil. Israel ha denunciado al Movimiento de Solidaridad Internacional
por apoyar el terrorismo y, habida cuenta de la evidente amenaza para sus
vidas, el grupo de voluntarios se ha ido reduciendo gradualmente.
Las ejecuciones - ya sean cometidas
por soldados impetuosos o aprobadas por el ejército - han servido una vez más a
su objetivo.
Error de juicio
Fui el único periodista que
investigó la primera de esta serie de ejecuciones de extranjeros al comienzo de
la segunda Intifada. Iain Hook, un británico que trabajaba para la UNRWA, la Agencia
de la ONU para los refugiados, fue asesinado a finales de 2002 por un
francotirador israelí en Yenín, la misma ciudad del norte de Cisjordania donde
Abu Akleh será ejecutada 20 años después.
Al igual que en el caso de Abu
Akleh, la historia oficial israelí fue diseñada para desviar la atención de lo
que era claramente una ejecución israelí con el fin de trasladar la culpa a los
palestinos.
Durante otra “incursión” israelí sobre
Yenín, Hook y su personal, así como los niños palestinos que asistían a una
escuela de la UNRWA, se habían
refugiado en el interior del recinto cerrado.
La versión israelí era una mezcla de
mentiras que podían ser fácilmente refutadas, aunque ningún periodista
extranjero, aparte de mí, se molestó en ir allí para comprobarlo. Y como las
posibilidades eran más limitadas en aquella época, me resultó difícil encontrar
un medio dispuesto a publicar mi investigación.
Israel afirmó que su francotirador,
que dominaba el recinto desde una ventana del tercer piso, había visto a los
palestinos entrar en el complejo. Según esta versión, el francotirador
confundió a Hook, de 54 años, alto, pálido y pelirrojo, con un francotirador palestino, mientras observaba al funcionario
de la ONU a través de un binocular durante más de una hora.
Para respaldar su grotesca historia,
Israel también afirmó que el francotirador había confundido el teléfono móvil
de Hook con una granada de mano, y que temía que estuviera a punto de lanzarla
fuera del recinto contra los soldados israelíes en la calle.
Excepto que, como el francotirador
debía saber, era imposible. El recinto estaba cerrado, con un alto muro de
hormigón, un toldo de gasolinera como techo, y una gruesa malla de gallinero
que cubría el espacio intermedio. Si Hook hubiera lanzado su granada telefónica
a la calle, le habría rebotado. Si fuera una granada de verdad, se habría auto explotado
La verdad es que Hook cometió un
error de apreciación. Rodeado por tropas israelíes y combatientes palestinos
escondidos en los callejones cercanos, y exasperado por la negativa de Israel a
permitir que su personal y los niños salieran sanos y salvos, abrió la puerta e
intentó abogar a los soldados que estaban afuera.
Cuando lo hacía, un francotirador palestino salió de un callejón cercano y
disparó contra un vehículo blindado israelí. Nadie resultó herido. Hook huyó al
interior del recinto y lo cerró.
Pero los soldados israelíes que se
encontraban afuera tenían ahora una rencilla contra el funcionario de la ONU.
Uno de ellos decidió dispararle a Hook en la cabeza para vengarse de él.
Mala fe
La ONU se vio obligada a llevar a
cabo una investigación detallada sobre el asesinato de Hook. Los familiares de
Abu Akleh probablemente no se beneficiarán de la misma ventaja. En efecto, la
policía israelí se empeñó en hacer una “redada” en su domicilio en la Jerusalén
Este ocupada para perturbar el luto de la familia, exigiendo que se retirara
una bandera palestina. Otro mensaje.
Israel ya insiste en tener acceso a
las pruebas forenses - como si un asesino tuviera derecho a ser el único que
investiga su propio crimen.
Pero, de hecho, incluso en el caso de
Hook, la investigación de la ONU se suspendió discretamente. Acusar a Israel de
haber ejecutado a un funcionario de la ONU habría forzado al organismo
internacional a una peligrosa confrontación con Israel y los USA. El asesinato
de Hook fue encubierto y nadie fue llevado ante la justicia.
No se puede esperar nada mejor para
Abu Akleh. Habrá rumores sobre una investigación. Israel acusará a la Autoridad
Palestina de no cooperar, como ya lo hace. Washington expresará su tibia preocupación
pero no hará nada. Entre bastidores, USA ayudará a Israel a bloquear cualquier
investigación seria.
Para USA y la UE, las declaraciones
rutinarias de “tristeza” y los llamamientos a la investigación no pretenden
arrojar luz sobre lo ocurrido. Esto sólo podría poner en aprietos a un aliado
estratégico necesario para la proyección de la potencia occidental en un
Oriente Medio rico en petróleo.
No, estas declaraciones de medios
tonos de las capitales occidentales pretenden aliviar las tensiones y crear
confusion. Su objetivo es poner fin a toda reacción brutal, indicar la
imparcialidad de Occidente y salvar la cara de los regímenes árabes cómplices,
sugerir que existe un proceso legal al que Israel se adhiere, y frustrar los
esfuerzos de los palestinos y de la comunidad de derechos humanos para someter
estos crímenes de guerra a los organismos internacionales, como la CPI.
La verdad es que una ocupación que
dura décadas sólo puede sobrevivir mediante actos de terror gratuitos -a veces
aleatorios, a veces cuidadosamente calibrados- destinados a mantener a la
población afectada en el miedo y la sumisión. Cuando la ocupación está
patrocinada por la principal superpotencia mundial, la impunidad es absoluta para
quienes supervisan este reino del terror.
Abu Akleh es la más reciente
víctima. Sin embargo estas ejecuciones continuarán mientras Israel y sus
soldados no tengan que rendir cuentas.